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12: Una imagen vale más que mil palabras

Más tarde…

Parque Jardines del Campestre.

Lucas se encontraba de nuevo en el parque, con otros cuatro amigos. Todos estaban hablando tranquilamente.

El primer chico era lindo, de 16 años de edad, delgado y alto. Tenía piel clara, ojos cafés y cabello corto castaño claro. Usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos.

El segundo chico era guapo, de 18 años de edad, delgado y de media estatura. Tenía piel morena clara, ojos cafés y cabello corto castaño, ademaś de usar lentes. Usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis grises.

El tercer chico era guapo, de 17 años de edad, delgado y de baja estatura. Tenía piel clara, ojos color miel y cabello corto castaño claro. Usaba una playera roja de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis negros.

El cuarto chico no se quedaba atrás, era de 18 años de edad, delgado y con un poco de músculo, y de media estatura. Tenía piel clara, ojos cafés y cabello corto castaño. Usaba una playera negra de tirantes, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis azules.

—¿Así que quieres destruir la relación de tu hermana, Lucas? —preguntó el chico de blanco.

—Sí, Ernesto —le dijo Lucas al chico de blanco, de nombre Ernesto—. Quiero decirle a Alonso la clase de persona que tiene por novia.

—Cielos… —dijo Ernesto—. Nunca pensé que diría esto, pero cuentas conmigo para ello. Ella me hizo sufrir con sus maltratos cuando éramos amantes, y ahora lo va a pagar caro.

—Si sabemos que esa hembrita cobarde siempre lo ha maltratado —dijo el chico de gris—. Ella siempre lo ha golepado y humillado, y todavía se da el lujo de engañarlo. Me hizo lo mismo a mí, y ahora lo va a pagar muy caro.

—Y que lo digas, Franco —le dijo Lucas al chico de gris, de nombre Franco—. Mi hermana es una hembrita cobarde, que cree que por ser mujer, Alonso no puede responderle igual. Pero les aseguro que esta noche vamos a acabar con ella.

—¡Así es, amigos! —exclamó el chico de rojo—. Vamos a acabar con esa tipa, antes de que ella haga lo mismo con Alonso. ¡En nombre de todos los maltratos que me hizo cuando éramos amantes, Catalina morirá hoy!

—Así será, Luis —le dijo Lucas al chico de rojo, de nombre Luis—. Le prometí a mi hermana que si seguía con esa actitud contra Alonso, acabaría con ella. Y no vamos a dejar pasar esa oportunidad.

—No veo la hora de acabar con esa tipa hembrista —dijo el chico de negro—. Al fin le voy a cobrar todos los meses que me estuvo maltratando y engañando. Le advertí que en esta vida todo se paga, y ahora se lo voy a demostrar.

—De verdad, lamento mucho que mi hermana te haya hecho esto, Samuel —le dijo Lucas al chico de negro, de nombre Samuel—. Pero no te sientas triste, porque ahora vamos a acabar con tu ex novia. No me importa que sea mi hermana, ¡la quiero muerta!

Los cinco chicos estaban decididos a acabar con Catalina, en venganza por los maltratos sufridos a manos de ella.

—Vamos a acabar con Catalina esta noche, y nadie lo va a negar —dijo Ernesto tranquilamente.

—Hoy vamos por su cabeza —dijo Samuel.

—Yo no pienso esperar más a arrancarle la cabeza a Catalina por todo el daño que me hizo —dijo Luis—. No he llegado tan lejos como para esperar.

—Ten paciencia, Luis —dijo Lucas amablemente—. Sé muy bien que quieres vengarte de mi hermana, pero deberás esperar.

—Yo también estoy ansioso de bailar sobre la tumba de Catalina Riva Palacio —dijo Samuel.

A Lucas no le importaba que Catalina fuera su hermana, estaba deseoso de vengar a sus amigos, sin importarle las consecuencias.

Después de un rato, Lucas se fue del parque, pero una camioneta Chevrolet Tahoe negra llegó al parque y se estacionó, dejando a Lucas horrorizado. De esa camioneta bajaron dos hombres de negro encapuchados, quienes corrieron hacia Lucas y lo sometieron fácilmente.

—¿Qué les pasa? ¡Suéltenme! —gritó Lucas mientras los dos hombres de negro lo sometían.

