8: Dos pájaros de un tiro
Días después…
24 de agosto de 2017.
Universidad de Monterrey.
Era un nuevo día. Todo marchaba buen en la facultad, aún con el cielo despejado y el clima cálido.
Habían pasado días desde que Chema y Santino abían abusado de Juanma. Él debía hacer como si nada hubiera pasado, debido a la amenaza que Augusto le había hecho.
Alondra y Alonso se encontraron en la cafetería antes de entrar a clases. Alondra usaba una blusa blanca de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Alonso por su parte, usaba una playera roja de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.
Ambos conversaban tranquilamente, mientras tenían sus mochilas debajo de la mesa.
—¿Y crees que tengamos tiempo para salir, Alondra? —preguntó Alonso amablemente.
—Sí, o quizá salgamos el fin de semana —dijo Alondra amablemente—. Espero que todo salga bien. Todavía me cuesta trabajo reponerme de la muerte de mi madre.
—Te entiendo, Alondra… —dijo Alonso tranquilamente—. No es fácil reponerse de la muerte de un ser querido, eso toma tiempo. Pero voy a tener que esperar lo que sea necesario.
—Sí, va a tomar tiempo. Pero a ver qué pasa —dijo Alondra amablemente.
Mientras los dos chicos estaban platicando, Sergio y Catalina los estaban viendo a lo lejos, sentados en otra mesa. Sergio usaba una playera negra de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Catalina por su parte, usaba una sudadera rosa, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Ambos llevaban sus mochilas en su espalda.
—¿El idiota de Alonso está hablando con Alondra otra vez? —preguntó furiosa al ver a los dos chicos platicando—. ¿Cómo pude ser posible que la esté enamorando?
—Vamos, Catalina. No es que la esté enamorando —dijo Sergio tranquilamente—. No es que Alonso esté enamorando de esa chica. Es que están platicando tranquilamente. Pero a juzgar por las palabras que ambos se están diciendo, creo que sí se van a enamorar muy pronto.
—No, eso no puede ser posible... No voy a permitir que ese idiota me cambie por otra así como así —dijo Catalina molesta.
—Entocnes piensa en algo, porque esa chica te lo va a quitar para siempre —dijo Sergio molesto—. No puedes quedarte de brazos cruzados, tienes que saber cómo mover tus fichas.
Sergio intentó retirarse del lugar, pero Catalina lo detuvo.
—¿Y qué quieres que haga, Sergio? —preguntó molesta.
—Pues piensa en algo, no soy tu papá para decirte qué tienes que hacer con tu tiempo libre —dijo Sergio molesto.
El chico se fue del lugar, dejando sola a Catalina. Ella había quedado frustrada, no sólo por la plática que tenía Alonso con Alondra, sino también por cómo la había tratado Sergio. Sin pensarlodos veces, Catalina se levantó de la mesa y se acercó a dónde estaban Alonso y Alondra. Ellos la vieron impactados.
—¿Catalina...? —preguntó Alonso.
—¿Qué está pasando...? —preguntó Alondra sorprendida.
—Qué rápido me quieres cambiar por otra, idiota —dijo Catalina muy molesta—. ¡Ni siquiera has tenido el valor para teminar conmigo, y ya quieres cambiarme por otra chica!
—En primer lugar, tú no eres nadie para decirme con quién debo de estar —le dijo Alonso molesto—. En segundo lugar, Alondra es mi mejor amiga, ¡así que respétala!
Muchas personas estaban viendo la escena, veían como Catalina estaba discutiendo con Alonso y Alondra.
—¡Se supone que yo soy tu novia, Alonso! —dijo Catalina molesta—. Sabes que estamos saliendo desde hace tiempo. No es posible que me estés engañando con esta chica, ¡qué miserable!
—¡Un momento, Alonso no te engañó! —exclamo Alondra molesta, mientras se levantaba de la mesa—. No te está engañando, sólo somos amigos, no tiene nada de malo.
—Ah, claro... ahora resulta que la tóxica soy yo —dijo Catalina enojada—. ¡Ahora resulta que la tóxica soy yo, por no permitir que este idiota me engañara con otras chicas! ¡Todos aplauden a Alonso, porque lo ven como el pobre hombre engañado, sometido por su novia tóxica! ¡A mí me ven como la novia tóxica! ¿Y qué hay de mi versión?
