XIX. La mala...
Perla.
José me anunció que al mediodía un grupo de personas, dueños de una importante empresa textil se reunirían con nosotros y luego en la tarde se realizaría la sección de fotos. Duramos toda la mañana organizando la sala de juntas. Debíamos dar la mejor impresión a esa gente.
Media hora faltaba para que llegasen las personas, mas no deseaba la compañía de mi jefe, nuestra relación personal estaba completamente restringida. Así que sin muchos ánimos fui hablar con Carmen, la mujer creyente más extraña que había conocido en mi vida.
Ella me habló de Dios, del padre que ama incondicionalmente, del Él que hizo tanto por nosotros y que siempre está para apoyarnos sin importarle nuestro pasado... Traté de distraer mi mente, sin embargo, no dejaba de pensar en Marco, el desayuno servido temprano cuando fui a cambiarme de ropa, no comí, no me creía capaz.
Cuando Carme comenzó a hablar de una especie de catequesis me vi oboigada a cambiarle el tema.
—¿Tienes pareja, hijos o algún perrito?
—Tengo un esposo: Edgar y una hermosa hija de unos diecinueve años: Carla.
«Es madre» pensé mientras le sonreía. Una de las cosas que yo añoraba y envidiaba a mis compañeros era a sus madres. Nunca supe nada de la mía y eso era otra cosa que me afectaba.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —cuestioné, tímida—, sin incluir a Dios, por favor.
—Está difícil, pero trataré...
—¿El cambio personal es posible?
—Tanto como posible no, yo lo diría impredecible, Perla. —Bajó un poco la mirada, suspiró—, mi vida era un desastre... mi matrimonio iba acabando, por más que tratáramos de solucionar los problemas era muy difícil. —Una lágrima bajó por su mejilla, noté que ella era muy sentimental—, soy muy sentimental perdóname si lloro... Fueron dos años espantosos, peleas, disputas, rencores, fastidios, hasta que... que... un día nos llamaron de la preparatoria de nuestra hija, nunca creí que preferiría que llegara una acta por mal comportamiento o por bajas calificaciones, ese día nos llamaron con urgencia porque mi hija había consumido... —Pausó, vi que le costaba decir aquella palabras, tomé su mano, ella me miró y continuó—: quedó muy mal, llegar hasta el hospital y verla inconciente por tanta cantidad de... de eso. Iba a morir de una sobredosis y no lo notamos, prácticamente se estaba destruyendo frente a nosotros y lo ignorábamos.
»Hay fue cuando Dios. Digo... hay fue cuando nuestras vidas cambiaron. Amar y perdonar, ese es nuestra lema. Recuperé mi matrimonio y fue mucho mejor y ayudamos a nuestra hija.
—No es posible perdonar y menos amar después de tanto daño.
—Cariño, hay que amar y perdonar hasta a nuestros enemigos, es la única manera de soltar y sanar nuestros corazones. No es fácil, pero pasará. —Carmen me regaló una dulce sonrisa—. Estás más hermosa hoy, tienes una iluminación especial en tu mirada.
—Brillo —musité—. Últimamente todos me lo han dicho.
—Presta atención a las segundas voces detrás de eso que tanto te dicen... llámalo como un mensaje oculto.
Carmen me dejó atenta por muchos minutos, retomó su conversación de las famosas catequesis. No obstante, mi cerebro revivía la imagen de las personas que habían mencionado lo del peculiar brillo poco habitual en mí.
✥✥✥
Las personas para la reunión se comenzaban a hacer presente. Nosotras nos movíamos por toda la sala de juntas organizado carpetes, puestos y corroborando que todo estuviese perfecto.
Para mi sorpresa la tercera persona en llegar fue la señora Celeste, no lo esperaba, era mi vecina y no sabía que ella es parte de una compañia, estaba un poco cohibida hasta que me miró, se acercó con la dulce sonrisa que la caracteriza.
—Perla —saludó—, ¿cómo has estado, hija?
—He sobrevivido, así que se podría decir que bien.
—Estás hermosísima, ¿qué nombre le pondrás? —Tenía una sonrisa inquebrantable y un aire materno muy especial.
—¿Nombre?
No compredí su pregunta que, básicamente, afirmaba algo. Me decía que Celeste me estaba confundiendo con alguien o se equivocó.
