17: Eres una mierda de persona
Al día siguiente...
31 de agosto de 2017
Casa de la familia Siqueiros.
Juanma y Zoé estaban en la sala de su casa, después de haber vivido un largo día de clases. Juanma usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. Zoé usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. Los dos chicos platicaban tranquilamente.
—¿Cómo que Catalina intentó matar a Alonso, Juanma? —preguntó Zoé.
—Sí, Zoé. Catalina quería matarlo, pero no lo hizo —dijo Juanma tranquilamente—. Lo peor de todo, es que me dijo Alonso que fue Augusto quien lo mandó matar.
—¿Cómo? —preguntó Zoé—. ¿Cómo que Augusto quería matarlo?
—Pues al parecer, Alonso sabe que Catalina abusó de él hace días —dijo Juanma preocupado—. Eso no le pareció a Augusto, por lo que éste decidió mandarlo a matar.
—Diablos, ese Augusto sí que está loco... —dijo Zoé.
—Y que lo digas... —dijo Juanma.
Los dos chicos se veían preocupados por lo que había pasado con Alonso. De repente, alguien tocó la puerta de la casa. Los dos hermanos fueron a la puerta con tal de abrirla. Y vieron que era Dylan, uno de los amigos de Zoé. El chico usaba una playera azul de tirantes, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.
—Hola, Dylan —dijo Zoé tranquilamente—. ¿Qué te trae por aquí?
—Hola, Zoé. Hola, Juanma —dijo Dylan tranquilamente—. Es que quería avisarles que hubo un zafarrancho en el parque.
—Ya lo sabemos, Dylan —dijo Juanma tranquilamente—. Sabemos que Catalina quería matar a nuestro amigo.
—Entiendo... —dijo Dylan, mientras entraba a la casa de los Siqueiros—. Es que quiero avisarles que alguien ya se volvió loco, y al parecer, quiere eliminar a su amigo.
Dylan entró a la casa de los Siqueiros, él y los hermanos se sentaron en el sofá para hablar.
—También ya lo sabemos, Dylan. Se trata de Augusto Fernández-Vidal —dijo Zoé—. Ese tipo quiere eliminar a Alonso a como dé lugar.
—Rayos... —dijo Dylan—. Lo que pasa, es que un amigo mío ya anda avisando sobre las intenciones de ese tipo. Se llama Luis.
—¿Uno de los amigos del fallecido hermano de Catalina? —preguntó Zoé.
—Sí, Zoé... —dijo Dylan un poco intranquilo—. Para empezar, yo sé muy bien la clase de persona que es Augusto, y todas las cosas que ha hecho en contra de muchos de mis amigos. Y también sé muy bien que ha matado a algunos de mis amigos.
—¿Cómo...? —preguntaron Juanma y Zoé horrorizados.
—Sí, chicos. Él ha de haber matado a varios de mis amigos —dijo Dylan preocupado—. Mató a Ernesto, y posiblemente a Franco.
—¿Cómo...? ¿Augusto es un asesino? —preguntó Zoé alarmada.
—Sí, chicos... —dijo Dylan preocupado—. Lo peor de todo, es que no tengo pruebas de nada de eso. Pero sí tengo una prueba que podría hundirlo. La tengo en mi celular.
—¿De qué se trata? —preguntó Juanma.
Dylan sacó su ceular del bolsillo derecho de su pantalón y se lo mostró a los hermanos. Se mostraba a Augusto empujando a un chico de una construcción. Juanma y Zoé quedaron alarmados.
—Dios mío... —dijo Zoé preocupada.
—No puedo creerlo... —dijo Juanma.
—Augusto mató a un chico llamado Gustavo Roldán hace dos meses... —dijo Dylan mientras guardaba el celular en el bolsillo derecho de su pantalón—. Yo sé lo que les digo: Augusto es capaz de lo que sea, con tal de silenciar a sus enemigos.
—¿Y qué vas a hacer al respecto, Dylan? —preguntó Zoé.
—No lo sé, quizá hable con mi hermano para que denuncie a ese psicópata... —dijo Dylan.
Dylan sabía los alcances que tenía Augusto, y no estaba dispuesto a quedarse callado, aunque su vida pudiera estar en riesgo.
***
Al día siguiente...
Casa de la familia Fernández-Vidal.
Augusto y Catalina se encontraban en la sala de la casa, después de lo ocurrido la noche anterior. Augusto usaba un saco negro, sobre una camisa de vestir azul, de mangas cortas, pantalón de vestir negro y un par de zapatos negros. Catalina usaba una blusa negra de tirantes, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos.
