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Capítulo veintinueve: Pesadillas.

Narra Leander:

Cuando concluyo de matar a los antiguos dueños de la casa desolada, regreso por la bruja desmayada, su hermana que por fin se ha callado y un Lionide de mal humor. Tomo de nuevo a Lillai en mis brazos y ayudo a Eliza a ponerse de pie—. Mi amigo nos ha dejado utilizar su casa por el tiempo que queramos, es de confianza y me debía este favor —Eliza asiente y me sigue torpemente hacia la casa, no duda de las mentiras que brotan con soltura de mis labios.

Estando dentro, entramos a la habitación que posee dos colchones decentes para dormir esta noche, esta vez ninguno está lleno de sangre. Eliza se deja caer sobre uno de ellos y se duerme al instante, yo dudo en dejar a Lillai al lado de su hermana y pienso en hacer que duerma en mi cama para tenerla cerca y vigilarla hasta que despierte. Pero termino dejándola al lado de su hermana menor. Me quito las botas, la capucha, mi camisa y me siento sobre la cama que está frente la de ellas, Lillai ha sido fuerte y valiente cuando esos dos patanes nos encontraron...

Cuando me arrebató el arma de la mano con su magia hizo que entendiera lo mucho que no quería que matara. Luchó tanto con sus palabras para que no le hiciera daño a nadie, sus ojos me desviaban de mis deseos sombríos, pero no del todo. No solo tenía razón con lo que le dije a Lillai antes de que saliera corriendo de allí, pero también estaba deseando descargar mi ira en aquellos dos hombres. En sueños, Eliza se revuelve y se deshace de su pequeña capucha tan negra como su cabello, señal de que debe de tener calor.

Rasco mi cabeza con fuerza y pienso en lo bien que sería tomar licor. Me coloco de pie, pero me detengo cuando veo a Lillai removerse, pienso que se va a despertar y me acerco un paso más hacia la cama, ésta se queja y un imperceptible sollozo sale de sus labios—. Por favor no... —susurra. Una pesadilla, han habido ciertas noches en donde la escucho quejarse levemente y otras en donde sé que no está durmiendo del todo—. No —se queja, veo que lo que sea que está soñando hace que sus manos tomen esta vez un color dorado cautivador—. Detente... —murmura.

Drako intenta interponerse en mi estúpido camino, pero yo lo aparto de un empujón y le muestro quién es la autoridad. Me coloco de cuclillas frente al rostro pálido de la bruja y acerco mi mano lentamente hacia su mejilla. No sé como tocar suavemente a una mujer, cuando me abrazó hoy por la tarde no sabía como reaccionar y tampoco cómo responderle el abrazo correctamente; me sentí inhumano cuando pensé en la última vez que recibí un abrazo por parte de una persona... Y esa fue mi madre, no recordaba la sensación de recibir un abrazo hasta que Lillai lo hizo. Coloco mi mano sobre su mejilla para calmar su pesadilla.

Cuando era un niño bastardo y tenía pesadillas todas las noches, no había nadie que me ayudara a deshacerme de ellas y la que me ayudaba en el pasado con los terribles sueños ya estaba muerta. Entonces, hago lo que hubiera deseado recibir todos esos años cuando todavía tenía un corazón, acaricio cuidadosamente su rostro; no quiero despertarla y tampoco lastimarla si la toco con mucha fuerza. 

Efectivamente, la luz proveniente de sus manos se apaga y las palabras inaudibles se detienen, su semblante tenso se relaja con mi calor y cuando siento las palpitaciones de su corazón calmarse aparto mi mano.

Estiro mis piernas y observo a la hechicera, veo como duerme y la manera en la que su estómago sube y baja con su respiración. Por lo menos está viva, me alejo de la cama y salgo de la habitación con el propósito de buscar alcohol en los gabinetes de la cocina, encuentro una botella a medio tomar y me siento sobre una de las sillas de madera para comenzar a disfrutar mi noche. Pero los quejidos de Lillai empiezan de nuevo, esta vez más altos que la vez pasada.

Planeaba entrar a la habitación pero la voz de Eliza hace que no me mueva del todo—. ¿Lillai? —la llama—. ¿Qué sucede? —pero lo único que hace Lillai es llorar.

