Capítulo 2: La decisión.
Era de noche y mi hermana estaba en su habitación al igual que mamá, lo que era habitual en la casa, ¡ah!, pero adivinen en dónde estaba Ron. «Él estaba reparando la luz porque eso le toca hacer...» Sí niños, eso se vive en el siglo veintiuno cuando tu madre es una madrastrona repele masculinidad y te quiere lejos, seguramente.
Llevaba horas estando de pie intentando reparar la luz, acalambrado de las pantorrillas y devorado por cientos de mosquitos. La caja eléctrica estaba en el sótano, un lugar que no necesariamente era terrorífico, sino que estaba a oscuras y el calor era irritante.
La electricidad no era para mí, en especial cuando muchas de las conexiones estaban arriba en el techo, otras líneas pasaban por el centro de la casa, entre mi habitación y la de Lindsay, y algunas cruzaban por el jardín cerca de una tubería de agua potable —malísima conexión—. Está claro que este chico no tenía la menor idea de cómo se reparaban los sistemas eléctricos de cuando Thomas Alva Edison aún vivía.
Mi pequeño trauma —insuperable por ser yo y superable porque mamá me obligaba a posponer mis miedos ante cualquier situación— venía desde que estaba pequeño, justo un poco antes de que se me considerara un adolescente. La cara de rata siempre ha sido la culpable de muchas cosas. Cuando hacíamos nuestra presentación acerca de un circuito eléctrico altamente inflamable, me obligó a tocar un par de cables, que por mi mala suerte, hizo que toda mi bata se achicharrara durante seis minutos sin darme lugar de poder quitármela.
Fue la forma más brutal de obtener un diez.
Así que recuerden: Si la curiosidad no mató al gato, al menos le dio una lección de por vida. Y la lección de por vida fue: «¡Alejate de la electricidad o te achicharras por seis eternos minutos!» Ja, pero no, para mamá no hay cuestiones de suerte, por eso jamás pude explicarle lo mucho que me aterra la electricidad y las razones por las que evito estar cerca de las baterías del control remoto. Reitero que en estos temas ella es una madrastra: Cada vez que lo intentaba, ella ya tenía lista su fulminante frase de «sé hombre y haz eso»...
Pero tranquilos, al final te acostumbras.
Aunque claro, no podía evitar el sudor en mi frente, ni mis manos temblorosas y pálidas.
—¡Ron, apúrate! —escuché a Lindsay por las gradas—. Necesito ver una película.
—¿Acaso hiciste planes con tus amigas para hoy?
—No.
—Entonces no la necesitas. Mejor ve a jugar con tus muñecas o algo así.
—¡Mamá! —modo mala-suerte activado—. ¡Ron me trata como niña pequeña!
—¡Ron! ¡No molestes a tu hermana!
—¡Entonces dile que no me moleste a mi primero! —dije en tono alto, esperando que llegara a oídos de mamá, lo cual no serviría de nada porque siempre está del lado de Lindsay.
En parte era divertido escuchar la misma queja de mi hermana. Creía que ser un adulto es divertido, así que se encerraba en su habitación repitiendo «ya estoy grande» sin tomar aliento hasta que se lo creyera. ¡Si tan solo supiera!
No somos ese tipo de hermanos que se aman empalagosamente y se protegen entre sí con aquel recelo de novelas románticas. Lindsay es rebelde y le da pena ajena si se trata de hablar sobre su hermano mayor, y yo, pues yo una vez intenté tirarla por un canal de agua que cruzaba todo el parque acuático... Aunque sí compartimos algo: lo anormal. ¡Ah! Digo: en su momento quisimos crecer. Yo soñaba con ser el futuro presidente de Meet Clank, o al menos el alcalde de la capital —que se llama igual que el país—, pero luego me di cuenta que estaba muy lejos de serlo, además, irónicamente, ahora quiero volver el tiempo atrás, cosa que Lindsay no experimenta.
Bufé algo irritado. No había internet y lo necesitaba por varios motivos: Hacer un nuevo récord en «Castillos & Guerra», revisar mis aplicaciones y ver videos de mascotas graciosas toda la noche, enviar algunos mensajes altamente privados, y desgraciadamente también hacer tareas. Esta situación no parecía marchar bien. Mamá me obligó a estar aquí hasta terminar con la luz, lo que era fastidioso ya que había quedado con Melanie para ir a su casa esta noche y ayudarla con algunos ejercicios —sí, soy guardaespaldas, electricista, y encima profesor ocasional— y al parecer tendrá que ser mañana domingo o hasta que repare la luz.
