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Capítulo cuatro: Sigue la orden.

Narra Leander:

Camino con determinación y firmeza, hago sonar mis botas con fuerza contra el suelo gastado de madera apropósito, para que todos los presentes en el burdel sepan quién ha llegado, quién está aquí.

Las miradas de los hombres, unos ebrios y otros aún conscientes, me penetran. Siento cada una de ellas como si fueran escarabajos pegados a mi cuerpo. Ninguno me saluda, nadie que no sea parte de mi grupo más cercano de amigos lo hace, saben que nadie es digno para hacerlo. Las mujeres con poca ropa y mucha piel que mostrar, caminan alrededor del lugar, me miran ambiciosas y no son temerosas para sacar a relucir lo mucho que desearían estar una noche conmigo. Las prostitutas que están con otros hombres dejan de darles placer y se detienen para verme.

No me paro a ver fijamente a ninguna, sería subirles el ego y hacerlas pensar que estoy interesado en tener relaciones sexuales el día de hoy. Pero esta mañana no, es muy temprano para metérsela hasta hacerla gritar a cualquier puta del lugar. Solo he venido para estar con mis colegas y tomarme un par de tragos con ellos antes de ir a nuestra oculta residencia.

Corro las cortinas rojas para entrar al área reservada del lugar, todos están sentados al rededor de la mesa jugando a un estúpido juego de cartas. Pueden hacer esto todos los días si se les da la gana, son unos bastardos obsesionados, les gusta entretenerse, mientras fuman, toman y una ramera se les guinda del brazo. El característico olor a cigarro se cuela en mis pulmones, nunca me ha gustado, pero he crecido con el tóxico humo desde que tengo memoria. No me cuesta admitirlo, es como el aire que respiro.

—¡Eh Leander! —Tony, el gordo de tez blanca y nariz inflada me saluda con la mano, haciendo que todos los demás lo hagan después de él—. Siéntate ¿Te unes al juego? —señala las cartas desgastadas debido a los años que tienen de viejas.

Chasqueo la lengua al ver el juego interminable y aburrido de cartas—. Solo he venido a tomar unos cuantos tragos nada más —me siento al lado del flacucho de Rick en la redonda mesa, la chica que está sentada en sus regazos da un respingo. Debió de acordarse de algo cuando me vio, probablemente fue una de las muchas con las que me acosté, seguramente ésta recuerda la noche a la perfección, pero no yo, son solo mis maquinas del sexo como para acordarme de sus rostros.

Tony le hace una seña al mesero para que me traiga una copa de lo que sea—. Y trae a una de las mujeres —me mira y lame sus labios secos—. ¿A quién quieres que te haga compañía esta mañana? —entrecierra sus ojos cuando sonríe, casi desaparecen cuando lo hace. Tony es el dueño del lugar y de muchos más. Es uno de los propietarios más importantes y reconocidos entre todos y también uno de mis grandes amigos. Siempre me paga para que haga sus trabajos sucios.

El mesero espera a que pida el nombre de una mujer como si se tratara de una hamburguesa—. A la mejor que tengan hasta el momento —digo cuando se ofrece a mostrarme una lista con el nombre y la fotografía de cada chica. No quiero leer y no es como si me importe a cual chica me traigan.

—Enseguida —y desaparece con una sonrisa.

La buscona de André chilla cuando éste la quema con el cigarro—. ¡Sabes que te gusta que lo haga deja de fingir! —se ríe a carcajada limpia cuando la chica coloca la palma de su mano sobre el área afectada. André le da un manotazo en el muslo y lanza una carta sobre la mesa para seguir el juego.

—¿Entonces cómo fue Leander? —Rick pregunta, apartando a la chica de su campo de visión para poder verme a los ojos. Sus ojos saltones brillan con la poca luz del lugar y me recuerdan a la primera vez que llegué a mi nuevo hogar. Cuando Rick por primera vez me mostró su colección de armas, sus ojos brillaban de la misma manera, solo que en ese entonces no había luz.

