El Ángel de Ignis Fatuus
El desconocer la existencia de Griselle por parte de la comunidad educativa, y la desaparición de Maia fue todo lo que ocupó a la Hermandad ese día.
Aidan esperó en la salida a Itzel, todavía había un punto que no habían tocado. Era el momento de limar cualquier aspereza que pudiera existir entre ellos.
—¡Aidan! —lo saludó, disminuyendo su paso, tras acomodarse el morral.
—¿Puedo acompañarte? —le preguntó sutilmente.
Itzel frunció la boca pero aceptó su compañía.
Caminaron un par de cuadras sin decir palabra. El aroma del mar llegaba a ellos. De vez en cuando se miraban, pero ninguno quería decir algo por miedo a lastimar al otro. Les resultaba extraño estar al lado de alguien que hasta hace unos días era un confidente, y de repente, sentían que un abismo se interponía entre ellos.
—Siento... —dijeron ambos a la misma vez.
Aidan sonrió dejándola hablar.
—Siento mucho no haber podido... —Itzel se detuvo con la mirada cargada de lágrimas.
Él la atrajo hacia sí, abrazándola muy fuerte.
—Yo soy el que siente mucho haberte apuntado. Itzel, eres mi amiga, mi mejor amiga y te he tratado vilmente. Por favor, perdóname.
Itzel se aferró a su amigo.
—Lo haré, si prometes perdonarme. Estamos juntos en esto Aidan. Yo también estoy sufriendo.
—Lo sé... Te agradezco por salvarnos la vida. Tienes un Don valiosísimo, Itzel.
—Sabes que lo hice... — Sonrió—. Ma... Amina me pidió que lo hiciera. Fue por ella.
—¿Amina?
—Es su verdadero nombre. Creo que deberíamos llamarla así.
—¿Y si no está viva?
—No importa, ella siempre estará con nosotros, en nuestros corazones. —Se miraron compungidos—. Bien, creo que aquí nos separamos. Nos vemos mañana, Ardere.
—Nos vemos mañana, Lumen.
Aidan la vio marchar. Sintió como un gran peso era arrancado de su corazón. Ahora debía solventar sus problemas con Ibrahim. Sabía muy bien que eso no cambiaría el pasado, pero no podía seguir padeciendo cómo lo estaba haciendo.
Llegó a su casa. Se alegró de saber que su madre, incluso su hermana, estaban mucho mejor. Andrés era el soporte de aquel hogar, y Aidan lo admiraba, se estaba dando cuenta de que habían "cosas", sentimientos, pensamientos, actitudes en su padre que nunca había conocido. Ahora sabía el porqué lo apreciaban tanto en el campamento. Él era un verdadero líder.
—¿Qué hicieron hoy en el colegio? —preguntó Dafne.
—Ver clases —respondió sin ánimo.
Ambos se vieron y sonrieron.
—¡Tonto!
—Le diré a Itzel que te preste los cuadernos. Creo que ustedes también tendrán cambios en Castellano.
—¿Sí? ¿Y eso?
—Nos mandaron a leer sobre Los Sufrimientos del Joven Werther. Solo a los chicos —le aclaró.
—Un título muy prometedor.
—Ni que lo digas.
—Hermano. —Aidan la miró, mas ella rehuyó su mirada—. ¿Qué pasó con...?
No fue necesario continuar. Dafne no conocía la otra versión de la historia.
—Me figuro que deseas venganza —dijo suavemente y su hermana afirmó. Él apartó la cucharilla de su pastel colocándola sobre el plato—. Debes saber que fue Griselle la que mató al abuelo. —Los ojos de Dafne se desorbitaron, aquella noticia era mucho peor de lo que se imaginaba. ¿Cómo pudo ser Griselle la asesina si todo apuntaba a Maia y su Clan?—. Pero, no tienes de qué preocuparte, hermanita, Ignis Fatuus se encargó de ella.
—¡Pero ahora ese Clan vendrá a por nosotros! —escupió entre la turbación y la ira.
—Si lo hace bien merecido lo tenemos. —Ella lo miró consternada—. Si estoy sentado frente a ti se debe a que ellos se sacrificaron por nosotros, aun cuando nosotros solo queríamos destruirlos.
—No entiendo de qué estás hablando.
