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4: Un sucio secreto

Esa noche…

Parque Jardines del Campestre.

Ya era de noche. El cielo estaba despejado, y la luna y las estrellas brillaban. Algunas personas se encontraban en el parque, con tal de pasar un rato agradable.

Juanma se encontraba en el parque, después de haber sido corrido del funeral de la madre de los Fernández—Vidal. Usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.

—Vaya, no es posible que ese tipo me haya corrido del funeral… —dijo molesto, mientras caminaba de un lado a otro—. No entiendo cómo es que se puso sus moños contra mí y contra Alonso.

Es obvio que estaba molesto después del numerito que Augusto le había hecho en el funeral de la madre de éste. De repente, un chico llegó al lugar. Usaba una playera roja de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Juanma se molestó al ver que no era otro que Chema.

—Miren a quién me encuentro, qué bonito… —dijo Chema burlón—. Si no es nuestro querido Juan Manuel Siqueiros…

—Déjame en paz, Chema, ¿quieres? —dijo Juanma molesto—. Ahorita no tengo ganas de estarte aguantando.

—Vaya, veo que no estás de buen humor… —dijo Chema burlón, mientras se acercaba hacia Juanma—. Descuida, ¿quieres que te invite unos tragos? Mi hermano me dijo que pagaría todo.

—¡Ya te dije que me dejes en paz! —gritó Juanma lleno de ira—. Sabes que no he tenido un buen día, tu hermano me corrió dle funeral de tu mamá, ¡y encima de todo tengo que estar soportando tus idioteces!

—Cielos, Juanma… —dijo Chema mientras se acercaba un poco más a Juanma—. Y yo que pensaba pasar un buen rato contigo, después de lo que pasó hace rato.

—¿A qué te refieres, Chema? —preguntó Juanma un poco más tranquilo.

—Mira, yo sé muy bien que tienes un secreto, pero no te has atrevido a decirle a nadie… —dijo Chema mientras se acercaba más a Juanma—. Sepas que Dante y yo sabemos que estás del otro bando. Sí sabes a lo que me refiero…

Chema acercó sus labios a los de Juanma, con tal de intentar besarlo, pero éste le puso un alto y lo alejó.

—¿Te has vuelto loco, Chema? —exclamó—. ¡No, no voy a salir con un hombre! ¡Ustedes saben bien que soy hetero, bola de zoquetes!

Chema simplemente se echó a reír.

—Juanma, no puedes negar lo que eres —dijo Chema burlón después de reír—. Tú bien sabes lo que eres, pero nadie más lo sabe. Sólo espero que sepas cuidar muy bien tu secreto. ¿Sí sabes lo que te digo?

—¡Yo no tengo ningún secreto qué guardar, Chema! —exclamó Juanma molesto—. ¡Yo no tengo nada qué ocultar!

—¡Deja de decir mentiras, Chema! —exclamó Juanma molesto—. ¡Ya te he dicho que yo no tengo secretos que ocultar!

—¿Seguro? Porque me imagino que la vas a pasar muy mal, una vez que tu sucio secretito salga a la luz —dijo Chema en tono de burla—. ¿Te gustaría que eso pasara?

—No, eso no va a pasar nunca, Chema... —dijo Juanma molesto—. Eso te lo puedo asegurar.

Chema soltó una pequeña risa.

—¿Seguro? —preguntó—. Porque todos tenemos secretos qué guardar. Y algunos muy delicados. Y tú tienes uno inimaginable. ¿Te das cuenta de lo que pasaría si llega a salir a la luz? Piénsalo.

Después de todo ese numerito, Chema decidió irse del parque y se dirigió hacia otro lugar. Juanma se había quedado en el parque, visiblemente molesto por lo que había pasado.

—¿Cómo que Chema intentó besarme…? —se preguntó—. No, no es posible que me gusten los hombres…

Tras lo ocurrido, empezaba a dudar lentamente de su sexualidad. No sabía qué hacer, y tenía miedo debido al secreto que Chema había mencionado.

***

Más tarde…

Monterrey, Nuevo León.

Lomas de Valle Alto.

Aprovechando que ya era de noche, Augusto decidió dirigirse hacia la colonia Lomas de Valle Alto junto al licenciado Vega, el notario con el que se había encontrado aquel día en el restaurante Pangea.

Los dos se encontraban en la calle Loma Alta, con tal de conversar. Augusto usaba una camisa azul de mangas largas, pantalón de vestir negro y un par de zapatos negros, mientras que el licenciado Vega usaba un traje negro.

