Capítulo 1: Verónica.
Todo comienza por algo o por alguien. Algunos creen que es mejor contar desde el principio de año o desde que conocen a ese alguien que hace que las cosas den vuelta. En mi caso el inicio de año fue como cualquier otro y no he conocido a nadie hasta ahora que cambie mi historia por completo... Pero recordándolo bien, sí conozco a alguien desde mi adolescencia que podría asegurar que es la causante de todo lo que acontecería este año.
Primero debo aclarar que nos conocimos aquí, en Meet Clank, en el mismo vecindario. Cuando puso un pie en esa casa, no creí que fuera para siempre. Había visto muchas personas ir y venir de ese lugar, pero ella se quedó más tiempo de lo imaginable. Nos conocemos desde que tengo doce y ella de trece.
A pesar de que yo era —y soy— Ron Bardía Serra, el tonto, el don nadie, el chico con un par de pies izquierdos, el rarito del sándwich que siempre se le cae el jamón, ella nunca perdió el tiempo para correr a mi casa luego de la escuela y pasar horas jugando basketball, nunca le importó mi mala suerte, ella solo quería rebotar la pelota hasta terminar empapada de sudor y con las piernas temblando.
Sí, solo me usó...
Con el tiempo formamos una de las mejores amistades de las que puedo contar, y a medida crecía nuestra amistad, así crecía también su don para el basketball. Dicha actividad nunca me gustó, pero ella era demasiado insistente que terminé siendo parte de su juego, pero, aunque intenté, nunca pude dominar ese deporte —y ningún otro deporte hasta la fecha—, lo que hizo que me ganara el apodo «vara de bambú tostado» a la hora de jugar. Ella es, sin duda, la mejor chica para este juego.
Pero pese a que tenía cualidades que la hacían brillar, por alguna extraña razón, nunca lo pudo ver. Las burlas porque yo era el más bajo de los dos se acabaron cuando cumplí los quince y crecí como árbol. Definitivamente el problema no era que yo fuera alto, sino que ella no se quedaba atrás y llegaba a la altura de mi nariz, eso la hizo sentirse infeliz el resto de su vida. Ella cree que es mejor no ser tan alta, aunque para mi, eso no tiene nada de relevancia, seguía siendo mi amiga y era lo que importaba.
Ese año, cuando cumplió los dieciséis, nos topamos con el primer «pende de un hilo» en nuestra amistad. No fue una traición exactamente, pero ella se sintió tan avergonzada que el recuerdo lo catalogó como tal. Justo en su fiesta de cumpleaños —y hay que especificar que cumplir los dieciséis es un acto solemne para la mayoría de las chicas en Meet Clank—, cuando su madre, la señora Cooper, la estaba buscando frenéticamente —pues aseguraba que había un secuestrador serca— todos salimos en busca de ella. Esa misma noche en la fiesta, yo fui quien la encontró detrás de un muro de la casa, escondida con un chico a punto de darle su primer beso...
Eso costó un pastelazo en la cara y un enojo que duró mes y medio.
Aunque con el tiempo tuvimos que dejar de ser tan orgullosos. Ella no soportaba la idea de no jugar basketball después de la escuela y yo no quería pasar solo todas las tardes en el recreo. De allí salió la promesa de que ella perdería un año con tal de pasar más tiempo juntos e ir al mismo salón de clases, lo que hizo dar a torcer mi brazo, sabía lo importante que era para ella ser de los primeros lugares, pero decidió recibir una humillación como esa con tal de recuperar nuestra amistad, así que para ser justos, yo le prometí que la cuidaría siempre.
Hay otras historias que contar sobre nosotros, pero considero que es el mejor relato para empezar, ya que desde allí aprendimos a no enojarnos tanto, y al paso de los años nuestra amistad mejoró mucho.
Y... hablando sobre el paso del tiempo, hemos llegamos a la actualidad: Yo con diecinueve y ella con veinte. Han pasado casi ocho años desde que nos conocimos, y todavía la gente extraña cree que soy el mayor entre los dos, pues a pesar de todo, ella siguió siendo la niña caprichosa y bravucona de este dúo.
