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23: El principio del fin

Al día siguiente...

3 de septiembre de 2017.

Monterrey, Nuevo León.

Hospital Universitario.

Era un nuevo día en la ciudad. Todo se veía tranquilo. El clima estaba cálido y el cielo estaba despejado. Era un buen día para muchos, pero no para Catalina.

Ella se encontraba en el hospital, después de haber sido linchada por una turba enfurecida en Plaza Fiesta San Agustín. Estaba aún malherida, postrada en una cama y esposada, con ropa de paciente, mientras un doctor la estaba atendiendo.

La joven estaba despertando lentamente, y fijó sus ojos en el doctor, mientras él la estaba atendiendo.

—¿Qué está pasando, doctor? ¿Cómo estoy...? —susurró.

—Catalina, qué bueno que despiertas —dijo el doctor amablemente—. Es que estuviste un día en coma, después de que te lincharon. ¿Me entiendes?

—Sí, eso recuerdo... —dijo Catalina entre susurros.

Catalina intentó moverse, pero le fue imposible. La chica estaba descubriendo poco a poco que no podía mover ninguna parte de su cuerpo. Se horrorizó poco a poco.

—¿Qué me está pasando, doctor? —preguntó asustada—. ¿Por qué no me puedo mover? No siento mis brazos, ¡ni siquiera siento las piernas!

El doctor quiso explicarle a Catalina lo que le había pasado después de su linchamiento del sábado.

—Chale, tengo que decirte que después del linchamiento que sufriste, casi te estabas muriendo, mi chava —dijo amablemente—. Debido a la madrina que recibiste, sufriste un severo daño cerebral, así como varias fracturas en la columna vertebral. Y como consecuencia, quedaste cuadripléjica.

Esas palabras dejaron a Catalina aún más horrorizada de lo que ya estaba.

—¿Cómo...? ¿Cómo que quedé cuadripléjica? —preguntó horrorizada.

—Sí, Catalina. Estás cuadripléjica —dijo el doctor.

Catalina no podía creer lo que le había dicho el doctor. Estaba prácticamente horrorizada después de lo que había escuchado.

—¿Puede hacer algo para que se me quite, doctor? —preguntó Catalina asustada—. ¡No quiero quedar así, por favor! ¡Haga algo, se lo suplico! ¡Le pagaré muy bien!

—Chale, es que no puedo hacer nada —dijo el doctor un poco triste—. El daño que sufriste es irreversible. Y lo siento, pero así tendrás que vivir por el resto de tu vida.

—¡No, por favor! ¡No me peudo quedar así para siempre! —gritó Catalina con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No puedo acabar así, por favor! ¡No me puedo quedar así, sin poder moverme! ¡Haga algo, por favor! ¡No me puede hacer esto!

Es obvio que Catalina estaba muy desesperada al saber que había quedado cuadripléjica después de su linchamiento. Y lo peor, es que así tendría que vivir por el resto de sus días. No cabe duda de que el karma tarda, pero llega.

***

Más tarde...

San Pedro Garza García, Nuevo León.

Parque Jardines del Campestre.

Alondra, Alonso y Juanma se hallaban en el parque, sentados en una banca. Alondra usaba una blusa gris de tirantes, pantalón deportivo y un par de zapatos tenis, ambos blancos. Alonso usaba una playera azul de tirantes, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. Por su parte, Juanma usaba una playera negra de mangas cortas, pantalón deportivo azul y un par de zapatos tenis blancos.

Los tres estaban platicando tranquilamente.

—¿Creen que de verdad todo haya acabado, chicos? —preguntó Alondra tranquilamente.

—Quién sabe... —dijo Juanma tranquilamente—. Me comentaron que Catalina quedó cuadripléjica, después del linchamiento de hace semanas.

—Lo sé, chicos... —dijo Alonso con tristeza—. Fui a verla al hospital psiquiátrico. Y créanme. Me quebré al verla así, lastimada, sin poder moverse. De verdad que eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo...

—Entiendo cómo te sientes, Alonso —dijo Alondra tranquilamente—. Sobre todo porque alguna vez fueron novios.

—Lo sé... A pesar de todo, ella no se merecía algo así... —dijo Alonso tranquilamente.

—¿Y qué hay de ti, Juanma? —preguntó Alondra mientras volteaba hacia Juanma—. ¿Cómo te sientes después de haber denunciado a Chema y a Santino?

—No sabría decirte, Alondra... —dijo Juanma amablemente—. Sólo puedo decirte que me siento tranquilo, he dormido como hace mucho tiempo no lo hacía...

