20: Tragedia imperdonable
Esa noche...
Camino Rancho Acapulco.
Ya era de noche. El cielo seguía nublado, y el clima era un poco más frío que en la tarde.
Augusto y sus hermanos, Chema y Santino, se ubicaban en una colonia sin nombre, en un lote baldío que se ubicaba en Camino Rancho Acapulco. Augusto usaba una playera negra de tirantes, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. Chema usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. Por otro lado, Santino usaba una playera roja de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos.
Los tres hermanos mantenían a Alexis, amarrado a una silla y semidesnudo, con sólo un bóxer negro.
—Así que pretendías hablar acerca de lo que le hicimos a Juanma, Alexis... —dijo Chema burlón.
—¡Ya sé de qué me hablan! —gritaba Alexis asustado—. ¡Fueron ustedes los que le destruyeron la vida a Juanma!
—Claro que fuimos nosotros, Alexis —dijo Santino burlón—. Y ahora pretendías decirle a todo el mundo lo que pasó esa noche en el gimnasio.
—Claro que lo iba a hacer, imbéciles —dijo Alexis molesto—. Iba a contarles a todos lo que ustedes hicieron esa noche. Iba a hundir a todos y cada uno de ustedes, bola de idiotas.
—Pues lo siento, pero eso ya no se va a poder, querido —dijo Augusto burlón, mientras se acercaba lentamente hacia Alexis—. Querías decirle a todo el mundo lo que mis hermanos le hicieron a tu querido Juanma. Pero ya no lo vas a poder hacer.
—Claro que lo iba a hacer, Augusto... —dijo Alexis molesto—. Iba a contarles a todos todo lo que has hecho. Todos van a saber lo que le hiciste a Juanma, porque él los va a hundir a ti y a tus hermanos. De nada servirá que acabes conmigo, porque como quiera, Juanma va a hablar. Y va a arder Troya. Tú y tus hermanos van a terminar tras las rejas, una vez que eso pase.
Augusto se mostraba incrédulo ante las palabras de Alexis.
—Pues no tengo miedo de lo que vaya a pasar, Alexis... —susurró burlón—. No voy a terminar en la cárcel, querido. Ni mis hermanos ni yo, vamos a terminar en una celda. Antes, prefiero la muerte.
—Haz lo que quieras, al fin que no te tengo miedo, maldito —dijo Alexis molesto—. ¡Mátame si tienes valor, Augusto! ¡Hazlo!
—Bien, como quieras. Al cliente lo que pida —dijo Augusto.
—Hora de callar a este tontito para siempre —dijo Chema.
—Lo sentimos mucho, Alexis... —dijo Santino.
Después de unos segundos, Chema le dio unas pinzas de cocina a Augusto, y él las tomó. Acto seguido, sacó un cuchillo del bolsillo derecho de su pantalón.
—¡No, por favor! ¡Eso no, por favor! —gritó Alexis asustado—. ¡No me hagas daño, por favor! ¡No lo hagas!
—Vamos, si tú mismo nos pediste que lo hiciéramos —dijo Augusto mientras se acercaba lentamente hacia Alexis—. Los únicos que no hablan, son los muertos.
—¡No, quiero volver a casa, por favor! —chilló Alexis.
—Claro que vas a volver, en pedacitos... —dijo Augusto burlón.
Momentos después, Augusto puso las pinzas en la boca de Alexis. Abrió la boca del chico y le sacó la lengua con esas pinzas. Acto seguido, y en un acto cruel y despiadado, preparó el cuchillo, lo puso en la lengua de Alexis y se la cortó lentamente, provocando que él empezara a gritar y desangrarse por la boca.
—Vaya... —dijo Chema sorprendido—. Nuestro héroe le cortó la lengua al pobre chico.
Después de unos segundos, Augusto le cortó exitosamente la lengua a Alexis. Arrojó la lengua cortada, pinzas y cuchillo lejos de sí, mientras él y sus hermanos veían cómo el pobre Alexis gemía y se desangraba por la boca.
—¿No crees que deberíamos ponerle fin a su sufrimiento? —preguntó Chema.
—Tú lo dirás... —dijo Santino.
—Hagan lo que quieran —dijo Augusto.
Segundos después, Santino sacó una pistola negra del bolsillo derecho de su pantalón, le apuntó a un Alexis agonizante y le disparó en la cabeza, poniendo fin a su existencia. Los tres hermanos veían el cadáver de Alexis, y se les ocurrió una idea.
—¿Y qué hacemos ahora, chicos? —preguntó Santino.
—Pues hay que mandar una advertencia, Santino... —dijo Augusto.