—Tú ya no tienes nada que hacer aquí, Catalina —dijo Alonso tranquilamente—. Ahora sabes que Alondra y yo somos los mejores amigos. Y tú sales sobrando, así que lárgate.
Catalina seguía aún más furiosa, porque Alonso prefería estar con Alondra. Sin hacer objeciones, la chica decidió irse del lugar, totalmente frustrada. Alonso y Alondra estaban sorprendidos por la actitud de Catalina, pero Alonso intentó tranquilizar a Alondra.
—¿Estás bien, Alondra? —preguntó Alonso tranquilamente.
—Sí, Alonso. No te preocupes... —susurró Alondra aún nerviosa.
—Vaya, aún no puedo creer que Catalina se haya aparecido así como así… —dijo Alonso molesto
—Ni yo. Hay gente que no sabe perder —dijo Alondra molesta.
Ambos chicos intentaban hacer de todo para calmarse, después de la escena que Catalina les había hecho. Alonso se veía sumamente molesto, y quería tratar de olvidar ese zafarrancho que había vivido.
***
Más tarde…
Starbucks UDEM.
Juanma se encontraba en el Starbucks de la UDEM, sentado en una mesa y tomando café en un vaso. Usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Estaba con un chico.
Ese chico se veía guapo, de 18 años de edad. Era de la misma estatura de Juanma, y era delgado. Era de piel clara, ojos color miel y cabello corto castaño claro. Además, usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.
Los dos chicos empezaron a platicar.
—Me imagino que no has tenido un buen día… —dijo el chico de blanco.
—No, Alexis… —dijo Juanma con tristeza—. No sé cómo me siento. No sé qué me pasa…
—Yo sé cómo te sientes, amigo —dijo el chico de blanco amablemente—. No has tenido un buen día, pero al menos intentas salir adelante.
—Sí, hago lo mejor que puedo… —dijo Juanma frustrado—. Tengo que sobrevivir a toda clase de penurias todo el día.
—Como el acoso de Chema y Santino, ¿no? —dijo el chico de blanco.
—Sí, lo sé… —dijo Juanma un poco molesto—. No quiero verlos a la cara, no después de todo el tiempo en que me acosaron.
—Entiendo, sólo necesitas relajarte y tratar de olvidarte de todo —dijo el chico de blanco.
—Lo sé, y quiero tratar de hacerlo. Aunque no sé su pieda hacerlo tan fácilmente… —dijo Juanma.
—Sé que no será fácil, pero sí es posible —dijo el chico de blanco—. Por cierto, me llamo Alexis. Alexis de la Mora.
—Juan Manuel Siqueiros —dijo Juanma—. Pero todos me dicen Juanma.
—Encantado —dijo el chico de blanco, de nombre Alexis.
Los chicos acabaron de hacer sus presentaciones.
—¿Y entonces? —preguntó Alexis amablemente—. ¿Quieres ir a Plaza Fiesta San Agustín a la tarde?
—Claro, me encantaría —dijo Juanma con una tímida sonrisa.
A pesar de haber hecho un nuevo amigo, Juanma no tenía el valor de decirle lo que Chema y Santino le habían hecho. Trataba de salir avante, aún con lo que había sufrido.
***
Más tarde...
Prepa Anáhuac Monterrey. Campus San Agustín.
Varios jóvenes estaban en la preparatoria, estudiando. Ahí es donde estudiaban Ana Sofi y sus amigos: Dylan y Zoé. Los tres estaban en la preparatoria, dentro de sus salón de clases y con su uniforme: playeras grises de mangas cortas. Ana Sofi usaba pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Dylan llevaba pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Mientras que Zoé usaba pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis negros. Todos llevaban sus mochilas debajo de sus bancos.
—Aún no entiendo por qué nos dejaron tanta tarea, chicos —dijo Ana Sofi un poco molesta—. Parece que el maestro no estaba de buen humor.
—Y que lo digas, Ana Sofi —dijo Dylan—. Yo tampoco entiendo por qué.
—Sí, y encima hay que soportar al mequetrefe de Augusto Fernández-Vidal —dijo Zoé rodando los ojos—. Y hablando del tema, ¿cómo se siente tu hermano?