—Entiendo... —dijo Alondra tranquilamente, pero con tristeza—. Yo también me siento igual desde que lincharon a Augusto y a Sergio junto con Catalina. Pero yo nunca les hubiera deseado algo así, después de todo lo que han hecho.

—De verdad, Alondra... —dijo Alonso amablemente—. Lamento que tu hermano Augusto haya sufrido ese terrible destino, al igual que Catalina y Sergio.

—Donde quiera que esté, no me imagino cómo se ha de sentir Augusto... —dijo Juanma—. Sus hermanos en la cárcel, y sus amigos muertos...

—Lo sé, Juanma. Lo sé... —dijo Alondra triste.

Los chicos estaban tristes por los castigos que habían recibido de parte de sus enemigos. Y era Alonso el que demostraba sentir lástima por Catalina, pese a todo el daño que ella le había hecho.

***

Más tarde...

Penal de Topo Chico.

Muchas personas estaban en el penal, cumpliendo su sentencia. Todos vestían camisas y pantalones de color naranja, así como zapatos negros.

Y ese era el caso de Chema y Santino, quienes aún no habían recibido sentencia. Los dos chicos se veían desaliñados y demacrados desde que habían sido detenidos. Estaban en el área de visitas, con un hombre de negro. Todos estaban sentados en una mesa, platicando.

—¿No nos va a ayudar, señor? —preguntó Chema afligido.

—Quisiera ayudarlos, chicos. Pero no puedo hacer mucho —dijo el abogado.

—¿Cómo que no puede, abogado? —preguntó Santino molesto—. ¡Se supone que debería hacer algo por nosotros, señor! ¡Lo único que queremos, es que nos saque de aquí!

—No puedo hacer nada, chicos —dijo el abogado—. Es que ustedes han sido acusados de un delito grave, y es probable que no tengan derecho a fianza, mucho menos a libertad condicional.

—¿Tan grave es, licenciado? —preguntó Chema triste.

—Sí, muy grave… —dijo el licenciado—. Y es que hay otras personas que han declarado en su contra, entre ellas Sergio de la Mora. El amigo de su hermano.

Chema y Santino quedaron perplejos después de haber escuchado las palabras del licenciado.

—¿Cómo que fue Sergio de la Mora quien declaró contra nosotros? —preguntó Chema sorprendido.

—¡Ese traidor…! —exclamó Santino furioso—. ¿Cómo es posible que en vez de ayudarnos, nos hunda aún más?

—Lo siento, chicos —dijo el licenciado—. Pero en los próximos días se llevará a cabo su audiencia. Y si no sale a su favor, recibirían una condena de, entre 15 y 20 años de prisión.

Chema y Santino quedaron más estupefactos de lo que ya estaban, después de saber que recibirían una condena, después de lo que le hicieron a Juanma.

—No puede ser, no puede ser… —dijo Chema impresionado.

—Yo no quiero terminar en la cárcel… —dijo Santino asustado—. No quiero terminar aquí…

Santino se entristecía al saber que terminaría preso por lo que él y Chema le habían hecho a Juanma, pero poco a poco entendía que ese era su destino. Y el de Chema. Pero lo que más les dolía, era que Sergio los había traicionado al haber declarado en su contra.

El abogado se levantó de la mesa y se fue del lugar. Los dos chicos estaban sumamente preocupados, después de todo lo que había pasado.

Después de varios minutos, un chico apareció. Vestía un saco negro sobre una camisa blanca de mangas largas, pantalón de vestir negro y un par de zapatos negros. Los chicos vieron que no era otro que Augusto, y quedaron impresionados.

—¡Augusto, hermano! —exclamó Chema impresionado.

—¿Ya oíste lo que nos djo el licenciado? —preguntó Santino asustado.

—Sí, chicos… —dijo Augusto tranquilamente—. Ya me enteré de todo. Descubrí que los van a apresar por lo que hicieron, así como que Sergio me traicionó de esta forma.

—¿Cómo? —preguntó Chema.

—¿Te enteraste de lo que pasó? ¿Lo escuchaste todo? —preguntó Santino.

—Sí, me acabo de enterar de todo… —dijo Augusto tranquilamente—. Me he enterado de todo lo que pasó. Catalina quedó cuadripléjica después de su linchamiento. Me enteré de que Sergio me vio la cara, y les vio la cara a ustedes.

