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Capítulo 18

No he conocido a nadie capaz de enajenarse tanto, al punto de sentir su propio flujo sanguíneo. Capaz de sentir el martilleo de su propio corazón, como si un herrero endemoniado le diera forma a las venas de su cuerpo; las venas de acero que llevarían el carmín envenenado que estaba comenzando a fluir. Mi nueva sangre, mi nuevo yo.

Me encontraba sentado en el borde de la camilla de aquella enfermería del infierno, con mis ojos perdidos en el vacío, bien abiertos, casi desorbitados. Mi cuerpo se mecía con cada pensamiento homicida que asaltaba mi cerebro. No podía creer lo que había leído en ese cuaderno. No era capaz de imaginarme besando a un cadáver, amando a un zombi hasta la saciedad y mucho menos teniendo mi primera vez con un amasijo de carne podrida. Imperdonable.

¿Qué plan tan retorcido juega con el cuerpo de un difunto? ¿Qué mujer tan asquerosa es capaz de utilizar la desgracia de otra para su propio bien? Me dije a mí mismo que la encontraría. Hallaría a esa bruja y la haría pagar por todo el mal que ha creado. Yo, el monstruo fruto de su macabro plan, la haría pagar.

Soy lo suficientemente inteligente para entender los motivos de Keith para hacer lo que hizo en el pasado, pero no lo suficientemente comprensivo para permitirle usurpar los ojos de Emma. Estaba comenzando a interiorizar la idea de que me había enamorado de un cadáver, y eso me perseguiría para siempre.

Frente a mí, la mesa de utensilios médicos me daba varias herramientas de ataque. Había bisturís, tijeras quirúrgicas de varios tipos; de punta curva y recta, alcohol y otros útiles que nunca había visto antes. Presioné con mis manos el borde frío del aluminio de la camilla y, en un movimiento veloz, agarré el bisturí y lo coloqué en el bolsillo trasero de mi pantalón. Lamentablemente, ya no llevaba mi camisa para cubrirlo, solo una camiseta blanca, así que tenía que actuar rápido si no quería que mi plan se fuera por el retrete.

Avancé despacio hasta la puerta misteriosa del fondo. La madera se quejaba bajo mis pies con cada paso que me llevaba hasta el picaporte. Mi corazón latía desbocado, me adentraba en la guarida de un monstruo insensible y él lo sabía. Cuando más cerca se encontraba mi mano de girar el pomo de la puerta, el ruido estruendoso de una ventana abriéndose me hizo alejarme de una sola vez.

Un felino pelirrojo maulló desde el marco de la ventana. Sus ojos eran tan verdes que contrastaban con la negrura del bosque y provocaban un destello tenebroso en aquella habitación con tan poca iluminación. Se bajó de la ventana dirigiéndose hacia mis piernas. Me rodeaba y ronroneaba como si hubiese encontrado a su amo, como si un aroma especial lo atara a mi persona. Me agaché para acariciarlo, porque después de todo, era un animalito esclavizado por la maldad de este bosque. Pasé mis dedos por su babilla peluda y parecía gustarle, ronroneaba cada vez más fuerte con los ojos cerrados.

—Así que tú eres el emisario del que todos hablan —hablé con él mientras lo acariciaba—. Quién diría que...

Mi conversación con el gato se vio interrumpida al notar el colgante que llevaba en el cuello. Un crucifijo dorado, tallado minuciosamente, con intrincados dobleces en el metal, como una joya de tiempos inmemoriales. Lo tomé en mis manos y lo giré. Quizás podría encontrar el nombre del gato o algo que me dijera quién es.

—¿Samuel? ¿Así te llamas?

No pude ver bien la reacción del gato, una fuerte punzada en la cabeza me hizo quejarme de dolor. Arrugué el rostro y siseé. El dolor era terrible, pero tuve que contenerme de gritar. Si Keith me escuchaba despierto, el problema sería mayor.

Ven a mí, escritor.

Llévame hasta ella, escritor.

Sostuve mi cabeza con fuerza. Las voces se mezclaban en mi cerebro y mis rodillas cayeron sobre la madera.

Termina con todo y ven a mí.

Te dije que buscaras los registros de mi vida. ¡Hazlo!

—¿Qué registros? ¿De qué hablas? —murmuré como loco entre mis piernas, acolchando el sonido de mis quejas—. ¿Quiénes son ustedes? ¡Déjenme en paz!