—Entonces, licenciado Vega… —dijo Augusto tranquilamente—. Ya no es necesaria hacer una lectura de ese testamento. Automáticamente soy el heredero principal de la fortuna de mi fallecida madre.

—Así es, Augusto —dijo el licenciado Vega tranquilamente—. Ya no será necesaria la lectura del testamento. Tú ya eres automáticamente el heredero de la fortuna. Claro que tuvimos que hacer un trueque.

—Lo sé, licenciado. No me arrepiento de haberle dado un buen dineral —dijo Augusto tranquilamente—. Al fin la herencia de mi madre es totalmente mía, y ya nadie podrá quitármela. De verdad que siento lástima al ver que mis hermanos no van a heredar ni un centavo, pues a fin de cuentas son mis hermanos. Pero el dinero es una de mis máximas prioridades.

—De verdad que es grave, Augusto —dijo el licenciado Vega—. Pero tú debes disfrutar de la herencia de tu madre, pues nadie te la va a quitar. No deberías tener miedo de nada, jovencito.

—Muchas gracias por haberme ayudado, licenciado —dijo Augusto tranquilamente—. Y ahora, debo darle su premio por haberme ayudado tanto en estos momentos.

—¿Y de qué se trata? —preguntó el licenciado Vega.

—Aquí tiene su premio —dijo Augusto—. Espero que lo disfrute.

Tras decir eso, Augusto sacó una pistola negra con silenciador, le apuntó al licenciado Vega y le disparó en la frente. Así, el licenciado Vega cayó al suelo y dejó de existir al instante. Augusto se había dado cuenta de que había asesinado al licenciado Vega, y no mostaba arrepentimiento alguno.

—Ahora sí ya nadie podrá quitarme la herencia que por tanto tiempo he esperado… —dijo tranquilamente, después de haber asesinado al notario—. No, no puedo confiarme. Alguien puede quitarme la herencia si así es necesario.

Después de lo ocurrido, alguien apareció en la calle. Y no era otro que Sergio, el amigo de Augusto. El chico se dirigió hacia donde estaba el joven, y deciidó hablar con él.

—¡Augusto, vine tan rápido como pude! Tengo algo que contarte… —dijo el chico, antes de voltear al suelo y ver el cadáver del licenciado Vega en el suelo y asombrarse—. ¡Trikitrakatelas! ¿Asesinaste al licenciado Vega?

—Sí, el tipo ya me dio lo que necesitaba —dijo Augusto tranquilamente—. Deshazte del cuerpo, no quiero que nadie me descubra.

—A la orden —dijo Sergio.

Sergio cumplió. Levantó el cuerpo del licenciado Vega, y se lo llevó a un lugar más apartado, para dejarlo en un lugar donde nadie pudiera verlo. Después de ello, se fue con Augusto para seguir hablando con él.

—Espero que nadie se dé cuenta de lo que hiciste, Augusto —dijo.

—No, nadie se va a dar cuenta —dijo Augusto tranquilamente—. Pero tengo que defender la fortuna que tanto trabajo me ha costado tener. Debo defenderla, sea como sea.

—Ya veo… —dijo Sergio.

—¿Y de qué querías hablar conmigo? —preguntó Augusto.

—Es que hoy tuve un encontronazo con tu hermana —dijo Sergio—. Es que no sé cómo tenerla de vuelta, después de que ella terminó conmigo.

—Así que no has podido retener a mi hermana contigo, ¿verdad? —preguntó Augusto.

—No, no pude… —dijo Sergio con algo de tristeza—. Y todo por culpa de ese tipo, de Alonso Ángeles.

—Vaya, ahora me doy cuenta cómo te sientes… —dijo Augusto tranquilamente—. Pero descuida, ambos compartimos el mismo problema. Y queremos quitarlo de nuestro camino. Se llama Alonso Ángeles. Ese tipo es el que nos está causando dolores de cabeza.

—Sí, y queremos quitarlo de nuestro camino, sea como sea… —dijo Sergio—. Hay que quitar del camino lo que estorbe.

Augusto estaba dispuesto a ayudarle a Sergio en sus problemas con Alondra, y Sergio sabía bien que Alonso era su principal obstáculo para retenerla a su lado. Estaban dispuestos a quitarlo de su camino.

***

Más tarde...

Parque Jardines del Campestre.