—Sí, hermano. No entiendo cómo es que nos hizo esto, después de todo lo que hemos hecho por él —dijo Chema molesto.

—¡Nos escupió en la cara, Augusto! —gritó Santino molesto—. ¡Se burló de nosotros!

—Claro que se burló de todos nosotros, después de todo lo que hemos hecho por él —dijo Augusto molesto—. Dabamos todo por él, y él nos paga traicionándonos de esta forma… Y ahora, si bien no puedo hacer nada por ustedes, sí puedo ir con Sergio, para cobrarle por habernos traicionado. Y de paso, acabaré con Alonso y Juanma de una vez por todas.

—¡Sí, hermano! —dijo Santino feliz—. Enséñale a Sergio lo que hacemos los Fernández-Vidal cuando nos traicionan.

Augusto y sus hermanos se sentían traicionados por Sergio, y Augusto estaba deseoso de encontrarse con él, con tal de vengarse. También estaba deseoso de encontrar a Alonso y a Juanma, y acabar con ellos definitivamente.

***

Más tarde...

Parque Jardines del Campestre.

Aprovechando lo caluroso que estaba el clima, Ana Sofi estaba con Dylan y Zoé, caminando en el parque. Ana Sofi portaba una blusa blanca de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. Dylan usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. Por otro lado, Zoé usaba una blusa celeste de tirantes, pantalón deportivo blanco y un par de zapatos tenis blancos.

Los chicos empezaron a platicar.

—Chale, todavía no puedo creer que Catalina haya quedado así… —dijo Zoé consternada—. Sin poder moverse ni nada.

—Tú lo has dicho, Zoé… —dijo Dylan preocupado—. Quién diríra que esa violadora terminó así, cuadripléjica.

—Así es, chicos —dijo Ana Sofi tranquilamente—. Después de que los lincharon a ella, a Sergio y a Augusto, nada ha vuelto a ser igual. Los dos murieron, mientras que Catalina se quedó así, sin poder mover nada más que su cabeza.

—Sí, y lo peor es que así se va a quedar para siempre, según yo tengo entendido… —dijo Dylan tranquilamente.

—Sí, Dylan… —dijo Ana Sofi tranquilamente—. Mi hermano me dijo que ella se iba a quedar así para siempre.

—Totalmente de acuerdo, Ana Sofi… —dijo Zoé tranquilamente—. Y en cuanto a Chema y a Santino, ya los trasladaron a un penal de máxima seguridad, en lo que se les dicta sentencia.

—Eso me alegra —dijo Dylan—. Por cierto, Zoé… ¿cómo está tu hermano?

—Muy bien, gracias —dijo Zoé con una ligera sonrisa—. Lo he visto más tranquilo después de todo lo que ha pasado.

—Me alegra saberlo, Zoé —dijo Ana Sofi con una sonrisa en su rostro—. Es bueno saber que tu hermano se está sintiendo mejor últimamente.

De repente, a Ana Sofi se le borró la sonrisa por unos instantes. Dylan y Zoé se preocuparon por ella.

—¿Qué pasa, Ana Sofi? —preguntó Zoé.

—¿Estás bien? —preguntó Dylan.

—Es que no sé qué me pasa… —dijo Ana Sofi consternada—. Es que Catalina ya está cuadripléjica, y los hermanos de Augusto están en la cárcel. Pero no sé qué me pasa…

Los tres chicos buscaron una banca y se sentaron en ella, Dylan y Zoé querían ver qué pasaba con Ana Sofi.

—Es que a lo mejor te sientes un poco mal —dijo Dylan preocupado.

—Tal vez deberías hablar con un doctor, Ana Sofi… —dijo Zoé preocupada.

—No, no es eso, chicos… —dijo Ana Sofi consternada—. Es que tengo varias sospechas… Sospecho que Augusto y Sergio no están muertos como muchos piensan…

—¿Cómo? —preguntó Dylan sorprendido.

—¿Qué dices? —preguntó Zoé preocupada.

—Chicos, no sé por dónde empezar, pero tengo un mal presentimiento —dijo Ana Sofi preocupada—. Presiento que Augusto y Sergio están vivos, y han de estar escondidos por todos lados. Seguramente quieren venganza contra mi familia.

—Tienes razón, amiga… —dijo Zoé consternada—. No sé qué vaya a pasar, pero debes tener cuidado, ahora más que nunca…

Ana Sofi se mostraba muy preocupada ante todo lo que pasaba. Le aterraba pensar en la sola idea de que Augusto y Sergio estuvieran vivos, así como las represalias que ellos querían tomar contra la familia Ángeles.

