Capítulo nueve: Sus demonios.
Narra Lillai:
Todo sucede como si se tratara de una película en cámara lenta; las palpitaciones que siento en el cuello, son tan pausadas como el caminar de un caracol, pero son más estridentes que un tambor. Mis pies se adhieren al suelo, se vuelven bloques de ladrillo, imposibles de desplazar. Todos se mueven a mi alrededor menos yo, no logro escuchar con claridad ni tampoco apartar la mirada de la anciana que no deja de gritar. Un empujón me despierta de mi trance y el tiempo fluye con normalidad de nuevo; algo, que por alguna extraña razón, me aturde.
Veo como papá me empuja de nuevo para salir de allí. Corro a la habitación con Eliza pisándome los talones. Los gritos de las personas confundidas me hacen retemblar. Tomo mi mochila, la coloco sobre mi hombro y corro a la ventana trasera sin darme cuenta de lo que hay a mi alrededor, corro espantada del miedo y la adrenalina solo hace que trabaje con más facilidad la maquinaria de mi débil cuerpo poco entrenado para correr a tal velocidad.
—¡Está escapando! —gritan los inquilinos a lo lejos. Yo avanzo mi paso, la arena me entra en los ojos y el sudor solo empeora con el paso de los segundos. Mi respiración pesada hace que me arda la garganta y cada vez se me sea más difícil inhalar aire. Los movimientos de mis pies son torpes pero seguros, tropiezo con un cuanto de basura pero me reincorporo tan rápido como puedo. Los músculos de mis piernas arden y ya es fastidioso.
Bajo la enorme colina de arena a rastras, lleno mi ropa de la arenilla y empeoro la situación de mi cabello. No sé por cuánto tiempo he estado corriendo, diría que lo he estado haciendo por años sin detenerme. El calor es abrumador y que esté haciendo tal ejercicio sólo lo agrava. No solo me deslizo por dos montañas de arena, si no que por más de cinco. Bajo mi velocidad cuando veo unas ruinas a lo lejos, los pedazos de piedra grises hacen un bello contraste con el vacío del alrededor. La soledad de los restos que antes eran el hogar de una persona, le dan un aire más sugestivo. Con un andar perezoso me acerco a una de las paredes incompletas, coloco mi espalda contra ella y me siento en el suelo, dejo salir el aire poco a poco por mis labios. Mi pecho se hincha y desinfla como si se tratara de un globo.
—Oye...
Coloco mi mano sobre los labios para no gritar y delatar mi tan obvio escondite por el momento y me alejo de la pared. Eliza me observa confundida cuando ve que me he asustado. No me había enterado de su presencia, estaba tan sumida en mis pensamientos que había olvidado por completo el plan de mi hermana terca. Su rostro refleja el cansancio, su cabello oscuro se adhiere a su frente por el sudor y entrecierra los ojos gracias a los fuertes rayos solares—. ¿Eliza? —aparto la palma de mi mano y espero a que las palpitaciones de mi corazón se tranquilicen. Me he llevado un buen susto.
—Si ¿No te diste cuenta que te estaba siguiendo? —suelta un suspiro para luego tomar más aire—. Mientras estabas en la sala de estar con la que te ha delatado le he escrito una carta a mamá y a papá explicándoles el porqué de mi ausencia —baja el volumen de su voz y se aferra a las correas de la mochila.
Dejo mi bolsa a un lado y la miro con incredulidad—. ¿Acaso estás loca? Mamá se morirá cuando la lea y papá se perturbará. Vas a ocasionar que ambos tengan un ataque cardíaco Eliza —la reprendo—. Tienes que regresar con ellos —me coloco de nuevo la mochila y me pongo de pie—. No estamos muy lejos —aparto el cabello de mi rostro y continúo con mi doloroso camino. Ignoro el hecho de que estoy dejando el hogar de mi infancia atrás con cada paso y me felicito a mí misma por retener la necesidad de devolverme.
Eliza se burla a mis espaldas—. No creas que me voy a devolver, todos han visto cómo salía detrás de ti con mi mochila, deben de pensar que soy tu cómplice o algo por el estilo —llega a mi lado y empuja mi hombro con el suyo—. Y además será divertido, las dos juntas contra todos —lo dice como si fuera lo más divertido del mundo. Camina con seguridad y su rostro de pasar a cansancio se traslada a la confidencia.
