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9: Un ex despechado y un noviazgo al borde del abismo

Más tarde…

Parque Jardines del Campestre.

Alonso se encontraba en el parque Jardines del Campestre. Se encontraba con los ojos llenos de lágrimas, después de la humillación que sufrió a manos de Catalina. No hallaba la manera de olvidarse de aquel momento tan traumático que había vivido.

De inmediato, alguien llegó al parque. Y no era otra que Catalina. Ella se acercó a Alonso, con tal de hablar con él, sin ni siquiera sentarse.

—¿Qué haces aquí, Catalina? —preguntó Alonso.

—¿Cómo que qué hago aquí, Alonso? —preguntó Catalina un poco alterada—. ¿Qué acaso no tengo derecho de estar contigo?

—No, no es eso… —dijo Alonso sin ni siquiera voltear a ver a Catalina—. Pero, ¿no crees que deberías disculparte por lo que pasó hace rato?

—¿Disculparme yo? —dijo Catalina burlona—. No, aquí el que se debería disculpar por lo sucedido, eres tú. ¡Ni siquiera tuviste la decencia de decirme que estabas con la hermana menor de Augusto Fernández-Vidal!

Alonso se horrorizó al escuchar las palabras de Catalina, por lo que se levantó de la banca para enfrentarla.

—¿Y cómo iba a saberlo? —preguntó molesto—. Tú sabes que Alondra es mi mejor amiga de la infancia, pero al parecer ni siquiera te importa. Sabes bien, ya te lo he dicho hasta el cansancio.

—Como mínimo me lo hubieras dicho antes, Alonso —dijo Catalina molesta—. Si hubieras hablado conmigo, todo esto se hubiera evitado. Pero no, preferiste quedarte callado, y mira lo que pasó.

—¡Es que no lo entiendes, Catalina! ¿Qué no entiendes? —susurraba Alonso horrorizado tras haber escuchado las palabras de Catalina.

Alonso estaba empezando a odiar más a Catalina. Poco a poco, estaba empezando a descubrir cómo era ella en realidad, además de que daba por hechas las advertencias que se le habían hecho acerca de ella.

—¿Entonces? Si ibas a protestar y andar de chillón, ¿para qué demonios me pedías que fuera tu novia? —preguntó molesta.

—¡Entiende de una buena vez, tengo que estudiar! ¡No todo gira en torno a esto! —exclamo Alonso desesperado—. ¡Si tanto te molesta, creo que deberíamos terminar! Esto ya no da para más.

Catalina le dio una cachetada a Alonso después de haber oído esas palabras.

—¡A mí no me vas a cortar, pedazo de idiota! —le grito molesta tras haberlo abofeteado, pero decidió calmarse—. De verdad, no sabes cómo lamento el día que me hice tu novia. Debería haberme buscado a un hombre de verdad, no a un niñito como tú.

Esas palabras empezaban a lastimar a Alonso.

—¡Nunca debí haber salido contigo, desde el día que te conocí, me arruinaste la vida! —grito Catalina furiosa—. Maldito sea el día que te conocí, imbécil.

Tras haber dicho todo eso, la joven se fue del parque. Alonso se sentó en la banca y empezó a llorar desconsoladamente. Lo que le dolía, no era la cachetada, sino lo que le había dicho. Y la forma en la que se lo había dicho.

***

Más tarde...

Casa de la familia Fernández-Vidal.

Alondra se encontraba en su casa, después de haber tenido un día difícil. Ella se encontraba en la sala de la casa, y de repente se topó con Sergio. Ella lo confrontó de inmediato.

—¿Qué haces aquí, Sergio? —preguntó un poco molesta—. ¿Ya olvidaste que aquí no eres bienvenido?

—¿Qué pasa contigo, Alondra? ¿Todavía sigues molesta por mi desliz? —preguntó Sergio burlón, mientras se acercaba a ella.

—A mí no se me olvida que me engañaste con otra cuando éramos novios, Sergio —dijo Alondra un poco más molesta.

—Pues claro que deberías, Alondra —dijo Sergio molesto—. ¿Es que acaso ya no tengo derecho a encontrarme con tu hermano?

—Sí, pero aquí en la casa no —dijo Alondra molesta—. Sabes que no me gusta tu presencia, después de lo que me hiciste.

—Oye, sé que te engañé —dijo Sergio enojado—. Pero no por eso tienes derecho a correrme de aquí. También tengo derecho de encontrarme con tu hermano las veces que quiera. Pero no olvides volverás a ser mía.

—No volveré a ser tuya —dijo Alondra molesta.

