Capítulo seis: ¡CORRE!
Narra Leander:
Aparto de un empujón a un hombre drogado que no sabe distinguir entre el cielo y la tierra. Éste cae de bruces sobre una mesa ocupada por un sujeto más blanco que la leche y más gordo que un maldito elefante, el tipo está rodeado de mujeres flacas, probablemente anoréxicas. El intoxicado no hace mas que reírse y balbucear, pero el obeso levanta la mirada para ver quien se ha osado a interrumpir su momento de felicidad. Cuando me mira se aclara la garganta y aparta la mirada a una de las mujeres. Levanto las cejas y salgo del burdel. El aire caliente de la mañana me enoja aún más, es como si el mismísimo día estuviera jugando con mi paciencia y nadie tiene permitido hacerlo, ni siquiera la puta madre naturaleza.
Me coloco el gorro negro de la capucha sobre mi cabeza y comienzo a caminar. Levanto arena del suelo cuando lo piso con fuerza. Me meto a un callejón desolado y me encamino a nuestro escondite para ir a darle una paliza a todos los que me escondieron la hermosa idea de Tony o de quien fuera la decisión, no me importa, lo único que me interesa es que decidieron ejecutarla. El ruido de un pequeño pueblo lejano me hace gruñir, ahora tengo que soportar las voces de todos, el sol y el bullicio me causarán dolor de cabeza. Subo por una valla de metal y la salto con agilidad, continuo mi camino.
Evito entrar por el pequeño pueblo y decido tomar la ruta menos discreta para llegar a la detestable casa de seguridad, no me importa hasta este punto si un policía me sigue hasta nuestro escondite. Me subo sobre un contenedor de basura, cuando lo hago, mi pie derecho pisa una rata muerta, sangre sale de su boca y vomito de lo que sea que haya comido.
La pateo lejos y subo por la escalera llena de heces de pájaros. Cuando trepo al techo de piedra sigo caminando de tejado en tejado. Cuando llego al último establecimiento bajo la escalera que está al lado del edificio y la desciendo con rapidez cuando estoy cada vez más cerca. Sigo por el laberinto de callejones hasta encontrarme con el contenedor de basura indicado, lleno de parchones de pintura blanca, lo corro a un lado para revelar la puerta de madera que hay en el suelo. La abro con el pie y bajo unos escalones, muevo el contenedor y cierro la puerta llena de moho y agujeros.
El olor a cigarro y alcohol ya se me es tan conocido como el filo de un cuchillo atravesando la piel de cualquier ser humano. Las risas son lo que más me aturden ¿Cómo se atreven a reír cuando saben que no podremos matar a nadie por la estúpida cobardía de todos? Piso el suelo de tierra combinado con concreto. Aplasto un cuanto de cucarachas en mi camino. El crujido de sus cuerpos contra la suela de mi bota me hace apretar la quijada, una de las cosas más sobresalientes de vivir aquí son los insectos, caminan sobre ti cuando duermes, se ahogan en tu cerveza y te sorprenden cuando están en tu ropa. Aparto la cortina, probablemente hecha de un vestido de una mujer muerta, y lo primero que veo son a varios sentados en el suelo, borrachos, riéndose de cosas ridículas, como por ejemplo: de cómo no se han dado una ducha en semanas.
No se enteran de que he llegado, están sumidos en sus mundos de colores. Tomo varios vasos de cristal vacíos que se encuentran en el suelo y los lanzo contra la pared más cercana a los tipos, el vidrio cae el suelo en pequeños pedazos. Todos me miran sorprendidos, aún estando ebrios entienden mi lenguaje corporal, pueden ver mi mirada oscura y llena de furia, de fuego; que si fuera real, podría quemar cada uno de sus cuerpos y mientras se queman yo me sentaría en un sillón con una copa de vino en la mano. La imagen es tan real en mi mente que hasta puedo saborear el dulce sabor del líquido y el olor a piel quemada.
Todos se ponen de pie, la luz tenue del techo parpadea y solo uno de ellos habla—. Leander... eh... ¿Una cerveza? —el tipo sonríe como si le estuviera sonriendo a un niño de tres años. Siento las venas de mi cuerpo palpitar con furia.