***

Más tarde...

Casa de la familia de la Mora.

Sergio se encontraba en su casa, como si nada hubiera pasado. Portaba una playera rosa de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Estaba en el baño, peinándose. De repente, escuchó el timbre de su casa, salió del baño y caminó hacia la puerta de la casa, con tal de abirla. Al abrirla, vio que era Augusto, y se aterró.

—Sorpresa, sorpresa... —dijo Augusto burlón al fijarse en Sergio de pies a cabeza.

—¿Augusto…? —preguntó Sergio asustado al ver a Augusto.

Augusto entró a la casa y sacó una pistola negra del boslillo derecho de su saco. Le apuntó a Sergio con el arma, y Sergio se asustó aún más. Empezó a retroceder, mientras que Augusto avanzó.

—¿Qué estás haciendo, Augusto? —preguntó Sergio asustado.

—¡Traidor, infeliz! —exclamó Augusto molesto, sin dejar de apuntarle con el arma a Sergio—. ¿De verdad creíste que me habían linchado? ¿Creíste que no me iba a dar cuenta de tu traición? ¿Pensaste que no me iba a dar cuenta de que me viste la cara?

—¿De qué me estás hablando, hermano? —preguntó Sergio asustado.

Augusto enfureció y sentó a Sergio en el sofá violentamente, sin dejar de apuntarle con el arma.

—¡No te hagas, Sergio! —le gritó enojado—. ¡Te di mi amistad y confié en ti! ¡Te abrí las puertas de mi casa, y te apoyé en las buenas y en las malas! ¿Y es así como me pagas? ¿Declarando en contra de mis hermanos por lo que le hicieron a Juanma?

—¿Qué…? —preguntó Sergio.

—Traicionaste mi confianza, Sergio —dijo Augusto molesto—. Hundiste a mis hermanos, y ahora por tu culpa van a pasar muchos años en la cárcel. ¿Cómo puedes estar tan tranquilodespués de haberme visto la cara?

—¡No, no te he visto la cara, Augusto! —gritó Sergio—. ¡Es que no estuvo nada bien lo que tus hermanos le hicieron a ese chico!

—No seas hipócrita, Sergio —dijo Augusto molesto—. Me estás denostando por lo que mis hermanos le hicieron a ese chico, pero no olvides lo que le hiciste a Alonso hace días.

—¿Lo que yo le hice? —gritó Sergio—. ¡Tú nos obligaste a mí y a Catalina a hacerle eso a ese pobre chico!

Augusto se echó a reír después de haber escuchado las palabras de Sergio.

—Vaya, ahora sí que te estás ablandando. Qué convenenciero… —dijo Augusto burlón—. Siempre me decías que querías darle a Alonso en donde más le doliera. Pero ahora me doy cuenta de que te estás ablandando mucho. No sabes cómo disfruté lo que le pasó a ese pobre chico. Incluso lo volvería a hacer si fuera posible.

Sergio se horrorizó muchísimo después de haber escuchado las palabras de Augusto.

—¿De verdad no tienes corazón, Augusto? —preguntó horrorizado—. ¿En serio estás contento después de haberle destrozado la vida a ese chico? ¡Se suponía que íbamos a alejarlo de tu hermana, no destrozarle la vida de esa forma!

Durante unos segundos, se vivió un silencio incómodo. Augusto estaba enloquecido, mientras que Sergio no podía más con la terrible situación por la que estaba pasando.

—No, Augusto… —dijo Sergio molesto, mientras se levantaba del sofá—. No, ahora mismo voy con Alondra para contarle todo lo que le hiciste…

—No, no te lo voy a permitir… —dijo Augusto.

Augusto se preparó para disparar. Estaba dispuesto a matar a Sergio, pero este empezó a forcejear por la pistola. Los dos chicos empezaron a forcejear violentamente con el arma, hasta que segundos después, el arma se disparó. Y los dos chicos se quedaron en silencio.

Segundos después, Augusto se alejó de Sergio, quien recibió el disparo en el abdomen. Empezó a perder el conocimiento y cayó lentamente al suelo, desangrándose por la herida que sufrió.

Augusto se sentía tranquilo después de haberle disparado a Sergio, por lo que guardó la pistola en el bolsillo derecho de su saco, y salió de la casa, como si nada hubiera pasado.

—Bueno, aquí ya no tengo nada que hacer. Aún tengo una misión que cumplir… —dijo seriamente.