Sentí al gato alejarse nuevamente. Se alzó hasta la ventana y se acomodó allí tranquilo, con sus cabellos cobrizos, danzando inquietos con la brisa fría de la noche. No entendí absolutamente nada lo que pasó, ¿a qué vino? ¿Qué fue eso de las voces?

Apoyándome en mis rodillas, me puse de pie y decidí continuar lo que había comenzado. El chirrido del metal me hizo arrugar el rostro cuando la puerta cedió y las bisagras oxidadas alertaron mi entrada. Esta chica, o tiene el sueño muy pesado, o me está esperando para emboscarme ahí dentro. Me palpo el bolsillo trasero del pantalón verificando que el bisturí aún sigue ahí y me adentro dejando la puerta a merced del viento. No podía asegurar que un segundo sonido la mantuviera dormida, si me decidía a cerrarla.

Ya dentro, me quedé paralizado. Mis brazos cayeron al costado de mi cuerpo, sin fuerza. Una sensación de asco terrible me atacó de frente al ver los incontables tarros llenos de ojos, nadando en un líquido amarillento, que ocupaban los estantes. Había marrones, azules, grises, con manchas y con traumatismos. Una verdadera colección de ojos humanos.

Me llevé las palmas a la boca frenando las terribles arcadas que se cocinaban en mi estómago. Pero, me duró poco el asco. Los ojos de Emma debían estar en algún lugar de este laboratorio infernal. Debía encontrarlos lo más pronto posible y llevarlos conmigo.

Caminé con mucha cautela entre las cinco estanterías, buscando minuciosamente. Sin embargo, no vi a Keith en ningún momento, ni los ojos de Emma. Al pasar el último de los estantes, me encontré con un escritorio lleno de hojas desperdigadas, utensilios de laboratorio y dos tarros de esos con ojos. Me acerqué despacio y noté que uno de ellos contenía cuatro ojos y una etiqueta con una denominación: "La Dama y el Vagabundo".

Estaba completamente seguro de que esos eran los ojos de su exnovio y la amante, entonces el otro debía contener los de Emma. Giré el siguiente tarro sobre la mesa buscando alguna etiqueta, pero no fue necesario. El ojo divergente de Emma nadaba sin rumbo dentro de aquel tarro y mi sangre ya envenenada comenzó a hervir al confirmar mis sospechas.

—Son hermosos, ¿verdad? —Una voz me atacó por la espalda seguida del estruendo de la puerta al cerrarse.

Me giré ansioso hacia la voz que de forma inmaterial parecía salida de la nada. No había nadie en la puerta.

—No te molestes, querido, le di un lugar especial como puedes ver. —La voz siguió apareciendo entre carcajadas y yo me estaba poniendo cada vez más nervioso.

No podía discernir la fuente de aquella voz, aunque estaba seguro de que era Keith quien hablaba, pero, ¿dónde diablos estaba? Di vueltas sobre mis pies tratando de ubicar de dónde provenía, pero nada. Me volvía loco. ¿Cómo podía desaparecer alguien en un espacio tan pequeño?

Me adentré en el sinfín de tarros entre los estantes, debía estar en alguno de los pasillos. Me apoyé sobre uno de los estantes, vigilante, antes de doblar para el siguiente, pero una sensación extraña me atacó por la nuca. Unas uñas afiladas comenzaron a rozarme el rostro y los labios, podía sentir el peligro emanando justo detrás de mí y me alejé con brusquedad. Tropecé con el estante al frente y uno de los tarros cayó al suelo, derramando la amarillenta sustancia y su contenido macabro.

—¡Noooooo! —se escuchó un grito desgarrador desde alguna parte de la habitación—. ¿Qué le hiciste a mis bebés? —Un sollozo cubrió el ambiente y yo ya empezaba a sugestionarme.

Sostuve el bisturí en mi bolsillo, preparándome para un enfrentamiento inminente.

—¡Sal de donde sea que estés, Keith! —Me llené de valor—. No te tengo miedo, así que, ¡sal ya!

—¿Miedo?... Es normal no temerme —su figura emergió lentamente de las sombras entre estantes—, porque yo soy el auténtico terror.

Agarré entre mis manos el bisturí y le apunté desde la distancia.

—¡No te acerques! ¡Demonio!

No le iba a permitir acercarse ni un centímetro más. Tuve a la mujer más peligrosa de Red Forest delante de mí y me mantuvo acorralado entre cuatro paredes en un espacio bastante reducido. ¿Iba a morir ahí? ¿Dónde estaba esa niña fantasmal cuando la necesitaba?