Me molesto y camino más rápido, alejándome de ella—. No lo puedo creer Eliza, actúas como si fuera la aventura de nuestras vidas cuando solo es nuestro camino a la muerte, es tan parecido como caminar a las puertas abiertas del infierno y el mismísimo demonio nos recibe con los brazos abiertos. Nadie nunca querrá hacer ese trayecto, pero al perecer solo a ti te parece divertido —nos alejamos de las ruinas y nos adentramos a la nada del desierto—. ¡Ni sé qué vamos a hacer después de esto! ¿En dónde nos vamos a esconder? ¿Qué vamos a comer? —mi voz tiembla—. Esta es una de las peores decisiones que has tomado —niego con la cabeza.
Mi hermana logra alcanzarme—. En realidad es una de los atrevimientos más inteligentes que he hecho, nunca me arrepentiré de esto Lillai, de estar contigo en este momento tan aterrador. Necesitabas estar con alguien, no podrías estar sola en esto ¿Y qué mejor que mi apoyo moral?
La miro de reojo, ésta me mira con esperanza de que entienda su punto de vista y vea sus buenas intenciones. Sin poder evitarlo la abrazo por los hombros y la acerco a mi—. Eres la más torpe de las dos, solo quería que lo supieras —le susurro y espero su reacción.
—¡Hey! —me da un pequeño golpe que no le haría daño ni a una mosca y me saca la sonrisa que no sabía qué necesitaba—. La del cerebro aquí soy yo.
(...)
Ya llevamos más de veinte minutos sentadas a las afueras de un pueblo irreconocible, lleno de gente con voces diferentes y casas con estructuras más coloridas.
No nos atrevemos a dar el paso dentro sin tener un plan A o plan B. No tenemos nada que nos cubra los rostros y hay una enorme posibilidad de que ya sepan de mi existencia y nombre completo. El parloteo de las personas me ponen aún más ansiosa de lo que ya estoy, me sobresalto con cada una de ellas y ya estoy enfadando a Eliza con mi inquietud y cobardía que es imposible de evitar—. Lillai, creo que escondernos detrás de este basurero será peor que ir a caminar por ahí, si alguien nos ve aquí escondidas sospecharán de nosotras y no dudarán en llamar a algún guardia —se pone de pie y ata su cabello en una cola alta.
Yo me coloco a su lado—. Bien, pero si ya vamos a salir lo mejor será tener el cabello suelto, por lo menos eso nos ayudará a cubrirnos el rostro —desato su peinado y la miro con la pequeña seguridad que queda dentro de mi—. Mantente siempre a mi lado y no le dirijas la mirada a nadie —la tomo de la mano y me adentro lentamente al pueblo, el establecimiento que nos cubría del sol nos abandona y los rayos de este me ciegan de nuevo.
—Bien —susurra—. Pero si no quieres que nadie nos vea raro vas a necesitar dejar de temblar —me aprieta la mano y yo la miro sorprendida—. ¿Qué? Hablo enserio, te mueves demasiado —me reprocha.
Y salimos, a nadie por el momento le importa que hayamos salido de la parte trasera del lugar. Me coloco dentro de la multitud para lucir lo más normal posible y hacerle creer a todos que solo somos dos mujeres comunes que caminan con tranquilidad. Los latidos de mi corazón incrementan y cuento cada uno de ellos, pierdo la cuenta... Mis manos sudan más que mi frente y axilas. Un hombre choca contra mí, yo salto, asustándome por el repentino tacto y éste me dirige una mirada para nada amable. Vuelvo mi cabeza y sigo mi camino tomada de la mano de mi hermana.