—¡Tú vas a venir con nosotros, niño! —gritó uno de los dos hombres encapuchados—. ¡Augusto quiere hablar contigo!

—¡Suéltenme! —gritó Lucas mientras los dos hombres no dejaban de someterlo—. ¡Yo no tengo nada que hablar con él!

—¡Claro que vas a hablar con él, quieras o no, pequeña sabandija! —gritó el otro de los encapuchados.

Pero todo fue en vano. Los dos hombres metieron a Lucas a la camioneta y entraron. La camioneta se fue del parque a toda velocidad. Ninguno de los cuatro amigos se percataba de que el chico había sido secuestrado por órdenes de Augusto.

***

Esa noche…

Parque Mississipi.

Ya era de noche en la ciudad. El cielo seguía despejado, y la luna brillaba.

Alondra y Juanma estaban en el parque, sumamente preocupados por Alonso. Los dos chicos estaban caminando de un lado a otro, con muchísima preocupación.

—Todavía no puedo creer que no sepanos nada de Alonso hasta ahora… —dijo Alondra sumamente preocupada.

—Yo tampoco, Alondra… —dijo Juanma asustado—. Ya han pasado horas, y no nos ha contestado ni llamado. Espero que no le haya pasado nada.

—Yo también, es que no aparece por ningún lado —dijo Alondra preocupada—. Lo peor de todo, es que su mamá y su hermana Ana Sofi están muy preocupadas por lo que pasó, me dijeron que no saben nada de él.

—Le he marcado muchas veces a su celular, pero ninguna me ha contestado, no entiendo por qué... —dijo Juanma un poco más desesperado.

La preocupación de los dos chicos aumentaba conforme pasaba el tiempo. Ninguno de los dos podía creer lo que le estaba pasando a Alonso, y tenían miedo de que algo malo le pasara.

De repente, apareció un chico en el parque: usaba una playera negra de mangas cortas, pantalón de mezlcilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Alondra lo vio, y enfureció al ver que no era otro que Sergio, por lo que fue a confrontarlo.

—¿Dónde está Alonso, Sergio? —le reclamó la joven—. ¡Espero que no hayas tenido nada que ver con lo que le está pasando!

—¿De qué estás hablando, Alondra? Yo no tuve nada que ver en esto —dijo Sergio sorprendido—. Yo no le he hecho nada a tu querido amigo.

—No te hagas, Sergio —dijo Juanma molesto, mientras se acercaba a Sergio para confrontarlo—. Sabemos perfectamente que fuiste tú el responsable de que Alonso esté desaparecido.

—¡Ya les dije que yo no tuve nada que ver con lo que le pasó a su querido amigo! —exclamó Sergio—. Caray, yo no tuve la culpa de lo que le pasó a ese chico.

—¡Claro que la tuviste, Sergio! —exclamó Alondra molesta—. Claro que fuiste tú, tú mismo me dijiste que harías algo en contra de Alonso. Lo escuché de viva voz.

—¡Ya deja de acusarme sin pruebas de cosas así, Alondra! —exclamó Sergio ya molesto—. Por enésima vez, yo no le hice nada a ese chico, no es mi culpa que esté desaparecido.

—Sólo espero que en verdad, no hayas tenido nada que ver con lo que le está pasando a Alonso...—dijo Alondra un poco seria.

—Sabes que yo no tuve nada que ver con eso, Alondra —dijo Sergio—. Y ya no me importa si confías en mí o no.

—Más te vale que Alonso aparezca sano y salvo, Sergio —sentenció Juanma molesto—. Espero que al fin aparezca con vida.

—Porque si le pasa algo, ¡te juro que no respondo! —exclamó Alondra molesta—. ¡Nunca te lo voy a perdonar!

Alondra y Juanma se fueron del parque, después de una breve discusión con Sergio. Éste se había quedado en el parque, y estaba muy molesto con las palabras que los dos chicos le dijeron.

—Si supieras que fue tu hermano Augusto, el que le hizo todo esto a tu querido amigo… —dijo molesto.

Prefirió irse del parque y se fue hacia su casa, pues no quería perder más su tiempo.

***

Más tarde…

Parque Jardines del Campestre.

Catalina se encontraba en el parque, después de haber tenido un día difícil. Ella caminaba tranquilamente por el parque, usando una blusa negra de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Se veía tranquila, como si nada hubiera pasado.