(...)

Sostengo en mi mano una fotografía bien dibujada de mi rostro, lo único que ha cambiado es la suma de dinero que ofrecen a la persona pendeja que me encuentre. También han hecho uno de Eliza, sus facciones no están del todo correctas y su nombre no se encuentra escrito en el papel. Por último, miro el de Lillai, el Rey está ofreciendo billones de monedas, un alto puesto dentro del castillo y joyas preciosas a cualquier ciudadano que sea capaz de entregársela con vida; su nombre está escrito con tinta roja y específicamente señalan que la quieren viva y no muerta. Mientras que yo y Eliza no importa si estamos con vida o no. Aunque Eliza sea propensa a morir no deberían de escribir en estos papeles que no importa que me encuentren muerto, deberían de tener un poco más de respeto hacia mí, yo me muero cuando yo lo diga.

Termino de comerme el pedazo de pan que hemos robado esta mañana de un pueblo que está media hora lejos de aquí. Guardo los dibujos de los tres en mí capucha cuando las dos hermanas regresan de ''bañarse''—. Podrían haberse tardado más si quisieran —digo con sarcasmo. Me pongo de pie—. Cuando regresábamos encontré algo que les puede ser de mucha utilidad —las miro con gracia.

Lillai me mira con curiosidad y Eliza salta en su lugar como una niñata que está a tan solo segundos de recibir su caramelo favorito—. ¿Qué es? ¿Qué es? —pregunta ansiosa, sus ojos brillan de la misma forma que las manos de Lillai.

Cuando estaban distraídas he robado dos vestidos para cada una, fue fácil ya que una vieja los descuidó y en ese instante los robé, les lanzo a ambas los pedazos de tela. Nunca he hecho algo tan considerado para alguien, generalmente soy un puto con todos, hoy es un día de suerte para ambas—. De nada —me encojo de hombros.

—¡Gracias! —Eliza grita, es como si tuviera un megáfono en su garganta—. La mayoría de mi ropa está arruinada y esto está muy bonito ¡Me lo iré a probar! —sale en carrera hacia la habitación y cierra la puerta con gran energía. Hago una mueca cuando hace tanto alboroto por dos simples vestidos.

Observo a Lillai desde lejos, ella contempla con atención y delicadeza las telas de colores sutiles, pasa sus dedos por el bordado y puedo jurara que vi una pequeña sonrisa; pero no por mucho, ya que ha desaparecido. 

No hace ningún comentario al respecto, los vestidos tampoco son pegados al cuerpo o dignos de una prostituta como a mí me hubiera gustado que fueran. Estos son largos y parecidos a los que ya llevan puestos. Me pongo de pie y el sonido de mis pies pisando el suelo de madera hacen que ésta levante la vista hacia mí.

—Gracias, son muy bonitos —los guarda entre su mochila ya desgastada y llena de arena—. ¿En qué momento los has conseguido? —coloca uno de sus mechones claros detrás de su oreja y no aparta su clara mirada de la mía. Me hundo de nuevo y la desesperación por explorar lo que hay dentro de esa mirada llamativa hace que quiera dispararme en la cabeza. Aparto esos pensamientos de mi mente.

—Cuando caminaban delante de mí y Eliza se quejaba del calor —coloco todo mi peso sobre una pierna—. Como viste, no son inapropiados... —la penetro con la mirada y hago que en su memoria regrese aquel momento en donde invadí la burbuja de espacio personal. Sonrío con maldad y orgullo cuando veo cómo sus mejillas toman el color carmesí y esconde sus manos detrás de su espalda.

—Y-ya... sí, son apropiados —habla con torpeza y se aclara la voz—. Tengo algo que decirte, creo que lo mejor será no practicar mi magia hoy. Ayer la usé exhaustivamente, aún no estoy lista para dejarla salir una vez más —habla con un volumen de voz bajo, más silencioso de lo normal, puedo ver todo lo que la ha cansado pasar por sus ojos como un cortometraje—. Se que probablemente vas a querer que practique hoy, pero... No creo ser capaz de practicar y al mismo tiempo mantener los ojos abiertos.