Me acerco a él, con mi clásica sonrisa falsa. Me detengo y hago un ademán con mi mano para hacerle creer que voy a tomar su lata de cerveza y darle un largo trago... Pero en realidad, le estampo un puñetazo en la mejilla. Su rostro se vuelve con el acto de mi puño y todos dan un paso hacia atrás. Mi mano no duele ni un poco, pero en comparación conmigo, éste está sangrando por la boca. Escupe la sangre y crea otra de muchas manchas en el suelo del mismo líquido escarlata. Su mirada perdida se dirige a mi sonrisa, que aún mantengo en mi rostro. Por como los demás del grupo se encogen deduzco que mis ojos molestos y sonrisa no deben de ser una buena combinación. Nadie se atreve a hablar.
—Te puedo destrozar la nariz si vuelves a sonreírme de esa manera —coloco mi hombro contra la pared, todos me miran expectantes. Puedo ver como por sus pequeños cerebros pasan predicciones de lo que haré después. Todos estos son unos descerebrados, puede que sirvan para matar, pero muchos de ellos no conocen lo que es usar el cerebro—. ¿Me pueden explicar el porqué solo se quedan ahí sentados y no hacen nada al respecto sobre la ''nueva orden''? —como el ratón les comió la lengua a todos, les grito—: ¿¡Me pueden explicar!?
Varios salen de sus habitaciones y llegan a la fiesta—. Eh Leander, detente, una orden es una orden. Así que ya cállate que tus gritos no van bien con mi siesta —sus palabras son acompañadas con un bostezo.
Me vuelvo al dueño de la voz—. ¿Y tú crees que me importa tu siesta de princesa? —me alejo de la pared y lo encaro—. ¡Todos ustedes son unos imbéciles! —los señalo con mi dedo a cada uno—. ¡La policía nos va a atrapar! —grito con sarcasmo y luego me río a carcajadas—. Esos allá afuera no saben lo que hacen, nos podemos deshacer de ellos en minutos, es una tarea fácil ¡Y prefieren quedarse callados sin hacer nada! —jalo mi cabello con frustración, podría arrancarlo si quisiera.
—Nos llamas imbéciles a nosotros cuando eres tú el que no entiende el propósito de la orden —habla el mismo hombre de piel morena y dientes negros. La mugre de su boca me da asco, me recuerda a las aguas sucias del caño, probablemente el olor sea el mismo.
Doy un paso hacia él, mantengo la mirada seria y penetrante—. ¿Quieres quedarte sin tus dientes llenos de mierda? Creo que te haría un gran favor —lo reto y lo miro a los ojos con más ira. El tipo se cree mucho mejor que yo y también me demuestra su patética confianza.
—Te destruiré cara bonita —siento el ardor cuando su puño choca contra mi quijada. No es algo nuevo para mí, es uno de los clásicos golpes que cualquier pendejo daría.
Coloco mi mano sobre el área afectada y asiento con la cabeza cuando no siento ningún hueso roto—. Bien, no estuvo nada mal aliento de camionero... Pero, tienes un pequeño problema con tu técnica, porque veo, por la manera en la que me diste el golpe, que me querías quebrar la quijada —lo miro con gracia en los ojos y éste no entiende a lo que quiero llegar—. Pero... una mandíbula no se quiebra de esa manera, verás... —soy preciso y lento con mis movimientos, tal como lo haría una serpiente, para que éste no tenga la oportunidad de escapar de su destino bien merecido—. Así es como se quiebra —lo tomo del cuello de su camisa y cuando mi puño derecho impacta con su quijada, siento entre los segundos como se rompe y el sonido es como un coro de ángeles, saboreo la adrenalina del momento en la punta de mi lengua y la vibración de mi cuerpo cuando pide por más. Así que le obedezco a mi organismo y no me detengo.
Lo tiro contra la pared, por como su vista me busca se que está intentando recuperarse, pero yo no le doy ni un segundo para que respire cuando le doy un segundo golpe en su mejilla. Hablaba en serio cuando decía que lo dejaría sin dientes.