—Maia acabó con Griselle, y murió en mis brazos —se le quebró la voz.
—Aidan... era lo mejor.
Él sonrió levantándose de la mesa. Se le habían quitado las ganas de merendar. Necesitaba respirar un poco de aire fresco. Era imposible explicarle a Dafne lo que no estaba en capacidad de entender.
En cuanto las suelas de sus zapatos pisaron la arena, metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón de mezclilla. Ibrahim lo esperaba sentado, mirando al mar.
—Es raro encontrarte aquí —le dijo sentándose a su lado, pero Ibrahim solo le extendió uno de sus audífonos—. Sabes que estoy de luto, ¿verdad?
—Lo sé, pero no creo que Rafael esté muy contento de ver que luces como un muerto viviente. —Aidan sonrió, mientras la tranquilidad y la música le iban serenando su alma—. Perdóname por no respetar tus sentimientos. Fui infantil, inmaduro y te lastimé.
—¿Sabía ella que yo era un Ardere?
—Quizás sí, pero no lo supo de mi parte. Ella fue muy clara cuando me dijo que no quería conocer a los demás miembros de la Hermandad.
—Claro, es lógico.
—No, Aidan, ella no me lo pidió porque tuviese algún tipo de resentimiento, lo hizo porque no quería cumplir los propósitos de su Clan.
—Y ahora tenemos que enfrentarnos a él.
—En verdad, lo siento. No sabes cuánto me gustaría retroceder el tiempo y prevenir todo esto.
—¿Cómo lo harías?
Ibrahim bajó el rostro. Él no podía responder a esa pregunta, era imposible saber cómo iba a prevenir tanto dolor. La verdad era que todos los caminos habían convergido, y el desenlace era inminente: Ellos o ella.
La tarde se hizo sobre los amigos. Despedirse de Ibrahim le costó más a Aidan, ese día, que todos los anteriores. No quería estar solo.
Esa noche le fue imposible conciliar el sueño. Ni la suave llovizna que golpeaba con constancia su ventana fue capaz de arrullarlo. Intentó en vano refugiarse en los brazos de la Reina Mab, mas en sus circunstancias era imposible tener un sueño decente, un sueño feliz, ni siquiera una pesadilla. En su mente solo existía un pensamiento recurrente.
Sintiendo la necesidad de saber cuál había sido el paradero de la familia de Maia, se levantó de la cama. Se colocó el pantalón, su calzado, y un suéter. Levantó la capucha tapando su cabellera, un mechón rubio se escurrió por esta, y como ladrón en la noche tomó su bicicleta, echándose a la calle.
Las calles de Costa Azul estaban desiertas. En otras circunstancias jamás hubiera salido a esas horas a dar un paseo, y menos en bicicleta. La ciudad no era precisamente lo más segura, sin embargo, él podía sobrevivir a cualquier atentado.
No le llevó más de un cuarto de hora en llegar a la casa Santamaría. Tal como había relatado Dominick la casa se encontraba sumergida en la penumbra. Le dio la sensación de estar frente a un hogar que fue abandonado años atrás.
Se detuvo en la reja de la puerta e intentó penetrarla, pero no pudo. Tomó su bicicleta y rodó hasta la acera del frente. Respiró profundo, tomó impulso y pedaleó. Como por arte de magia, la Neutrinidad se hizo presente, traspasando no solo la pared, sino que terminó dentro de la casa. Se detuvo en el comedor, respirando con dificultad, si no hubiera frenado hubiese seguido hasta el patio.
La casa estaba oscura, solo los rayos intermitentes de la luna que atravesaban las ventanas de la cocina iluminaban a medias el lugar. Afuera seguía lloviznando.
Recostó su bicicleta en las sillas del comedor, y se puso a revisar las habitaciones. En la cocina seguían los platos dentro de los gabinetes y la nevera tenía comida reservada, en iguales condiciones estaban la sala estar, el estudio en donde había ensayado con Maia.
Subió las escaleras, revisando cada habitación. En ellas se conservaban la ropa, los artículos personales e incluso, retratos de la familia, lo que le hizo respirar aliviado.
Volvió a bajar, entrando a la biblioteca. El gran ave que adornaba una de las paredes de la habitación centelló en cuanto la tenue luz de la estancia lo tocó. El corazón de Aidan dio un vuelco, tuvo el presentimiento de que la misma estaba emitiendo una señal de alarma.