El recuerdo de mis padres no me abandona ni un poco, sus rostros son como pinturas recién hechas en mi cabeza, sus rasgos están muy presentes y prefiero que sea así. No quiero olvidar cualquier detalle por accidente, quiero recordarlos con esta misma frescura. Casi que puedo oler el aroma de mi madre y el aliento con olor a café de mi padre. Trago con fuerza y pestañeo rápidas veces para evitar que las lágrimas se derramen de mis ojos. No ha pasado ni un día y ya los extraño más que a nada. Me los imagino a nuestro lado, caminando y dándonos fuerza para no detenernos y seguir adelante con la frente en alto. Veo a mamá tomándome de la mano y la mirada seria de mi padre viendo a su alrededor, siempre estando alerta. Pero el ensueño se deshace y de nuevo estamos las dos solas, rodeadas de miles de personas desconocidas en un pueblo que no sabía de su existencia.
—¿Tienes alguna idea de qué haremos después de esto? —le pregunto a Eliza, ésta me mira pensativa, se forman unas diminutas arrugas entre sus cejas.
—Bien... crucemos el pueblo, entre más lejos estemos mejor y al anochecer podemos... dormir... no lo sé —sacude su cabeza y se desespera—. Será mejor que salgamos de aquí primero y que busquemos también algo de comer luego ¿Qué dices? —evita la mirada de un niño que nos ve con el ceño fruncido al ver la cantidad de arena que llevamos encima, parece que nos hemos revolcado en ella como animales.
—Me parece bien... —pasamos dos guardias de seguridad que lucen un tanto alterados. Aguanto la respiración y rezo para que no sea por mí, espero que sea por otra persona que haya cometido solo un pequeño delito.
Miro a Eliza, no ha notado a los dos guardas o puede que solo los haya evitado. Por el momento solo luce preocupada por nuestro bienestar y no he notado ninguna pizca de tristeza hasta entonces, debe de tener todavía un poco de rencor hacia ellos por lo que decidieron anteriormente, pero ya es un poco tarde ya que ella cambió las reglas del juego por su cuenta. Varios vendedores intentan hacer lo mejor posible para vender sus productos, tratan de llamar mi atención con la gran cantidad de joyas o comida que hay en sus mesas, yo les agradezco con la mirada y luego vuelvo la cabeza.
—Lillai...
—¿Ahora qué? —la miro en busca de sus palabras. Ésta se lame el labio inferior debido a su resequedad y me mira tan solo unos segundos con sus ojos oscuros para luego dirigirlos a un puesto de comida.
—¿Por qué no tomamos un poco de comida para más tarde? —se detiene y me ruega con los ojos para que acepte su propuesta. Tiene razón, debemos de agarrar algo mientras podamos, o si no será muy tarde y no podremos comer nada esta noche.
Asiento con la cabeza y ella no puede creer que haya aceptado, su rostro brilla inclusive más y con anhelo, me sonríe. Yo no tengo fuerzas para devolvérsela, estoy nerviosa, será la primera vez que robe algo, nunca lo he hecho y tampoco sé cómo hacerlo. Me siento como la bestia en el corral que sabe que será la próxima en ser experimentada y probablemente muera en el laboratorio gracias a las agujas y químicos. Por mis venas corre el hielo del miedo cuando nos acercamos a uno de los puestos de comida más transitados de todos, así será más fácil tomar algo. Eliza abre su mochila, y sin decirme nada me indica que ella será quién lo haga. Yo no la detengo.
Se hace la despistada e introduce primero varias manzanas rojas a su bolsa, juraría que puedo ver mi reflejo en ellas. Nos alejamos para no llamar tanta la atención y nos colocamos en la otra entrada del puesto, en donde hay más compradores. Eliza mete dos bollos de pan en su mochila y antes de que pueda introducir una caja llena de deliciosas fresas... nos descubren—. ¡Ladrona! ¡Que alguien la detenga! —el grito agudo atraviesa mi cráneo como si se tratara de un taladro.
—¡Vamos! —la tomo del brazo con fuerza, clavo mis uñas en su piel caliente y me arrepiento de lastimarla. Pero necesitamos salir de aquí lo más rápido posible.
Varios hombres nos rodean antes de que nosotras podamos avanzar más de tres pasos. Un jadeo se escapa de mis labios cuando no veo escapatoria de la horrorosa situación. Sus rostros amenazadores y enfadados son como cuchillas lanzadas a ambas—. ¡Lillai! —grita Eliza haciendo que todos sepan mi nombre—. ¡Tienes que hacer algo!