—Tranquilo, querido. Tus ojos son tan aburridos y desgraciados que no merecen la pena. —Sus pies avanzaron lentamente hacia mí y yo retrocedí hasta tropezarme con el buró. —¿Acaso crees que un bisturí, mi bisturí, va a intimidarme?

Mi mano temblaba con la herramienta en la mano y mi cabeza había borrado cualquier plan que antes de esto haya podido formular.

Había ido con el hacha hasta el restaurante con la idea de matar a Jimmy aquel día, pero no lo hice. Alice lo mató por mí. Esta vez, me encontraba en la misma situación, aunque con un arma menos intimidante y un adversario más peligroso. Lo peor de todo, Alice no vendría a resolverlo por su cuenta.

Keith se detuvo en seco frente a mí con una sonrisa similar a una mueca, torció la cabeza como un cuervo curioso y pronunció las palabras que harían de mí una bestia irreconocible.

—La idea de usar a Emma... fue mía.

La maldita veía como mis fosas nasales se ensanchaban con cada palabra y eso parecía gustarle. Acercó su mano lentamente hasta mi mejilla, rozando mis labios resecos con sus uñas mugrientas. Yo me mantuve quieto. Cualquier movimiento en falso podría acabar con mi vida y ella se aprovechó de eso para atormentarme.

—Alice reunió a los malditos para que hiciéramos una estúpida votación. Había dos candidatos para el quinto sacrificio. ¿Sabías eso? —Acercó su rostro aún más al mío, recorriendo mi mejilla con su lengua serpentina.

Estuve a punto de enterrarle el bisturí, pero aquella información comenzaba a encajar con algo que Hilda me dijo el primer día que llegué aquí. "De saber que eras tan gallina no habría votado a tu favor" ¿A esto se refería?

—Me importaba bien poco a quién eligieran —comenzó a susurrarme al oído—. Yo solo quería los ojos de Emma para mí, aunque tuviera que deshacerme del maldito de Jimmy, yo misma.

Esas palabras colmaron la poca paciencia que había acumulado. La apuñalé. Le enterré el bisturí en el costado de su cuerpo y su queja de dolor a penas se escuchó como un gemido entre los gritos de ira que salían de mi garganta. La rabia se apoderó de mí y la acribillé una y otra vez hasta que su cuerpo se fue apagando sobre mí.

—Yo... sé donde... está... Bridget —La escuché balbucear en mi oído y se me erizaron los bellos en todo el cuerpo—. El... ag...

Dejé caer su cuerpo sobre el suelo y sus ojos agonizantes amenazaban con dejarme esa información y abandonar este mundo así sin más.

—¿Qué? —Mis manos se movieron nerviosas hasta la herida, intentando detener la hemorragia—. ¿Dónde está, Keith? —Con mis manos ensangrentadas la abofeteé en varias ocasiones esperando alguna reacción de su parte, pero sus labios ya comenzaban a tornarse púrpura.

—¡Ahhhh! —Un grito de frustración llenó el lugar. Mi frustración. Mis malas decisiones. Mis objetivos siempre a medias.

El grito me llevó a intentar enterrarle el bisturí en su corazón para descargar todos esos sentimientos acorralados, pero antes de que el filo alcanzara la piel de Keith un fuerte viento me arrojó lejos hacia una esquina de la habitación. El golpe en la cabeza me aturdió, pero solo duró unos segundos. Los pocos segundos que tardó Alice en aparecer frente al cuerpo sin vida de Keith.

—El corazón no se toca —sus ojos blancos llenos de maldad se fijaron en mí y su aura llenó la habitación de un invierno sin fin—. El corazón es el contenedor del alma, en la vida ... y en la muerte. 


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***

—Supe que estuvieron abriendo sus boconas con cosas que no debían.

—¡No te acerques!

—¡Oh! Vamos. Sabían que este día llegaría tarde o temprano. Nadie los mandó a rebelarse contra el plan.

—¿Qué plan? Piensas que no nos hemos dado cuenta de que el plan se desmoronó. Lo ves. Tu mirada lo delata. Tampoco te esperabas que Emma "muriera" tan pronto, ¿verdad? Por eso dijimos todo lo que sabemos.

—Y por esa estúpida decisión... van a morir ahora.

Holaaaa por aquí!!! Lamento no haber actualizado este martes chicos pero el trabajo me dejaba sin tiempo para los malditos. Haré todo lo que esté en mis manos para actualizar el próximo capítulo antes del sábao para compensarles esto

Besitos macabros💕👻

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