De repente, alguien llegó al lugar para encontrarse con ella. Y no era otra que Ana Sofi. Ella se veía furiosa, y se dirigió rápidamente hacia Catalina, con tal de enfrentarla.

—¡A ti te quería encontrar, maldita! —gritó furiosa.

—¿Qué es lo que quieres, Ana Sofi? —preguntó Catalina furiosa—. Si es por lo de tu hermano, te juro que yo no tuve nada que ver.

—¡Claro que tuviste algo que ver con lo que le está pasando ahorita, Catalina! —gritó Ana Sofi llena de ira.

—¿Y qué le pasó a tu hermano? —preguntó Catalina burlona.

Ana Sofi empezó a jalar violentamente del cabello a Catalina, provocando que ésta empezara a gritar.

—¡Que mi hermano está desaparecido desde hace horas, maldita! —gritó Ana Sofi furiosa, mientras jalaba del cabello a Catalina—. ¡Y seguramente tú tuviste algo que ver en ello!

—¡Suéltame, maldita perra! ¡Yo no tuve nada que ver! —gritó Catalina mientras Ana Sofi la seguía jalando del cabello—. ¡Yo no le hice nada a tu hermano, él solito se lo buscó!

Ana Sofi soltó a Catalina.

—¡Claro que sí tuviste algo que ver, Catalina! —gritó—. ¡Tu mirada lo dice todo! ¡Seguramente tú tuviste algo que ver con lo que le pasó, tú misma lo amenazaste con hacerle daño!

—¡Ya deja de mentir, yo no le hice nada al idiota de tu hermano! —gritó Catalina llena de ira—. ¡Yo no le hice nada a ese pobre imbécil, él mismo se lo buscó! ¡Porque es un poco hombre sin huevos!

Ana Sofi el dio una cachetada a Catalina, tras haber escuchado esas hirientes palabras.

—¡No hables así de mi hermano! —gritó—. Mi hermano siempre te ha querido, ha sido detallista contigo, y siempre te ha sido fiel. Y mira cómo le pagas, golepándolo y dañando su autoestima.

—Ese pobre idiota… —dijo Catalina mientras soltaba una pequeña risa—. Me alegra que me haya dejado, y se lo agradezco.

—¡Y de una vez te advierto, Catalina! —gritó Ana Sofi furiosa—. ¡Si le pasa algo a mi hermano, te juro que me vas a conocer!

Después de esa advertencia, Ana Sofi se fue del parque. Catalina se quedó sola en el lugar, furiosa después de esa discusión que había tenido.

***

Maś tarde…

Colonia Veredalta.

Aprovechando que ya era de noche, la camioneta que había secuestrado a Alonso se dirigió hacia la calle Barranca, el lugar pactado por Augusto para encontrarse con Alonso.

La camioneta negra se estacionó en el parque, y de ella bajaron dos hombres encapuchados y de negro. Ellos llevaban a Alonso, atado de pies y manos. Arrodillaron al chico y le avisaron a Augusto, quien ya lo estaba esperando en el lugar. Augusto usaba una camisa de vestir azul, pantalón de vestir y un par de zapatos, ambos de color negro.

—Hola, Alonso Ángeles… —dijo Augusto burlón, mientras se acercaba a Alonso lentamente—. Debieron pasar días desde que dejamos de volver a vernos…

Alonso simplemente miraba con rabia a Augusto, y no podía creer lo que estaba pasando en ese momento.

—Te preguntarás por qué te traje hasta acá… —dijo Augusto aún burlón—. Y aquí tienes la respuesta. Resulta, que un amigo tuyo quiere hablar conmigo acerca de tu querida novia. Y créeme que no es nada amigable que tenga que hablar de esto contigo, por la forma en que voy a hacer las cosas.

Momentos después, dos hombres de negro llevaban a Lucas hasta donde estaba Augusto. Lo llevaban amordazado y atado de pies y manos, y lo tiraron al suelo. Alonso trataba de gritar, pero era inútil. Sólo podía ver lo que Augusto estaba a punto de hacer.

—Quise decírtelo de frente, Alonso —dijo Augusto mientras volteaba hacia Alonso—. Quise decirte que hay razones por las que nadie se mete conmigo, pero preferí callarme y mostrártelas en vivo. Porque dicen que una imagen vale más que mil palabras.

Alonso no podía gritar, simplemente miraba con horror cómo Augusto estaba a punto de encargarse de Lucas.