Y sé a lo que se refiere, quiere que deje salir a relucir mis demonios. Primero no sé como actuar, ni tampoco como dejarla salir. Dejo fluir el aire de mis pulmones y justo cuando uno de los muchos hombres me toma del brazo para entregarme a un oficial de policía la siento salir disparada de mí como un rayo entre la tormenta, el hormigueo se hace persistente cuando lo doy casi todo de mi. El hombre cae a lo lejos, destruyendo por completo un puesto en donde vendían espejos. Cae inconsciente entre el desastre de vidrios rostros, la mesa se demuele con su corpulento cuerpo y cae sobre su cabeza. Todos se alejan y comienzan a gritar mi verdadera identidad a los cuatro vientos. Con la respiración agitada les muestro a todos la palma de mi mano, para indicarles que se alejen, pego a Eliza a mi cuerpo y muevo mi vista a diferentes direcciones sin saber a quien ver.
Mi mano tiembla y siento como los chispazos y cosquilleos delinean las líneas de las palmas de mis manos con suavidad y meticulosidad. Ambas manos emanan ardor y una cierta picazón que jamás podré sacar de mi memoria. El poco brillo que emiten es semejante al resplandor del oro y diamantes al sol. Nunca había visto o presenciado algo como esto.
Cuando una mujer trata de atacarme con un crucifijo cierro la palma de mi mano, formando un puño. A ella se le cae el objeto al suelo arenoso y me mira con los ojos abiertos como platos. No sé lo que hago hasta que ésta coloca las manos sobre su cuello, indicándome, que la estoy ahogando. Me siento terrible por mi acción, intento dejar de lastimarla pero lo único que hago es tirarla contra una pared. Un grito sale de mis labios cuando su cabeza choca con fuerza contra esta, pero el aire me llena cuando veo que abre los ojos. Por lo menos no la he matado.
—¡Atrápenla!
Eliza y yo corremos tan rápido como podemos. Cualquiera que se acerca a nosotras lo mando lejos, a algunos los puedo dejar inmóviles como estatuas sin saber cómo lo he hecho, otros los desaparezco sin saber de su paradero. Entre más magia dejo salir siento que la enorme piedra que llevaba sobre mis hombros se reduce, mis manos se aflojan y ya no están tiesas como antes lo eran. Esta sale como agua de un tubo, ya respirar no es difícil, se puede decir que es relajante.
La mayoría se asusta y deja de seguirnos, prefieren llamar a la policía que hacerlo por ellos mismos. Puedo ya ver los carteles llenos de dibujos con mi rostro y el de Eliza por todo el país, debajo de nuestras imágenes habrá una recompensa. Los papeles estarán llenos de insultos y crucifijos hechos por los mismos habitantes. No suelto a mi hermana, la sostengo tan fuerte como si fuera la última gota de agua en el pleno desierto y Eliza tampoco se zafa.
No sabía que estaba gritando hasta que he cerrado la boca para parar, la adrenalina corriendo con tanto vigor es algo nuevo para mí, una cosa que mi cuerpo nunca ha sentido gracias a mi poco conocimiento del mundo. El miedo en esta cantidad también lo es, si mi temor fuera un saco de monedas sería el más pesado de todos, las personas me llamarían ''millonaria.'' Nos adentramos en un lugar que he escuchado pero nunca he visto con mis propios ojos. Son granjas en donde crían bestias para luego llevarlas a los laboratorios. Por lo visto, hemos corrido mucho, ya que el área está un tanto lejos del pueblo anterior.
Mis pies pisan el pavimento y mis ojos rechazan ver donde están las pobres bestias enjauladas, todas esperando su momento... La muerte. El olor del lugar es fuerte debido a lo descuidado que está, no sería raro si unas cuantas bestias hayan muerto debido a la poca calidad de vida que tienen en este paradero.
Mis ojos viajan a un par de arbustos llenos de vida que sirven como un buen escondite para Eliza y yo. Nadie nos encontrará y pensarán que hemos escapado, se rendirán, darán media vuelta y se regresarán a sus hogares. Avanzo el paso lo más rápido que puedo, pero cada vez que voy más deprisa siento que las dos plantas se alejan mucho más de nosotras.
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