Aprovechando que era de noche, Alonso y su hermana menor Ana Sofi estaban en el parque, después de haber tenido un largo día. Los dos hermanos estaban sentados en una banca, platicando.

—De verdad, no sabes cómo lamento que Catalina te haya recibido de esa manera el lunes, hermano —dijo Ana Sofi con tristeza—. Y también lamento mucho que se haya portado de esa manera contigo, sin dejar que le hayas explicado nada.

—Lo sé, Ana Sofi... —dijo Alonso con tranquilidad—. Aún no logro procesar que me haya recibido a golpes e insultos. No debería de haberme hecho su novio, debería haber terminado con ella desde hace tiempo.

—Pues siento decírtelo, pero si hubieras terminado con ella, no tendrías por qué pasar por lo que estás pasando ahora mismo —dijo Ana Sofi tranquilamente.

—Lo sé, Ana Sofi. Sé que me lo merezco... —dijo Alonso con tristeza—. Pero lo que más me calma, es saber que tengo a mi familia conmigo. Y a mis dos mejores amigos. Alondra y Juanma.

—Así es, Alonso —dijo Ana Sofi sonriendo—. Nos tienes a nosotros que somos tu familia, y a tus amigos. Y yo sé que en un futuro vas a terminar tu relación con Catalina Riva Palacio.

—No dudaré en hacerlo, Ana Sofi. No dudaré en hacerlo —dijo Alonso amablemente.

—Me alegra que entres en razón, hermano —dijo Ana Sofi amablemente—. Espero que pongas a esa tipa en su lugar muy pronto.

De repente, mientras los dos chicos platicaban tranquilamente, alguien se presentó en el parque. Y no era otra que Catalina. Ella usaba una blusa negra de tirantes, pantalón deportivo beige y un par de zapatos tenis blancos. Ella se acercó a los dos hermanos para platicar.

—Hola, chicos... —dijo tranquilamente.

Ana Sofi volteó furiosa hacia Catalina.

—¿Qué quieres, Catalina? ¿No ves que mi hermano no se siente nada bien? —protestó furiosa.

—Yo sé que tu hermano está muy triste por lo sucedido, y tú estás molesta, Ana Sofi... —dijo Catalina con tristeza—. Pero quiero que sepan que vengo a disculparme por lo ocurrido.

—¿Disculparte? —dijo Ana Sofi molesta—. ¡No creas que mi hermano te va a perdonar después de lo mal que lo has tratado últimamente!

Por otro lado, Alonso volteó hacia Catalina y se puso de pie, con tal de hablar con ella. Ana Sofi se ponía molesta al ver eso.

—Yo sé que no te portaste bien cuando nos volvimos a ver, Catalina... —dijo amablemente—. Seguramente te pusiste así, porque tuviste un mal día en la escuela. Y te entiendo, todos tenemos malos días, y reaccionamos así a veces.

—Sí, es que tuve un mal día en la escuela... —dijo Catalina con tranquilidad—. Yo sé que no debí haberme portado así, y sé que es mi culpa. Ahora entiendo que esa tal Alondra es tu mejor amiga, pero sólo es amiga y nada más.

Ana Sofi se levantó de la banca y quiso hablar con su hermano.

—¡No, Alonso! —exclamó—. ¡Tú no le vas a dar una segunda oportunidad a Catalina!

Alonso parecía no escuchar lo que Ana Sofi le estaba diciendo, y sólo tenía la mirada puesta en Catalina.

—Me alegra que lo entiendas, Catalina —dijo Alonso amablemente—. Te perdono.

—Gracias, lindo —dijo Catalina antes de darle un beso en los labios a Alonso.

Ana Sofi veía con furia la escena en la que su hermano y Catalina se estaban besando. Y es que aparentemente, no lo tomaba nada bien. No pudo más con lo que estaba pasando y se fue del lugar, molesta por lo ocurrido. Alonso ni siquiera se percataba de que su hermana ya se había ido del lugar.

Mientras tanto, Ana Sofi se iba del parque, molesta por ver que Catalina se había reconciliado con su hermano.

—¿Cómo puede Alonso ser tan estúpido para darle otra oportunidad a Catalina? —murmuró furiosa.

Al ver que ya no aguantaba más al ver a su hermano feliz con Catalina, Ana Sofi decidió irse del lugar hacia su casa. Alonso y Catalina seguían muy acaramelados en el parque.

***

Más tarde...

Parque Mississipi.