El color de la sangre encaja a la perfección con mis nudillos, me emociono cuando la veo, tal como lo haría una vieja con un brazalete de oro. Los gritos de fondo y la cantidad de manos que intentan detenerme me hacen sentirme más con vida. Cuando el tipo que se atrevía a retarme cae al suelo lo vuelvo a levantar, me preparo para llenarme más de su sangre cuando un grito entre la multitud me detiene.
—¡Basta! —André me separa del cuerpo delgado e inconsciente del hombre y me lleva a la otra punta de la sala—. ¡¿Qué te sucede?! ¡¿Estás loco?! ¡Lo ibas a matar! ¡¿Crees que no conozco tu mirada asesina cuando la veo?! —yo, en respuesta, solo le muestro mi sonrisa de superioridad. André niega con la cabeza y se vuelve a los demás que intentan ayudarlo—. ¡Llévenlo a una de las habitaciones! —se vuelve hacia mí de nuevo—. Y tú, estás en problemas. Sal —señala el camino hacia la salida.
Comienzo a caminar mientras observo mis manos cubiertas de sangre—. Que yo sepa no está prohibido darle una paliza a uno de los nuestros, solo es prohibido quitarle la vida a alguno —le comento mientras siento mi cuerpo relajarse con cada paso que doy, necesitaba darle a algo y él fue mi saco de boxeo, se lo agradeceré después.
Cuando estamos fuera y el olor a basura llega a mis fosas nasales miro al cielo esperando a que André hable—. Demonios Leander, cada vez estas de mal en peor. Siempre supimos que eras un caso especial, un caso para un psiquiatra. Pero que estés en la peda no significa que tengas el derecho de dejar a uno de los chicos inconscientes, nunca has hecho eso —le da un golpe al contenedor de basura y el sonido hace un eco por el callejón. Ese sonido me lleva al tren de los recuerdos, de cuando era tan débil que no tenía las fuerzas suficientes para moverlo y entrar a la guarida, solía golpearlo hasta tener cardenales en las manos. Abro y cierro el puño para recordarme a mí mismo que el dolor de los moretones se han ido años atrás.
—Aprendí de los mejores... —aparto mi mirada de la enorme nube y la centro en el hombre frente a mi—. Que sea un psicópata no es culpa mía, ustedes me formaron —paso mi lengua por mi dentadura mientras le sonrío al chico, sabe que tengo razón.
Éste escupe saliva al suelo y me ve con cara de pocos amigos—. Nunca nadie te superará en el récord de demencia Leander —niega con la cabeza, saca una cuchilla de su bolsillo trasero y me señala con ella—. Vas a tener que aceptar la realidad, solo serán unos meses y después puedes matar a quien quieras y si tenemos que esperar más tiempo, entonces nos moveremos a otro lugar —baja la pequeña arma.
Cualquier rastro de tranquilidad abandona mi cuerpo y el enfado de hace un rato, regresa—. No pienso esperar ni un segundo más —se lo advierto y comienzo a caminar lejos de él para regresar al refugio. André me persigue y suspira con fuerza, casi puedo sentir su aliento chocar contra mi nuca. Paso por la sala principal en donde antes golpee al inútil y me adentro por los pasillos para llegar a mi habitación.
—Viejo ¿Por qué no solo nos vamos a tomar unas copas? Esperemos a que todo se calme por aquí —intenta convencerme de hacer algo que yo no quiero y nadie puede cambiar mis acciones con respecto a mis objetivos. El tipo intenta interponerse en mi camino, pero yo lo aparto.
Muevo la cortina de mi habitación, ignoro a la chica que está tendida en mi cama, probablemente de la noche de ayer y comienzo a buscar entre las cajas de cartón mis cuchillos favoritos y pistolas. Guardo dos pistolas en cada uno de mis bolsillos y meto cuchillos en cada pequeño rincón de mi ropa. Para guardar más, las coloco en sitios especiales dentro de mi capucha—. Voy a salir —tomo un poco de dinero y lo guardo dentro de una de mis botas desgastadas.