Un grupo de personas interrumpió nuestra conversación, ella fue hablar con un hombre de su edad y mientras esperábamos capté su enamoramiento por el anciano. Me produjo ternura extrema.
Uno saba cuando nuestro viaje ha acabado: cuando ya hemos aprendido de algo. Cuando sabes que el cambio está completado, no hay más explicaciones, no hay mas secretos, sino más sorpresas y de las verdaderas. Cuando la luz es real cuando se siente que se ha recuperado más de lo que se ha perdido... Allí el viaje acabó y el cambio esperado surge.
Mi vida era como un sube y baja, dependía siempre de otra persona para subir o bajar, me dejaba alerta ante las repentinas bajadas y formar un esfuerzo para volver a subir... pero, bueno o malo, dependía de alguien más para seguir el juego.
La reunión con una empresa textil, personas encargadas en la producción y venta de las telas para confeccionar una prenda de vestir. Todos ellos estaban sentados al rededor de una mesa y yo debía explicar nuestro proyecto, todo por lo que habíamos trabajo durante una semana y media —tiempo récord—. Todos estuvieron de acuerdo con nuestro planteamiento, solo se necesitaba la firma de la jefa: Sinaí Celis, tardó un poco en llegar porque estaba en otra reunión, aparentemente importante.
—Carme, ¿no tienes un caramelo? —pregunté sintiendo un mareo intenso—, creo que me voy a desmayar.
Cerré los ojos con fuerzas, recordé que no había desayunado, tampoco almorzado.
—No consigo uno, Perla, ¿te sientes muy mal? —Su tono era de angustia. Traté de mirarla—. ¡Por Dios Santo! ¡Perla, estás pálida!
Con fuerza y un poco de cuidado, Carmen me sentó y me abanicó con su mano. La cabeza me daba vueltas, las voces estaba distorsionadas, lejos y cerca.
—Solo no he comido... —traté de tranquilizarla, aunque era más para mí—, estoy bien.
Una mano cálida y grande tomó la mía, al tratar de mirarlo me encontré con José y con resentimiento lo aparté de mí.
—Aquí traje algo para Perla —anunció Mónica.
Me dieron de comer y beber. No comprendí nada, pero eso bajó un poco mi mareo. Carmen y Celeste —sobretodo la segunda— me regañaron por haberme descuidado, que uno debe comer las tres veces del día. Mónica dejó de atender a su jefe por preguntarme cómo me hallaba. José se mantuvo alejado y lo agradecí internamente.
Susana la recepcionista avisó que Sinaí Celis había llegado, yo debía seguir explicando. Me levanté con una dificultad que traté de ocultar. Revisé las carpetas, el video a colocar luego... entre otras cosas de importancia para la reunión. Sin embargo, las palabras quedaron al aire cuando la vi entrar.
—Buenas tardes —dijo educadamente.
Todos sonrieron hasta descubrí por qué me quedé callada, hasta que Sinaí reparase en mí y quedara muda.
Una auténtica pelirroja, una real, de ojos verdes y piel blanca. Cabello largo recogido en una coleta baja, su maquillaje perfecto y unas casi invisibles arrugas. Sinaí Celis fue mi representación de mi futuro...
Tragó saliva como si fuera lo más difícil en el mundo.
—¿Perla Echeverrie? —preguntó, no contesté. Llevó su manos a su rostro, sorprendida—, ¡No puede ser! ¡Eres tú! Pensé que jamás te volvería a ver.
Recordé que aun ella sabiendo de mí, yo no tenía ninguna cercana idea de quién era esa mujer, «es una desconocida» me dije, mas lo sentí como una voz lejana. Volví a pisar tierra cuando de su boca salieron tres sencillas palabras:
—Soy tu madre...
Mi cerebro y mi corazón se unieron en protesta y su lema era "no siento nada", y así fue, no sentí nada, no obstante, las voces llenas de dudas sí aparecieron.
—No lo eres —respondí, seca, llena de monotonía y sátira.
—Sí lo...
—Una madre no deja a su hija abandonada en la puerta de una casa.
—No podía cuidarte, lo siento...
Solté un risa hueca, áspera, sin sentido de gracia.
—No lo sientes... Las personas están acostumbradas a decir que lo sienten cuando no es así, nadie tiene la capacidad de sentir lo que siente el otro, en este caso tú no sientes lo que sentí yo.