Juanma se había ido del parque Jardines del Campestre, con tal de no soportar las cosas que Chema le estaba diciendo. Simplemente quería estar tranquilo.

De repente, alguien apareció. Y no era otro que Santino, el hermano de Chema, Alondra y Augusto. El chico usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. El chico se acercó a Juanma, con tal de hablar con él.

—¿Qué haces tú aquí, Santino? —preguntó Juanma molesto al ver a Santino.

—Vamos, Juanma... —dijo Santino burlón, mientras se acercaba a Juanma, con tal de molestarlo—. Parece que hoy no has tenido un buen día. Pero no te culpo, todos hemos tenido malos días.

—Pues me doy cuenta de que ustedes perdieron a su mamá, pero parece que no les importa —dijo Juanma molesto—. Y para que lo sepas, siento mucho lo que pasó.

Santino soltó una carcajada después de haber escuchado las palabras de Juanma, provocando la indignación de éste.

—¿Qué es tan gracioso, Santino? —preguntó Juanma indignado.

—¿Qué es tan gracioso? Que me dés el pésame por la muerte de alguien que no merecía la pena —dijo Santino con tranquilidad y burla—. Como te habrás dado cuenta, nuestra madre no era más que un verdugo con Augusto. Siempre le exigía mucho, y menospreciaba sus logros.

—¿Y por eso Augusto es así? Vaya que es un tipo muy, muy malo —dijo Juanma tranquilamente.

—Sí, y es que nuestra madre lo maltrataba y humillaba cuando era niño —dijo Santino—. Pero con el pasar de los años, fue cambiando para bien. Y la verdad, es que Augusto le había deseado la muerte. Y mira qué casualidad. Me dicen que ella se suicidó tomando veneno. Pero a nuestro querido Augusto no le importó nada, ni siquiera tantito.

—Rayos... —dijo Juanma horrorizado—. Pero a fin de cuentas es su madre, ¿no?

—Sí... —dijo Santino.

Santino se acercó lentamente hacia Juanma y lo abrazó de la cintura, enfureciéndolo.

—¿Qué está pasando aquí? —exclamó Juanma mientras se zafaba de Santino—. Primero Chema, ¡y ahora tú...!

—Vamos, Juanma... ¿Qué tiene de malo? —preguntó Santino después de haberse alejado de Juanma—. ¿O acaso es que Chema es el único que puede tocarte?

—¡Ya basta! —exclamó Juanma molesto—. ¿Cómo es que le estoy gustando más a los hombres?

—Así es, hermano... —dijo Santino burlón—. Al fin te vas dando cuenta de que te gustan los hombres. ¿Qué opinas de ello?

—¡Nunca! ¡Nunca me va a gustar un hombre! —exclamó Juanma furioso.

—Vaya que ese es tu gran secreto, eso que no quieres que nadie sepa... —dijo Santino burlón—. Espero que no te vaya tan mal después de que aquello salga a la luz. Pero pues, cada quién. Nos vemos, guapo.

Después de un rato, Santino se fue del lugar, dejando solo a Juanma. Éste estaba enfurecido al ver que Santino y Chema trataban de propoasarse con él.

—¿Qué está pasando aquí...? Primero Chema, y ahora Santino... —dijo molesto.

Se quedó en el parque sin saber qué hacer y qué pensar. Sin dudas, había sido un día muy difícil para él.

***

Más tarde...

Calle Barranca.

Aprovechando que era muy noche, Augusto decidió encontrarse con un amigo suyo. Un forense adulto, ya entrado en años y calvo. Los dos tenían una conversación acerca de lo de la muerte de su madre. Sergio estaba también en el lugar, acompañando a Augusto.

—Nadie sabe que tú fuiste quien envenenó a tu madre, Augusto —dijo el forense amablemente—. Nadie se va a enterar de lo que hiciste.

—Eso me gusta, amigo —dijo Augusto amablemente—. Nadie se va a enterar. Yo sé que podrías cumplir con tu palabra, pero me temo que Sergio me dijo unas cosas importantes acerca de ello.

—¿Y de qué cosas hablas, Augusto? —preguntó el forense.

—Pues, no creo que puedas soportarlo, Bermúdez —dijo Augusto.

El forense, conocido como Bermúdez, empezaba a ponerse nervioso, ante las cosas que Augusto le estaba diciendo. Sergio se acercó a Augusto para hablar con él acerca de lo ocurrido.