—Voy contigo —salgo de mi habitación y éste me persigue como un perro faldero.
—No, no es para nada necesario, puedo ir solo a donde sea que se me dé la gana. Quédate aquí y asegúrate de que todo vaya bien —hablo con aburrimiento. André es un tipo característico, se preocupa mucho por nosotros, más de la cuenta, parece nuestra madre y es completamente absurdo. Salgo del escondite y comienzo a caminar por los callejones.
—Leander, no hay órdenes para matar a nadie así que ni lo pienses —coloca una mano sobre mi hombro e intenta detener mi caminar. No pone tanta presión sobre mí porque supone que yo me detendré para escucharlo, pero ya es un poco tarde para eso. Muevo mi hombro y aparto su mano.
Salimos a uno de los muchos pueblos, hay más gente afuera de lo que me esperaba—. No voy a matar a nadie colega, solo salgo a dar un paseo —levanto la vista pero no me quito la capucha, si lo hago, seré visto por todos y me querrán quemar vivo ¿Quién no querría quemar vivo a un asesino en serie? Puede que también me den de comer a una de esas bestias. El olor a pan fresco, carne recientemente cortada de una vaca y café, se unen para formar una horrible combinación. Los vendedores gritan para vender sus productos a la gente y los gritos de varios niños aturden mis tímpanos.
Me gusta el silencio, pero también me encanta salir de fiesta, escuchar la música horrible de los bares, sentir el frío de la noche y la brisa quitar el sudor de mi frente después de estar dentro de un lugar tan caluroso. Me llama la atención la vida despreocupada y para nada la que vienen cada uno de los habitantes estresados por hacer compras de este pueblo.
—¿Entonces adónde vas? —camina a mi lado con la cabeza gacha—. Podemos ir a la tienda de vestidos y ver a las chicas desde la ventana de arriba cambiarse, siempre es divertido hacer eso —ver mujeres a hurtadillas cuando se desnudan es uno de los pasatiempos favoritos del clan, cuando no tienen nada que hacer lo hacen. Para mí es una pérdida de tiempo, así que mientras todos babean yo afilo mis cuchillos.
Una carcajada seca sale de mis labios—. No quiero, ve y hazlo tú, apuesto a que te divertirás más tú solo —choco contra un cuanto de personas distraídas y me coloco al lado del puesto del periódico. La noticia principal es sobre la monarquía, una imagen enorme de la familia real se encuentra en la portada, observo sus sonrisas plásticas y trajes elegantes. Están cubiertos de joyas de pies a cabeza, que asco, deberían de darles vergüenza. Una vieja compra uno de los periódicos al vendedor y se va leyendo el papel como si fuera la biblia.
Recorro atentamente con la mirada el mercado del pueblo y me detengo en un oficial de policía, su uniforme de botones y ese sombrero gigante lo hacen ver más pequeño de lo que es. Y pensar que todos se preocupan por esta clase de gente flacucha—. Bien, acompáñame por el puesto de joyería, hace días que no me robo un poco de joyas y me estoy quedando corto de dinero.
No me importa si André se está quedando sin monedas o si se lo estuviera comiendo un tiburón. Mis ojos no se pueden apartar del policía enano que mira a las personas que pasan a su lado con disimulo para asegurarse de que todo vaya bien. No busco si hay más guardias a los alrededores, solo me centro en aquel novato. Las palabras que recibí en el burdel esta mañana regresan a mi mente ''Ya no más asesinatos.'' Gasolina corre por mis venas y la orden es como un encendedor. Siento como mi cuerpo arde en las llamas de la venganza, ni un balde de agua fría podría parar el incendio. Mis instintos actúan por su cuenta y comienzo a caminar con lentitud hacia el hombre con uniforme.
—Les mostraré lo fácil que es matar a un oficial —lo digo para mí mismo, pero mi compañero ha escuchado mis palabras.
—Leander si no te detienes haré que uno de los jefes te dé con uno de los látigos más fuertes —intenta asustarme, quiere que dé un paso hacia atrás y camine obedientemente lejos del mercado. Pero hace años que no me dan miedo los látigos, no me da horror sentir la piel desbaratada y la sangre corriendo por mi espalda. Podría volver a soportar esos dolores de nuevo si fuera necesario.
