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Capítulo 5: Salto y asalto.

Lunes. Todos odian los lunes, ya sea por que hay que trabajar, o porque el domingo es el día mas corto de la semana, porque de nuevo tienes que ver a los profesores en la escuela, o yo que sé, pero lo cierto es que la miserable suerte que me tocó tener, sigue siendo la misma todos los días.

Subimos una cuesta en la bicicleta junto con Verónica. Los paseos en bicicleta son algo que siempre hacemos, otras veces caminamos o tomamos el autobús, todo depende de la ocasión. Este día, como es habitual de todos los lunes, había mucho tráfico. Ciertamente no me puedo dar el lujo de odiar un día a la semana o una semana entera, pero sí puedo odiar a todos esos conductores velocidad tortuga.

Los autos no son un problema, los conductores sí. Teniendo un pedal que dice:

¡PÍSAME DURO!
Y DAME, DAME, DAME
TODA TU TERNURA AHHH

¡Nunca lo hacen!

¿Qué de malo tendría ir un poco más rápido, o mejor, frenar y dejar que dos humildes —y mucho más rápidas— bicicletas pasen? Pero está claro que en cuestiones de tráfico, las bicicletas no cuentan como vehículos ni como peatones. No tengo por qué quejarme.

Después de esperar tanto, y que finalmente sólo nos quedaran seis minutos antes del toque del timbre de la escuela, logramos cruzar esa pequeña y tediosa calle por la cual siempre llegábamos con el tiempo a raya.

Las bicicletas siempre permanecían en un lugar específico del estacionamiento de la escuela, así que apresuramos los pasos, pero extrañamente este día muchos alumnos no habían hecho caso al timbre. Un bulto de adolescentes impedían el paso a la entrada principal. ¿Qué estaba pasando con estos bichos? A parte de que van tarde, lentos.

Verónica llamó mi atención tocando mi brazo y luego señalando hacia el punto donde muchos estaban viendo.

Frente a mi tenía ese auto, el viejo y potente convertible, descapotado, de color amarillo mostaza y con una franja café dibujando una línea horizontal en todo el centro del vehículo.  Era de esos autos que hacen suspirar a todos los aficionados de los clásicos, era un auto difícil de mantener en buen estado, como lo estaba este, y era, principalmente, el auto que debía evitar a toda costa.

—Oh, no —dije al comprenderlo todo.

—Oh, oh —me acompañó Verónica.

—No la veo —dije—. ¿En serio decidió venir por las mañanas? ¡Se suponía que así dejaría de molestarme tanto! —nos quedamos frente al auto y lo contemplamos por un momento.

—Ron, sabes que no te dejará en paz. Nunca.

—Hice que no nos pusieran juntos en los trabajos de sexto grado, y aún así logró que quedáramos en el proyecto de fin de año. En octavo cambié de salón, y aun así logró estar la sala más pequeña de todas por más que no había espacio para ella. Ahora que cambié mis clases a la mañana, también cambió su rutina escolar de las tardes, por la matutina. La odio. —y sí, había algo que odiaba más que un conductor tortuga.

—¡Run, Run, Rudolph! ¿Me extrañaste? —detrás de nosotros venía la dueña de aquel Chevrolet de los 50's caminando imponentemente.

Carajo.

—¡Corre, Vero! —fue lo único que pude decir al notarla.

Llevaba la frase en la boca mientras mis piernas tomaban vida ellas solas. Miraba todo en cámara lenta: Verónica inflando los ojos como rana y tomando impulso hacía la entrada de la escuela; el chico de la derecha espantando una mosca de su Hot Dog y pegándole a la niña que corría con la palma de su mano; la chica emo de la esquina sacando «sutilmente» el moco de su nariz; el profesor más exigente de todos arrojando la basura en el césped, y por ultimo, aquel cabello rubio, aquella piel bronceada, aquel atuendo típico de una chica que disfruta el verano, aquella cara, alma y corazón de rata.


Caren.

Era una chica hermosa, no lo negaré. Solo eviten el hecho de que es falsa hasta la última uña —salvo de su cabello que sí es natural— y que todo lo que hace bien es por obra de alguno de sus pretendientes. No siempre fue así, en algún momento fue mi amiga, pero ya no, y no pretendo que eso cambie.

La apodamos de esa forma junto con Verónica el año pasado porque había una chica muy parecida a Caren que salía en una serie de televisión, era la villana, y a lo largo del programa solían llamarla "Rata" cuando se molestaban con ella. Verónica le puso un poco de humor a los días después de lo que hizo Caren...

Pero ese no es el punto, el punto es que todo el mundo estaba en cámara lenta, menos yo.

Más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga, y usa como escudo mi corazón, mi querida suerte hace de las suyas en un solo revolcón. Y allí iba yo, comprobando por millonésima vez la ley de Newton: Todo lo que sube, tiene que bajar.

Al estar huyendo no noté el basurero que estaba en frente y volé por los aires, aterrizando en el pavimento de la escuela.

Todos tomaban fotografías y las chicas se reían, los profesores negaban con la cabeza y otros se acomodaban los lentes con la vista baja y avergonzada. Es lunes, ¿qué podía esperar de un día como hoy?

—¡Ron! ¿Qué haces allí? ¡Levántate! ¡Todos te están viendo! —la voz chillona de Caren hizo que bajara mis hombros en derrota.

—Auch

Sentí los tibios brazos de Caren abrazar mi cuerpo por detrás, los decoraban varias pulseras moradas, rosadas —ella jura que son magenta— y negras.

—¿Qué tal, Caren? —dije con resignación. Miré hacia el cielo. De no haber estado frente a toda la escuela, y en especial enfrente de Verónica, hubiera hecho todo un berrinche.

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