No respondo todavía, ya que el mesero llega con mi Whisky y una chica con unos pechos más grandes que su propio rostro, las curvas de su cuerpo saltan a la vista y mueve su trasero de lado a lado de manera sensual para provocarme. Tomo un trago de alcohol y la prostituta se guinda de mi brazo sin tan siquiera pedirme permiso. Restriega sus tetas contra mi brazo de arriba abajo y coloca su mentón sobre mi hombro de manera juguetona. Puedo presenciar que está drogada y lo compruebo cuando veo sus brazos llenos de piquetes.

Me vuelvo a mi amigo—. ¿Cómo fue qué? —descanso mi cabeza contra el sofá rojo que va a juego con la decoración del lugar. Tomo la copa y le ofrezco a la puta a mi lado un poco del licor, ella la acepta con gratificación y entreabre sus labios rosados para darle de beber. Una de las reglas es que las chicas no pueden tomar ni beber, solo lo pueden hacer si se lo ofrecemos y cuando lo hacemos, se lo tenemos que dar en la boca. Cuando lo hago, siento que le doy de comer a un animal. También, solo si quieres, le puedes ordenar a la mujer que haga todo por ti, como por ejemplo: darte de tomar. Son como esclavas personales.

Jala a la chica del pelo cuando se interpone entre nuestra conversación de nuevo, coloca su rostro contra la mesa redonda y la fulana se ríe, como si Rick le hubiera hecho una gran muestra de afecto—. El asesinato de hace unas semanas, me contaron que no fue para nada fácil y te dio pelea —llevo el borde del vaso, lamido por la chica, a mis labios para darle otro trago.

—Sencillo —respondo secamente, cada vez que asesino a alguien lo hago rápido, pero ese día fue diferente. Mi víctima puso más resistencia y me lastimó, pero no ha sido nada grave. Fue divertido, nunca me habían hecho luchar de esa manera, logró que mi adrenalina fluyera de nuevo. Ahora, para mí, matar a alguien se ha vuelto aburrido; no era como antes, sentía la adrenalina. Ahora es como matar a un insecto.

Todos se ríen en la mesa, incluso las putas. La chica a mi lado vuelve a restregarse contra mi y se aferra más a mi brazo. No entiendo porqué no se queda quieta en su lugar. Me termino mi copa y pido otra. Antes de que el mesero se vaya me pregunta si quiero otra acompañante o cambiarla, pero yo decido quedarme con la chica pechos calientes.

—Parece que no darás detalles sobre lo que pasó —comenta Lalo, otro de los hombres más poderosos del mercado de la muerte. Es un asesino en serie, entró al trabajo de ser asesino solo cuando tenía nueve años, era más joven que yo. Tiene un récord en asesinatos imposible de superar, pero yo he decidido aceptar el reto y rebasarlo. Éste me trata como si fuera su propio hijo de sangre y me ayudó a matar a mi segunda víctima. Una mujer de cuarenta años. Recuerdo su rostro cubierto en sangre y la adrenalina justo cuando la maté, es el único rostro que recuerdo, además de el de mi padre biológico, después de ella, decidí matar y no prestarle tanta atención a sus semblantes.

Niego con la cabeza—. Introdujo una cuchilla que tenía para protegerse en mi estómago —comento solo una pequeña porción de la historia, no soy de muchas palabras.

La risa grave de Tony me hace sonreír—. Llegó desangrándose a la residencia, lo hubieran visto, pero estaban todos muy ocupados durmiendo —le da una calada a su cigarro y se encarga de soltar el humo en el rostro de su acompañante sexual. La chica lo recibe como si fuera gloria para ella.

Los muchachos comentan lo gracioso que debió de ser verme medio muerto, cuando en realidad yo no lo recuerdo así, me recuperé en un abrir y cerrar de ojos. Lo que me molestaba era la cercanía que tiene la herida con uno de mis tatuajes, pensaba que lo había arruinado, la obra de arte arruinada por ese viejo sin ninguna vida por delante. Pero no fue así, el tatuaje no fue tocado por aquella cuchilla. La herida solo se encuentra en lo alto de este. Y no se ve para nada mal, debería de dejar que me metan cuchillas más seguido.

