Capítulo 20
Aun entre tanta tela, los ácaros y el polvo hicieron de las suyas con las páginas y la cubierta del diario de Samuel. Me sentía a punto de abrir un cofre del tesoro. Me mantuve sentado frente al cuaderno por incontables minutos, solo observándolo, evaluando las posibilidades de lo que podría encontrarme dentro. ¿Y si me estaba emocionando por nada? Quizás hallaría el día a día de un sacerdote cualquiera de aquella época. Sin embargo, era demasiada coincidencia el nombre que llevaba grabado en la portada. No era un diario cualquiera; su diseño meticuloso me llamaba. La cruz dorada que figuraba tallada a relieve sobre la piel de la carátula me provocaba destellos mentales en los que revivía el momento en el que me encontré con el felino. ¿Se trataba del mismo crucifijo?
Rocé mis dedos con mucho cuidado sobre el tallado. Tracé su intrincado diseño; era en verdad una pieza hermosa. ¿Qué absurdo tan grande pudo haber hecho este hombre como para quedar encerrado aquí en Red Forest?
En mi infinito delirio, caí en cuenta de que el libro no solo llevaba su nombre tallado en letras mayúsculas, sino que encima de eso, muy pequeñito, se leía una frase bastante perturbadora para un clérigo. Hice un esfuerzo hercúleo para leer todo y comprender el verdadero nombre del ejemplar que tenía frente a mí, hasta que lo logré.
—El... pecado... de —entrecerré los ojos para enfocar—. ¡Ya lo tengo! El pecado de Samuel.
«Espera un segundo».
¿Acaso este hombre era el de mi reflejo? Ese que me pedía a gritos que buscara los registros de su vida.
«Los registros de su vida... Su diario».
—¡Ahhhh! ¡Nooo! —Me agarré la cabeza con fuerza. Los dolores se tornaron intolerables—. ¡De nuevo, no, por favor!
No sé cómo pasó, pero de un segundo al otro dejé de escuchar mi propia mente y cuando recuperé la conciencia, me encontré cara a cara frente al felino pelirrojo. Sus ojos fijos en los míos. Me observaba desde el marco de mi ventana y yo le sostenía el rostro. Sus ojos verdes me penetraban y desnudaban el alma. Tardé unos segundos en darme cuenta de lo que hacía y lo solté de golpe entre respiraciones irregulares.
Escaneé el lugar, verificando que aún me encontraba en mi cabaña y no había sido teletransportado hasta el lugar de mi muerte. Y sí, estaba a salvo en mi cabaña y todo estaba tal y como lo había dejado o al menos casi todo. El diario se encontraba abierto en una página, encabezada con una fecha.
Los sucesos fantásticos de este bosque habían eliminado la parte escéptica de mi cerebro. Lo racional ya no tenía cabida dentro de Red Forest.
—Ok. Te entiendo —solté al aire como si en alguna parte Samuel pudiera escucharme—. Solo te pido que no ataques más mi cabeza, ¿puede ser?
No sé por qué pensé que hablaba con un fantasma cuando en realidad su presencia se sentía distinta. No puedo explicar con palabras la sensación tan desagradable que dejaba. Cada vez que se manifestaba en mi mente, me dolía todo el cuerpo, terminaba exhausto y sin energía. Aunque, esta vez, había ido más allá que solo dolores insoportables y había ocupado mi cuerpo, pero ¿con qué propósito?
Decidí no perder más tiempo con posibilidades y me lancé a lo que tenía en frente. Estaba seguro de que esa página se mostraba por un motivo muy revelador y no era prudente jugar con el tiempo que claramente no tenía.
16 de octubre de nuestro Señor, mil cuatrocientos ochenta y ocho
Hoy, como es costumbre, los moradores se acercaron a la iglesia en la mañana a recibir la bendición para su familia y cosechas. El inminente acecho del invierno en los meses venideros siempre se ha considerado una amenaza y estar preparados para los meses invernales que se avecinan es crucial si se desea sobrevivir al crudo clima de Red Forest. Nunca antes me he dedicado a explicar con palabras por qué me siento atraído hacia este poblado que, aunque sus escasos habitantes me quiten trabajo, me inspira tranquilidad y en cierto modo me siento eternamente atado a él.
En estos meses otoñales, cuando las hojas de Arce comienzan a perder su vida, yo las hallo más vivaces que nunca. Ellas tiñen el bosque de un rojo fuego que arrasa la vista en todas las aristas. Las hojas abandonan las ramas y caen, inundando los caminos con ese tono agresivo que me llama.
Esto es una confidencia.