Esperando que mamá estuviera de humor, salí del sótano que se había convertido en un sauna y fui a la cocina. La comida ya estaba lista y casi fría porque nadie me dijo ¡un clásico!
—Creí que no tenías hambre —musitó mamá desde la mesa al verme llegar.
—No sabía que la cena estaba lista —me encogí de hombros ocultando mi molestia.
—¿Qué? Pero le dije a... —volteándose hacía la cara arrepentida de mi hermana dijo con el ceño fruncido y en tono acusador—: Lindsay.
—¡Pero mamá! ¡Ron me dijo que yo era pequeña! —chilló de inmediato la pelirroja.
—Ah... —se quejó mamá ocultando su rostro entre las manos—. Eres y actúas como una niña.
—Lindsay, sé que quieres ver esas series de chicos guapos y todo, pero sin comida no lograré estar parado ni un solo segundo, así que la próxima vez, no lo hagas —dije mientras tomaba un plato.
Lindsay era una pecosa de trece años, con cabello rojo y ojos verdes. Pasaba la mayor parte de su tiempo pegada a su celular o a cualquier cosa donde se pudiera reproducir alguna serie de chicos esteroidipados. Ella era amada por unos y odiada por otros, y la desgraciada me robó toda la buena suerte que pude tener en alguna vida pasada. Era de esperarse que no contestara a lo que había dicho porque no aceptaba correcciones, pero no me importaba, algún día entenderá, o eso espero.
—Siéntate. Te serviré la comida y algo de café —dijo mamá en tono suave.
—Está bien —bueno, al menos, estaba de buenas.
—Mamá —dije cuando llegó a la cocina y yo me senté—, la luz está algo extraña, ya hice la mayor parte de las conexiones y no funciona. Creo que deberías llamar a un electricista que pueda con esto. Recuerda que hay conexiones incluso en el jardín y eso hace más difícil todo, además, si me dejas a cargo, mañana no tendrás ni una sola pared en pie.
—Carajo —dijo en voz baja, como para sí—. ¿Cuánto dinero crees que quiera un electricista?
—No lo sé. La última vez que llamaste a uno fue cuando tenía seis.
—No estoy para más gastos. Apenas entraron a estudiar, tu necesitas dinero al igual que Lindsay. ¡Dios! Y la hipoteca de la casa no se paga sola, además... Steve no piensa pagarme ni un centavo más —se quedó mirando fijamente el plato que había servido y pensó un momento, donde el silencio fue intolerable e incómodo. Luego de un rato levantó la vista, sonrió y dijo con voz positiva—: Supongo que nos quedaremos sin luz por un buen tiempo.
—¡¿Qué?! —gritamos Lindsay y yo.
—¿Qué? ¿Acaso necesitas más a la luz que la comida, el agua o el aire? No sean chillones.
—¡Pero «Chicos Guapos y un Marciano» está en la penúltima temporada! ¡Ni loca me la pierdo! —dijo Lindsay haciendo que mamá suspirara.
—Sin luz no hay internet y sin internet no puedo hacer mis tareas —mencioné intentando que las cosas fueran convenientes, pero mamá me dedicó una de esas miradas que juran asesinarte si sigues hablando—. Sólo digo, claro —agregué con las palmas abiertas
—Niños, mejor váyanse a dormir. Estar sin celulares y sin televisión les servirá de descanso para sus ojos. ¡A dormir! —y aplaudió dos veces como quien ahuyenta a un perro.
—Está bien, mamá —Lindsay odiaba irse a dormir, mientras que yo lo amaba.
Dormir era el único momento en el que mi mala suerte no surgía efecto... Aunque pensándolo bien, hay noches en las que incluso me golpeo o despierto seis veces sin razón alguna.
—Descansa mamá —le di un abrazo y luego de comer subí a mi habitación.