De repente, Augusto llegó a la sala de la casa. Se encontró a los dos chicos, y quiso detenerlos.

—¿Por qué están peleando, chicos? —preguntó.

—Nada, sólo quería avisarte que Sergio ya está aquí —dijo Alondra rodando los ojos.

—Perfecto. Sergio, por favor ven a mi habitación —dijo Augusto.

—Muy bien —dijo Sergio.

Sergio fue a la habitación de Augusto, mientras éste confrontaba a Alondra.

—¿Por qué sigues aceptando a Sergio a nuestra casa, Augusto? —preguntó Alondra molesta.

—Porque él es mi mejor amigo —dijo Augusto burlón—. Sabes que él es bienvenido, y puede entrar y salir cuando quiera.

—Mamá nos había dicho que no podía volver a entrar, que ya no era bienvenido —dijo Alondra molesta.

—Basta, Alondra —sentenció Augusto—. Mamá ya está muerta, y ahora las reglas las pongo yo. Sergio de la Mora puede entrar y salir de la casa cuando él quiera, y ni tú ni nadie pueden evitarlo. ¿Te quedó claro?

Augusto terminó de regañar a su hermana, y decidió ir a su habitación. Alondra decidió irse de la casa, con tal de no soportar la presencia de Sergio.

***

Habitación de Augusto.

Augusto y Sergio empezaron a platicar en la habitación.

—Gracias por salvarme de tu hermana, Augusto —dijo Sergio tranquilamente.

—No es nada, Sergio —dijo Augusto amablemente—. Sabes que mi madre imponía reglas sobre nosotros. Y ahora que ella ya no está, ahora soy yo quien las pongo. Puedes entrar y salir de la casa, como si fuera la tuya.

—Gracias, hermano —dijo Sergio—. Qué bueno que te encargaste de esos dos tipos, no vaya a ser que fueran capaces de traicionarte.

—Claro, es que no tenía otra opción —dijo Augusto tranquilamente—. Ellos dos eran capaces de cualquier cosa, así que tuve que hacer lo que creía correcto.

—Por cierto, ¿qué planes tienes para este fin de semana, Augusto —preguntó Sergio.

—No lo sé, Sergio... —dijo Augusto, mientras se acercaba lentamente hacia Sergio—. Creo que podríamos ir a cenar, para después pasar una buena noche juntos.

Sergio se alejó un poco de Augusto.

—Oye, aquí no podemos hacer eso —dijo—. Recuerda que tu hermana está aquí, y podría sorprendernos.

—Está bien. Ya será en otra ocasión —dijo Augusto—. Cambiando de tema, mañana cobraré la herencia de mi madre. Ya nadie podrá quitármela.

—Estaría bien, así nunca tendrías que trabajar —dijo Sergio tranquilamente—. Oye, ahorita vamos a casa de Romina. Dicen que te está investigando por lo que le hiciste a Juanma.

—Está bien, ya sé que hacer —dijo Augusto.

Los dos chicos disfrutaban platicar uno con el otro. Pero al parecer, Augusto sentía algo por Sergio, aunque no se atrevía a decirlo.

***

Más tarde...

Parque Jardines del Campestre.

Alonso se encontraba sentado en el parque, con los ojos llenos de lágrimas, debido a los malos tratos de Catalina. Su hermana menor Ana Sofi estaba con él, con tal de animarlo.

—No sabes cómo lamento que Catalina se haya portado así contigo —dijo Ana Sofi preocupada—. Digo, ya no me sorprende lo que ella hace.

—Sí, pero es que no puedo terminar con ella —dijo Alonso llorando—. Tengo miedo de lo que ella pueda ser capaz de hacer si la termino.

—Pues yo que tú, lo haría de inmediato —dijo Ana Sofi tranquilamente—. Es que no puedes seguir así. Tienes que buscar la manera de ponerle fin a esa relación tóxica de una vez por todas.

—Lo intento, pero no me sale —dijo Alonso mientras secaba sus lágrimas—. Ya no aguanto más, Ana Sofi. Ya no puedo con este maldito dolor.

Ana Sofi sabía lo mal que estaba su hermano, y no dudó en hacer su mejor esfuerzo para animarlo.

—Aquí estamos tus amigos y yo, Alonso —dijo con tal de animar a Alonso—. Sabes que soy tu hermana menor, y estoy aquí para apoyarte. Mamá también diría lo mismo.

—Muchas gracias, Ana Sofi... —susurraba Alonso mientras secaba sus lágrimas—. De verdad, no sé cómo agradecer este apoyo que ustedes me han estado dando. Pero siento que no es suficiente para armarme de valor y terminar con Catalina.