—No lo sé, a veces siente molesto —dijo Ana Sofi un poco molesta—. Mira que volver a ver a su amiga de la infancia lo hacía feliz. Pero volver a ver a su enemigo jurado, no le hacía mucha gracia.
—Entiendo, no nos hace mucha gracia ese tipo —dijo Dylan molesto—. Espero que tu hermano no se desanime tanto, si fue Augsuto el que perdió a su madre.
—Sí, pero Augusto no tiene por qué portarse de esa manera —dijo Zoé—. No estuvo nada bien de su parte haberlo corrido del entierrro de su madre.
—Sí, tienen razón, chicos —dijo Ana Sofi tranquilamente—. Espero que Augusto recapacite, si es que quiere hacerlo.
—Como sea —dijo Dylan—. ¿Quieren ir al centro comercial después de clases, chicas?
—Claro —dijo Zoé.
—Sí —dijo Ana Sofi.
Los chicos decidieron concentrarse en sus clases, después de haber platicado acerca de todo lo que había pasado.
***
Más tarde...
Parque El Solar, UDEM.
Catalina y Sergio se fueron al parque El Solar, y estaban platicando. Ambos estaban discutiendo por lo que había pasado anteriormente.
—¿Te has viento loca, Catalina? —le grito Sergio muy enojado—. ¿Que necesidad tenías de haberle hecho una escena de celos a ese chico?
—¡Lo hice porque se me dio la gana, Sergio! —gritó Catalina molesta—. ¡No podía soportar cómo esa tal Alondra estaba hablando con el! ¡Se supone que soy la novia de Alonso! ¿O me equivoco?
La discusión iba subiendo de tono conforme pasaba el tiempo.
—Sí estás haciendo esas cosas de niña chiquita, lo único que vas a hacer es que te odie más de lo que ya te odia —reiteró Sergio—. Depués de todo lo que le hiciste, y que ni siquiera aceptas, Alonso te guarda mucho rencor.
—¿Qué no ves los estresada que estoy? —grito Catalina furiosa—. ¡Encima de que tengo que aguantar ver cómo el idiota de Alonso está hablando con otra chica, tengo que aguantar cómo el niñito del hermano de Alondra me está acosando! ¿Y tú qué has hecho? ¡Andas por ahí, calmado como si nada! ¡Parece que esa chica ya ni te importa, bueno para nada!
Sergio le dio una bofetada a Catalina, provocando su furia.
—¡No me vuelvas a hablar así! —le gritó—. ¡No sabes con quién te estás metiendo!
Catalina no aguantó y le regresó la cachetada a Sergio.
—¡Tú no me vuelvas a poner la mano encima! —le gritó furiosa.
Sergio decidió guardar la calma ante la amenazante ira de Catalina.
—Llevemos la fiesta en paz, ¿quieres? —dijo tranquilo, mientras se sobaba la mejilla izquierda—. Si tanto odias a esa tal Alondra, deberías darle en donde más le duele: su querido amigo Alonso. Es lo menos que te puedo sugerir, después de haberme puesto la mano encima.
—¿En qué estás pensando, Sergio? —preguntó Catalina pensativa.
—Vamos, ese chico aún sigue enamorado de ti —dijo Sergio amablemente—. Y tú podrías aprovechar ese momento para enredarlo y conocer sus puntos débiles. Piénsalo. Ese podría ser el precio que Alondra va a pagar, si Alonso se atreve a terminar contigo.
—¿Dices que no debo dejar que Alonso me termine? —preguntó Catalina.
—Considéralo. Hazlo pedazos si es que quieres —dijo Sergio—. Igual y podrías hacerlo sufrir, pero eso ya es cosa tuya.
Después de esa plática, Sergio decidió irse del parque. Catalina se quedó sola, pero poco a poco se iba calmando. Iba reflexionando después de haber peleado con Sergio, y en el fondo estaba agradecida con el consejo que él le había dado. Y no podía esperar a ponerlo en práctica en el momento justo.
***
Horas más tarde...
Parque Mississipi.
Augusto y Sergio se encontraban en el parque Mississipi, sentados en una banca. Augusto usaba una camisa a cuadros azul, de mangas largas, pantalón de vestir negro y un par de zapatos negros. Sergio por su parte, usaba una playera polo azul de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos.
—Me alegra que te deshicieras del licenciado Vega hace días, Augusto —dijo Sergio tranquilamente.