—Me gustaría que realmente pudieras invocarlos, pero solo eres madera y metal.
Cerró la puerta tras él. Se dirigió a la habitación de Gonzalo. Sonrió al ver el desorden que había en ella, siempre había pensado que todos los gays eran ordenados, pero definitivamente con Gonzalo los moldes se rompían, o quizás él tenía una concepción muy estereotipada sobre la homosexualidad.
Una vez en el pasillo, con la sonrisa en su rostro, se topó con la única puerta que le faltaba abrir. La emoción se hizo evidente, pudo sentir los latidos de su corazón en su garganta. Puso la mano en el pomo de la puerta... ¡Cuánto anhelaba encontrarla! La abrió y una luz intensa lastimó sus ojos.
La Luna había salido de su escondite, iluminando repentinamente la habitación, pero solo fue cuestión de segundos, se ocultó de nuevo para no aparecer por un largo tiempo.
Las finas gotas de lluvia había aumentado su grosor. Aidan escuchaba la intensidad con que golpeaban los vidrios de las enormes ventanas del cuarto.
Pasó sus dedos por la peinadora, el escritorio, el clóset, la mesita de noche, el estante más cercano a la cama, y cayó de rodillas. Toda la habitación olía a jazmines y manzanas, y era su cama la fuente de dónde emanaba tan agradable perfume. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
La cama de Amina estaba arreglada. En una esquina el cubrecamas estaba doblado formando un triángulo, supuso que por aquel lado era dónde se acostaba.
Las lágrimas comenzaron a azotar sus ojos, era inútil seguir luchando contra la desazón. Como pudo se subió a esta, deshaciéndose de sus zapatos. Tomó un par de almohadas, aspirando con fuerza el perfume de sus cabellos, y lloró con amargura, bañando con sus lágrimas el pedestal de su amada.
El dolor le atravesaba el pecho y sin embargo, aquel sitio tan amado por él, hizo el milagro que esperaba, le devolvió el sueño. Pudo dormir. Esa noche no hubo pesadillas, ni sueños gloriosos, sino la tranquilidad de quien se entrega en paz a la noche. No había nada que le perturbara, ni siquiera la llegada intempestiva de alguno de los dueños de casa.
Los rayos matutinos golpearon sus párpados. Se levantó de golpe, sintiendo un leve mareo. Tuvo que volverse a acostar esperando que su cuerpo saliera del adormecimiento, sacó su celular y le envió un mensaje a todos los miembros de la Hermandad. Los esperaría en la playa.
Salió de la casa atravesando nuevamente todas las paredes y llegando en tiempo récord a su hogar, gracias al Don de Neutrinidad.
Se aseó lo más rápido que pudo y salió a encontrarse con sus amigos.
Eran las seis y media cuando se detuvieron en el bulevar. La playa estaba totalmente desierta, excepto por un chico alto, fornido, vestido de negro que estaba parado frente a la playa, muy cerca de la orilla.
Todos se vieron los rostros, aquel sujeto parecía conocido, mas ninguno se atrevió a acercarse, quizás su imaginación les estaba engañando.
Se hubieran mantenido lejos de él de no ser porque el joven alzó su brazo izquierdo mientras un arco rojo aparecía, colocó sus dedos derechos en forma de garra e invocó una flecha que disparó con mucha gracia, viajando a tal velocidad por la superficie del mar que abrió un surco en esta.
Aidan se aventuró a acercarse con Dominick yendo a su lado.
El joven lanzó otra flecha, y otra, y otra, mientras ellos estaban más próximos a él.
Itzel colocó sus manos en los hombros de cada uno de los chicos para detenerlos. No era seguro acercarse más, tenían que ser precavidos.
Gonzalo sonrió, viendo hacia el horizonte y disparando sus inagotables flechas.
—Por lo visto no soy el único loco que viste de negro en la playa —confesó Ibrahim acomodándose los lentes.
—Te parece gracioso, brisitas —contestó con ironía—. Si porque llamarte «gases» es un poco deprimente.
—Lo sentimos, Gonzalo —dijo Aidan, intentando prevenir que desapareciera o se enfrascara en una absurda pelea con Ibrahim—. Perdónanos.