Los chicos procedieron. Chema y Santino tomaron del suelo, el cuchillo con el que Augusto le cortó la lengua a Alexis, se acercaron al cadáver y le fueron cortando el cuello, provocando el desangramiento del cadáver. Segundos después, lograron cortarle la cabeza y tomarla.
—¿Qué te parece el trabajo, hermano? —preguntó Santino sonriendo.
—Muy bueno, espero que esto sirva como advertencia, por si a Juanma se le ocurre decir una sola palabra, acerca de lo que pasó en el gimnasio... —dijo Augusto burlón.
Los hermanos sabían que la cabeza cercenada de Alexis significaba una gran advertencia para Juanma. Y Augusto estaba decidido a demostrarlo.
***
Más tarde...
Colonia Veredalta.
Catalina estaba escondiéndose de la policía, pues la estaban buscando por todo el daño que había hecho. Ella se encontraba en la calle Barranca, exactamente donde había violado a Alonso, y donde Augusto había cometido algunos asesinatos.
—Listo, aquí no me va a encontrar la policía… —dijo totalmente segura de sí misma—. Aquí nunca me van a encontrar, no lo van a hacer…
Catalina se sentía muy confiada al saber que la policía no iría a la calle Barranca, y entendía que era un sitio seguro para ella.
De repente, alguien apareció en la calle, y se dirigió hacia donde Catalina. Y no era otro que Samuel, uno de los amigos del fallecido Lucas. El chico usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. Catalina se sorprendió al verlo.
—Hola, fugitiva… —dijo Samuel burlón, mientras veía de reojo a Catalina, quien lo veía con ojos de furia.
—¿Samuel? ¿Qué es lo que quieres? —preguntó Catalina molesta, mientras veía con furia a Samuel.
—No sabes por cuánto tiempo he estado esperando volver a verte, querida… —dijo Samuel, mientras se acercaba lentamente hacia Catalina—. Pero la verdad, no sé si acabar contigo, o entregarte a la policía.
—¡Eso no va a suceder, idiota! —le gritó Catalina furiosa—. ¡Ni tú ni nadie me van a ver en la cárcel!
—No, sí va a suceder, Catalina —dijo Samuel burlón—. Es hora de que pagues por todo el daño que has hecho.
—No, primero muerta que terminar en una celda… —dijo Catalina furiosa—. ¡Sabes lo que significaría para mí! ¡No lo soportaría!
—Claro que lo vas a tener que soportar, Catalina… —dijo Samuel burlón—. Y más te vale que me pagues una fuerte cantidad de dinero, ahora mismo. Digo, si es que tienes dinero…
—¡Eso nunca! ¡Nunca conseguirás ni un centavo de mí, Samuel! —gritó Catalina histérica.
Samuel se quedó pensativo, después de la actitud que Catalina estaba tomando. Respiró profundamente y siguió hablando.
—Lo lamento, pero tendré que sacarte una buena cantidad de dinero, a no ser que quieras que hable… —dijo tranquilamente.
—¿Y cuánto quieres? ¡Vamos, dímelo! —gritó Catalina enloquecida.
—Me vas a tener que dar 30 mil pesos… —dijo Samuel burlón.
—¡Ni en sueños te daré eso, imbécil! —gritó Catalina histérica—. ¡Ponte a trabajar, bueno para nada!
—¿Quieres que hable con la policía? —preguntó Samuel molesto—. Porque ahora mismo, voy a sacar mi celular para hablar con la policía, y contarles todo lo que sé.
—No, no lo harás... —dijo Catalina tranquilamente.
Catalina se mostraba a la defensiva, pues Samuel estaba dispuesto a denunciarla, y estaba a punto de sacar su celular para hablar con la policía. Era obvio que la joven estaba perdida. De repente, decidió sacar de su mochila negra, un fajo de billetes de 500 pesos cada uno. Se lo aventó a Samuel, y éste los recogió.
—¡Ahí tienes, idiota! ¡Es más de lo que me pediste! —gritó.
—Vaya… —dijo Samuel mientras se aghachaba para recoger el fajo de billetes.
—¡Si te atreves a decirle algo a la policía, juro que te mataré, pedazo de mierda! —gritó Catalina histérica.
Tras esa amenaza, Catalina se fue del lugar sin poder controlar su ira. Samuel sentía que ya la tenía en sus manos, y no podía esperar el momento justo para mover su siguiente ficha de ajedrez.
***
Más tarde...
Casa de la familia Siqueiros.