—Quizá hoy no, pero pronto podrás tener el valor, y finalmente te liberarás de esa relación tóxica. Te lo prometo —dijo Ana Sofi sonriendo.

Poco a poco, Alonso estaba ganando más fuerza y valor. Estaba deseoso de terminar esa relación tan tóxica lo antes posible. De repente, Alondra llegó al lugar para tratar de animar a Alonso, nada más verlo triste.

—¿Qué pasó aquí, chicos? —preguntó Alondra preocupada—. ¿Estás bien, Alonso?

—Sí, no pasa nada... —dijo Alonso triste.

—Es que ya sabes lo que pasó, Alondra... —dijo Ana Sofi tranquilamente—. Se peleó con Catalina hace rato, y desde ese momento está así.

Alondra se sentó en la banca junto a Alonso, para levantarle el ánimo.

—Tranquilo, Alonso. Aquí estoy... —dijo amablemente—. Aquí me tienes, a tu mejor amiga.

—Gracias, Alondra... —dijo Alonso con tristeza.

Alondra y Ana Sofi estaban dispuestas a animar a Alonso, y éste simplemente correspondía.

De repente, apareció Sergio en el parque. Usaba una sudadera negra, pantalón deportivo gris y un par de zapatos tenis blancos. Al verlo. Alondra y Alonso quedaron estupefactos. Juanma no se quedaba atrás. Alondra y Alonso se pusieron de pie y miraron de reojo a Sergio. Ana Sofi también se molestó.

—Vaya, así que ya te olvidaste de mí tan rápido, Alondra —fue lo primero que le dijo Sergio a Alondra, quien quedó petrificada al verlo.

Alondra y Sergio estaban frente a frente. Alonso estaba viendo todo.

—¿Que haces aquí, Sergio? —preguntó Alondra un poco sorprendida, y a la vez molesta—. ¡Creí haberte dichoque te alejaras de mí!

—Vaya, qué rápido te olvidaste de mi, Alondra... —susurró Sergio burlón—. Aún no sé por qué me dejaste.

—¿En serio no sabes por qué te deje? ¡Tú bien deberías saberlo! ¡Quizá deberías saber las razones por las que te dejé! —gritó Alondra.

—¡Vaya, miren quién habla! —gritó Sergio.

La tensión aumentaba conforme pasaba el tiempo. Alonso se quedaba incómodo ante lo que estaba pasando.

—¡Si terminé contigo, fue porque ya estaba cansada de tus mentiras! —gritó Alondra furiosa—. ¿Tecuerdas las veces que me engañabas con varias chicas? ¿Tecuerdas las veces que me tratabas con la punta del pie?

—¡Sí, pero tú sabes las razones por las que lo hice! —gritó Sergio molesto—. ¡Y ahora mismo vas a regresar conmigo por las buenas o por las malas!

—¡Ni loca! —gritó Alondra.

—¡Lo harás, te guste o no! —gritó Sergio.

Sergio quiso someter a Alondra para tenerla por la fuerza. Alonso y Ana Sofi se molestaron, se levantaron de la banca y salieron en defensa de Alondra.

—¡Suéltame, suéltame de una vez! —gritó Alondra.

—¡No te atrevas a hacerle daño, Sergio! —gritó Alonso molesto.

—¡Ni siquiera lo pienses, Sergio! —gritó Ana Sofi.

Sergio soltó a Alondra inmediatamente.

—¡Vaya! ¿Y ustedes quiénes son? ¿Sus nuevos amigos? —exclamó Sergio burlón, enfureciendo más Alondra.

—¡Basta! ¡No quiero tener nada que ver contigo, Sergio! —gritó Alondra retadora.

—¡Deja en paz a Alondra! ¡Y vete de aquí de una vez! —gritó Alonso molesto.

—Bueno, está bien. Haz lo que quieras, niña tonta —dijo Sergio burlón mientras se preparaba para irse—. Pero tus amigos se las verán conmigo. Conmigo no se mete nadie.

—¡Pobre de ti si lastimas a mis amigos! —amenazó Alondra molesta.

Sergio simplemente se fue del lugar, riéndose. No le importaba que Alonso y Ana Sofi salieran a defender a Alondra.

—¿Estás bien, Alondra? —preguntó Alonso.

—Sí, Alonso. Estoy bien —respondió Alondra tranquilamente.

—No puedo creer que Sergio haya venido hasta acá para molestar... —dijo Ana Sofi molesta.

—Disculpa, no fue culpa de ustedes, chicos —dijo Alondra un poco más tranquila—. Es que ese chico fue mi novio alguna vez.

—¿En serio? —preguntó Ana Sofi.