—Sí, ese tipo no era más que un estorbo para la herencia de mi madre —dijo Augusto tranquilamente—. Como ya te había dicho, no iba a permitir que mis hermanos heredaran ni un centavo. Ya sabes, ellos van a querer quitarme la herencia si se llegaran a enterar de lo que pasó.
—Chale, ahora entiendo por qué ni siquiera derramaste una lágrima en el funeral de tu mamá —dijo Sergio tranquilamente.
—No tengo por qué llorarle a esa mujer, Sergio —dijo Augusto tranquilamente—. Simplemente tengo que seguir con mi vida.
—Tú lo has dicho, Augusto —dijo Sergio amablemente—. Lo mejor es que trates de olvidarte de todo el asunto, y sigas adelante con tu vida.
—Así es. Por el momento, me voy a enfocar en mis asuntos —dijo Augusto.
—Cierto, Augusto —dijo Sergio—. Por cierto, ¿qué vas a hacer con esos dos tipos que te dieron el bote de veneno?
—Ya no me sirven para nada, Sergio —dijo Augusto tranquilamente—. Hoy mismo voy a acabar con ellos.
—¿Cómo que vas a matarlos? —preguntó Sergio.
—Pues, tengo que hacerlo —dijo Augusto tranquilamente—. Es lo mejor. Porque en una de esas, pueden acabar traicionándome. Quizá podrían soltar la sopa y decir todo lo que saben. Y yo terminaría preso por lo de mi madre.
—Entiendo... —dijo Sergio tranquilamente—. Tengo entendido que son Petra y Paquito, los que te dieron el veneno. Hoy mismo los traigo al Río Santa Catarina, para que acabes con ellos.
—Sí, como gustes —dijo Augusto.
Augusto sabía que Petra y Paquito le habían dado el veneno para matar a su mamá. Pero él quería acabar con ellos, por miedo a que lo traicionaran
***
Más tarde...
Parque Jardines del Campestre.
Juanma se encontraba en el parque Jardines del Campestre, después de haber tenido un día de clases. El chico se hallaba sentado en una banca. Usaba una playera blanca de tirantes, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.
De repente, Chema vino al lugar y quiso platicar con él. Usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. El chico se sentó al lado de Juanma para hablar con él.
—Vaya que hoy es un buen día, ¿no, Juanma? —preguntó Chema tranquilamente—. No pareces estar de buen humor.
—Déjame en paz, Chema —dijo Juanma molesto, sin voltear a ver a Chema.
—Veo que no estás de buen humor, Juanma —dijo Chema un poco burlón—. Parece que hoy te molestaron en la escuela. ¿O me equivoco, amigo?
—No, no es eso —dijo Juanma molesto—. No sé cómo puedes dormir tranquilo, después de lo que ustedes me hicieron aquel día.
—Es que mi hermano no ha estado de buen humor últimamente, amigo —dijo Chema—. Es que al perder a nuestra madre, todo nuestro mundo se nos vino abajo. Ya sabes, así es la vida.
Juanma volteó hacha Chema para confrontarlo.
—¿Y crees que por eso voy a tolerar que se porte así con nosotros, Chema? —dijo molesto—. ¡Que haya perdido a su madre, no le da derecho a pasar por encima de los demás! ¡No tenían por qué haberme hecho lo que me hicieron ese día!
—No es una injusticia, guapo. Cada quien piensa como quiere —dijo Chema burlón—. Por cierto, cambiando de tema, te ves muy guapo.
—Sí, lo sé —dijo Juanma rodando los ojos.
Chema decidió dejar de lado los temas de su familia, y quiso hablar con Juanma acerca de otras cosas.
—No sé si te lo haya dicho, pero tienes unos buenos brazos —dijo Chema, mientras procedía a tocar los brazos de Juanma—. Vaya, sí que haces mucho ejercicio, Juanma.
Juanma se alejó de Chema inmediatamente.
—¡No me toques, idiota! —exclamó molesto—. ¡No me vuelvas a tocar, no después de lo que me hicieron en el gimnasio!
—Vaya, parece que sí estás de mal humor hoy, querido amigo —dijo Chema burlón—. Pero no voy a dar mi brazo a torcer. Quizá deberíamos tener una salida algún día. No lo sé, quién sabe si se vaya a dar algo entre nosotros.
