XV. Un cena "amistosa"
Perla.
Estaba terminando mi día de trabajo, me encontraba emocionada porque el proyecto estaba quedando hermoso, era martes y ya nos quedaban pocos días para presentar nuestro proyecto. Organizaba los últimos detalles de la sección de fotos que sería al día siguiente.
Cristina y Marco organizaron una cena amistosa, en un restaurante francés que recomendó Brice. Ella me iba acompañar a comprar un vestido y yo me había ofrecido a comprar el suyo. Era la novia de Marco y quería consentirla.
José me invitó a almorzar, pero conté una vez más con Mónica para evadirlo. Luego me invitó a tomar café, pero ua vez más lo evité y la excusa perfecta fue "tengo cosas que hacer", así lo dejé con su sufrimiento solo, corrección, acompañado, porque él sabía que tenía a su prometida pasara lo que pasara.
En la tienda de vestidos, habían muchos, de todos los colores y formas. Pero yo, como buena diseñadora de modas, busco calidad, textura, diseño y precio. No es por falta de dinero, pero un vestido tiene que valer lo que ofrece. Así paseamos por toda la tienda (que no era muy grande) en busca de el vestido ideal para esa noche.
Fuimos a probarnos los vestidos, cada una llavaba tres en cada brazo y así nos lo probamos todos. Decidimos el modelo perfecto. Ella se detuvo a observar un vestido de novia, era hermoso. Recordé cuando yo estaba pequeña y pensaba en mi vestido ideal para la boda, sin embargo, ese día no le presté la mayor atención.
—Está hermoso —mencioné.
—Sí, era el modelo que Luna, la hermana de Marco, deseaba usar, antes que destrozaran su corazón.
—¿Un hombre la lastimó? —Quise acertar.
—No, creeme que no fue un hombre, al contrario, fue una mujer.
Sentí recelo en su respuesta, así que decidí no preguntar más al respecto. Ella negó con la cabeza y volvió a sonreír. Sin embargo, eso no me tenía tranquila.
✥✥✥
El restaurante es hermoso. Habían mesas redondas y grandes para varias personas y también para parejas, es amplio y conserva sus colores dorados y rojos, con luces blancas y pequeños espacios con luces amarillas para darle aires a romance. Nosotros optamos por la mesa grande. Éramos cuatro personas y queríamos compartir todas juntas.
Los meseros estaban vestidos con demasiada elegancia; usaban el negro y blanco para resaltar la presencia del restaurante. En la mesa habían flores del color rosado y una girasol en el centro. Los cubiertos plateados y los platos de porcelana esparcidos por toda la mesa.
Como se trataba de comida francesa le dije a Brice que piediera por mí, yo había ido a Francia, sin embargo, siempre comía lo mismo porque el que me acompañaba era mi padre y él pedía por mí —nunca preguntó si me gustaba o no—, por ello no sabía mucho de la gastronomía de Francia.
El Mocoso vestía un traje formal —algo que pocas veces vemos— de color azul marino, una camisa blanca y una corbata negra (yo lo ayudé a escoger su traje). Ella usó el vestido que le regalé, era hermoso y combinaba con su novio; usé el color azul turquesa, de tirantes y ajustado hasta su cintura con una falda ponposa, unos pendientes negro y unos tacones plateados. Brice usaba un traje vinotinto y algunos detalles negros, sí se ajustaba a su estilo, la camisa y la corbata eran negras (no opiné en su manera de vestir, él escogió su atuendo). Por último yo. Yo había elegido un vestido verde ajustado, tapaba mis pechos, pero con los brazos descubiertos, tenía mucho brillo, lo combiné con un collar y una pulsera plateada.
Nos veíamos hermosos, hay que admitirlo. Marco y Cristina hablaban de algo entre ellos. Decidí mirar las servilletas, era más divertido que no hablar con nadie.
—¿Cómo te fue hoy? —Brice rompió el silencio—, digo, con... tu jefe.
—Normal.
—¿Cómo te fue con Cristina?
—Genial. —Doblé la servilleta de una esquina a otra.
—¿Te gustó el restaurante?
—Sí, es muy bonito. —Hice una linda flor con la servilleta.
—Oye. No sé si no lo has notado pero estoy tratando de sacarte conversación.
—Oh, lo siento. —Dejé mi origami sobre laa mesa y lo miré—. Hablemos de otra cosa, estoy cansada de saber sobre mí.
—Bien, aunque a mí me encanta saber de ti, hablemos de otra cosa... ¿Cómo qué?
—Sobre ti, por ejemplo, me dijiste que tienes un hermano, ¿qué edad tiene?
—Tiene doce años, le gusta el fútbol y tocar la guitarra. Nos llevamos muy bien.
—Interesante... ¿Cuándo terminas la universidad? Dijiste que eres de la edad de Marco...
—Soy mayor que Marco, tengo veintidós. Me falta poco para terminar la universidad. —Mira de reojo a su amigo—, a él le hubiera gustado terminar conmigo, aunque no estudiemos lo mismo, nuestros cálculos eran: terminar el mismo años.
La verdad era que yo jamás había sentido esa necesidad de dineros, mi papá me pagó la universidad. Me adelanté en muchas cosas, entre esas cosas, la universidad, la empecé cuando tenía dieciséis años. No sabía cuanto tiempo estaría en La Voz, pero sí pensé en que Marco comenzara sus estudios en esa ciudad.
—A Luna le hubiera gustado mirarlo con la túnica y el birrete negro.