Juanma se encontraba en su habitación, sin saber qué hacer. No podía encontrar consuelo, después del trágico destino que Alexis había sufrido. Su mamá y Zoé estaban con él para apoyarlo. Todos estaban sentados en la cama, platicando acerca de todo lo ocurrido en el día.
—Sentimos mucho lo que le pasó a Alexis, hermano... —dijo Zoé consternada.
—No sabes cómo lamento lo que le pasó a ese chico, hijo... —dijo la mamá preocupada.
—Muchas gracias, mamá, y Zoé... —dijo Juanma preocupado y con tristeza—. De verdad, nunca pensé que alguien fuera capza de hacerle algo así.
—Sí, y ese alguien fue Augusto Fernández-Vidal —dijo Zoé consternada—. Estoy segura de que fue él quien lo mandó desaparecer.
—Y que lo digas, hija —dijo la mamá—. Estoy segura de que ese tipo fue capaz de desaparecer a Alexis de esa forma tan cruel.
—Sí, y ya saben ustedes que sus hermanos me violaron, ¿verdad? —preguntó Juanma consternado, dejando sorprendidas a su mamá y a su hermana.
Zoé y su mamá estaban consternadas por las palabras que Juanma les contaba.
—¿Cómo es eso que te violaron, hijo? —preguntó la mamá, llena de preocupación.
—¿Acaso te violaron, hermano...? —preguntaba Zoé consternada.
Juanma sabía muy bine lo difícil que sería contar la historia de su abuso sexual, pero al tener a su hermana y a su madre cerca, decidió respirar profundamente antes de empezar a hablar. Le abrumaba la sola idea de contarle a su familia lo que le había ocurrido, pero no tenía otra opción.
—Mamá, Zoé... —dijo tranquilamente—. Lo que les voy a contar, no será fácil de digerir, pero tengo que contarles todo. Ya no puedo callarme más.
—Puedes empezar, hijo... —dijo la mamá.
—Un día, yo estaba en el gimnasio... —dijo Juanma, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—. Me estaba ejercitando tranquilamente, cuando ellos llegaron...
—¿Quiénes? —preugntó Zoé.
—¿Quiénes llegaron? —preguntó la mamá.
Juanma respiró profundamente antes de continuar, y se secó sus lágrimas.
—Los hermanos de ese tipo... —dijo consternado—. Ellos llegaron esa noche para burlarse de mí. Y no sé cómo seguir, pero ellos me hicieron lo que me hicieron ese día.
—¿Es cierto? —preguntó la mamá.
—¡Sí, mamá! —exclamó Juanma, mientras empezaba a llorar—. ¡Esos dos tipos me sometieron, y Chema y Santino...! ¡Chema sacó su pene erecto, y me lo metió dentro de mí!
Zoé y su mamá quedaron horrorizadas después de lo que Juanma les estaba contando.
—¡Y así seguía Chema, no paraba ni un segundo! —gritó Juanma llorando—. ¡Metió su pene dentro de mí, y lo sacó y lo metió! ¡Y Santino sacó el mío y...! ¡Me lo empezó a chupar! ¡Y por si fuera poco, Augusto mató a mi entrenador para que no hablar! ¡Esos tipos me destruyeron la vida!
Zoé y su mamá no podían creer lo que Juanma les estaba contando. No sabían que decirle, después de esa confesión tan terrible que el chico había hecho.
—No puedo creer todo lo que nos dijiste, Juanma... —dijo Zoé con los ojos llenos de lágrimas.
—¡No puedo creerlo! —exclamó la mamá con los ojos llenos de lágrimas—. De verdad, hijo. Siento, siento muchísimo lo que esos tipos te hicieron. Te juro que no encuentro palabras que puedan consolarte.
—Lo sé... —dijo Juanma llorando—. Pero si les cuento esto, es porque quiero que sepan la clase de personas que son Augusto, Chema y Santino... Por eso mataron a Alexis, para que no pudiera denunciarlos.
—Dios mío... —dijo Zoé—. Nunca me imaginé que Augusto, Chema y Santino fueran capaces de tanta maldad...
—Ni yo, hija... —dijo la mamá llorando—. Esos tipos sí que se pasaron con el pobre Juanma...
Juanma estaba muy triste tras haber hecho esa confesión tan horrible, pero se sentía realizado después de haberla soltado.
—¿Quieres que te abrace, hijo? —preguntó la mamá llorando.
—Sí, por favor. No me dejen solo en esto... —dijo Juanma consternado y llorando.