—Bueno, chicos… —dijo Augusto amablemente—. Ya pueden encargarse de Lucas Riva Palacio.

Los dos hombres de negro que habían traído a Lucas, decidieron bajarle el pantalón que llevaba puesto, con todo y calzoncillos. Ni corto ni perezoso, Augusto tomó un palo de escoba que estaba tirado en el suelo, mientras que los tipos de negro abrían las nalgas de Lucas, además de que uno de los que trajo a Alonso al lugar, le quitó la mordaza a Lucas.

—¡No me hagan esto, por favor! —gritaba Lucas asustado—. ¡Augusto, no me hagas esto! ¡No lo hagas, por favor!

—¡Ya es tarde para suplicarme por tu vida, Lucas! —dijo Augusto mientras se preparaba para hacerle algo terrible a Lucas—. Ahora sí vas a saber por qué nadie se mete conmigo, vas a desear nunca haberte metido conmigo.

Lucas gritaba desesperado al saber lo que Augusto quería hacer, pero ya era demasiado tarde, pues Augusto estaba decidido a hacerle algo terrible. Alonso estaba aterrado y desesperado, mientras veía cómo su peor enemigo le hacía ver su suerte a Lucas.

—Lo siento, Lucas. Lo siento mucho... —dijo tranquilamente—. Pero tu hermana Catalina te manda un regalito.

Acto seguido, Augusto le metió el palo de escoba por el ano a Lucas, provocando que él empezara a gritar.

—¡Aaaarrrrgghhh! —gritaba Lucas lleno de dolor, mientras Augusto le metía el palo más profundamente por el ano—. ¡Sácalo, por favor!

El chico gritaba como una vieja loca, mientras que Augusto simplemente metía el palo todavía más profundamente, sin compasión alguna, provocando que el pobre chico gritara aún más. Por otro lado, Alonso sólo se limitaba a ver con horror la terrible maldad de Augusto, y veía cómo éste no paraba de sodomizar a Lucas con el palo de escoba.

Minutos después, Augusto decidió sacar el palo de escoba del ano de Lucas. Éste seguía gritando hasta quedar afónico, debido al dolor que sentía tras haber sido sodomizado.

—¡Maldito seas, Augusto! ¡Mil veces maldito! —gritó Lucas mientras se retorcía de dolor en el suelo.

Augusto volteó hacia Alonso para decirle algo.

—¿Ahora sí te das cuenta de lo que soy capaz, Alonso? —dijo mientras arrojaba el palo ensangrentado lejos de sí—. ¿Sí sabes lo que le voy a hacer a los que se meten conmigo? Pues será mejor que no me provoques, si no quieres ver hasta dónde puedo llegar.

Alonso trataba de gritar, pero no podía hacer más que mirar con rabia a Augusto, quien después de haber sodomizado a Lucas, decidió terminar con el chico que volvía a gritar agonizante. Augusto sacó una pistola del bolsillo derecho de su pantalón, le apuntó a Lucas y le disparó en la cabeza, matándolo al instante. Alonso miraba con horror el acto.

—Espero que te quede claro, Alonso Ángeles —dijo Augusto mientras guardaba la pistola en el bolsillo derecho de su pantalón, para después voltear hacia Alonso—. Más te vale que no nos provoques a mí ni a mis hermanos, si no quieres ser la siguiente víctima.

Alonso no podía creer hasta dónde podía llegar la maldad de Augusto. El haber visto cómo Augusto sodomizaba a Lucas para después asesinarlo, lo había dejado traumatizado.

—Ah, y no queremos irnos de aquí, sin antes darte un regalito, pequeño Alonso... —dijo Augusto con un tono de voz siniestro—. ¡Catalina, ven acá!

Ante el grito de Augusto, Catalina llegó al lugar y se acercó a Augusto, con tal de darle un beso en los labios.

—¿Qué tenemos aquí, mi amor? —dijo Catalina después de besar a Augusto.

—Ya me encargué de tu hermano —dijo Augusto con un tono de voz siniestro—. Ya lo sodomizé con un palo y le pegué un tiro. Ya sabes que iba a hablar acerca de la relación que hay entre tú y yo.

—Espero que no se le haya ocurrido querer hablar con este maldito —dijo Catalina mientras volteaba hacia Alonso, después volteó hacia Augusto para seguir hablando—. ¿Y qué procede ahora?