Juanma se levantó de la banca, totalmente indignado.
—No va a pasar nada entre nosotros, Chema. No soy gay —dijo Juanma molesto—. Así que déjame en paz.
El chico procedió a retirarse del parque, pues no soportaba la presencia de Chema. Éste se quedó en el parque, y se limitó a fijarse en Chema.
—Yo sé que serás mío algún dia, Juan Manuel Siqueiros... —dijo con tono de burla—. Serás mío otra vez.
A pesar de que Juanma lo había rechazado, Chema estaba decidido a tener a Juanma a su lado, sin importarle su sexualidad o sus negativas.
***
Más tarde...
Monterrey, Nuevo León.
Río Santa Catarina.
El cielo ya estaba nublado. Y aunque el clima seguía cálido, ya empezaba a llover. Sin embargo, la lluvia era ligera, aunque lo grises que estaban las nubes, anunciaban una lluvia más fuerte en unos minutos.
Augusto estaba en el río Santa Catarina, en un gran bosque, con Sergio haciéndole compañia.
Ellos mantenían a Petra y Paquito, dos adultos que estaban atados a unos árboles. Petra era gorda, morena y de pelo negro, mientras que Paquito era un poco más delgado, moreno y de pelo canoso. Ambos estaban sumamente asustados al ver que Augusto y Sergio los habían sometido, y que planeaban algo contra ellos.
—¿Por dónde quierne que empiece? —preguntó Augusto tranquilamente—. Quiero darles las gracias por lo que han hecho por mí.
—¡Les juro que no vamos a decir nada, señor Augusto! —gritó Petra asustada—. ¡Juro que no vamos a decir ni una palabra acerca de esto!
—¡Nosotros seríamos incapaces de hacer algo así! —gritó Paquito.
—¡Mentira! —gritó Augusto—. Yo sé muy bine que me van a traicionar. Sé que van a decirle todo acerca del veneno que me dieron
Petra y Paquito estaban más asustados de lo normal, pues sabían que Augusto iba a deshacerse de ellos.
—¡Ya le dijimos que no vamos a decirle nada a nadie, joven Augusto! —gritó Paquito—. ¡Por favor, no nos haga daño! ¡No nos mate, se lo rogamos!
—¡No nos haga daño, por favor! —gritó Petra llorando—. ¡Ya le dijimos que no vamos a traicionarlo!
—No, no lo creo… —dijo Augusto—. Me dijo Sergio hace un momento que querían denunciarme por homicidio.
—¡No, no queríamos hacerlo, joven! —gritó Petra—. ¡No seríamos capaces de hacerlo!
—¡No lo traicionaríamos, señor Augusto! —gritó Paquito.
Augusto se quedó pensativo después de todo lo que estaba pasando.
—¡Entonces nos va a dejar ir! —chillaba Paquito.
—¿Nos va a dejar ir? —chillaba Petra—. ¡Por favor, déjenos ir! ¡Le prometemos que no vamos a llamar a la policía!
—Sí, claro que los voy a dejar ir... —susurró Augusto—. ¡Pero al infierno!
Sin pensarlo dos veces, Augusto sacó su pistola del bosillo derecho de su pantalón. Le apuntó a Paquito con el arma y le disparó en la frente, matándolo al instante. Petra empezó a gritar de horror, y Augusto le apuntó y le disparó en la frente. Petra también murió al instante. Augusto sabía bien que su trabajo ya estaba hecho.
—Buen trabajo, Augusto... —susurró Sergio amablemente—. Muchas gracias por deshacerte de estos tipos y defender a tu hermano.
—No hay de qué, Sergio —susurró Augusto tranquilamente, mientras guardaba su pistola en el bolsillo derecho de su pantalón—. Yo soy el que debería agradecerte. Fuiste tú quien buscó a estos dos tipos. Ahora vamos a dejar a estos cadáveres aquí, para que se los coman los animales. Que sepan que con mi hermano no se juega.
—Tú lo has dicho, Augusto. Debes demostrarles a tus enemigos que contigo no se juega —dijo Sergio.
Después de hacer su trabajo, Augusto y Gustavo decidieron irse del lugar. Los cadáveres de Petra y Paquito fueron abandonados en el bosque, aún amarrados a los árboles. Esperaban a que los animales vinieran para devorarlos.
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