—Tómate hoy como un día libre —le digo con neutralidad—. Pero ya es hora de que la magia no te canse tanto, los días corren a gran velocidad y cada vez nos acercamos con situaciones peligrosas y en esos momentos tus poderes son de mucha ayuda —ella asiente con la cabeza y sus ánimos bajan un poco—. Estaré afuera por si me necesitan, si sucede algo solo griten —doy vuelta y camino con dirección a la puerta dejándola sola con su ensalada de emociones.

Me siento en el suelo frente a la casa y me coloco el gorro de la capucha para apartar el ardor del sol de mi rostro. Comienzo a dibujar sobre la arena un pequeño mapa del lugar en donde nos encontramos hoy, planeo quedarme máximo tres días en este lugar y luego emprender el camino a un burdel en donde el dueño es uno de mis grandes amigos, el camino será largo, pueda que tengamos que parar a dormir una noche en cualquier lugar para luego, en la mañana, seguir caminando.

Miro alrededor, solo hay unas cuantas casas alrededor. Todas están muy distanciadas y se encuentran en el medio de la nada ¿Quién querría vivir aquí? Además de eso, todo el lugar huele a mierda y hay suciedad en cada esquina. Un retumbante sonido que proviene de la distancia hace que ponga cara de pocos amigos... 

A la mierda todos estos oficiales ¿Por qué de todas las villas tienen que venir a esta cagada de lugar? Giro mi rostro a la manada de caballos que se aproximan al sitio pordiosero, que lo único interesante que tiene es la ropa interior de una mujer que cuelga en las afueras de su casa.

Me pongo de pie y entro rápidamente a la casa antes de que alguien hubiera sido capaz de verme afuera sentado. Jalo mi cabello con fuerza, no hay tiempo para escapar y salir corriendo, tampoco puedo matarlos a todos, quedan muy pocas balas dentro de mis pistolas y los cuchillos no pueden servir como una segunda opción en esta situación. Pienso en Lillai, pero si usa su magia una vez más después de todo aquello probablemente no sirva de mucho. Veo al rededor de la casa, busco cualquier escondite en donde no nos puedan encontrar. La risa de Eliza proveniente de la habitación me desespera aún más, necesito hacer algo y rápido.

Muevo uno de los sillones y efectivamente encuentro un hueco en el suelo de madera, corro a la habitación en donde están las dos hermanas y el animal sentados en el suelo—. ¿Por qué tienes esa cara? —Eliza arquea una ceja y sonríe.

—Vienen oficiales y muchos. Mete a la bestia en el espejo y vengan conmigo rápido, encontré un escondite.

Lillai hace lo que le pido con manos temblorosas y Eliza comienza a recoger sus mochilas. Las tomo a las dos de los brazos y con vigor, las jalo a la sala de estar. Indico que bajen por el agujero y esperen por mi abajo. El galopar de los caballos se aproxima más y gritos de hombres molestos comienzan a escucharse con fuerza. Caigo dentro del agujero y muevo el pesado sillón para que quede como estaba antes. Veo a mi alrededor, no hay mucho, solo un montón de cajas y armarios. Siento el corazón latiendo a grandes velocidades dentro de mi pecho y el color rojo de la sangre se planta en mi mente, hace que la adrenalina aumente en mi sistema.

—Aquí —Lillai susurra, señalando un escondite que puede valer la pena, es el interior de un armario que está lleno de materiales de limpieza, parecen infinitos y si nos escondemos bien dentro de él puede que no nos vean.

En silencio, dejo que ellas entren primero; Eliza cabe a la perfección dentro de un pequeño balde metálico. Ésta se sienta dentro de él y cubre su cabeza con la capucha. Lillai deja las mochilas detrás de un montón de escobas y con cuidado se coloca detrás de muchas bolsas de basura. Entro y cierro las enormes puertas de madera y me coloco al lado de Lillai. Le pongo el gorro en la cabeza e intento esconder su cabello—. Si nos encuentran lo único que podemos hacer es matarlos a todos ¿Entendido? —les hablo a las dos. Pero ninguna responde.