—¿Cómo me sales ahora con que te negaste a matar a Alonso? —preguntó Augusto molesto.
—¡Es que no sé qué me pasó, Augusto! —exclamó Catalina—. ¡No sé qué me pasó, pero es que de repente sentí que me bloqueaba! ahí, no pude más con ese tipo.
—Tan sólo tenías que pegarle un tiro en la cabeza, y ni eso supiste hacer bien —dijo Augusto molesto—. No entiendo por qué te contraté para que terminaras con lo que empecé.
—¿Y qué querías que hiciera, Augusto? —gritó Catalina molesta—. ¡Simplemente preferí dejar a ese tipo con vida, porque no valía la pena hacerlo! ¡Y si tanto te molesta, no sé por qué no haces tú ese maldito trabajo!
—¡No me contestes, Catalina! —gritó Augusto—. ¡No sabes con quién te metes!
—¡Yo te hablo como se me dé la gana! —gritó Catalina, dejando impresionado a Augusto—. ¡No puedo creer que hayas sido tan cobarde e idiota como para no querer eliminar a Alonso tú solo! ¡Habría sido tan fácil si no le hubieras pedido a nadie que hiciera el trabajo por ti!
Augusto se molestaba cada vez más, a medida que pasaba el tiempo. Y Catalina era la principal razón.
—¿Te atreves a desafiarme, Catalina? —preguntó Augusto—. ¿Después de lo que he hecho por ti? ¡Hice todo por ti! ¡Te ayudé en todo lo que me pedías! Y así es como me pagas... ¡No cabe duda de que eres una basura, Catalina! ¡Eres una mierda de persona!
Sin pensarlo dos veces, Catalina el dio un puñetazo a Augusto y lo tiró al suelo, rompiéndole la nariz.
—¡A mí no me vuelves a insultar, maldito! —gritó llena de ira—. ¿Quién crees que soy? ¿Un maldito objeto de tu propiedad? ¡Yo no soy tu objeto, maldito idiota!
Augusto trataba de levantarse del suelo, pero Catalina le dio una patada en el abdomen, evitando que se pudiera levantar. Dos hombres de negro aparecieron con un palo de escoba.
Los dos hombres de negro sometieron a Augusto.
—¡Sujeten a este maldito! —gritó Catalina furiosa.
—¡Qué vas a hacer, Catalina! ¡Suéltenme ahora mismo! —gritó Augusto mientras los dos hombres lo sometían.
—¡Quítenle los pantalones y calzones! —gritó Catalina—. ¡Pongan a este imbécil en el suelo!
Los dos hombres le quitaron los zapatos, pantalón y calzones a Augusto. Los arrojaron y sometieron a Augusto contra el suelo.
—¡Suéltenme, por favor! ¡No te atrevas, Catalina! —gritó Augusto lleno de ira y miedo.
Uno de los hombres de negro el dio el palo a Catalina. Era obvio que le iba a hacer algo terrible a Augusto.
—¡Ábranle las nalgas ahora! —gritó.
Los dos hombres abrieron las nalgas de Augusto.
—Ahora sí te voy a enseñar lo que es el verdadero infierno —dijo Catalina furiosa.
—¡No, por favor! ¡No lo hagas, Catalina! ¡Detente ahora mismo! —gritó Augusto desesperado.
Y sin importarle las súplicas de Augusto, Catalina se acercó al chico y le metió el palo de escoba en el ano. Augusto empezó a gritar del dolor, provocando que Catalina le metiera el palo de escoba más profundo.
—¡Grita! ¡Grita que nadie te va a escuchar! —gritó Catalina mientras seguía sodomizando a Augusto con la escoba—. ¡Porque ya no te necesito! ¡Ya no te necesito para nada!
—¡Basta, basta ya! —gritó Augusto, mientras Catalina seguía sodomizándolo con el palo.
Los gritos de dolor de Augusto eran indescriptibles. Y la crueldad de Catalina no conocía límites. Ella simplemente metía el palo más profundamente, con tal de que Augusto gritara aún más.
Segundos después, Catalina se cansó y sacó el palo de escoba del ano de Augusto y lo arrojó lejos de sí. El palo estaba lleno de sangre. La joven miró de reojo a Augusto, mientras él se retorcía del dolor, tirado en el suelo.