***
La cama se había vuelto un asador giratorio. El calor era insoportable y no paraba de dar vueltas sobre las sábanas. Al parecer las noticias de hoy en la mañana eran ciertas: Hacía mucho calor. Lo que había ocurrido en la cocina era la gota que estaba a punto de derramar el agua del vaso. Mamá había pasado manteniéndonos y yo no lo había apreciado tanto hasta este momento. Cuando Verónica me habló de sus planes y mencionó el «no ser una carga para mamá» todavía no había comprendido bien a lo que se refería, pero ahora me siento muy identificado con sus palabras. Aún así, no pienso darle el gusto a mi amiga de tener la razón, otra vez.
Para refrescarme un poco me levanté y abrí la ventana, esperando que alguna brisa se colara por allí. Noté que Verónica aún estaba despierta, pues la luz amarilla se reflejaba en su ventana. Solo por ser quisquilloso miré la hora en mi celular que indicaba las diez, y ella aún no se dormía.
Seguro ya se cortó las venas y se le olvidó apagar la luz.
No quería llamarla desde aquí, resultaría un buen chisme para los vecinos y era mejor no levantar escándalos en el vecindario, tal y como siempre lo habíamos mantenido. Pero necesitaba hablar con ella. Verónica era ruda, pero, allá en el fondo —muy, muy en el fondo—, tenía un lado femenino y tierno que la hacía comprensiva. Entonces, utilizando un poco la memoria, recordé que cuando tenía unos catorce años habíamos usado lámparas para comunicarnos desde nuestras ventanas.
Ojalá aún lo recuerde.
Tomé una lámpara y comencé a encenderla y apagarla constantemente, hasta que dio resultado. Verónica apartó las cortinas por ambos lados y miró en mi dirección, extrañada.
—¡Son las diez! —fue lo primero que dijo en tono bajo.
—¡Necesito hablar contigo!
—¿Qué carajos quieres hablar a esta hora?
—¡Espérame!
Me apresuré a ponerme unas pantuflas de cocodrilo y salí por la ventana. Yo sabía todas las mañas del tejado, pues pasaba mucho tiempo allí, así que no me fue difícil dar un brinco y caer en el césped como un felino. Al levantarme, me acurruqué de inmediato al notar la pequeña luz que salía de la sala. Era mamá en su celular. Al menos había salido por la ventana y no por la puerta, sino me hubiera encontrado en serios problemas. Pero terminé caminando sigilosamente hasta cruzar la calle.
Las luces de la casa de Verónica estaban apagadas, solo la habitación de mi amiga tenía vida en ese momento. Ella observaba en silencio todo lo que hacía, hasta que me acerqué al balcón de abajo y comencé a escalarlo.
—¡No te creas un Romeo! —dijo burlona.
—Ni te pienso conquistar y mucho menos morir envenenado a tu lado para que te creas una Julieta —el comentario se escapó de mi boca sin querer, aunque me causó mucha gracia ya que casi nunca gano en estas discusiones.
—¡Idiota! —se quitó su pantufla y amenazó con tirarla en mi cara—. ¡Pídeme perdón!
—¡Ay! No seas tan llorona, Vero.
—¡Discúlpate de eso también! —se quitó la segunda pantufla y volvió a amenazarme—. Si las tiro tendrás que ir por ellas.
—¡Está bien! —después de todo no quería volver a escalar el balcón—. ¡Lamento que tu vida sea igual de vacía que tu sostén!
—¡Estás frito, Ron! —tiró ambas pantuflas, pero antes de caer al suelo logré atraparlas, una con la mano y la otra con la boca.
—No te enojes, solo ayúdame ¿quieres? —dije luego de quitarme la pantufla de la boca.
Ella bufó, pero al final decidió ayúdame. Tomó mi mano y dio un tirón hasta que estuve dentro de su habitación. Me esperaba de brazos cruzados, seguramente insistía en la idea de que me disculpara por los comentarios que hice.
—¿Qué? —pregunté.
—Pídeme perdón.
—Está bien: Discúlpame Vero, no era verdad... Aunque sí lo de tu sostén —reí en su cara y antes de que se volviera a quejar la empuje a su cama.
Nos miramos un momento directamente a los ojos, ambos ceñudos. Ella estaba sentada en su cama con los brazos cruzados, y yo de pie, fingiendo ser el más dominante entre los dos. Pero al final, el ceño de Verónica terminó relajándose y preguntó con un suspiro:
—Está bien ¿qué te pasa?