—Sí, Ana Sofi... —dijo Alondra mientras se sentaba en la banca—. Pero terminé con él hace tiempo, después de sus constantes mentiras.

—Caray, no puedo creer que ese tipo se haya vuelto loco, y quiera recuperarte a la fuerza... —dijo Alonso sorprendido.

—Lo sé, Alonso... —dijo Alondra un poco intranquila—. Por favor, Alonso, Ana Sofi. Tengan mucho cuidado con él, no saben con quién se están metiendo.

Alonso y Ana Sofi no le tenían miedo a Sergio, pero por consejo de Alondra, decidieron que lo mejor era tomar sus precauciones.

***

Más tarde...

Casa de la familia Riva Palacio.

Catalina y su familia vivían en la calle Hoyo 7, en una casa marcada con el número 106, en la colonia Jardines del Campestre.

Catalina se encontraba con Augusto, en la sala de la casa. Ambos estaban sentados en el sofá, platicando tranquilamente, aprovechando que ya era de noche.

—Pobre idiota, no sabe lo que le espera —dijo Augusto tranquilamente, aunque con una sonrisa malévola.

—Sí, ese idiota nunca debió haberme escogido como novia —dijo Catalina burlona—. Además, yo no sé por qué empecé a salir con él en primer lugar. Debería haberlo engañado hace tiempo.

—Vamos, te vas a acostumbrar —dijo Augusto tranquilamente—. Yo sé que es muy difícil, pero creeme que el tiempo te va a ayudar a sobrevivir ante una situación así. Créeme.

—Lo sé, Augusto —dijo Catalina tranquilamente.

—Yo puedo darte todo lo que quieras, Catalina. Sin pedir nada a cambio —dijo Augusto con una sonrisa.

Catalina se acercó lentamente hacia Augusto y le plantó un beso en los labios. Él no hizo nada más que corresponder a ese beso.

—Vamos, Catalina. Tu noviecito no se va a enterar de nada, tranquila —dijo Augusto mientras Catalina lo besaba en el cuello—. Echarse una canita al aire no tiene nada de malo.

—Gracias lindo. Ese idiota no se va a enterar nunca —susurró Catalina mientras besaba a Augusto en el cuello.

—Vamos, que dicen que una aventura es más divertida si huele a peligro, como dice la canción. Tranquila, linda —dijo Augusto.

—Está bien. Confío en ti, Augusto. Nadie se va a enterar de lo que estamos haciendo —dijo Catalina sin dejar de besar a Augusto apasionadamente.

Los dos simplemente se daban amor. Catalina disfrutaba de estar con Augusto, a la vez que disfrutaba de engañar a Alonso. Augusto y ella estaban jugando con fuego, y no les importaba correr el riesgo de quemarse.

Mientras los dos chicos hacían el amor dentro del auto, un chico los estaba espiando desde las escaleras. Era un chico guapo, de 17 años de edad. Era delgado y de mediana estatura. Además, tenía la piel morena clara, ojos cafés y cabello corto castaño, además de usar lentes. Usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.

Está claro que estaba horrorizado al ver que Catalina estaba engañando a Alonso con Augusto sin remordimiento alguno. No hallaba cómo describir semejante acto.

—¿Cómo que estás engañando a Alonso...? —susurró el chico completamente horrorizado—. No, no es posible que sigas sin cambiar, Catalina...

No podía contener el asco que sentía por Catalina y Augusto, al ver que tenía relaciones sexuales con Augusto. Decidió subir las escaleras y dirigirse hacia su habitación, al no poder soportar lo que sus ojos estaban viendo.

Ya en su habitación, el chico se acostó en su cama, y se quedó viendo el techo. No podía dormir.

—No deberían permitirte tener novio, Catalina... —dijo el chico mientras veía el techo—. Porque luego, le haces lo mismo que le hiciste a los demás...

No podía dormir, debido al horror que sentía al ver a Catalina teniendo sexo con Augusto. Y sintió que así se quedaría toda la noche.

***

Más tarde...

Parque Jardines del Campestre.

Juanma se encontraba con Alonso en el parque, ambos estaban sentados en una banca. Los dos platicaban tranquilamente.

—No sabes cómo lamento que Catalina lo haya vuelto a hacer —dijo Juanma molesto.

—Lo sé, Juanma... —dijo Alonso un poco triste—. La verdad, yo ya no la soporto.

—Pues, si dice que ya no la soportas, ¿por qué no has tenido el valor de terminar con ella, hermano? —preguntó Juanma.

—No lo sé, a veces siento miedo de represalias —dijo Alonso con tristeza—. Si me atrevo a terminar con ella, no sé de qué sería capaz.