—Escúchame bien, Augusto —dijo furiosa, mientras sacaba una pistola negra del bolsillo negro de su pantalón y le apuntaba a Augusto—. Quiero que te largues de mi casa y de mi vida. Voy a dar una vuelta al parque ¡Te juro que si te veo aquí para cuando regrese, yo misma te perforaré el cráneo con una bala. ¿Oíste?
Augusto no hizo objeción alguna.
—¡Y te juro que si le cuentas esto a alguien, no sabes de lo que soy capaz, maldito imbécil! —gritó Catalina llena de ira—. ¡Te juro que voy a hacer que termines tres metros bajo tierra, al igual que lo hiciste con mi hermano...!
Augusto simplemente lloraba, sin poder voltear hacia Catalina, ni moverse. Estaba totalmente horrorizado al saber que Catalina lo había traicionado de esa manera.
—¡Si no te largas para siempre de mi vida, le vas a hacer compañía a tu hermano en el infierno! —gritó Catalina llena de ira.
Catalina y sus hombres se fueron del sótano y por ende, de la casa. El chico estaba completamente débil, después de haber sido violado. Pero lo que más le dolía, era la traición de Catalina. No podía creer que lo traicionara de esa forma.
El chico no podía ponerse de pie, después de haber sido violado con un palo de escoba. Poco a poco, su rencor iba creciendo cada vez más. Y el coraje que sentía por Catalina, era completamente indescriptible.
—¡Esto no se va a quedar así...! —gritó llorando y furioso—. ¡Te juro que vas a pagar muy caro por haberme traicionado!
Simplemente lloraba al saber que Catalina lo había traicionado de la peor manera. Y quería destruirla a como diera lugar.
***
Más tarde...
Parque Jardines del Campestre.
Juanma y Alonso se encontraban en el parque, sentados en una banca. Alonso usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis negros.
—¿Así que un amigo de tu hermana sospecha que Augusto es un asesino, Juanma? —preguntó Alonso.
—Sí, me dijo que había matado a un conocido suyo —dijo Juanma tranquilamente—. Me dijo que Augusto mató a ese chico. Pero no me dijo por qué.
—Ha de ser porque sabe algo serio acerca de él —dijo Alonso.
—Quién sabe. Pero de ser así, estamos ante un psicópata, Alonso. No lo olvides —dijo Juanma un poco asustado.
Los dos chicos platicaban tranquilamente. Pero de repente, dos chicos empezaban a reírse de Juanma.
—¡Joto! —gritó uno.
—¡Me gustan los hombres! —gritó el otro.
Juanma volteó hacia ellos, y se aterró. Luego, otro chico lo vio y quiso burlarse.
—¡Mírenme! ¡Soy Junama y me gustan los chicos! —gritó.
Juanma no podía creer lo que estaba pasando. Alonso se estaba enojando por los insultos homofóbicos.
—¿Qué está pasando aquí...? —preguntó Juanma impresionado.
—No lo sé, no entiendo por qué te están insultando —dijo Alonso sorprendido.
Juanma sacó su celular del bolsillo derecho de su pantalón y vio sus redes sociales. Estaba horrorizado al ver que se burlaban de él con insultos y cosas homofóbicas.
—¿Cómo es posible...? —preguntó aterrado.
—¿Qué, qué pasa, Juanma? —preguntó Alonso.
—Mira esto, Alonso... —dijo Juanma, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Alonso veía en el Facebook de Juanma, que muchas personas le escribían cosas homofóbicas. Como por ejemplo:
Luciano Ruiz
"Miren lo que pasó. Hay un jotito entre nosotros."
Andrés Santoyo
"¡Qué asco, un gay!"
Samuel Iriarte
"No puedo creerlo. Ahora resulta, que a nuestro querido Juan Manuel Siqueiros le gusta el arroz con popote."
Pedro Mejía
"Vaya, se ve que a este chico le urge tener novio. Descuiden, vamos a conseguirle uno al jotito."
Juanma estaba horrorizado por lo que estaba viendo.
—¡No, no puede ser...! —sollozó—. Ahora todos saben que soy gay...
—¿Cómo es posible, Juanma? —preguntó Alonso sorprendido—. ¿Cómo es posible que hayan sacado a la luz algo tan delicado?
—No lo sé, seguro han de ser los Fernández-Vidal los que sacaron todo esto a la luz... —sollozó Juanma—. No lo sé, Alonso. Te juro, que ya no me dan ganas de vivir con esto...
—¿De qué hablas, Juanma? —preguntó Alonso consternado, quiso reconfortar a Juanma—. Mira, hermano. A mí no me importa lo que digan de ti. Tú eres nuestro amigo a pesar de todo. La vida está llena de colores y sabores. Y no tienes por qué sentirte mal. Las cosas han cambiado, estamos en el siglo veintiuno. Aquí nos tienes a nosotros, Juanma. A ti y a Alondra.