—Luna... ¿Cómo era ella?
—¿Qué? ¿Marco no te ha hablado de ella? —preguntó desconcertado, negué perdiendo el hilo de la conversación, el prosiguió—: ella era hermosa, tenía el mismo color de ojos de Marco, pero ella era capaz de entrar en el corazón de cualquier persona, era adorable y muchos nos preocupamos cuando ella comenzó a cambiar por... Mejor cambiemos de tema, ella también era como mi hermana.
—Perdón, tienes razón.
Así hablamos de otras cosas, me hizo reír mucho. Comíamos hablando entre todos, sobre la comida, la familia francesa de Brice, de allí viene su nombre y apellido. Ella nos contó de su padre, su madre murió cuando estaba pequeña de un infarto, yo conté que a mí me abandonaron y sólo conocí a mi padre y a mi hermano mayor. Ellos comezaban hablar de mi padre —ignorando que soy su hija— sobre lo conocido que era por buscar a todas las mujeres con un fin y luego de haberlo logrado dejarlas, me sentía incómoda ¡es mi papá del que hablaban! Marco fue el único que lo notó y trató de callarlos, pero llegué a escuchar el último comentario de Cristina:
—Como dos gotas de agua.
Había que ser muy tonta para no notar el recelo y la odiosidad que acompañaba su comentario. La miré confundida, pero ella aguardaba una mirada de odio intenso.
—¿Perdón? —Fingí no haberla escuchado.
—Bien. Tú y tu papá son como dos gotas de agua —repitió con más odio todavía.
—¡Cristina, no! —reprochó Marco—, te dije que no dijeras nada sobre eso.
—Pues me cansé, Marco, yo no sé jugar el papel de hipócrita y eso lo sabes.
—¿Hipócrita? ¿De qué hablas? —Observé la escena frente a mí, Brice no quería levantar la vista, Marco y Cristina se veían con desafío—, ¿qué ocurre?
—No, querida, qué ocurrió, porque eso ya pasó. —Ella esperaba algo de su novio.
—No —musitó él—, no te atrevas...
—¡Me cansé, Marco, estoy cansada de esta situación! ¡Mírala! —Me apuntó con su dedo—, de no ser por ella tu hermana estaría viva.
Me levanté furiosa de la mesa. No entendía nada, pero sí sentía su acusación de algo que, posiblemente, no hice.
—No puedes acusarme de algo que no hice —vociferé—, no te lo permito.
—Está bien, Marco, si tú no quieres decir nada, lo haré yo.
—Cristina, no. —Brice trató de convencerla.
—Luna, la hermana de Marco, se suicidó —dijo ella ignorando por completo a Brice—, ¿sabes por qué? Dios, es cierto, tú qué vas a saber, si solo te importa tu vida y no quién te rodea, pero tranquila que yo te lo voy a decir, ¿quieres saber por qué lo hizo? ¿Por qué decidió quitarse la vida aun sabiendo cuantas personas la amaban? Ella lo hizo...
—¡No lo digas, Cristina! —Marco estaba enojado e igual que nosotras se colocó de pie.
—Ella lo hizo por tu culpa. —Al termimar de decirlo, noté que sus ojos se cristalizaban, Marco apretó los puños y yo no entendía nada—. Ella se fue odiándote a ti más que a nadie. Ella solo fue víctima de tu existencia, ¿o es que ya olvistaste a Andrés Vené? Un hombre casado, con familia, una la cual a ti no te importó y la destruiste y con ella a Luna. Era feliz hasta que apareciste tú.
—¡Ya! —gritó Marco y tomo la mano de su novia.
Una opción: salir corriendo, una decisión: salir corriendo. Corrí por toda la calle, me dolía en el pecho el cómo le arrebaté algo tan importante a una persona que me ayudaría tanto. Los tacones me lastimaban, me los quité y los dejé en el camino, no quería saber más nada de nadie ni de mí. Esa historia porque estaba cercana, pero ¿y las historias que no conocía?
Empezaba a sentir asco de mí, de mi cuerpo, de mi vida, de mi karma. Las lágrimas bajaban a montones y las asqueba también. Por el cansancio comencé a atrasar mi corrida hasta solo ser una caminante ambulante.
Las personas que pasaban a mi lado me veían con rareza, lo ignoré. Solo quería caminar, caminar, caminar... no sabía a dónde iba, pero no me importaba.
Llegué a un puente, debajo cruzaba una autopista, los carros iban con las luces encendidas, haciéndola más clara a pesar de la noche oscura. Miré los coches pasar con velocidad. Así como todo pasba frente a mí, la imagen de Marco, de Cristina, el recuerdo de las palabras de Alexis, la mirada de miedo y desdeñosa de mi padre, mi vida, mi maldita y asquerosa vida. No podía seguir con todo...
—Hazlo.
Volteé a mirarlo, mis lágrimas eran cada vez más abundantes.
—Si crees que es la solución a tus problemas, hazlo.
Miré otra vez la autopista, pero desistí a mis pensamiento y en vez de eso grité. Grité por todo y por cada una de las personas que había lastimado, grité por mí, me odié por todo. Los gritos cesaron, pero las lágrimas no. Giré y él seguía allí, caminé hasta él y me abrazó, sin que yo se lo pidiera, solo lo hizo y lo agradecí bastante.
«Brillo, brillo, brillo» repitió la voz que no tenía tiempo de odiar.
G e n e s i s A .
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