—Vamos, se va a enojar, eso no tiene nada de malo —dijo Juanma—. Tan sólo deberías amarte de valor y hablar con Catalina acerca de lo que te molesta.

—Quién sabe... —dijo Alonso.

De repente, alguien llegó al lugar, y no era otro que Santino. El chico usaba una playera guinda de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. El chico llegó para burlarse de Alonso y de Juanma.

—Vaya, miren qué tenemos aquí... —dijo burlón—. A los novios, Alonso Ángeles y a Juan Manuel Santoyo.

Juanma y Alonso voltearon indignados hacia Santino para enfrentarlo.

—Para que lo sepas, Santino. Alonso y yo somos amigos —dijo Juanma molesto—. Y no vamos a soportar que nadie se burle de nosotros.

—¿Por qué no, chicos? —preguntó Santino burlón—. ¿Qué tiene de malo que seas noviecito de Alonso, Juanma? Mírense, son el uno para el otro.

—No estoy de humor, Santino... —dijo Alonso molesto—. Sabes que hoy no he tenido un buen día.

—Tal vez no, pero pasar una noche con Juanma te levantará el ánimo —dijo Santino burlón—. Deberías intentarlo, Alonso. Eso no tiene nada de malo.

Juanma y Alonso se levantaron de la banca.

—¿Sabes qué? Mejor nos vamos —dijo Juanma molesto—. No quiero seguir perdiendo mi tiempo.

—Está bien, Juanma —dijo Alonso.

Juanma y Alonso procedieron a irse, pero Santino decidió detener a Alonso.

—Oye, Alonso —dijo Santino.

—¿Qué quieres, Santino? —preguntó Alonso molesto.

—Dice mi hermano que tengas mucho cuidado con él y con nuestra familia —dijo Santino burlón—. Los Fernández-Vidal no somos alguien con quien debas meterte. Así que ten cuidado.

Alonso hizo como que no escuchaba, y decidió irse con Juanma, directo a su casa. Santino simplemente se fijaba en los dos chicos, especialmente en Juanma. No tenía ni idea de que Chema también lo deseaba.

***

Más tarde…

Calle Madrid.

Lomas de San Ángel.

Augusto estacionó su coche Audi S5 negro en la calle Madrid y salió de él. Caminó hacia la casa marcada con el número 123 y tocó el timbre. Se dispuso a esperar.

Y finalmente, el dueño abrió. Era una mujer joven mayor que Augusto. Era de piel morena clara, ojos cafés y cabello corto castaño. Era delgado y alto. Usaba una blusa negra de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Miró de reojo a Augusto nada más tenerlo frente a frente.

—¿Así que tú eres el hermano mayor de esos violadores, Augusto Fernández-Vidal? —preguntó la joven.

—Y tú debes ser Romina, ¿no es así? —preguntó Augusto burlón.

—Sí, soy yo, Romina —dijo la joven de negro, conocida como Romina—. La joven que te está investigando por lo que le hiciste a Juanma.

—Vamos, mis hermanos no le hicieron nada a ese chico —dijo Augusto burlón—. Son unos chicos inocentes. Serían incapaces de hacerle daño a un chico inocente.

—Claro que no lo son —dijo Romina molesto—. Tus hermanos le destruyeron la vida a ese chico inocente, de eso estoy segura.

—Se lo dijo y se lo repito —dijo Augusto ya molesto—. Yo no tuve nada que ver con lo que le pasó a ese chico inocente.

—Vaya que eres tan cobarde como tus hermanos, ¿no crees? —dijo Romina tajante.

—Por favor, Romina —dijo Augusto tranquilamente—. Agarra la onda y detén esta investigación. Deja deinvestigar a mis hermanos. Sabes que no hicieron nada malo.

—No, no voy a dejar de hacerlo —dijo Romina molesta—. Vamos, dame todo el dinero que quieras, pero no lo voy a aceptar. Voy a seguir investigando a tus hermanos, para hundirlos en la cárcel.

—No te atreverías, ¿o sí? —preguntó Augusto tranquilamente.

—Sí, claro que me atrevería —dijo Romina molesta—. ¡Así que lárgate de mi vista y déjame seguir con mi trabajo!

Molesta, le cerró la puerta en la cara a Augusto, enfureciéndolo. El chico caminó hacia su auto y entró.

—Tú lo quisiste, Romina… —dijo molesto—. Ahora sí te voy a silenciar para siempre.

El chico encendió su auto y empezó a manejar. El auto se fue del lugar, mientras que Augusto juró desquitarse con Romina.

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