Juanma empezaba a llorar desconsoladamente, tras haber escuchado las palabras de Alonso. Era obvio que no podía con el sufrimiento de que su secreto hubiera salido a la luz.
—Muchas gracias, hermano... —dijo llorando.
—Tranquilo, Juanma. Aquí me tienes —dijo Alonso mientras abrazaba a Juanma.
Alonso le dio un abrazo a Juanma, con tal de animarlo un poco. Juanma no podía creer que alguien hubiera revelado su más grande secreto. Y sabía bien que ese alguien era, no uno, sino dos. Chema y Santino. Sólo podía pensar en ellos como los responsables de lo que estaba pasando.
***
Más tarde...
Parque Mississipi.
Chema y Santino estaban en el parque Mississipi. Chema usaba una playera negra de mangas cortas, pantalón deportivo blanco y un par de zapatos tenis blancos. Santino usaba una playera gris de tirantes, short deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.
Los dos platicaban sonrientes.
—¡Ese tipo no sabrá qué le pegó! —dijo Chema burlón—. Pobre Juanma, no me imagino cómo se ha de sentir en estos momentos.
—Pobre, sí que da lástima tener que hacer algo así —dijo Santino burlón—. Para empezar, no debió haberte rechazado como hombre, hermano.
—Ni a ti tampoco, querido —dijo Chema—. Ese pobre diablo ahora sí va a saber lo que es bueno.
—De eso no cabe duda —dijo Santino—. Ahora sí te luciste, Chema. Muy bien hecho.
Los dos hermanos celebraban haber expuesto la homosexualidad de Juanma públicamente. Pero de repente, vino Alondra al lugar. Ella usaba una blusa celeste de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis negros. Ella fue hacia los dos hermanos, furiosamente.
—¿Cómo se atrevieron a hacerle algo así a Juanma? —preguntó furiosa—. ¿Se dan cuenta de lo que le hicieron?
—¿Y yo qué hice, Alondra? —preguntó Santino burlón—. Yo no le he hecho nada a Juanma.
—Yo sí, por haberme rechazado —dijo Chema burlón—. Yo me di el lujo de exponerlo públicamente.
—¿Cómo te atreviste, Chema? —preguntó Alondra molesta—. ¡Lo que le hiciste a Juanma es imperdonable! ¡No tenías por qué haberlo expuesto de esa forma, caramba!
—Y él no debió de haberme rechazado, Alondra —dijo Chema ya molesto—. Eso le pasa por andar de alzadito. No midió las consecuencias de sus actos, y mira lo que pasó.
La ira se apoderaba de Alondra a este punto. Ella no soportaba lo que sus hermanos habían hecho.
—Eres una mierda de persona, Chema —dijo furiosa—. Tú eres el que no midió las consecuencias de sus actos —volteó hacia Santino—. Y seguramente tú fuiste su cómplice, Santino.
—Lo siento, pero yo simplemente le hice ver que nadie se mete conmigo —dijo Chema.
—Y yo estoy de su lado —dijo Santino.
—Mejor me voy de aquí, no pienso perder más mi tiempo con ustedes —dijo Alondra molesta—. Ojalá esto quede en tu conciencia, si es que dudosamente tienes.
Alondra se fue molesta del parque. Chema no mostraba arrepentimiento por lo que había hecho, y Santino le demostaba su apoyo.
—Déjala, el idiota de Juanma se lo merece —dijo Santino.
—Sí, tienes raźon —dijo Chema tranquilamente—. Yo simplemente hice lo que tenía que hacer. Juanma se metió conmigo al haberme rechazado, y eso lo pagó muy caro. Ya veremos qué pasará después.
—Sí, tienes razón —dijo Santino tranquilamente.
Los dos hermanos simplemente decidieron seguir adelante, y dar por terminada su venganza contra Juanma. No les importaba lo que pudiera pasar más adelante.
***
Más tarde...
Casa de la familia Fernández-Vidal.
Sergio entró a la casa de los Fernández-Vidal. Usaba una playera roja de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Quiso buscar a Augusto para hablar con él.
—¡Augusto! ¿Estás en casa, hermano? —preguntó mientras caminaba.
Al entrar a la sala de la casa, quedó completamente horrorizado, porque vio a Augusto tirado en el suelo boca abajo, con los pantalones abajo y con el trasero con manchas de sangre.