La mujer guindada a mi brazo mueve sus caderas para hacer que mis dedos se encuentren con su entrepierna ligeramente. Veo como se retuerce y lo mucho que necesita que se la cojan. Tiene hambre de sentirme dentro de ella. Sonrío para mis adentros, debo de torturarla. Paso mis dedos por la fina tela y mueve sus caderas hacia mis dedos para que la toque más. Pero yo aparto mi mano para tomar mi vaso y darle un trago al licor, ella se queja cuando ha visto lo que hice.

—¡Vamos Leander! No trates así a la pobre chica —comenta uno que me ha visto como la he tratado. Me río ante la hipocresía, todos estos cabrones las queman, les pegan e incluso muchos han llegado al punto de asesinar algunas cuantas porque se niegan a tener sexo o porque no lo hacen bien.

—¡Y a ti que te importa como trate a la puta! —le grito entre risas en respuesta, veo como todos se estallan a carcajadas. La chica trata de tomar mi brazo de nuevo pero yo la aparto. Si tuviera ganas me la llevaría a una de las habitaciones y la hago gritar mi nombre hasta que se lo aprenda de memoria, pero no me apetece.

—¡Déjalo que no se la quiere echar! —responde André metiéndole la mano entre el escote a la que está a su lado.

—La quiere hacer sufrir —señala con obviedad Tony. Sus ojos me miran con diversión—. Déjalo que lo haga, se lo merece por necesitada —y siguen con su juego de cartas.

Cuando dejo el vaso de nuevo sobre la mesa ella vuelve a tomar mi brazo y yo se lo permito. De nuevo, hace que mis dedos rocen su mojada entrepierna. Está necesitada, tanto que quiere que le meta los dedos. Yo, hago presión y ella gime, sonrío con superioridad—. Me dijeron que la policía está más por los alrededores gracias al aumento de asesinatos —comento mientras sigo rozándole la entrepierna y ella jadea con satisfacción.

Lalo se aclara la voz para llamar la atención de todos—. Casi se llevan a Antonio justo cuando estaba realizando uno de sus trabajos, la vieja salió con vida, pero por poco va a la cárcel —reparte las cartas para comenzar un nuevo juego—. No se los quería decir para no preocuparlos.

Meto mis dedos dentro del calzón de la chica, a nadie le importa que lo haga, introduzco mis dedos con facilidad y ella arquea la espalda y gime con fuerza—. Solo nos echamos a los policías —hablo con indiferencia—. Ya he matado a más de diez de ellos —sonrío con burla al recordar lo fácil que fue hacerlo. Mis compadres me miran con atención e ignoran los movimientos de cadera de la chica ansiosa para que la siga tocando hasta el fondo.

—Lo sabemos —vuelven los ojos al juego—. Pero gracias a eso vienen más armados Leander, debes de comenzar a pensar con el cerebro y no con las ganas de quitarle la vida a alguien. Lo digo porque casi matan a Antonio y no queremos perder a nadie del equipo.

Yo ignoro las palabras de Lalo, son inútiles para mí y él debe de saberlo gracias a que me termino mi copa y sigo dándole placer a la chica ruidosa que clava sus uñas en mi brazo con lujuria. Cuando ésta llega al orgasmo saco mis dedos de ella y se los meto en su boca. Ella cae a mi lado satisfecha y se sube a mi regazo—. ¿Cuál es la otra misión? ¿A quién quieren que mate ahora?

Tony levanta sus ojos ojerosos de la baraja de cartas y señala a la chica que tengo en mi regazo—. Pensé que la querías hacer suplicar —enciende otro cigarrillo, juro que morirá de fumar. No hay ni un solo segundo que no tenga un cigarro en la boca.

—Pensé que me ibas a hablar sobre la otra persona que tengo que matar —lo reto. No me gusta para nada que eviten el tema y más cuando es a mí a quien evitan. Veo como todos en la mesa se callan y juegan en silencio, lo único que se puede escuchar es a la mujer en mis regazos con la respiración agitada. Lo evidente es que nunca hay silencio, siempre hay alguien que habla, aunque sea para decir una estupidez. Miro a Tony expectante, se que todos están esperando a que abra su seca boca para hablar.

—Por el momento hemos decidido dejar los asesinatos.

La oración es como un chiste, primero me comienzo a reír, pero cuando nadie me sigue el juego, hablo—: ¿No hablan enserio? —Tony levanta la cabeza y rasca su barba de unos días sin afeitar, puedo ver como sus ojos me recorren con la mirada, yo me inclino, acercándome más a la mesa, más a Tony.