Sin pensarlo dos veces, Zoé y su mamá abrazaron a Juanma, mientras éste lloraba desconsoladamente, sin poder asimiliar todo lo que estaba pasando. Zoé y su mamá no lo dejaban solo, estaban dispuestas a demostrarle todo su apoyo, y querían ayudarlo a superar el dolor por el que pasaba, además de denunciar a Chema y a Santino por lo que le habían hecho.
***
Más tarde...
Casa de la familia Fernández-Vidal.
Augusto, Chema y Santino se encontraban en la sala de la casa, aprovechando la ausencia de Alondra. Todos se encontraban felices, después de haber eliminado a Alexis, y no cabían de la felicidad. Los tres tomaban champagne, a modo de brindis.
—¡No saben cómo disfruté haberme encargado de Alexis, chicos! —dijo Augusto sonriendo—. Y todo gracias a ustedes, chicos. No cabe duda de que disfruté de haberme encargado de ese mequetrefe.
—Así se habla, hermano... —dijo Chema sonriendo—. Al final ese chico ha dejado de existir. No sabes lo feliz que me pone todo esto.
—Sí, yo también estoy muy contento de haber matado a ese pobre diablo —dijo Santino mientras tomaba un poco de champagne—. Al final, ya nadie podrá denunciarnos después de lo que le pasó al tonto de Juanma.
—Sí, es que Alexis era uno de los testigos más poderosos de lo de esa noche —dijo Augusto sonriendo—. Pero ahora que ya está fuera de la jugada, no tiene caso que nadie los denuncie por abuso sexual. Ustedes ya son intocables, chicos. No habrá nadie que los lastime.
—Que así sea, hermano —dijo Chema sonriendo—. Que así sea...
Los chicos estaban platicando, y festejando su triunfo. De repente, mientras festejaban, alguien tocó el timbre de la puerta.
—Será mejor que vaya a abrir, chicos. No sé quién vaya a ser... —dijo Augusto tranquilamente.
Augusto tomó una escopeta SPAS-12 negra del sofá, se levantó del sofá y salió de la casa. Acto seguido, se acercó al barandal para ver que alguien estaba tocando el timbre. Y no era otra que Catalina, a quien Augusto observó con lástima. La chica se encontraba desesperada y con los ojos llenos de lágrimas.
—Mira nada más a quién me vengo a encontrar... —dijo burlón—. Nada más y nada menos que Catalina Riva Palacio...
—¡Augusto...! —sollozaba Catalina desesperada—. ¡Necesito que me ayudes, por favor! ¡Me quitaron todo mi dinero, me sacaron de la casa, y ahora la policía me está buscando...!
—Vaya, ahora sí vienes arrastrándote hacia mí, después de lo que me hiciste el otro día... —dijo Augusto burlón—. Y ahora quieres que te tenga piedad...
Augusto abrió el barandal, y Catalina entró suplicando. Ella se acercó a él y se arrodilló.
—¡Por favor, ten piedad de mí, Augusto! —exclamó Catalina sollozando—. ¡Haré lo que sea, pero por favor! ¡Ten piedad de mí! ¡Te lo suplico!
Augusto preparó su escopeta y le apuntó a Catalina, con tal de intentar matarla. Ya estaba cansado de ella, y quería deshacerse de ella.
—Ya basta, Catalina... —dijo molesto—. Te di muchas oportunidades, y las desperdiciaste. Y encima, te diste elk lujo de traicionarme. Así no puedo volver a confiar en ti...
—¡Haré lo que sea que me pidas! ¡Pero no me mates, por favor! —gritó Catalina llorando.
—¡Ya estoy cansado de ti, Catalina! —gritó Augusto—. ¡Estoy harto de tus ataques de histeria y de tus malos resultados!
—¡Te juro que soy capaz de hacer lo que me pidas, lo que sea! ¡Lo que sea! ¡Pídeme lo que sea, y lo haré! —gritó Catalina histérica.
—¿Lo que sea? —preguntó Alonso pensativo, mientras seguía apuntándole a Catalina con el arma.
—¡Pídeme lo que quieras, Augusto! —gritó Catalina histérica—. ¡Te juro que voy a matar a Alonso Ángeles ahora mismo! ¡Voy a matar a ese idiota ahora mismo! ¡Lo voy a matar con mis propias manos!
Augusto se quedó pensativo, después de las palabras que Catalina había gritado durante su histeria. De inmediato, arrojó la escopeta cerca de la joven, quien la recogió del suelo.
—¡Voy a matarte, Alonso Ángeles! —gritó histérica, mientras se levantaba del suelo—. ¡Me oíste! ¡Voy a acabar contigo ahora mismo, imbécil!