—Amigo, temo que Bermúdez te ha traicionado... —dijo Sergio amablemente—. Me dijeron que le dio los informes originales de la autopsia a un amigo suyo.

Las palabras de Sergio hicieron temblar de miedo a Bermúdez. Augusto volteó hacia él.

—Así que dictaminaste el acta de defunción de mi madre —preguntó tranquilamente, haciendo a Bermúdez palidecer horriblemente—. Y no sólo eso, sino que te diste el lujo de darle los informes originales a uno de tus amiguitos.

—¡No, no es lo que parece, Augusto! ¡No sería capaz de tal cosa...! —exclamó Bermúdez aterrorizado.

—No, no te creo nada... —dijo Augusto tranquilamente—. Porque ese tipo al que le diste los informes, me confesó todo. Con eso, planeabas decirles a todos que yo asesiné a mi madre.

—¡Mentira...! ¡Eso que dicen es mentira! —exclamó Bermúdez aterrorizado—. ¡Yo no tuve nada que ver en eso, Augusto! ¡Te lo juro!

—No, ya fue suficiente, Bermúdez —dijo Augusto serio. Sacó una pistola del bolsillo derecho de su pantalón y le apuntó a Bermúdez—. Ahora sí te voy a hacer ver tu suerte por haberme traicionado.

—¡No, no hagas eso, por favor! —gritó Bermúdez ciego de terror.

Sin decir palabra, Augusto le disparó a Bermúdez en la frente. Y al ver que cayó al suelo, le dio otro disparo adicional en el estómago. Prácticamente, el hombre dejó de existir. Augusto simplemente le había cobrado su traición.

—Ya ves lo que le pasa a los traidores, Augusto... —dijo Sergio tranquilamente.

—Y que lo digas, Sergio... —dijo Augusto amablemente—. Y lo sabes perfectamente. Esto es lo que hago cuando me siento traicionado. Y lo sabes.

—Bueno, vámonos de aquí —dijo Sergio.

Y así, los dos chicos entraron al auto de Augusto, un Audi S5 coupé de dos puertas negro. Los dos entraron al auto, y Augusto empezó a manejar. El coche se fue del lugar, Augusto no mostraba arrepentimiento por lo que había hecho.

***

Más tarde…

Casa de la familia Fernández-Vidal.

Alondra estaba llegando a casa, después de un largo día. Usaba una blusa azul de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.

Se sentó en el sofá, con tal de descansar. De repente, Augusto llegó a la casa, después de haber matado a un hombre por haberlo traicionado. Caminó hacia Alondra, pero ella empezó a cuestionarlo.

—¿Dónde estabas, Augusto? —preguntó la joven, mientras se levantaba del sofá.

—Nada, sólo estaba en el parque, caminando un rato —dijo Augusto tranquilamente—. ¿Algo malo?

—No es nada malo, solo que últimamente has estado volviendo a la casa a estas horas de la noche —dijo Alondra un poco preocupada—. ¿Dónde están Chema y Santino?

—En el parque, descansando —dijo Augusto tranquilamente.

—Entiendo. No te habrás peleado con Alonso ni con Juanma, ¿no es así? —cuestionó Alondra.

—¿Otra vez con eso, Alondra? —preguntó Augusto un poco molesto—. Sabes que no tengo ningún problema con esos chicos. Lo que pasa, es que no debieron haberse presentado en el funeral de nuestra madre. Ya ves que se presentaron como si la hubieran conocido de toda la vida.

—Lo hicieron, porque ellos también la conocían, Augusto —dijo Alondra un poco molesta—. No debiste haberlos corrido de esa forma.

—Claro que debí, Alondra —dijo Augusto molesto—. Tuve que mandarlos por donde vinieron, porque se me hizo una falta de respeto que vinieran de esa forma.

—¿Estás peleado con ellos, Augusto? —preguntó Alondra un poco más tranquila—. ¿Acaso tienes algún problema con ellos? Porque los tratas como si te hubieran hecho algo.

—No, Alondra… —dijo Augusto un poco más tranquilo—. No estoy peleado con esos chicos. Sólo hice lo que cualquiera haría: defender el honor de mi familia. Creí que esto te daría gusto. Pero ya me doy cuenta de que no es así.

Después de esa discusión, Augusto se fue hacia su habitación, dejando a Alondra sola en la sala. Ella se estaba llenando de dudas, pues aparentemente, estaba conociendo otra cara de su hermano.

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