Mis ratos en el bosque no son aprobados por los superiores eclesiásticos, mas ¿por qué hemos de privarnos de la belleza natural cuando esta se muestra ante nosotros sin exigir paga o cambio? Mentes cuadradas que solo persiguen un camino a ciegas no harán que nuestra sociedad avance hacia el camino que desea nuestro señor. Yo, como su fiel servidor, trato de obtener tanta sapiencia como se me es permitido. Mas, es innegable que en este bosque espléndido abunda el saber, y no puedo darme el lujo de desperdiciarlo.
Cada tarde, luego de mis deberes en la iglesia, dedico las horas a caminar por el bosque. El aroma a terreno húmedo y hojas secas me provoca una paz interior que no he hallado entre los muros góticos de la iglesia.
En cada estación del año, dentro del bosque, me lleno los pulmones de disímiles esencias. No importa que en primavera el polen se disperse y llene el ambiente del agradable perfume de los lirios; ninguno de esos aromas puede ponerse en tela de juicio frente al frescor y la humedad de los maderos en otoño.
En esta ocasión, como nunca antes, me hallé perdido entre los tonos ocres de las hojas. Todo camino me parecía igual y no me quedó más alternativa que avanzar en línea recta. Con cada paso, sentíame más perdido entre los árboles, que en otras ocasiones me habían acogido, hasta que unas voces me sobresaltaron. Avancé cauteloso, el sonido me guiaba y no deseaba ser visto.
Asomado tras las crujientes ramas de los arbustos, fui testigo de un paraíso que solo pudo ser creado por Dios. Una cascada majestuosa se precipitaba confiada en una poceta, cercada por rocas y musgo. La única zona verdosa y viva dentro de un bosque que poco a poco moría en espera del frío invierno. Mas, había más. Las risas provenían de una niña y una joven. La pequeña estaba sentada al pie de las rocas, su rostro magullado y ojos manchados de tristeza indicaban que había estado sufriendo antes de llenar el aire con su sonrisa. La doncella, por otra parte, parecía mezclarse a la perfección con el bosque. Su cabello cobrizo se oscurecía dentro del agua y creaba un manto térreo sobre sus hombros. Yo, quebrando la moral, me arrimé un poco más para escuchar sus misterios.
—Alice, mi niña, vine en cuanto sentí tus sollozos —la doncella le murmuró, allegándose a ella—. ¿Lo ha hecho de nuevo?
—¡Oh, Bridget! —clamó la pequeña en un lamento—. Ya no aguanto más que me toque, —se secó las lágrimas—. Perdonadme si os inquieté, bien sé que no han de verle, mas este se ha convertido en mi refugio, ¿sabéis? Vos habéis hecho por mí más que mi propia madre.
—¡Oh, ven, ven aquí! —la doncella la abrazó y yo me sumergí más entre los arbustos. Me agarré con fuerza de las ramas y estas crujieron, delatando mi presencia.
Por instinto, mi cuerpo se aposentó en el suelo, rozando la tierra bajo mis pies, oculto de sus miradas. Mas, sus voces aún eran audibles desde mi escondite.
—¿Qué ha sido eso? —clamó la doncella.
—¡Oh, perdonadme, perdonadme! —la pequeña sonó afligida—. ¡Huid!
En ese preciso instante colé mi mirada entre los arbustos y vi a la joven perderse en las profundidades de la cascada. Me mantuve en espera de que su cuerpo emergiera nuevamente de las profundidades. Deseaba seguirla y conocer más de aquella gentil joven. Ansiaba saber más, ¿de qué se ocultaba? ¿De quién?
El tiempo corría y la joven no dio nuevas señales, no volvió a salir de la cascada y me sentí inquieto. Es imposible permanecer durante tanto tiempo bajo el agua sin que las burbujas inunden tus pulmones y perezcas en las profundidades. Cauteloso, abandoné mi escondite y me acerqué hasta el borde húmedo de la cascada.
Si ella era lo que yo me imaginaba, estaría cometiendo un gran error como clérigo, pero la curiosidad se había convertido en mi verdadero credo. Me mantuve unos segundos de pie frente a las aguas, zafé la cuerda que aprisionaba la sosa túnica marrón sobre mi cuerpo y la dejé caer. Quedé a pecho desnudo y calzones blancos de algodón. Me despojé de los zapatos y me lancé al agua.
En cuanto abrí mis ojos bajo el agua, intenté buscarla en las profundidades. Quizás, sí había muerto en la oscura profundidad o tal vez me encontraba a tiempo de salvar su vida. Mas, no pude encontrarla. En cambio, un agujero se abría camino entre las rocas que se amontonaban en las paredes. Subí a la superficie a tomar una bocanada de aire. ¿Habrá atravesado el intrincado túnel? ¿Tendría que atravesarlo yo si quería saciar mis dudas?