—Ah —suspiré aliviado—. No tenemos electricidad en la casa —dije encogiéndome de hombros.
—¿Otra vez tu suerte? —levantó una ceja.
—Sí.
Ella sonrió. Le gustaba reírse del mal ajeno, por eso hablábamos mucho sobre mi mala suerte. Así que de un brinco me tiró a su cama para que hablara y empujó con su pie un bulto de ropa acumulado en una esquina de la cama para abrirse lugar junto a mi.
—A ver, cuéntame —dijo la bipolar con una enorme sonrisa.
—En realidad no es tan divertido —suspiré viendo al techo—. Tenías razón sobre buscar un trabajo y vivir tu sola.
—¿A qué te refieres? —con su mano me obligó verla de nuevo, y su sonrisa ya había desaparecido.
—Mamá nos ha mantenido toda la vida, a mi y a Lindsay. No quiero ser un estorbo para ella.
Verónica suspiró junto a mi. Nos quedamos en silencio un rato, un largo rato. Pensando. Yo estaba a punto de bostezar cuando de repente ella se levantó, mostró una sonrisa y dijo en tono de grabadora:
—Así que buscas mi profesional ayuda para encontrar el trabajo ideal de tus sueños.
—Estás loca —reí.
***
Verónica encendió su computadora que estaba en «dormir» y se desplegaron varias paginas ya abiertas de distintos lugares pidiendo empleados jóvenes. Yo había buscado una silla en todo el desorden de su habitación para sentarme a su lado, dando con un banco que estaba patas arriba que era muy cómodo.
—Así que ya tienes todo planeado —comenté.
—Eso creo.
—Sí sabes qué tipo de trabajo buscas ¿no?
—Humm, tal vez.
—¿Me estás diciendo que aún no tienes idea de lo que vas a trabajar?
—No sigas, Ron.
—¡El otro día lo dijiste como si ya te fueras a ir de Meet Clank!
—Oye, yo no dije que iba a irme ya, yo solo dije que quería hacerlo.
—¡He pasado todos estos días lamentándome creyendo que ya no te volvería a ver!
—¡Y yo soy la dramática! —golpeó el escritorio—. Mejor mira la computadora y ya. Ron, aunque me fuera de aquí, no tengo ganas de cambiarte como amigo.
Suspiré. Al menos su último comentario me calmó.
—¿Ya llamaste a alguno de estos lugares?
—Aún no. No me ha quedado tiempo... —Al decir eso ocultó su boca entre sus rodillas sabiendo que el peso de mi mirada estaba sobre ella.
—No esperes a que me crea eso.
—¡Lo sé, soy una procrastinadora en potencia! —dijo casi riendo.
—¡Ya qué! —suspiré.
—¡Mira! —me alertó cambiando el tema de la conversación y apuntando con su dedo la pantalla de la computadora— Hay un lugar cerca de aquí. Exactamente a cuarenta y cinco minutos. Es un trabajo para mesero y es un lugar de comida rápida, además es solo para los sábados. Se ve bien, creo que voy a...
Rápidamente apunté el número del lugar en mi celular, y pese a la hora, llamé esperando a que alguien contestara. No había notado la mirada asesina de Verónica hasta minutos después.
—¿Hola? —contestaron al otro lado.
—Hola, hablaba por el trabajo de...
—Alto allí, hermano. Esta no es mi hora de trabajo, así que tendrás que llamar en otro momento.
—¡Ron! —habló Verónica muy fuerte.
—¿Qué quieres? ¿No ves que estoy en una conversación importante?
—Vaya, vaya. ¿Pelea de enamorados a la media noche? —dijo el chico al otro lado, esta vez con una voz melosa y pícara.
—¿Qué carajos?
—¡Ese es mi trabajo! ¡Yo lo encontré primero!
—¡El que se va para Santa Lucía pierde su silla! Además tienes un montón de trabajos en la computadora, no seas tacaña.
—¡Tuviste que pedirme permiso antes!
—No moles...