—Tenemos que hacer que los policías bajen la guardia —parlotea—. Son como moscas sobre nuestra comida, quieren destruirnos a todos y están muy cerca de atraparnos, acabarán con el negocio y con nosotros —habla con normalidad—. Ya todos los demás lo saben, eres el último en saber porque sabía que te pondrías así —me señala con su dedo regordete—. Sé que te gusta asesinar, es más que tu pasatiempo, es tu estilo de vida —toma de su cerveza—. Pero por el momento sigue ordenes y no te salgas de control.

Restriego mi rostro con la palma de mi mano, los miro a cada uno de ellos, todos apartan sus ojos de mi. Sé que no les gusta la idea de no tener que matar a un poco de gente a la semana, pero no solo eso. Saben que esta noticia no me la tomaría tan bien—. A ver si lo entiendo —termino mi copa y espero a que el tipo me traiga más licor porque ahora lo necesito—. Les tienen miedo a unos hombres vestidos con uniforme —el chico viene rápido con mi bebida y yo tomo un trago largo. Ni siquiera quema mi garganta.

Lalo toma aire—. ¿De veras? ¡Pero por supuesto que unos bastardos como ellos no me atemorizan ni un poco! ¡Soy Lalo, no le temo a nada niño! —me callo mi insulto cuando me dice niño, sabe que odio que lo diga, no soy un niño ni en lo más mínimo. Pero siempre me han visto así y siempre me verán como el niño de las calles—. Pero tienes que entender que no queremos que el negocio se pierda, solo los despistamos un par de meses y continuamos.

Corro a la chica de un golpe que probablemente le deje un cardenal, ella se sobresalta, pero me importa una mierda. Me pongo de pie—. ¡¿Unos meses?! —grito y golpeo la mesa con mi puño cerrado—. ¡Demonios son unos blandos! —mi furia crece cuando siguen con su patético juego de cartas, me hacen sentir inferior, como si no me escucharan. Ellos saben que no soy para nada inferior, me he convertido en uno de los mejores asesinos y en uno de los más temidos, no toleraré que me ignoren—. ¡Puedo deshacerme de esos estúpidos policías! ¿¡Qué ahora no tienen huevos!? ¿¡Qué pasó con nuestro lema?!

—Siéntate —dice Tony con lentitud, su voz hace que me siente, pero no que mi enojo se disipe como si fuera vapor en el aire.

La necia de la puta se guinda a mi brazo de nuevo—. ¡Apártate! —la empujo al suelo, ella me mira con ojos muy abiertos, el mesero la agarra con fuerza del brazo y se la lleva fuera de la sala para que no me estorbe más.

—Leander, debes de aprender a acatar órdenes si no quieres un castigo —me advierten.

En mi memoria regresan las imágenes de lo que pasaba cuando hacía algo mal. Entre los más fuertes de la pandilla me tomaban en brazos, me quitaban la ropa y me colgaban desnudo del techo para poder, con varios látigos, darme en la espalda. No solo hacían eso, me dejaban desnudo en una habitación oscura, sucia, sin nada que comer, ni tomar, solo me dejaban un balde para poder hacer mis necesidades; por días permanecía encerrado. Eso me enseñaba la lección para dejar de cometer mis errores. Pero querer asesinar no es un error.

Me pongo de pie de nuevo—. Son unos imbéciles —se los dejo en claro, a cada uno de ellos y comienzo a caminar.

—¿A dónde vas? —pregunta André, su voz me dice que no me vaya y que por lo menos me quede y me termine unas cuantas copas más, le gusta mucho mi presencia aunque no juegue y sea de poco hablar y yo también disfruto de la suya, gozo de la de todos, pero en estos momentos no puedo seguir viendo como siguen su juego de cartas como si nada hubiera pasado.

—A casa —lo digo claramente para que no piensen que me escaparé por ahí. Ellos me dejan ir sin ningún problema, confían en mí y si hago algo malo siempre están los castigos. Deducen que necesito espacio y tiempo para analizar la nueva orden, pero yo no necesito nada de eso. Malditos bastardos.

No seguiré la orden de nadie.

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