De hecho, no es la chica más madura de la escuela, ni tampoco es alguien popular, no tiene tantos atributos físicos que sean de mayor atractivo y no es la novia del tipo malo de la escuela, ah, y tampoco tiene cara de porcelana. Es pálida, flaca, alta y con un mal gusto para la ropa... y es mi mejor amiga.
Sí, sí, suena emocionante. Una amistad duradera de una chica ruda y llorona con un chico que tiene mala suerte desde el nacimiento. Sin embargo, había algo que no podía evitar y que estaba convirtiendo en polvo todas mis historietas. El paso del tiempo tenía preparado esto, y al parecer a nadie le afectaba más que solo a mí: Este es nuestro último año. La escuela acabará, mis amigas se irán a donde ellas quieran ir, todos nos separaremos el uno del otro, incluyéndonos a mi y a ella.
No me gusta la idea de seguir creciendo. Considero que ya lo hice y no de la mejor manera. Ser un adolescente es difícil cuando llegan estos lapsus de dudas existenciales. ¿Qué haré luego de la escuela? ¿Trabajaré, iréa la universidad, o rentaré un departamento? ¿A dónde se irán mis amigos? ¿Con quien pasaré el resto de mi vida? Vivir en carne propia la vida de un adolescente que está a punto de ser un adulto, es como estar en el mar, olas de decisiones, oportunidades, preocupaciones, dudas, todo eso golpea con fuerza mi mente, zarandeándome como a cualquier grano de sal. Yo solo quisiera ser una roca estática. No quiero dejar ir mi mundo compuesto de niños jugando en la acera con una pelota en una tarde de verano. Quiero permanecer aquí, cerca de mi familia, de mis amigas, de todo lo que conozco, de todo lo que quiero.
Aunque puedo y tengo mis varias razones para hacerlo, no me gusta la idea de dejar a mamá. Aunque el vecindario tiene algunas fallas —como los vecinos chismosos—, en realidad no es tan malo como para querer irme a otra parte. Y aunque todavía tengo que soportar el resto del año viendo a la cara de rata, incluso eso lo puedo soportar. Pero no irme. Al parecer, dejar sus hogares y dejar todo lo que ya conocían, eso no les afecta a ninguna de mis amigas, para ellas es «una nueva aventura». Yo no puedo dejar las cosas así de fácil, no puedo despedirme de este lugar tan sencillamente, de hecho, no puedo dejar nada de la forma fría en como lo hace ella, como lo hace Verónica.
Mi mala suerte tal vez sea no poder superar seis días atrás o seis meses, seis años después de esta noticia, tal vez no superar seis palabras que formen la frase «Trabajaré para vivir mejor, yo sola». Y tal vez, mala suerte también sea aceptar esto después de sesenta años o de sesenta decepciones.
—Mars dijo que iba a hacer una fiesta el viernes. Iremos ¿verdad? —dijo volviéndome a la realidad de golpe, haciéndome estrellar en el momento que estábamos antes de que me sumergiera tanto en mis pensamientos—. ¿Ron?
—¿Quieres ir? —pregunté incrédulo mientras observaba cómo acariciaba su liso, largo y negro cabello.
—Sí —dijo sin rodeos—. Es nuestro último año y nunca hemos ido a fiestas con chicos de la escuela. Te recuerdo que sólo hemos hecho algunas pijamadas con Melanie, Stephanie, yo y...
—No digas su nombre —interrumpí rápidamente. Nos miramos directamente a los ojos y luego de unos segundos nos reímos—. Tal vez vayamos —concluí.
Ella sonrió. Sospecho que al final, terminaré yendo a esa fiesta como todas las veces: obligado. Después de todo, si el resto de chicas va, estoy más que seguro que tendré que ir.
Sí, también trabajo de guardaespaldas y nadie me paga todavía.
—Entonces les diré a las chicas que si iré —se levantó y arregló su falda que le llegaba arriba de las rodillas.
—Claro.
La vi caminar y cruzar la calle hasta llegar a la mesa que estaba afuera de su casa. Las demás chicas estaban sentadas esperando su respuesta y media vez Verónica les decía algo ellas sonreían y celebraban. Había sido un buen día, esta vez no terminamos molidos por jugar basketball como en otras ocasiones y no hacía tanto calor como lo dijeron en las noticias.