—¡Dame ese teléfono! —Verónica intentó quitármelo con sus manos filosas y duras por los huesos, así que me levanté de inmediato y estiré mi brazo lo más que pude, pero al final, ya que Verónica es lo suficientemente alta, lo tomó de un zarpazo y encima me dio un rodillazo esquelético en mi estómago.
—¡Hola! —dijo dulce y se tiró a la cama panza abajo—. Llamaba por el trabajo de...
—Nena, el trabajo solo es para hombres —Me parece que esta noche alguien morirá.
Mi amiga no odiaba nada más que aquella pequeña palabra. «Nena» para Verónica era la peor ofensa que podían decirle. Creo que en el pasado algo relacionado con esa palabra la hirió muy fuerte, pero en realidad no recuerdo muy bien toda la historia.
—¡Hey! —dijo ofendida— ¡A mi me respetas, cabrón! —sus delgadas y profundamente negras cejas se curvaron con enojo—. Yo no soy tu «nena» ni la de nadie. ¡Yo soy una dama decente! Así que no vuelvas a llamarme de esa forma ¿entiendes? ¡Cretino! ¡Asqueroso, puerco, marrano, cerdo hecho chicharrón con pelos en el cu...!
—¡Ya cálmate niña malcriada! —antes de que continuara le tapé la boca con mi mano, pero en vez de recibir un suspiro rendido, recibí una cruel mordida—. ¡Ah! ¿Y con esa boquita piensas hablar en tu primera entrevista?
—¡A ti que te importa, idiota!
—Me tienes harto, Vero —me apuré para hacer un súper-movimiento-Spider-Man y le arranqué el celular de las manos—. Oye, ¿sigues allí?
—Hermano, esto es de antología —rió—. Esperaba algo más bajo y puerco a estas horas de la noche, pero esto de verdad me causó gracia... ¿Como es que puedes dormir con una fiera como esa?
—¡Vamos! No duermo con ella —me quejé. En mi mente lo menos que se me pasaría por enfrente es acostarme con Verónica, porque ademas de enojada, es un hueso sin carne.
—Ahora veo por qué sigues vivo —volvió a reír—. Pero sí me confundí, ¿qué crees que hacen una chica y un chico a estas horas de la noche? Juntos... A solas.
—Ya cállate. Quiero hablar del trabajo ¿puedes?
—Claro, claro. Me agradas ¿si? pero recuerda que no estoy en mi hora de...
—Apúrate.
—¡Bien! Buscamos hombres jóvenes, con un alto grado de masculinidad (porque de alguna forma necesitamos atraer al público) y de buen aspecto, aunque eso sí, no pienses que va a ser sencillo, es un empleo agotador y con un mal salario, pero si eres menor de edad o eres algo menso, este puede ser el lugar más digno que encuentres para alguien con un currículum tan vacío... Y por cierto, sí hay un espacio para chicas, pero es en la oficina.
Guau, depositó toda su tristeza en mi.
—Ah... —no sabía qué decir, nunca me habían hecho sentir tan inútil en una sola llamada. Para hablar sin que el metiche del otro lado escuchara, puse el celular en mi hombro y dije hacia mi amiga—: Vero, dice que sí hay espacio para chicas.
Esta se incorporó rápidamente en la cama y preguntó con interés qué era lo que necesitaba.
—¿Tienes el alta voz? —preguntó el chico.
—No.
—Bien, del uno al diez qué tan agradable es su cara.
—¿Qué?
—¡Solo responde!
—Ah —dudé. Estudié la cara de Verónica por unos minutos mientras ella se quedaba confundida—. Tal vez un siete.
—No está tan mal... ¿Es virgen?
—¿Qué? ¿Por qué me preguntas eso? Además no lo sé.
—¡Pues pregúntale!
«No lo hagas, Ron» me advirtió la conciencia de nuestra amistad. No sabía qué tanto podía desatar aquella pregunta, pero Verónica me rogó varías veces para que escupiera de una vez por todas lo que iba a preguntar.
—¿Vero... Eres vi-virgen? —pregunté con las palabras tropezándose en mi boca del miedo.
Tal como supuse, Verónica explotó en rabia. Me dio varios golpes, su cara se puso como de tomate y me decía todos los insultos que había aprendido en la escuela. Sí, había pronosticado bien, el que iba a morir esta noche era yo.
—Pues creo que sí es virgen —dije al teléfono.
