Capítulo 11
Emma caminaba frente a mí y la duda me carcomía los sesos. Desde que vi el cuaderno de sacrificios y leí sus dos primeras entradas, las teorías comenzaron a formarse en mi cabeza. Sin embargo, no me llevaban a ninguna parte, no tenían un objetivo y ni siquiera eran lógicas. Quizás Emma, que llevaba tanto tiempo aquí, tenía alguna idea interesante.
Mi mente, aunque ocupada, no me bloqueaba los sentidos ni la placentera vista del suave andar de Emma. Aunque parezca una desfachatez, puedo decir que la vacilé. La observé con hambre, con deseo. Llevaba un short de mezclilla corto, ajustado a su silueta, y una blusa blanca de tirantes que dejaba descubiertos sus hombros morenos. La piel de Emma reflejaba la luz del sol y el cabello le bailaba con el viento.
Cada vez que me encontraba frente a la cascada, un aire frío y espiritual me enviaba a un mundo distante. Sentía que la audacia recorría mi piel. Me hacía sentir capaz de todo. Tan capaz, que no me lo pensé dos veces y, justo en frente del azul cristalino de esas aguas misteriosas, la agarré por el hombro.
—Emma...
Se giró y sus rizos danzaron en cámara lenta frente a mis ojos. Sus pestañas boscosas y esa mirada divergente me recorrieron de arriba a abajo. Coloqué mis manos en sus hombros y los ojos se le llenaron de confusión.
«Lo haré. Esta vez seré el Trent arriesgado».
—Emma... yo.
Podía hacerlo. Me lo dije miles de veces.
—Sé que es pronto. Que no nos conocemos mucho, pero no necesito más.
—¿Qué pasa, Trent? Me estás asustando.
—Con seguridad, durante tu vida, muchos hombres apuestos te han dicho que te aman y tú los has amado...
—Trent...
—Déjame terminar, Emma, necesito hacer esto. —Una ráfaga violenta proveniente de los bosques se atravesó entre nosotros. La naturaleza lo sabía, el bosque deseaba esto tanto como yo.
Le coloqué el mechón atrevido, que jugaba con el viento, detrás de su oreja derecha; pero no me detuve justo ahí. Mi agarre se tensó en su nuca y la atraje hacia mí. Su respiración entrecortada, agitada. Otra vez, nos encontrábamos en la misma situación, no podía desperdiciar esta oportunidad de nuevo. Detallé su mirada y la intensidad de mis ojos hizo que se escondiera entre sus pies. Le levanté el mentón con dulzura y moví mi pulgar hasta la carnosidad de su labio.
Lo estaba haciendo. Lo que le dije al maldito de Jimmy, lo estaba convirtiendo en realidad.
—Si alguna vez te sientes en peligro, llámame a mí. Si alguien te hiere o te quiere hacer daño, búscame. No me importa cuántos hombres hayas conocido antes, ni cuántos hayan tenido el placer de tocarte. Yo quiero ser el último... si me dejas. —Tragué con fuerza y la acerqué aún más a mí—. Quiero ser el último hombre al que mires con esas galaxias a las que la gente común llama ojos.
—Trent... yo.
—Calla —con mis dedos le cerré esos labios, en un gesto delicado—. Que me lleve la inquisición, el Vaticano o el infierno. No me importa que tus misterios me lleven a la perdición o al destierro. —Ella me observó con los ojos abiertos al límite de su capacidad, como si algo inesperado se estuviera revelando ante ella. Yo me sentí fuera de mí. Algo me quemaba desde mis adentros y me lancé.
La besé.
Impacté mis labios contra los suyos como un choque de planetas. El bendito Big Bang que creaba mi universo junto a Emma. Ella me siguió el beso agarrándome por el cabello, respirando a espacios cortos y deficientes. Me buscaba. Sus labios me buscaban, como si llevara mucho tiempo esperando este momento. Bajé mis brazos y acaricié sus curvas. Le apreté las caderas, fuerte, pidiéndola a gritos.
Le pregunté al universo dónde estuvo esta mujer por tanto tiempo oculta. Dónde estuve yo, perdido de su mundo.