Inhalé con fuerza, atrapando en mis pulmones la mayor cantidad de oxígeno posible y volví a las profundidades. Contando los minutos, me dirigí hacia la caverna. Nadé con premura en los pies y calma en el pecho, ahorrando las burbujas de vida que me permitían permanecer consciente. No había seguridad de cuán lejos podría estar la salida. Sin embargo, para mi suerte, un claro se mostró a unos pocos metros en mi recorrido y emergí con desatino. El aire entró nuevamente en mis pulmones y di gracias a Dios por entregarme unos minutos más de vida, aun después de aceptar que mi devoción hacia él ya no era la misma de antes.
Otro mundo se mostró frente a mí, en eterna primavera, como un santuario sagrado. Un árbol gigantesco y tan antiguo como la mismísima creación del universo fijaba sus raíces en la zona poco profunda del agua. Se sintió como si atravesara hasta otra realidad. De este lado no había cascada, sino una laguna verde brillante y un bosque en plena primavera. El árbol resplandecía con una luz sagrada y llena de vida que me llamaba.
Salí despacio hasta tierra firme. El cabello se me enredaba en la frente y en ocasiones nublaba mi visión. Con mis palmas abiertas lo aparté hasta atrás y removí un poco de la humedad que se había acumulado en los vellos de mi pecho. Los músculos de mis brazos y pecho se tensaron con el gesto y caí en la idea de que me encontraba en paños menores.
No prestaba atención al frente y al levantar la mirada me recibieron unos ojos verdes envueltos entre largas pestañas cobrizas. El intercambio de miradas fue intenso, me quemaba por dentro. Sus labios rosados resonaban a la perfección con su piel blanca y el tono de su cabello. Ella era la representación del mismísimo otoño dentro de un frágil cuerpo humano.
Estaba completamente seguro de que era la misma joven que vi en la cascada, aunque vestía otro atuendo ya seco. Una tela negra de encaje caía sobre su cuerpo, cubriéndole hasta los pies y llevaba un colgante en forma de brújula dorada en su cuello. En ese momento me coloqué la mano en el pecho buscando mi crucifijo y caí en cuenta de que lo había dejado caer cuando me despojé de la ropa en la cascada. Mi aventura de este lado no podía ser por mucho tiempo; corría un grave peligro si alguien encontraba mis pertenencias al descuido.
—Me asombra vuestra valentía...—dice ella haciendo una pausa como si buscara cómo dirigirse hacia mí.
—Samuel —digo, y ella asiente.
Tras mi declaración, su cuerpo se acercó despacio hasta el mío y su proximidad me provocó sudoraciones. Una vez más, volví a tener sus ojos frente a mí y esta vez tuve la oportunidad de detallarlos
¡Oh Dios! Has sido generoso con esta belleza de mujer y planeas castigarme al ponerme tal tentación a centímetros.
Todo lo que amo del bosque lo llevaba ella en su piel, en su rostro. Toda ella era una representación de Red Forest; cabello rojo y verdes ojos, aroma a flores y esencia a tierra húmeda.
Sus ojos no se despegaban de mí. Estaba muy cerca y mi respiración comenzaba a traicionarme.
—¿Qué hace? Apártese, está muy cerca. —Estiré la mano para separarla de mí, y sin percatarme, una de mis manos se posó en su seno apretado bajo la fina tela de encaje.
Me abofeteó.
—¡Ya sé dónde estás, Bridget! —cerré el diario de golpe y giré la cabeza hasta las anotaciones que no había tenido tiempo de procesar y en las que siempre tuve las respuestas a todas mis dudas: el mapa conceptual de Red Forest.
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Eso, cariño mío, enséñale cómo llegar hasta aquí, justo y cómo lo hiciste hace cientos de años. ¿No reconoces a Hécate, nuestra gata? Mira hacia aquí, aquí estoy, dentro de ella. Dame una caricia para sentir tu roce una vez más, aunque sea a través de estos cuerpos.
—¡Bridget! Ya casi está todo listo. Solo falta el escritor.
—Mmmm.
—¿Qué pasa? Noto algo raro en ti desde que decidiste acabar con la modelo antes de tiempo. ¿Qué ha cambiado?
—Es él Alice.
—¿Qué hace? ¿Qué es ese libro?
—Lo encontraste, Alice, sin saberlo, lo encontraste.
Chicos disculpen el atraso, pero he estado liada con el trabajo y también un poco enferma. Ya estamos en la recta final y comienza la cuenta regresiva hasta el capítulo 26. Llegados a ese momento les tengo un anuncio importante 😉.
Ah, otra cosa, quizás se dieron cuenta de que las palabras de Sam tienen otro enfoque y un lenguaje un poco más arcaico, quisiera que me comentaran cómo se sintieron leyendo en ese tono antiguo. En mi opinión creo que dentro de la lectura se sentirían un poco como Trent leyendo algo de una época de antaño, pero quisiera saber qué piensan ustedes.
Besitos macabros 💕👻
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