—¿Cómo que Perla es tu hija, hija mía? —preguntó Celeste.
—Yo... —sollozó—, cometí un error con Antonio y quedé embarazada, fue en ese tiempo que estábamos en ruina, en ese tiempo que me perdí en la isla y no quise que nadie lo supiera, lo viví sola y... yo, no quería que ella creciera en mi sufrimiento.
—¿Abandonaste a tu hija, Sinaí? ¿Eso fue lo que yo te enseñé? Si no te intersaba cuidarla yo pude hacerlo.
—Pero no tendría todo lo que quería ofrecerle y...
—¿Y? —Celeste siguió reclamando, erguida—, cuando yo te tuve a ti no teníamos lujos, te recuerdo que tu padre murió antes de que tu nacieras y yo fui obligada a trabajar. Tus lujos llegaron después con mi segundo esposo, pero eso no te hacía ni más ni menos. Es que... ¡eso es lo más cobarde que me has dicho!
—Luego la busqué —prosiguió, con la mira baja—, trece años después, pero lo hice.
—¿Trece años después? —inquirí.
—Sí, lo hice... pero el muy terco y obstinante de Antonio no quiso dejarme ganar, yo creí que él no la quería y resultó todo lo contrario, la amaba tanto que contrató abogados, buscó defensas para quedarse con la custodia de Perla y, además, me prohibió acercarme a ella, había perdido mis esperanzas de conocerla...
Dejé de escucharla, solo me asaltaron las palabras como una tempestad. «"Creí que él no la quería y resultó ser todo lo contrario", mi papá sí me ama, me defendió, me cuidó y apartó ese pasado horrible de mí, el me ama» pensé. Mis vocesitas internas no duraron mucho, porque en ese instante colapsado de emociones, gritos y rencores que los demás disfrutaban, como espectadores de un gran cambio para la humanidad, cesó cuando mi mente quedó en negro y no recordé nada más.
✥✥✥
Odio que dejen las luces encendidas mientras duermo, solo logra que me despierte con dolor de cabeza y de mal humor. Los recuerdos no llegaron inminente a mí, lo único que sabía era que odiaba la irritante luz que me despertó. Traté de moverme, mas una punzada en mi antebrazo me detuvo, cuando miré descubrí que era una aguja que trasladaba un suero.
—Despertaste, Perla —dijo la mujer que me hizo recordar malos momentos—, lo siento mucho de verdad, solo espero que me perdones algún día.
—Y lo haré, pero no ahora —afirmé, distante—. ¿Qué hago aquí?
—Te desmayaste. —Un hombre alto con una bata blanca me contestó, no había notado que estaba allí—, afuera hay un muchacho que quiere verla, ¿le permito la entrada?
—Sí, por favor.
El doctor salió y volvió a entrar con Marco y con la señora Celeste.
—Obligué a José a que se quedara afuera —comunicó Marco.
—Gracias, Marco. —Sonreí al verlo acompañarme a pesar de todo.
—Entonces... Celeste es tu abuela —bromeó—. Doctor, ¿cómo está ella?
—Bien no es la palabra, ¿quiere que haga su diagnóstico público, Echeverrie? —Su mirada estaba sujetada a la carpeta en sus manos, solo susurré sí y el nos miró para hablar—: la buena noticia es que llegó a tiempo y pudimos aplicarle las vitaminas necesarias para fortalecer su embarazo y la mala es que si usted no se cuida puede perder al bebé.
—Yo... ¡quiero ser el padrino! —pidió Marco, emocionado.
—¿Embarazo? ¿Cuánto tengo de... embarazo? —pregunté, estaba perpleja, pero algo... feliz.
—Unos días... normalmente la mujeres se enteran semanas después, pero como usted ha debilitado su vientre con pastillas anticonceptivas, descuidó su salud, más las fuertes emociones se desmayó y la trajeron aquí, afortunadamente, logramos estabilizar su proceso de embarazo... ¡Felicidades!
—¡Sabía que ese haz en tu mirada se trataba de un embarazo! Aunque creí que ya lo sabías —comentó Celeste, risueña—. ¿Quién es el afortunado padre?
Marco y yo sabíamos la respuesta, sin embargo, no iba a contestarla, no podía... Por un momento sentí que era un gran error, mas no iba dejar de luchar por una vida. Marco se acercó y me abrazó, supo que lo necesitaba.
G e n e s i s A .
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