Por un momento deseé que Jimmy apareciera y presenciara la candente escena de mis brazos, tensándose en las caderas de Emma; de mi dentadura, disfrutando de sus gomosos labios cada vez que le propinaba una mordida; de mi entrepierna, luchando por permanecer cautiva bajo la cremallera cuando su acelerada respiración me rozaba el rostro. Era extasiante. Estaba disfrutando ese beso más que ningún otro.
Aunque a decir verdad, tampoco era un experimentado en esta materia de besar.
El sonido de unos arbustos revoltosos se dio la alerta de que no nos encontrábamos solos. Ella se separó exaltada como conejita asustadiza, pero me sostuvo los brazos. No pude retener la sonrisa.
Lo había conseguido.
Se sentía segura conmigo, estaba comenzando a confiar en mí.
—Trent... esto está mal. —Emma agachó la cabeza apenada.
—Ey —le levanté la barbilla una vez más y pude ver cómo sus ojos se iban humedeciendo—. ¿Por qué está mal?
—No puedo, no lo entenderías.
—Explícame, y cuando lo hagas, mírame a los ojos. —Mis palabras rozaron alguna fibra sensible en su interior y comenzó a hablar.
—Yo no soy quien crees. Llegué a este lugar por una razón, igual que tú, igual que todos. No es una buena idea que te enamores de mí, ni yo de ti.
Con cada palabra que Emma decía, en mi tumba, se iba cavando un metro de profundidad cada vez. Me estaba rechazando, arrojaba mis sentimientos bajo la tierra. ¿Acaso yo no tenía derecho a enamorarme? ¿Acaso el maldito era yo? Otra vez con eso de la misión y la razón de estar en este bosque. ¿Por qué nadie me decía cuál era mi misión? Si no era para pagar por mis pecados, ¿por qué rayos estaba yo en Red Forest?
—Dime qué tengo que hacer para liberarte de esa razón que te impide ser feliz. —Me acerqué más a ella, no se lo tomó muy bien y se giró, dándome la espalda.
Ahí lo entendí todo. Me había precipitado en besarla, en confesarle mis sentimientos.
—¿No querías enseñarme algo?
Había olvidado por completo que pretendía enseñarle el diario de sacrificios. En ese momento dudé. Ella me ocultaba muchas cosas y yo iba a dar un paso que quizás me pondría la soga al cuello.
Pero no.
Le quería demostrar que podía confiar en mí, aunque me ocultara sus razones, yo estaba dispuesto a entregarle las mías en bandeja dorada.
Me adelanté a ella y esta vez era yo el que le daba la espalda.
—Sí, sígueme hasta mi cabaña. No puedo hablar de ello aquí afuera. —Mi tono sonó frío y cortante. Me había dolido su reacción y el orgullo se apoderó de mí.
Avanzamos un poco más hasta que llegamos a la cabaña. Ella no dijo una palabra más y yo tampoco hice el esfuerzo por darle conversación. La invité a pasar y me disculpé porque no tenía nada que ofrecerle como cortesía. Ella entendió el sarcasmo y me entregó una sonrisa tímida en respuesta.
—Escucha. Necesito que te sientes para lo que voy a contarte y que no me hagas preguntas —aclaré antes de sentarme en la silla de ébano y ella en la butaca frente a mi chimenea.
Comencé a contarle sobre los pájaros petrificados en Natrun. Le dije todo lo que pensaba al respecto, incluyendo el hecho de que aún no lograba descifrar el significado de su posición.
—¿No has probado dibujarlo? ¿Mirarlo desde otro ángulo?
Vaya, en realidad, no había pensado en eso.
—Podría ser una buena idea, lo intentaré después. —Hice una nota mental de su sugerencia que, en verdad, me pareció una buena estrategia.
Después de tantos cabos sueltos, un mapa conceptual me vendría de maravilla
—Pero, es otro el asunto por el que estás aquí.
Me moví hasta la chimenea y metí la mano hasta alcanzar el cuaderno, se trabó un poco al salir, pero logré sacarlo. Me deshice de las telas de araña que lo cubrían y se lo entregué.
—¿Qué es eso? —inquirió Emma con un tono de alerta en su voz.
—¿Lo conoces?
Psicología inversa, esa era mi estrategia. Fingí no saber nada al respecto del cuaderno y así podría observar con detenimiento sus reacciones, aunque en realidad, yo tampoco sabía mucho sobre él.