—No lo sé, haz lo que quieras, Catalina —dijo Augusto.

—Muy bien... —dijo Catalina con un tono de voz siniesto—. Ahora sí voy a vengarme de este infeliz por haberme roto el corazón.

Alonso sólo volteaba a ver a Catalina, quien lo veía con odio puro.

—¡Te odio, perro mal nacido! ¡Te odio con toda mi alma! —le gritó Catalina histérica—. ¡Siempre te he odiado, maldito! ¡Desde hace tiempo, he sido amante de Augusto Fernández-Vidal! ¡Te he estado engañando con él todo este tiempo!

Alonso sintió cómo se le rompía el corazón con las palabras de Catalina. Ella, ni corta ni perezosa, tomó el mismo palo con el que Augusto sodomizó a Lucas antes de asesinarlo. Uno de los hombres de negro bajó los pantalones de Alonso, con todo y calzoncillos.

—¿Creías que te iba a matar, infeliz? —gritó Catalina, mientras caminaba hacia Alonso, y el hombre de negro le abría las nalgas—. ¡Ahora sí vas a saber lo que puedo hacer cuando me siento traicionada!

Sin pensarlo dos veces, Catalina metió el palo en el ano de Alonso, provocando que éste tratara de gritar, pero no podía, debido a la mordaza que tenía en la boca. Catalina no tenía compasión alguna, simplemente metía el palo en en ano del chico, pero de manera más profunda. Su miraba estaba llena de odio, sus ojos echaban chispas de rabia.

Después de unos segundos, la joven sacó el palo del ano de Alonso y lo arrojó lejos de sí, pero seguía furiosa por lo ocurrido. Alonso intentaba gritar, pero no podía.

—¡Te lo advertí, maldito! —gritó Catalina furiosa—. ¡Te advertí que me las ibas a pagar! ¡Por mí, te puedes morir aquí, cerdo!

Después de todo lo ocurrido, Augusto y sus hombres se fueron del parque junto con Catalina. Alonso se quedó tirado en el suelo, destrozado por el abuso que había sufrido a manos de Catalina.

Sin embargo, y sin que nadie lo supiera, un chico estaba grabando todo. Y era Franco, uno de los amigos del ahora fallecido Lucas. Él había grabado todo con su celular. Desde la muerte de Lucas, hasta el abuso que sufrió Alonso.

Alguien estaba acompañando a Franco. Y no era otro que su amigo Samuel. Los dos chicos empezaron a platicar, aterrados por lo que le pasó a Alonso.

—Dime que no es cierto lo que acabo de ver, Franco... —dijo Samuel horrorizado.

—Siento decírtelo, hermano. Pero sí —dijo Franco, horrorizando aún más a Franco.

—Dios mío, todavía no puedo creer lo que Augusto le hizo a Lucas antes de matarlo... —dijo Samuel horrorizado.

—Y lo que es peor, lo que Augusto y Catalina le hicieron a Alonso es imperdonable... —dijo Franco horrorizado.

—No lo sé, pero yo todavía no puedo creer hasta dónde puede llegar Augusto, con tal de silenciar para siempre a sus enemigos... —dijo Samuel.

—Lo sé, Samuel... —dijo Franco, sin dejar de estar asustado—. Ahora es cuando conocemos la verdadera cara de Augusto Fernández-Vidal.

—Sí. Oye, ¿no crees que deberíamos ayudar a Alonso? —preguntó Samuel.

—Sí, claro... —dijo Franco.

Los dos chicos salieron de su escondite y se dirigieron hacia el área de los horrores, donde Alonso estaba tirado en el suelo, y Lucas yacía muerto en el suelo. Alonso no reaccionaba ante lo que estaba pasando, parecía estar muerto en vida.

—Juro que Augusto va a pagar caro lo que le hizo a Lucas... —dijo Samuel furioso.

Samuel y Franco decidieron ayudar a Alonso, con tal de protegerlo hasta que estuviera recuperado. Los dos lo levantaron del suelo y decidieron llevárselo.

—Vas a estar en casa de uno de nosotros, hermano... —dijo Samuel amablemente—. Hasta que te recuperes de lo que viviste...

—Y en cuanto a Lucas, que en paz descanse... —dijo Franco.

Y así, Samuel y Franco decidieron llevarse a Alonso hacia la casa de uno de los dos.

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