Capítulo 13
🎶Early this morning
When you nock upon my door
and I say "Hello SATAN I believe that it's time to go"
ME and the DEVIL
Walking side by side...
And I'm gonna see my man
UNTIL I GET SATISFIED🎶
Esa noche, completé los pergaminos con la información que tenía sobre todos aquí. Predominaba el blanco en los perfiles, pero debía tener un punto de partida definido. No puedo decir que dormí, porque mentiría. Los días avanzaban y no me sentía, en lo absoluto, cerca de la verdad. No hizo falta el café para alimentar el insomnio, tantas preguntas sin respuesta dando vueltas por mi cabeza al unísono me mantuvieron en vela lo suficiente como para que la noche y el día se solaparan.
Los rayos del amanecer comenzaron a colarse por las ventanas de la cabaña, y yo me encontraba con cada uno de los pergaminos sobre el escritorio, repasando cada detalle para que no me faltara nada ni nadie por describir. Me obsesioné de una forma indescriptible.
Tomé distancia para alcanzar una vista panorámica de mi mapa conceptual, pero mis pasos se toparon con algo que hasta ese momento no recordé: el cuaderno.
Al instante, las imágenes de Emma deshaciéndose del libro vinieron a mi mente. Reviví el momento en el que lo alejó con premura de mí, ocultando algo. Lo recogí enseguida, y busqué la página en la que había visto las cifras. Era la primera entrada, la que hablaba sobre el artesano.
En cuanto Emma identificó a Yosuke como el protagonista de esa historia, confirmó mis sospechas. Cada uno de los sacrificios descritos en el cuaderno guardaba relación con los habitantes de este pueblo. Sin embargo, muchas preguntas seguían sin respuesta.
¿Qué hacían aquí? ¿Por qué se describían sus historias en ese cuaderno?
La única respuesta que pude formular entonces se centraba en la maldición como vértice conector, pero si estas personas podían ayudar a romper el maleficio, ¿por qué no lo habían hecho ya? ¿Qué esperaban?
¿Una fase lunar específica? ¿Una estación del año? Demasiadas alternativas me sepultaban bajo una pila interminable de preguntas.
Deslicé el pulgar sobre la cifra escrita en la esquina superior de la hoja. La frágil textura bajo mi tacto mostró el número 1689 como una mancha de tinta descolorida.
Podía ser una fecha, pero era demasiado descabellado asumirlo. Desde 1689 hasta la actualidad han pasado más de trescientos años. Imposible considerar una alternativa como esa. Ese número debía de significar algo más y eso lo iba a comprobar en la siguiente entrada del cuaderno. Si el número correspondiente a la historia de la carnicera de Minnesota tenía un significado más lógico, lo descubriría en ese instante.
Para mi desgracia, al pasar a la siguiente página, el número 1789 se mostró igual de desgastado que el anterior.
«¿Qué diantres significa esto?»
En este lugar, sin más fuente de información que el paso de los días y las noches, me encontraba atado de manos y pies. Cero internet, cero televisión. Nada. Mi teléfono celular no era más que un simple dispositivo sin causa dentro de este bosque.
Valorando mis circunstancias actuales, Yosuke parecía ser la única persona que podía ayudarme o al menos darme alguna pista. El pavor me acariciaba el cuerpo solo de pensar en acercarme a su taller, pero debía hacerlo. No le diría nada del cuaderno, por su puesto, pero tenía la corazonada de que podía lograr algo hablando con él.
Caminé apresurado. Ser visto por personas no deseadas podía cambiar el curso de mis planes. Cruzarme con Jimmy era un ejemplo claro de ello, pero no era solo mi prudencia lo que me hacía mover las piernas con premura. Unas nubes negras cargadas de tristeza se acumulaban en los cielos y me perseguían al andar.
El taller se encontraba en la parte trasera de la enfermería. Me acerqué hasta la puerta y las gotas de sudor impregnadas de miedo se juntaron en los límites de mi barbilla. Me estaba lanzado hasta la guarida del mismísimo buitre quebrantahuesos, totalmente desprotegido.
La adrenalina que desprendía mi ser, se colaba como vaho por la rendija entreabierta de la puerta. Acerqué mi mano temblorosa hasta el pomo. Mi intención siempre fue abrirla, pero el silencio en el interior me hizo dudar. Lo intenté por última vez, y en esta ocasión, la puerta se abrió desde adentro.
—¿Escritor? Raro suceso encontrarlo a usted por mi guarida. —Su mirada rasgada me recorrió, oculta tras el umbral.
—Esto... Yo... necesito unos clavos. —Me froté la nuca.
