19
Las pases, y compras con Dita
Gina
Despierto porque empiezan a tocar la puerta de la cabaña. Cómo joden, no dejan dormir a uno. Suficiente tengo con que Mateo me haya sacado de la cabaña a las ocho de la mañana.
—Aaah, cómo molestan —me levanto con toda la pereza del mundo y abro la puerta—. Ay no, ¿tú otra vez? —mis ojos están más entre cerrados que abiertos, pero si pude reconocer quién era.
—Yo también te extrañé —dice Mateo mientras abre su brazos para un abrazo.
—Sí, si, ¿ahora qué quieres? ¿No fue suficiente con despertarme a las ocho de la mañana y no dejarme dormir? —hago puchero.
—No —responde mientras me muestra una sonrisa—. Vengo a verte para que des el siguiente paso en tu sesión.
—¿Y cuál es? —me recargo en el marco de la puerta.
—No te va a gustar, pero adivina —se cruza de brazos.
Lo medito por un rato. —No, pues no doy.
—Cambiate y sígueme.
Suelto un suspiro. —Bien, ahorita salgo —cierro la puerta y me voy a cambiar, para después volver a abrir la puerta y encontrar a Mateo sentado—. Listo.
—Perfecto, sígueme —se levanta y lo empiezo a seguir. Empezamos a caminar algo alejado de las cabañas.
—¿Y por qué estamos aquí? —me cruzo de brazos.
—Porque, vas a hacer lo inimaginable —me mira, pero sigo esperando su respuesta—. Vas a hacer las pases con el hijo de Fobos —suelta.
—¡¿Qué carajo?! —grito exaltada.
—Es la mejor forma Gi —se acerca a mí y pone sus manos sobre mis hombros—. Vas a ver que una vez haciendo esto, te vas a sentir mejor.
Suspiro. —Bien, haré mi esfuerzo para no matarlo —miro hacia otro lado.
Seguimos caminando hacia el bosque, y nos encontramos a Carlo. Trago saliva, la verdad nunca pensé en pedirle disculpas a ese tipo.
Y ahora me encuentro aquí, para pedir disculpas, que ironía.
Antes de llegar a él, Mateo se escondió entre los arbustos y árboles, según para que viera el otro que nadie me obligó, que gran estrategia —por favor, noten mi sarcasmo.
—Vaya, pero si es la debilucha —se burla el rubio.
>>Respira Gina, hazlo por Mateo. Que sus tontas sesiones no hayan sido en vano<<.
—¿Cómo está el rubio teñido favorito de mi hermana? —me burlo y el cambia su expresión.
—¡Oye! ¡Soy rubio natural, jamás me lo he pintado! —exclama.
—Si, si, al carajo. La razón por la que estás aquí es.... —por Hades, no voy a salir de la cabaña después de esto—. Para hacer las paces —lo digo con pesadez.
—Vaya, y ese milagro —me mira burlón.
—Ahg, porque quiero y puedo —me cruzo de brazos.
—Entonces, no habrá pases —se cruza de brazos indignado.
—Maldito... —siento como alguien me lanza una pequeña roca. Suspiro—. Ahg, ya, quiero hacer las paces. Sé que la primera impresión nunca es buena, pero... Podemos empezar con el pie derecho y llevarnos bien, además... Eres el novio de mi hermana, sé que no tengo el derecho de llevarme bien contigo, pero voy a tratar de hacerlo —me las vas a pagar Mateo.
—Mmmmm.... —lo medita por un largo tiempo.
>>Ahg, apúrate que tengo cosas más importantes que hacer<<.
—Hecho, hagamos las paces —ambos estrechamos las manos—. Ahora sí me permites, iré con mi novia —se va y hago una mueca de asco.
Sale Mateo de su escondite y me giro bruscamente a él. —Ésta me la pagas Mateo Wilson —lo amenazo para después irme.
—Oh, vamos Gina, no me vas a matar por eso, ¿o sí? —me ve de una manera divertida.
—Ten lo por seguro —me voy a entrenar.
Me dirán loca, pero crean o no, siento un peso menos encima de mí. ¿Será que el tonto de Mateo tenga razón?
—Hola Gina, ¿qué haces? —se acerca.
—Hola Val, aquí analizando algo que me hizo hacer Mateo.
—Uh, ¿y qué es?
—Que me hizo hacer las paces con Rinaldi —le susurro.
—¡¿Qué?! En serio hiciste con las paces con Rinaldi —me mira de manera incrédula.
—No preguntes, quiero entrenar —digo sin ganas.
—Bueno, al parecer a alguien le bajaron el orgullo —se burla.
—Mientras más lo dices así, más ganas me dan de matar a Mateo —aprieto el arma.
—Empecemos a entrenar mientras tienes ese enojo, sirve que así no matas a nadie —da el primer ataque.
* * *
—La próxima vez, voy a mejorar mis ataques sorpresas —digo algo adolorida de tremenda paliza que me dio Val al momento de hacer un ataque sorpresa.
—Sí, sí, lo que digas —se ríe.
—Hey Val —se acerca uno de los chicos de Apolo.
—¿Qué pasó Kenny? —lo mira.
—Vamos a hacer una reta de voleibol, y nos hace falta un integrante más para empezar la partida. Y nos acordamos de ti porque eres genial en ese deporte. ¿Te gustaría unirte?