—¡Augusto! ¡Augusto! ¿Estás bien? ¿Qué te hicieron? —preguntó aterrado.
Corrió hacia él para auxiliarlo, lo levantó del suelo y trató de ayudarlo.
—Nada, estoy bien... —susurró Augusto tranquilamente, mientras Sergio lo levantaba.
—¡No, no estás bien! —exclamó Sergio preocupado—. Alguien entró a tu casa para sodomizarte con un palo, de eso estoy seguro.
—Sí, y ese alguien tiene nombre y apellido... —susurró Augusto.
Sergio sentó a Augusto en el sofá y quiso hablar con él acerca de lo ocurrido.
—¿Quién te hizo esto, Augusto? —exclamó—. ¿Quién te sodomizó con un palo hace rato?
—Catalina Riva Palacio, esa traidora... —dijo Augusto, horrorizando a Sergio.
—¿Cómo que Catalina te violó con un palo? —preguntó Sergio horrorizado—. ¿No que la querías mucho?
—No, ella nunca me quiso, ella simplemente me traicionó de la peor manera... —sollozó Augusto furioso—. ¡Ella se negó rotundamente a matar a Alonso, y no sólo eso! ¡Me violó con un palo, me amenazó de muerte y escapó!
—¡Dios mío, qué horror! —exclamó Sergio horrorizado—. De verdad que me cuesta trabajo creer que Catalina haya sido capaz de haberte traicionado de esa manera.
—Sí, me traicionó y se burló de mí... —sollozó Augusto, mientras se secaba sus lágrimas—. Pero ahora va a saber lo que es bueno. La voy a buscar hasta por debajo de las piedras. La voy a hacer pagar por haberse burlado de mí.
—Sí, hermano. Es lo mejor... —dijo Sergio molesto—. Catalina se burló de ti y te traicionó. Y eso lo debe pagar muy caro.
—Tú lo has dicho, Sergio —dijo Augusto molesto—. Hay que encargarnos de Catalina esta noche. Lo de Alonso puede esperar.
Augusto estaba decidido a todo. Sabía que Catalina lo había traicionado de la peor manera, y estaba dispuesto a hacer hasta lo imposible por cobrarle esa terrible traición.
***
Mientras tanto...
Casa de la familia Riva Palacio.
Catalina se encontraba en su casa, después de haber abusado sexualmente de Augusto. La joven se encontraba feliz, después de lo que hizo.
De repente, alguien tocó el timbre de la puerta, y Catalina fue a abrir. Vio que la que había tocado, no era otra que Alondra.
—Miren quién está aquí... Es la presunta noviecita de Alonso Ángeles... —dijo Catalina burlona, provocando la furia inmediata de Alondra.
Cegada por la furia, Alondra le dio una cachetada a Catalina.
—¡Eres una maldita infeliz, Catalina! —gritó furiosa—. ¿Cómo te atreviste a hacerle daño a un chico que nunca le hizo daño a nadie?
—¡Deja de estar de llorona, Alondra! —gritó Catalina—. ¡Simplemente le hice ver que conmigo no se mete nadie! ¡A ese desgraciado simplemente le hice ver su suerte!
—¡Le provocaste un daño irreparable, Catalina! —gritó Alondra furiosa—. ¡Lo que le hiciste a Alonso no tiene perdón! ¡Y ahora mismo lo vas a pagar caro!
Catalina se echó a reír.
—¡Pues haz lo que quieras, Alondra Fernández-Vidal! —gritó furiosa—. ¡Quiero que sepas que tu querido Alonso es un cobarde y un poco hombre! ¡A ese idiota le faltaron huevos para...!
Alondra le dio otra cachetada a Catalina.
—¡Cállate, no hables así de él! —gritó furiosa—. ¡Te juro que vas a pagar muy caro lo que le hiciste a Alonso!
—¡Por mí, tú y ese infeliz pueden hacer lo que se les dé la gana! —gritó Catalina furiosa—. ¡Háganlo, denúncienme! ¡A ver quién les cree! ¡Nadie les va a creer, malditos imbéciles! ¡Nadie!
—Pues ya veremos de qué cuero salen más correas, Catalina —dijo Alondra furiosa—. Espero que te prepares, porque muy pronto, te vas a pudrir el resto de tu vida en prisión.
Después de esa acalorada pelea, Alondra decidió irse de la casa de Catalina, dejando a ésta aún más furiosa de lo que ya estaba. El temor de Catalina aumentaba progresivamente, pues sabía que su final estaba cerca.
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