Me acomodé de nuevo en la silla y la estuve observando por un buen rato mientras ojeaba el cuaderno. Sus manos recorrieron la portada y contraportada como si reconociera su diseño. No era la primera vez que lo tomaba en sus manos. Eso pude notarlo.
—Puedes abrirlo —la animé.
Emma elevó la mirada sin decir palabra y develó la primera página en la que se mostraba con claridad el título del cuaderno.
—¿Lo has leído ya? ¿Dónde lo encontraste?
—¿Qué pasó con la parte en la que no me haces preguntas?
—Lo siento, pero es inevitable. Nunca antes había visto algo como esto.
Me levanté de mi asiento y caminé hasta quedarme a sus espaldas. Me estaba mintiendo. Mi presencia la puso nerviosa y me encargué de que mi respiración le rozara bien cerca en la nuca.
Soy lento para algunas cosas, pero no estúpido.
Moví la mano para pasar la página desde mi posición mientras su respiración se iba acelerando con cada uno de mis movimientos.
—Mira la primera entrada. ¿No se te hace familiar? —le susurré al oído y ella tragó saliva como si se sintiera amenazada por mí.
No sé de dónde estaba sacando este instinto depredador, pero se sentía estimulante cuando era yo el carnívoro y ella el conejo asustadizo.
—Es Yosuke... —dijo en un susurro casi imperceptible.
Emma pasó la mano por la arrugada página y este gesto sí me tomó por sorpresa. Puede que ella conociera la existencia del cuaderno, pero su interior era algo nuevo para sus ojos. Seguí el recorrido de sus dedos sobre el papel y en uno de sus deslices noté algo de tinta en la parte superior derecha. No me había percatado de eso antes. ¿Será una fecha?
—¡Espera! —le detuve la mano.
Arrugué los ojos, mi miopía ya ni con lentes me permitía ver con claridad las cosas. Era un número de cuatro dígitos que no alcancé a discernir.
Al parecer, Emma notó lo que yo no pude. Cerró con urgencia el cuaderno y lo lanzó, de un tirón. Se giró sobre su posición en la butaca, quedando frente a mí, con las rodillas apoyadas en el esponjoso mueble. Me agarró por el rostro en un movimiento ágil y me plantó un beso.
Me quedé impávido, asombrado por su reacción, pero no me resistí. La agarré desde mi altura y la coloqué a horcajadas sobre mi cintura. Me olvidé por completo del cuaderno y de la fecha. No sé si era lo que Emma quería lograr, pero lo estaba haciendo.
La sostuve por su esponjoso trasero, estrechándola contra mi pelvis. Ella me besaba con furia. Introducía sus delicadas manos entre mis cabellos y apretaba con fuerza. Me moví con torpeza hasta apoyarla contra una de las paredes leñosas. El gesto brusco la separó de mis labios y ella gimió. Cada gemido me parecía una súplica por más y yo le di más sin miramientos.
—Trent...
—Shhh —la acallé mientras mi lengua recorría su apetitoso cuello—. No me harás lo mismo dos veces hoy, conejita. ¿Acaso pretendías provocar a la fiera y salir sin un rasguño?
No me reconocía a mí mismo haciendo aquello. No sabía que tenía esa faceta de predador sexual, pero si estaba saliendo ahora, tenía todo el sentido del mundo. Un deseo así, contenido por veinticinco largos años, debía ser liberado en algún momento y este... era el mío.
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***
—Eres un perdedor, Jimmy.
—¡Calla! Me van a descubrir por tu culpa, Keith.
—Ves cómo lo besa. Su cuerpo siente cosas por él. Si alguna vez fue tuya, ya la perdiste.
—Escúchame lo que te voy a decir, maniática, asquerosa, friki de los muertos. ¡El cuerpo de Emma es mío! ¡¡Mío!! Además, ¿qué haces tú aquí?
—Si fuera tuyo, no estarías aquí como una alimaña cobarde vigilando detrás de este arbusto, viendo esta escena tan romántica, y en su lugar la tendrías solo para ti en tu cabaña, aunque ya estuviera muerta.
—Si estoy aquí, es porque, si lo mato, la puta de Alice me atormentará y hará de mi cabeza un estropajo. ¿Lo entiendes ahora?
—Te entiendo, y para responder a tu pregunta, estoy aquí porque seguí a Emma. Tienes un buen gusto para los ejemplares exóticos...
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