—¡TODOS SALGAN DE SUS HOGARES! ¡ES UNA ORDEN! —alguien grita, Lillai jadea y yo coloco mi mano sobre sus labios. Los dos nos colocamos de cuclillas y luego de rodillas. Yo acerco su cuerpo a mi pecho y pongo más presión sobre sus labios para que otro sonido no vaya a salir de su boca.

 Reviso a Eliza, ella me mira con determinación y vuelve a esconderse. Me siento como una rata dentro de una alcantarilla, escondiéndome de la humanidad para que no vayan a deshacerse de mí.

—¡SI HAN VISTO A LA BRUJA O A LOS OTROS DOS QUE LA ACOMPAÑAN CONFIESEN!

Escucho los pasos de varios hombres caminar dentro de la casa, las manos de Lillai comienzan a temblar—. Lillai recuerda, controla tu magia —le susurro al oído, su piel se siente caliente contra mis labios—. Calmada...

—¡NO HAY NADIE EN LA CASA GENERAL!

—¡COMIENCEN A REGISTRARLA! ¡REGISTREN CADA UNA DE ESTAS CASA!

Los pasos aumentan y las voces solo hacen que quiera agarrar una de mis armas de fuego y apuntarle en la cabeza a todos. Lillai sostiene con fuerza mi mano que está sobre sus labios y clava con fuerza sus uñas sobre mi piel. Yo le entrego mi mano libre y ella la sostiene con ambas manos, la estruja con fuerza—. Son imbéciles, no nos encontraran —le aseguro, pero su agarre solo se afloja un poco.

La anticipación de esperar a que cualquiera de esos bastardos encuentre el agujero en el suelo hace que mi sangre fría corra con más velocidad por mis venas. Los pasos van y vienen y el bullicio disminuye por algunos momentos.

—¡Su majestad no estará feliz si no los encontramos! —grita la voz más familiar de todas. Éste hombre debe de ser el que pone las órdenes en este lugar, pero su voz no es lo suficiente fuerte y dura como para ser general y si lo es tiene que ser una broma.

—¡Estamos perdiendo nuestro tiempo aquí general! —grita otro—. ¡Deberíamos de seguir con nuestro camino!

Siento la espalda de Lillai relajarse y su respiración bajar su ritmo. Afloja su agarre sobre mi mano, pero yo no aparto mi mano de su boca, no quiero arriesgarme a que haga cualquier ruido que nos pueda delatar.

El galopar de los caballos empieza de nuevo, pero esta vez el retumbar se aleja de nuestro escondite. Eliza levanta su cabeza, pero yo con los ojos le indico con severidad que no se mueva de su lugar. Puede que hayan otros que se quedaron atrás para seguir revisando las casas. Aprieto mi quijada con fuerza haciéndole saber a la cotorra que si se mueve, está muerta.

Ella entiende y no se revuelve. Me acerco al oído de Lillai una vez más y le susurro suavemente—: ¿Qué te dije? Siempre tengo la razón —siento sus labios curvarse hacia arriba, mi comentario la ha hecho sonreír y mi ego no podría estar más por los cielos—. Nos quedaremos más tiempo aquí dentro, solo para estar seguros de que se han ido completamente—ella asiente con la cabeza.

Yo no alejo mis labios de la piel tersa de su oreja, permanezco quieto en mi lugar; preservando la sensación de su piel contra mi boca con ganas de explorar su maldito cuerpo. Dejo escapar un lento suspiro que logra erizar los vellos de sus brazos. Podría morder, lamer y besar su piel. Saborearla y grabarme en la mente su sabor dulce, la retendría con más fuerza que todos los recuerdos que tengo en mi podrido cerebro.

La proximidad que tengo con esta mujer en este momento hace que olvide que estamos ocultándonos de policías en un armario polvoriento de limpieza, olvido que estoy portando muchas armas peligrosas en mi ropa y olvido todas las marcas que han hecho sangrar mi cuerpo mentalmente y físicamente.

Pero me aparto, el olor que emana su piel hace que no esté en todos mis sentidos y las reacciones de su cuerpo cuando estoy tan cerca solo harán que pierda la cordura... No puedo esperar para llegar a un prostíbulo y cogerme a todas las zorras que se crucen con mi camino.

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