Augusto se mostraba confiado ante los gritos de histeria de Catalina, pero le lanzó una advertencia.
—La próxima vez que me falles, será la última —le dijo serio.
Catalina se mostraba confiada, estaba decidida a deshacerse de Alonso a como diera lugar, el fracaso no era una opción para ella.
***
Más tarde...
Casa de la familia Ángeles.
Alonso, Alondra y Ana Sofi estaban llegando hacia su casa, después de pasear un rato en algún centro comercial.
—Vaya que fue un día difícil, chicas —dijo Alonso tranquilamente.
—Sí, nos divertimos con nuestros amigos —dijo Ana Sofi—. Espero que se repita esa noche, Alonso.
—Me divertí mucho entre amigos, Alonso —dijo Alondra tranquilamente—. Pero sobre todo, me alegra que hayas podido despejarte un poco.
—Así es, Alondra... —dijo Alonso sonriendo.
—¿Crees que podamos ir de viaje en un futuro, Alonso? —preguntó Ana Sofi—. Podríamos irnos a la playa un día de estos.
—Me encantaría... —dijo Alonso sonriendo—. Ojalá que lo hagamos algún día.
—Tienes razón... —dijo Ana Sofi sonriendo—. Pero a ver si vamos de viaje con unos amigos.
—Eso puede ser... —dijo Alondra sonriendo.
Los dos hermanos y Alondra platicaban alegremente sobre sus planes a futuro con sus amigos. Pero de repente, esa felicidad se veía truncada, pues Catalina estaba llegando hacia la casa con escopeta en mano. Estaba increíblemente furiosa, y les apuntó a los tres chicos que voltearon hacia ella con horror.
—¡No se muevan, imbéciles! —les gritó histérica Catalina, mientras les apuntaba con la escopeta—. ¡No se muevan, porque los voy a matar a los tres!
Sin pensarlo dos veces, los tres chicos la enfrentaron.
—¿Qué es lo que quieres, Catalina? —preguntó Alonso molesto.
—¿Qué es lo que quiero, idiota? —le gritó Catalina furiosa con escopeta en mano—. ¡Vengarme de ti, maldito! ¡Me arurinaste la vida, destruiste mi prestigio, me quitaste a mi familia, a mis amigos! ¡Y encima decidiste irte con esta idiota de nombre Alondra!
—¡Ya basta, Catalina! —gritó Alondra molesta—. ¡Yo no te quité nada! ¡Tú misma lo perdiste con tus maltratos y desprecios!
—¡Mentira! ¡Tú me quitaste a Alonso! ¡Me lo quitaste para siempre! —gritó Catalina furiosa.
—¡Ya deja de seguir así, Catalina! —gritó Ana Sofi furiosa—. ¡Te confié a mi hermano para que lo hicieras feliz! ¡Y mira nada más con lo que me sales! ¡Tú le destruiste la vida a mi hermano, lo humillaste, lo maltrataste, lo despreciaste! ¡Ya deja que sea feliz, por el amor de Dios!
—¡Eso jamás! —gritó Catalina histérica, sin dejar de apuntarles a los chicos con la escopeta.
—¿Qué más quieres, Catalina? —preguntó Alonso molesto, con lágrimas en los ojos—. ¡Me destruiste la vida, me trataste como si no valiera nada, te aprovechaste de mí cada vez que querías! ¿Dónde están las veces que me demostrabas cariño? ¿Acaso no te arrepientes por todo el daño que me has hecho? ¿Dónde estaba tu empatía cuando éramos novios?
Catalina no mostraba ni la menor muestra de compasión por las palabras y lágrimas de Alonso.
—¡Ya deja de estar de chillón! —gritó furiosa, mientras preparaba la escopeta para disparar—. ¡Te ves ridículo, como un pobre maricón! ¡No voy a dejar que seas feliz con nadie! ¿Me oíste? ¡Nadie, maldito!
Furiosa, preparó la escopeta y quiso disparar. Pero al final, golpeó a Alonso con ella en la cabeza, lo tiró al suelo y lo dejó inconsciente. Ana Sofi y Alondra quedaron heladas ante ello.
—¡Alonso! —gritaron las dos chicas al mismo tiempo.
—¡Alonso...! —gritó Alondra mientras se arrodillaba y trataba de revisar a Alonso, y volteó hacia Catalina—. ¿Qué has hecho, Catalina?
—¡Alonso, hermano! —gritaba Ana Sofi aterrada.
A pesar de los gritos de Alondra y Ana Sofi, Catalina sólo mostraba frialdad pura. Estaba preparada para secuestrar a Alonso y deshcaerse de él.
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