Sonreí.
Mi amiga de vez en cuando tenía razón. Era nuestro último año y ya no teníamos mucho que perder. Después de todo, si vomitábamos frente a todos o si perdíamos la virginidad en una noche loca, ya no habían reputaciones que cuidar y mantener para el año siguiente, porque ya no hay siguientes años.
Noté que el cielo se iba haciendo naranja y rosado, así que tomé a Tom —la vieja pelota de basketball— y me levanté. Antes de llegar a la puerta blanca de la casa, acostumbraba tocar la pared de ladrillos rojos y alguna que otra planta que se enredaba entre los balcones de las ventanas o la cerca que dividía nuestra propiedad con la casa de la cara de rata.
—¡Vero! —la llamé y volteó. Le hice una seña de que me llevaría la pelota y ella asintió con una sonrisa mientras volvía a la plática con las chicas, sin darle mayor importancia al asunto.
Al abrir la puerta y cruzar a la derecha para subir las escaleras, me di cuenta de que mamá estaba haciendo sándwiches en la cocina, así que tomé un par para llevarmelos a mi habitación.
—Ron, no olvides que mañana sacas la basura —dijo al notar mi presencia.
Esa era la quinta bolsa en la semana.
Subí las escaleras luego de darle un resignado «sí» a mamá. Esta vez, en lugar de encender la computadora y ver cómo se cultivan las plantas o hacer cualquier otra ridiculez de tarea, me senté en mi cama con los pensamientos turbados. No dejaba de darle vueltas al mismo tema. ¿Realmente quería irse y dejarlo todo? Después de seis días, eso no me dejaba tranquilo.
Mientras masticaba la esquina del primer sándwich, tomé el gnomo verde que estaba en mi mesa de noche. No era tan grande, apenas era de unos diez centímetros de altura, pero era lo suficientemente pesado para doblar la mano. Era un recuerdo costoso, una figura navideña de puro metal y soldadura hecho artesanalmente. Comencé a tirarlo con la mano y atraparlo con la misma, pero luego de seis veces repitiendo el mismo movimiento, sentí el peor ¡puc! de la historia. La figura no calló en mi mano como esperaba, sino que en mi pie.
—¡Ay! —me quejé en voz baja levantándome y apoyandome en un solo pie, tomando con mi mano la repisa de la derecha.
Pareciera que otra vez fue «increíble», pero en realidad era totalmente esperado. Seis de mis figuras de hongos de barro cayeron a mi otro pie causando un efecto parecido al del gnomo, lo que obligó a mi cuerpo a perder el equilibrio y chocar cara a cara con la lámpara de mi mesa de noche.
Mi lámpara azul —que iba a superar los seis meses viva— terminó rompiéndose y esparciendo todo el vidrio sobre la alfombra, rodando hasta llegar a mi escritorio que estaba junto a la puerta. Me levanté y caminé con cuidado, puesto que mis calcetines, a pesar de ser resistentes, no soportarían el corte de algún vidrio.
—Tontas lámparas —murmuré fastidiado.
Era mi quinta lámpara favorita que llegaba a los seis meses. Mi mala suerte alcanza para arruinar todo lo que me gusta. Las lámparas coleccionables que tanto me esmeré por comprar con todos mis ahorros de meses anteriores siempre se destruían en cuestión de segundos gracias a la ley del seis.
«Mala suerte» pensé otra vez.
La levanté del suelo y la miré decepcionado. Estaba rota y sin esperanza de poder ser reparada. Frustrado ante la misma situación, di un fuerte golpe a la pared, esperando poder descargar la mala vibra que había acarreado durante estos últimos seis días.
Ojalá nunca lo hubiera hecho.
El toma corriente se había quedado hundido por mi puño, haciendo que mis dedos ardieran del dolor y toda la casa quedara a oscuras. ¿Quién iba a decir que en el siglo XXI las paredes serían de cartón?
—¡Ron! ¡Se fue la luz! La reparas ¿si?
—Sí, mamá.
Aquí va de nuevo...
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