—¿Debería? —lo cuestionó, volteándose—. No sé si lo sabes, Aidan —le dijo con la mirada seria y el rostro fruncido—, pero roncas tan fuerte que no dejas dormir. —Aidan se sobresaltó, ¡tan profundo fue su sueño que no lo sintió llegar! Gonzalo soltó una carcajada al conseguir la expresión que deseaba ver en su rostro: confusión, vergüenza y miedo—. ¡Tranquilo! No les diré a mis tíos.
—¿Dónde está?
—¡Ey, Dom! Siempre tan volátil —se burló para luego tornarse serio—. No sé si te has dado cuenta pero mi prima nunca ha sido un asunto de su Hermandad.
—Solo queremos —dijo Itzel poniéndose de rodillas—, te rogamos nos digas cómo está ella.
—¿Y si lo que tengo que decirles solo les causará más pesar? ¿No creen que es mejor dejarlo así? Es mejor vivir con una incertidumbre que pronto olvidarán. —Se detuvo al ver una lágrima deslizarse lánguidamente por el rostro de Aidan, el cual dio un paso adelante.
—Sabes que no lo olvidaré... La tuve en mis brazos, sentí su cuerpo abandonar la vida —sollozó en su intento de controlar las lágrimas—. No he dormido, ni siquiera he vivido, solo pienso en ella. Si quieres, puedes ser conmigo todo lo cruel que quieras, yo me entrego como voluntario para padecer por todo lo que mi Clan les ha causado, pero al menos dime que vive o que existe una tumba en donde pueda llorar amargamente. ¡Te suplico tengas un poco de compasión conmigo!
—Lo haré —dijo con seriedad, acercándose a él—, lo haré solo porque en mi mente siguen grabados tus gritos y tu imagen apuntándole a una de tus mejores amigas para intentar salvarla. —Puso una mano en el hombro. Aidan sabía muy bien que si Gonzalo vestía de negro, tal como él lo hacía, era porque Maia no estaba ya entre ellos—. Lo haré porque Amina no me perdonaría que fuese cruel contigo. —Los ojos de Dominick brillaron de dolor, mientras Ibrahim intentaba levantar a Itzel. Aidan asintió mientras Gonzalo apartaba el rostro, con una mirada más suave se fijó en los suyos, los cuales se mostraban intensos, ensombrecidos de dolor, con las pupilas dilatadas, preparados para recibir la estocada mortal—. Estaba casi sin vida cuando Ignacio la tomó en sus brazos... pero bien, o es fuerte o simplemente tiene una razón muy poderosa para vivir.
Dominick se tomó de los cabellos, mientras Itzel abrazaba a Ibrahim. Mas Aidan se desplomó llorando. Gonzalo lo atajó, atrayéndolo a él.
—No está nada bien Aodh, por eso decidimos desaparecer. Pero si llegó con vida a la clínica, quiere decir que ella sigue luchando, así que necesito que tú luches también.
Aidan no respondió. Sus quejidos eran tan grandes que Gonzalo le dejó llorar amargamente en sus hombros.
—Quiero verla —le pidió Dominick—. Es lo único que te pido.
—Está en un hospital de Ignis Fatuus bajo estricta vigilancia. El Prima de nuestro Clan no quiere que ustedes tengan ningún tipo de contacto con ella. Si van a verla, acabarán con ustedes.
—¿Cómo van a saber quiénes somos? —le cuestionó Saskia.
—¿Olvidas que Iñaki estaba conmigo cuando la Imperatrix atacó?
—Pero... —Aidan se separó de él—. Podemos entrar con el Don de Neutrinidad.
—Es peligroso, Aidan. Mi Clan no es como el de ustedes, deberían saberlo. No creo que sea prudente que se acerquen a ella. Yo los buscaré y les informaré si hay algún cambio. Por los momentos, es mejor que no sepan nada más.
—Esperaré una semana, aunque mi corazón no pueda. —Se comprometió Aidan—. El saber que está viva y que la veré es motivo suficiente para soportar el tiempo que nos pides.
Gonzalo asintió, tendiéndole la mano.
—Es lo que esperaba de ti. Tienes mi palabra de que, en cuanto sea posible, la verán.
El joven se alejó.
Ellos corrieron a abrazarse. Ahora tenían un motivo para sonreír: La Hermandad podía sobrevivir.
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