Después de haber herido a Sergio, el chico salió de la casa y se dirigió hacia su auto, el cual era diferente: un Mercedes-Benz C 200 sedán blanco. El chico entró al auto y empezó a manejar. Estaba decidido a eliminar a Alonso y a Juanma de una vez por todas.

Más tarde...

Parque Jardines del Campestre.

Alonso y Juanma se encontraban en el parque. Juanma usaba una blusa azul de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Los dos hermanos se encontraban sentados en una banca.

—¡No sabes lo bien que me he sentido últimamente! —dijo Juanma feliz—. Aún no puedo creer que esos dos tipos estén presos.

—Lo sé, Juanma. Sé cómo te sientes... —dijo Alonso tranquilamente—. Es bueno saber que esos dos tipos van a recibir muy pronto su castigo...

—Entiendo, Alonso. No sabes cómo me gustaría que les dieran muchos años en la cárcel —dijo Juanma tranquilamente.

—Sí, y eso va a pasar muy pronto —dijo Alonso—. Ahora nos queda seguir adelante con nuestras vidas.

—Claro que sí, Alonso... —dijo Juanma tranquilamente.

Los dos chicos entendían que, ahora que Santino y Chema estaban presos, debían olvidarse de lo malo que había pasado y seguir adelante con sus vidas.

—¿Y qué vas a hacer ahora, Juanma? —preguntó Alonso amablemente.

—No lo sé, creo que debería tomar terapia psicológica para salir adelante de toda la pesadilla por la que he pasado —respondió Juanma.

—Tienes razón, Juanma. No puedes seguir viviendo con este dolor para siempre —dijo Alonso—. Tienes que ir a terapia para seguir adelante con tu vida. Y está claro que no se puede hacer eso de un día para otro.

—Cierto, Alonso —dijo Juanma con tristeza—. Necesito salir adelante de todo esto, y no se va a poder de la noche a la mañana.

Alonso y Juanma levantaron de la banca y se dispusieron a caminar un rato, pero alguien apareció con una pistola en manos. Era Augusto, quien les apuntó a los dos chicos. Estaba enfurecido, y decidido a todo.

—¡No se muevan, porque les vuelo la cabeza! —gritó furioso.

—¡Atrás, Juanma! ¡Atrás! —gritó Alonso horrorizado.

Alonso y Juanma se llenaron de terror al ver que Augusto había aparecido frente a ellos, y los tenía a punta de pistola.

—¿Augusto...? —susurró Alonso.

—¡Iluso cabeza de chorlito! —gritó Augusto burlón—. ¿De verdad creíste que me habían linchado? ¿Pensaste que había muerto ese día? ¡Pues creíste mal! ¡Aquí me tienes, listo para acabar contigo de una vez por todas!

Augusto estaba decidido a todo, y no quería dar marcha atrás a su decisión.

—¡Finalmente voy a cumplir mi más grande sueño, chicos! —gritó burlón—. ¡Voy a acabar con los dos de una forma lenta y muy dolorosa! ¡No saben por cuánto tiempo he estado esperando este momento!

De repente, una camioneta Chevrolet Suburban negra llegó a donde estaba el parque, y de ella bajaron cuatro hombres de negro. Todos ellos se dirigieron hacia donde estaban Juanma y Alonso, y decidieron someterlos.

—Encárguense de estos tipos ahora mismo. Llévenselos —dijo Augusto—. Ya después me encargaré de ellos.

—¡Suéltenme, por favor ¡Déjenme ir! —gritó Alonso mientras dos encapuchados lo sometían.

—¡Déjenme ir, yo no he hecho nada, por favor! —gritó Juanma desesperado, mientras los otros dos encapuchados lo sometían.

—¡Griten todo lo que quieran, nadie los va a escuchar! —gritó Augusto furioso—. ¡Adentro, llévenselos! ¡Y avisen para que vayan por Ana Sofía Ángeles, la hermana de Alonso!

—¡No, no nos hagan daño, por favor! —gritaba Alonso hororrizado—. ¡No le hagan daño a mi hermana, o se las verán conmigo!

Los cuatro hombres obedecieron. Se llevaron a Alonso y a Juanma directamente hacia la camioneta negra, y Augusto supervisaba cada detalle, pero no entró a la camioneta, y se quedó en el parque. La camioneta se fue hacia alguna parte, lejos del parque. Alonso y Juanma habían sido secuestrados, y Augusto estaba preparándose para hacerles ver su suerte.

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