Fue una buena estrategia recordar que aún los papiros dormían desperdigados en mi escritorio, en lugar de permanecer fijos en una de las paredes de la cabaña, como lo había concebido.
—¿No sería mejor que yo me acerque y repare lo que sea que se le descompuso?
—No —me apresuré en decir.
Sus ojos se abrieron como platos con aquella transición escalofriante. Mantuvo esa mirada por unos segundos como si pudiera escanear mi alma de arriba a abajo hasta destapar hasta lo más oscuro de mi pasado. Me provocaba escalofríos.
—Pase. —Se apartó de la puerta de golpe, dejándome espacio.
Adentrarme en aquella madriguera de carnívoro me hacía sudar frío, pero si no sacaba valor para estar a solas con este señor, no encontraría mis respuestas.
Me adentré despacio y me siguió cerrando la puerta tras de sí. El interior se cubría de una madera hermosa llena de vetas naturales. El aroma a madera húmeda y barniz me atacó al entrar. Las paredes se adornaban con cientos de herramientas, de las cuales solo pude identificar diez o doce. Sin embargo, lo que más llamó mi atención, fue el esqueleto que permanecía sentado justo al lado de la chimenea ardiente. Los restos de carne aún permanecían adheridos al hueso, como trozos recién cortados que escurrían pequeñas gotas de sangre.
Me detuve el seco.
Yo siempre pensé que algún día me acostumbraría a esto de los huesos, pero después de esto me pareció poco probable. Era demasiado para mí, aquella calavera todavía emanaba un hedor fortísimo a sangre seca.
—¿Qué pasa, escritor? ¿Le teme a los muertos?
—N... No. Más bien, a los vivos.
Al artesano le pareció graciosa mi respuesta, o quizás le gustó que estuviera muerto de miedo.
El calor de la chimenea me hacía sudar en el interior. Sin embargo, algo me decía que la función de esa hoguera no era calentar su acogedora choza, sino servir de horno para sus horripilantes lámparas.
En el centro de la habitación, una mesa y una silla completaban el reducido espacio del taller. No había cama, ni cobijas. Nada para dormir, ni siquiera una loma de hojas secas. Nada.
—Siéntese, le prepararé una infusión.
—¿Infusión? Pero...
—Vive en un pueblo rodeado de bosque —entornó los ojos—. No le parece una fuente suficiente de materia prima.
«Claro, aunque yo no elegí vivir aquí».
—¿Le hace daño alguna yerba en específico?
¿Acaso me estaba preguntando un punto débil? ¿O solo estaba siendo cortés?
—No, que yo tenga conocimiento.
El japonés se giró y aprisionó dentro de una tetera unas cuantas hojas que no pude identificar. Tampoco es que esté muy orgulloso de mis conocimientos botánicos, debo aclarar.
El agua inundó las hojas y comenzó a hervir tras recibir el calor de las llamas.
—Aquí tiene.
—¿Eh?
—Los clavos que me pidió. —Enarcó una ceja.
—¡Ah! Sí, sí. Gracias —los tomé entre mis manos.
Mi estúpido cerebro, atolondrado de tanto pensar, se olvidaba de las mentiras que él mismo había formulado. Debía centrarme en mi objetivo o todo podría salir muy mal aquí dentro.
—Disculpe la pregunta, pero... ¿Cuántos años tiene?
El silbido de la tetera rompió el silencio tras mi pregunta. Yosuke, que ya se había sentado en el suelo leñoso, me desafió con la expresión de su rostro desde su baja posición. Sostuvo la mirada con tal intensidad, como si pensara muy a fondo su respuesta. Un rayo iluminó las penumbras de la cabaña y el estruendo me hizo removerme en mi asiento.
—¿Cuántos cree que tengo? —Sus ojos afilados hacían crecer mis sudoraciones.
Mi mente nadó entre posibilidades, pero ninguna me preparó para lo que estaba a punto de escuchar.
—Aunque me responda, no creo que acierte —se puso de pie y comenzó a servir el té—. Yo ya he perdido la cuenta.
Su voz sonó lejana por el estruendo que insonorizó nuevamente el ambiente. El asiático se acercó a mí, dejando sobre la mesa un cuenco de madera que contenía la infusión. No lo tomé de inmediato, tenía mis dudas sobre las reacciones que ese brebaje podría provocar en mi cuerpo y la verdad es que, no confiaba nada en el anfitrión que me lo estaba ofertando.
—Solo le revelaré una cosa, escritor —el asiático le dio un sorbo a su té, despejando mis dudas—. Fui el primero en llegar a este lugar —otro estruendo removió mis tímpanos.