—¡Estás vendiéndome! —fue lo último que dijo y ocultó su cara entre sus rodillas.
—Lo siento hermano, aquí no queremos niñas de ese tipo.
—Idiota —murmuré viendo con frustración a Verónica llorar—. De todas formas ninguna chica como ella quisiera estar en un lugar como ese —de inmediato colgué la llamada y me acerqué hacia mi amiga que estaba hecha una bola junto a su almohada.
Al tratar de deshacer aquella bola, Verónica me empujó hacia atrás, pero yo no iba a retroceder, así que sujeté con firmeza sus brazos para que no me volviera a empujar.
—¡Eres un idiota! —su voz era dramáticamente dolida.
—Lo siento...
—¡Además de flaca y fea, soy virgen! —levantó su rostro y varias lágrimas se le corrieron por las mejillas.
—No llores por eso. Eso ni siquiera tiene sentido.
—¡Para ti no tiene sentido! Pero todos en la escuela me hacen burla, dicen que nadie hará eso conmigo porque soy horrible. ¡Soy demasiado fea para que alguien me quiera!
—Vero, cada quien tiene su media naranja, y tú eres un limón amargado, tampoco esperes a que alguien de la escuela te vaya a poner un dedo encima si eres tan... tú.
—¡Ron, no ayudas en nada! —Verónica volvió a ocultarse entre sus manos y se tumbó en la cama para llorar desconsoladamente.
Suspiré.
No me gusta ver a las niñas llorar. Para empezar, consolar a las chicas es difícil si no sabes por qué lloran, y segundo, las mujeres son demasiado expresivas, no les importa llorar en silencio o a todo volumen, simplemente lloran, pero al hacerlo, conmueven una extraña parte de la masculinidad.
Tenía que sacar mi lado Romeo urgentemente. Necesitaba contemplar de alguna forma a Verónica, y mi lado poeta —el cual no tenía— tal vez supiera cómo actuar en estas situaciones.
—No llores... —comencé— Me gusta verte sonreír, aunque lo hagas tu sola y lejos de los demás. Me gusta tu sonrisa porque es inconsciente, pero no me gustan tus lágrimas, porque cuando lloras estás consciente, y cuando estás consciente de algo triste, suele doler más de lo que en realidad duele.
De pronto Verónica sonrió.
—Te escuchaste muy tonto.
—Me lo merezco.
—No sabía que eras tan cursi —dio un sorbo con su nariz y me sonrió aún con su cara roja y con algunas lágrimas que me apresuré a secar.
—¿Me perdonas?
—A ti sí, pero a ese idiota jamás —hizo un gesto de superioridad que terminó haciéndonos reír.
—Ven —dije arrullándola en mis brazos y luego nos quedamos lado a lado compartiendo una sola almohada.
—¿Me cantas algo?
—Tampoco soy tan cursi. Además, sabes que no canto bien.
—Me debes una —amenazó.
—¿Qué te parece un cuento?
—Pero que no sea aburrido.
—Creí que te gustaban los cuentos que me había aprendido.
—Siempre me han parecido aburridos. Cuéntame uno divertido.
—Está bien, ahora un chiste: Ayer pasé por tú casa y me tiraste una perla... ahora tráeme tu concha que no tengo donde meterla.
—¡Patán! —estaba a punto de reírme cuando sentí su almohada estrellarse con mi cara—. ¡Pervertido!
—¡Creí que te querías reír! —dije mostrando mis palmas y sonriendo.
—¡No de esa forma! ¿Ves la razón por la que odio internet? ¡Solo miras cosas estúpidas!
—Sí te dio risa —dije notando su cara completamente roja y sus labios titubeantes.
—No.
—Que sí. Ya duérmete —tomé la sabana que estaba por nuestros pies y la arrojé sobre nosotros.
—Eso no dio gracia —dijo de ceño fruncido y dándome otro golpe— ¿Que crees que va a ser de este año, Ron?
—No lo sé, pero al menos ya he tomado la primera decisión.
—¿Trabajar?
—Hacer algo bueno para mamá, y para mí también.
Nos quedamos viendo fijamente al techo sin decir nada, hasta que por fin, nuestros párpados se rindieron ante el peso del sueño y la oscuridad de la media noche.
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