—No me dices dos veces Robinson. Bueno mi querida amiga, nos vemos, tengo algo importante por hacer —se va.
—Ay por fin te encuentro —dice una voz algo chillona.
Me doy la vuelta. —Hola tía Dita.
—Ay cariño, ¿qué te pasó? —me ve toda manchada de tierra.
—Un entrenamiento muy reñido, solo eso diré —me río nerviosa.
—En fin, te buscaba para que nos demos un rato de chicas —propone—. Le iba a pedir a tu hermana que se nos uniera, pero, ya me contó tu madre su situación. Ahorita veo que tu amiga va a jugar, y las niñas está con Annabeth estudiando, y de chicos ni se diga, son un caso.
—Mmmm, sé de alguien quién probablemente pueda venir con nosotras —le digo.
Nos dirigimos a dónde está el lago y vemos a la persona que estoy buscando.
—Uuy, es guapo —dice Dita—. ¿Tiene novia?
—No empieces tía Dita —me quejo—. Aparte, es mi amigo, y no sé si tiene novia, fin de la discusión —nos acercamos a él—. Hola Wilson.
—Hola Gina, y señorita —saluda.
—Uy, que caballero —se ríe.
—Ya —la miro—. ¿Quieres ir con nosotras de compras? —ahora miro al pelinegro.
—¿Y qué gano con eso? —me mira con interés.
—¿Qué ya no te mate? —me cruzo de brazos.
—Ay por favor, ¿solo eso? —se ríe.
—Para mí que quiere un beso de recompensa —me susurra Dita—.
—Dita —le susurro mientras la miro.
Mateo se sigue riendo. —No te rías tarado —le reclamo.
—Lo siento, pero tomar en serio eso que dices es difícil de creer. Conociendo tu genio, mejor paso —se acuesta en su hamaca.
—Ay, por favor. Ven con nosotras, Val no puede por una reta de voleibol que tiene, las niñas están con mi tía Annie estudiando, y los chicos son caos —explico.
—Yo soy un chico —recalca.
—¡Ya lo sé! Pero es que tú eres más tranquilo y le sabes a la moda —comento.
—¿Tengo otra opción? —me mira incrédulo.
—Nop —respondo.
Suelta un suspiro. —Bien, tú ganas, vamos —se levanta.
—Yes —festejo.
Los tres pasamos a través de un portal que hice para llegar a la ciudad de Nueva York. Jalo a Mateo a la primera tienda que vemos, y empezamos a probarnos ropa Dita y yo, él solo nos ve mientras se ríe por nuestra emoción.
Salgo yo primero con un pantalón verde militar, y una blusa negra, pero él me dice que no con su cabeza. Para luego levantarse y buscar algo más lindo, según él.
—Mejor ponte esto —me entrega un pantalón de mezclilla y una playera de rayas azules, blancas y rojas.
—Es muy retro, ¿no crees? —lo miro.
—Ay, tú solo ponte lo —me empuja hacia los probadores.
Después de unos minutos, salgo con la ropa que me dio. Hasta eso, no se me ve mal. Veo que Dita ya está con él y estaban platicando.
—Ay cariño, te ves muy linda con esa ropa, definitivamente lo retro y posiblemente lo vintage, se te ve mejor. Debo decir que tu amigo tiene un excelente gusto por la ropa —admite.
—Pensé que se me vería fatal, pero creo que me equivoqué —los miro—. Ahora vas tu Mateo —lo señalo.
—Ah no, el trato era solo acompañarlas para que les diera mi opinión —dice.
—Las cosas han cambiado —sonrío malévola mente.
Jalo al hijo de Tánatos hacia la sección de ropa de hombre y le entrego un pantalón de mezclilla, una playera blanca algo holgada, y un chaleco cerrado —o algo así — de color crema o gris. Lo empujo a los probadores y a los pocos minutos sale con la ropa que elegí.
Había de admitirlo, jodida dualidad que le hacía cambiar con ropa. Cuando lleva ropa de colores oscuros, su personalidad es intimidante, pero hay veces en que es lindo y simpático. Pero cuando se pone ropa del color que le elegí, hasta parece difícil de creer que él sea intimidante.
Compramos lo que nos gustó y regresamos al campamento. Podíamos seguir por toda la plaza, pero se hacía tarde, y debíamos regresar si no, mamá era capaz de matarme.
—Gracias por acompañarnos —lo miro—, me divertí mucho contigo y con Dita.
—No hay de qué, fue un placer acompañarlas —sonríe—. Aunque para la próxima no me agarren de modelo para sus combinaciones raras de ropa, la señora que nos estaba atendiendo se quedó con cara de qué está pasando aquí, cuando me vio con colores chillones —se queja.
—No prometo nada —me rio.
—Bueno, nos vemos tarde —se acerca rápidamente a mí y me da un beso en la mejilla. Dejándome en shock, para después reaccionar y ver que se aleja corriendo.
—Adiós —es lo único que pude decir mientras me tocaba la mejilla.
—Me huele a amor —aparece Dita a lado mío.
—¡Por Hades! Tú me quieres matar del susto mujer —la miro.
—Perdón, pero es imposible evitar ver a Mateo y a ti juntos —suelta un grito de emoción.
—No empieces tía.
—Es la verdad. Y ese beso que te dio, es la prueba —afirma.
Solo niego con la cabeza, ante tales ocurrencias de la diosa del amor.
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