Le respondo, pero no aparto los ojos de mi objetivo—. No me importaría tener unas cuantas cicatrices más en mi espalda André —camino con más rapidez y aparto con el brazo a los que caminan muy cerca de mi—. Ahora apártate si no quieres salir lastimado.
Es imposible que mi colega me contenga para que no haga lo indebido. Les voy a demostrar a Lalo, a Tony y a todos que estos canallas son nada más y nada menos que pájaros, llamativos a la vista y fáciles de matar. Les enseñaré que estaban equivocados y que no siempre tienen la razón, después de esto celebraremos con un par de cervezas y me subirán de rango, me confesarán que yo he tenido toda la razón durante este tiempo y seguiremos cometiendo delitos sin que nadie nos detenga. El calor del sol incrementa y baila sobre mi piel, dándome más energía y ganas para clavarle un cuchillo a éste inepto.
Me coloco cara a cara con el militar, soy más alto que él, así que debe de levantar la cabeza para verme a los ojos. No parece darse cuenta todavía de quién soy, gracias a la sombra que crea el gorro sobre mis ojos. El hombre se endereza, pero aún así le gano en estatura, se aclara la voz y habla más grave de lo que debería—. ¿Necesita ayuda con algo?
Me río en su cara después de escucharlo, su forma de articular las palabras es demasiado exagerada, debe de pensar que es más potente y fuerte de lo que en realidad parece—. No, solo eres mi bestia de laboratorio para comprobar la exactitud de mi experimento —tomo el cuchillo clásico que usan los cocineros y lo saco de su escondite, la luz del sol se refleja en él y capta la atención del canijo.
—Armas como estas son... —pero no lo dejo terminar de hablar. Introduzco el filo del cuchillo con fuerza dentro de su estómago, la herida está unos centímetros debajo de su ombligo. Coloco mi mano sobre su hombro para que éste no colapse en el suelo y mi rostro sea lo último que vea a la hora de su muerte. Su uniforme comienza a llenarse del líquido rojo y se extiende con rapidez. Deja salir aire de sus labios, se queda inmóvil y abre sus ojos como platos, su cuerpo está reaccionando a la lesión. Saco el objeto filoso, siento como corta más de su piel cuando lo extraigo. Coloco la punta del cuchillo en donde se encuentra su corazón, el hombre se sostiene de mi brazo y comienza a soltar quejidos molestos. Intenta hablar, probablemente pedirme que me detenga, pero solo suelta aire.
Con el impulso de mi brazo se lo introduzco en el pecho, es como si yo fuera el cuchillo, siento sus costillas y la sangre que rodea el filo. La adrenalina corre cuando los espasmos musculares me indican que está cerca de la muerte y los gritos de la gente me hacen actuar con más rapidez. Lo tiro al suelo, subo sobre su cuerpo y con mis dos manos levanto el cuchillo en el aire, comienzo a clavarlo y sacarlo, el sonido de esta acción llena mis oídos y los complace, mi rostro se llena del líquido escarlata. La sangre inunda mi campo de visión y todo lo veo del color rojo, ese color que me lleva al descontrol de mi cuerpo, que me hace actuar sin pensar, que me hace más poderoso de lo que ya soy. Rasgo su uniforme junto con su piel, soy más brutal con cada movimiento. Éste coloca sus ojos en blanco y de su boca sale más sangre, ya está muerto y su cuerpo está completamente destrozado, pero yo no puedo detener mis manos.
—¡DEMONIOS LEANDER! —los gritos de André son más fuertes que los de la multitud entera. Lo miro con la respiración agitada y el corazón bombeando sangre a mil por hora—. ¡CORRE! —intenta levantarme del suelo.
Al principio no entiendo lo que quiere decir conque tengo que correr, aún estoy con la vista perdida y la emoción del momento. Pero cuando veo a aproximadamente a más de ocho policías corriendo hacia mí entiendo porqué mi amigo gritaba esa advertencia.
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