Aquella revelación me decía más de lo que yo estaba buscando. Aquello significaba que el orden de las páginas del cuaderno podría coincidir con la llegada de cada uno de nosotros aquí. Aunque me resultara desagradable, debía confirmar esa teoría hablando con Hilda sobre su llegada a Red Forest.
—Me perdí en mi propio bosque buscando a un gato. —Continuó el asiático, y yo, envuelto en su historia, comencé a tomar de la infusión.
—¿Su gato?
—Sí, en el momento en que lo hallé, comenzó una carrera que para mí parecía interminable.
Con cada palabra, mi interés crecía y la infusión estaba llegando a su final.
—En cuanto logré alcanzarlo, lo sostuve en mi pecho y al reconocer los alrededores me sentí perdido. Ahí fue cuando vi la entrada a Red Forest.
—¿Y qué sucedió con el gato?
La lluvia se hizo más intensa, convirtiéndose en una tempestad.
—Nunca más lo vi.
Mientras el japonés contaba su historia, yo redactaba mis notas mentales. Debía releer las entradas del cuaderno. Necesitaba averiguar si ese gato tenía algo que ver. Sin embargo, yo no vi ningún gato antes de salir de la ciudad ni durante mi vida. En ese aspecto, existían diferencias, pero no podía descartar la posibilidad.
—¿No intentó regresar por dónde vino? —Me puse de pie junto a la ventana que daba al patio de la enfermería.
Me sentí algo inquieto. La conversación me hizo sentir un salto incómodo y pesado en el estómago.
—Por su puesto, todos lo hemos intentado.
Las palabras seguían retumbando en el interior de la cabaña, pero mi atención se desviaba, con más frecuencia, hacia la ventana trasera de la enfermería. Con intermitencia, unas sombras, de lo que parecían dos personas discutiendo, pasaban por la ventana de un lado a otro.
—¿Escritor?
Yosuke me llamaba, pero los desorbitados ojos de Keith me observaban a través del cristal trasero de la enfermería. Fijos, desconcertantes.
En un gesto veloz, ella bloqueó la ventana con una cortina y dejé de verla. Algo pasaba dentro de esa despensa; de eso nadie me haría dudar.
—Sí, perdóneme. ¿Qué me decía?
—Le decía —el asiático inhaló con profundidad—, que ya está anocheciendo y usted debería irse antes de que empeore la tormenta.
«¿Acaso podía ponerse peor?»
—Espere, una última cosa —el japonés ya estaba abriendo la puerta para deshacerse de mí y un relámpago iluminó nuestros rostros—. ¿Usted ha entrado alguna vez a la despensa de la enfermería?
Las facciones de Yosuke se endurecieron y la oscuridad se apoderó de su mirada.
—Escúcheme —me acerqué hasta alcanzar su baja estatura—. Nunca entre a ese lugar, y si alguna vez se encuentra cerca de esa... de Keith, sostenga con fuerza sus gafas.
Retomé mi posición, aterrado. No sabía qué pensar sobre eso.
—Ahora lárguese de aquí.
El japonés me dejó a merced de la tormenta y cerró la puerta en mi propia cara. Me dejó con la única opción de correr bajo la tempestad y huir de los relámpagos en medio del bosque.
Finalmente, logré llegar hasta la cabaña, empapado, goteando agua y desesperación. Agarré del baño mi toalla y sequé un poco mi cabello. En ese momento, me pareció estupendo enfermarme, era la excusa perfecta para visitar nuevamente la enfermería y colarme de alguna manera en la despensa de Keith. No obstante, era un plan arriesgado.
Lancé la toalla sobre la butaca y me deshice de la camisa mojada, dejándola caer en el suelo. Sequé un poco mi pecho desnudo y volví a arrojar la toalla. Sin pensarlo dos veces, agarré el cuaderno. Debía corroborar lo que me había dicho Yosuke sobre ese gato. Quizás eso me daría alguna pista de cómo salir de aquí sin romper la maldición.
En medio de la tormenta, dos toques espaciados en mi puerta me hicieron levantar la vista del cuaderno.
—¿Sí? ¿Quién es? —Silencio. Nadie respondió.
Dejé el cuaderno sobre mi cama, y como si diera pasos sobre nubes de algodón, me acerqué hasta la puerta.
"Toc. Toc"
Por segunda ocasión los toques retumbaron y yo me asomé con cautela por la ventana cercana a la puerta. No logré ver a nadie, la tormenta era tan intensa que el calor interior nublaba los cristales. Me coloqué detrás de la puerta y con una lentitud agobiante intenté abrir.
"Toc. Toc"
«Ok, ya me estás cabreando».
Abrí la puerta con la adrenalina recorriendo mis venas y el corazón desbocado.
La cabellera sucia y desaliñada de Alice se mostró frente a mí desde su diminuta altura. Mi cuerpo tiritaba hasta los huesos, no sabía si por el miedo o el frío que generaba la ventisca. De todas las personas de este pueblo, Alice era la que más me hacía reaccionar de tal manera. Nunca, en su presencia, dejé de sentir esa sensación de ella saltando sobre mí con intenciones de masticar hasta lo más impuro de mi alma.
Yo no dije palabra. Si había venido hasta aquí, algo debía querer y por primera vez tendría que hablarme. Elevó su cabeza y esos ojos vacíos me observaron con dilación. El estruendo de un relámpago le iluminó el rostro y reafirmé por qué mi cuerpo se derrumbaba ante su presencia. Me sentía desnudo frente a su mirada. Mi alma se sentía descubierta frente a ella y sus penetrantes ojos blanquecinos.
Sin siquiera avisar, pasó sus pies descalzos sobre mis zapatos, obviando mi presencia, y se adentró hasta mi cama. La madera del suelo se quejaba bajo su andar y a ella parecía no importarle.
—¿Qué quieres esta vez? —le grité sin acercarme mucho—. ¿Has venido a recuperar tu cuaderno?
Nunca me respondía y eso me ponía la piel de gallina.
Desvió su mirada hacia las hojas de pergamino que yacían sobre el escritorio y se giró hacia mí, torciendo el cuello de una forma antinatural. No entendí su reacción, solo reafirmé lo escalofriante que podía llegar a ser esta niña.
En un movimiento inesperado, estiró su mano en el aire, con los dedos completamente abiertos, y el cuaderno se abrió por sí solo. Como si una energía invisible le moviera las páginas.
—¡Wow! ¡Wow! —exclamé alarmado mientras me acercaba a ella—. ¿Qué demonios está pasando?
Las páginas comenzaron a moverse con una velocidad imposible de determinar, hasta que se detuvieron en seco. Su mano adoptó una posición diferente, formó un puntero con su dedo índice, señalando en la dirección del cuaderno. El dedo comenzó a moverse y un trazo se develó en la hoja a la vez que hacía los movimientos en el aire. Un círculo a rojo vivo se dibujó en la hoja y yo me acerqué al notar el humo que abandonaba el papel.
Como salido de la nada, un relámpago iluminó los cielos y el estruendo no demoró en llegar. Di un brinco y Alice ni se inmutó. Un torrencial caía por primera vez en Red Forest desde mi llegada, y estaba ocurriendo en el momento menos oportuno.
Sin detener el movimiento, siguió el trazo formando una especie de triángulo, o lo que yo pensé que era un triángulo en ese momento. Ella terminó el ardiente recorrido, el cuaderno se desplomó sobre mi cama y yo enmudecí.
Mis reacciones no parecieron importarle en lo absoluto cuando abandonó la cabaña, dejándolo todo en silencio. Un silencio incómodo que me perturbaba. Ni una palabra, ni una explicación. Nada. Solo vi su cuerpo pálido empaparse bajo la tormenta mientras daba pasos desanimados hasta adentrarse en los confines del bosque.
Agarré el cuaderno por una de sus equinas hasta elevarlo. Las páginas aún humeaban por el trazo, pero una vez que la humareda se detuvo, lo que hallé en esa hoja me trasladó a los libros de demonología en la estantería del Night Stalker.
Alice había dibujado un pentagrama invertido. Un símbolo satánico bastante conocido y que, para mí, significaría algo más que una estrella simulando una cabra demoníaca; aspecto que averigüé tiempo después.
—Espera... esto ya lo he visto antes.
†††
†††
†††††††††††††††††††
†††
†††
†††
***
—No había entendido bien lo que me dijiste el otro día, pero ya entendí.
—¿De qué hablas, Jimmy? Vienes a mi santuario y me armas una paranoia. Me molestas.
—Te conozco, Keith. Sé lo que hacías en tu vida antes de llegar a Red Forest, y por lo que estoy viendo aquí, lo sigues haciendo. No te voy a permitir que pongas un dedo encima de Emma.
—¿A sí? Quiero ver cómo lo impides. Además, todos nosotros mantenemos los viejos vicios. No te creas tan puro e importante.
—Al escritor no puedo matarlo, pero a ti sí, maldita asquerosa.
—Mira lo que has provocado, por tu culpa, el escritor sabe que aquí atrás pasa algo raro.
—¡Que se vaya al infierno!
—Todos nos iremos, Jimmy, pero si sigues así, creo que te irás de primero.
—¡No me toques, perra morbosa!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro