
Capítulo cinco: El plan.
Narra Lillai:
El libro se resbala de mis manos, como si fuera algo viscoso, y cae al suelo. El ruido de este chocando contra la madera hace eco dentro de mi cabeza, el sonido se repite y cada vez va disminuyendo su volumen hasta desaparecer. Dejo mi mirada perdida y asustada en el cuadro que está frente a mí, en el, salimos Eliza y yo abrazadas, nuestras mejillas están unidas por el abrazo y vamos muy bien vestidas, ese día íbamos para la iglesia.
Aparto mis ojos claros de aquella memoria y los fijo en la puerta entreabierta, la luz que entra por la pequeña abertura hace que pueda ver partículas diminutas de polvo. Pienso en la Virréa, en sus gruñidos fuertes y en el aletear de sus alas. ¿Será acaso posible que la bestia me haya olido y me esté buscando? Tiene sentido, debió de oler la magia que he dejado salir hace unos segundos en la cocina. Un leve mareo se apodera de mí, mi alrededor se mueve tenuemente, pero aún así, el agobio es demasiado para mi cabeza. Me sostengo de la pared más cercana con mis manos sudorosas. Cierro los ojos con fuerza y bajo la cabeza. Trato de pensar en otras cosas que no tengan que ver con el malestar.
Tomo aire y levanto la vista ya completamente mejorada, dejo la extraña fatiga y me recupero tan rápido que me quedo sin palabras. Rejunto el libro y salgo de la pequeña habitación. Recorro con la vista alrededor, pero no me encuentro con nadie, lo único presente es la nube gris que emana el fuego, es mi única compañía; miro cómo sale por la chimenea y como el fuego reaparece más, me dejo ir por sus movimientos sutiles. Dos respiraciones agitadas me despiertan de mi ensueño.
—Lillai —es la voz de Eliza, mamá la sostiene por la cadera con fuerza, tiene miedo de que caiga, pero mi hermana se encuentra en perfectas condiciones como para que pierda el equilibrio—. ¿Lo viste? —el jadeo que emana de sus labios es fuerte y sus ojos son dos luceros llenos de energía y adrenalina. Siempre ha querido ver una Virréa y ahora que la ha visto está por los cielos.
Cuando niego con la cabeza, se zafa del agarre de nuestra madre y se acerca a mi corriendo. Su rostro impactado por la bestia me deja turbada. Es como si hubiera recibido el regalo que siempre ha querido por navidad y por fin, lo ha tenido. Bajo mi vista al libro que tengo entre manos, la vista de ella baja al mismo tiempo que la mía. Abro mis labios para explicar lo que he leído, pero mi mente no está conectada con ellos, mi vista perdida se concentra en la Virréa de la portada del libro. Con un hilo de voz digo—: Me ha olido —la casa se queda en silencio y de fondo se escuchan los gritos de papá diciéndole a todos que mantengan la calma. Su voz refleja autoridad.
Eliza se mueve inquieta—. ¿Qué? —su mirada se levanta del libro, la fija en mí, pero como no me atrevo a verla aún, mira a mamá en busca de ayuda—. Vas a tener que explicar mejor... —mamá se acerca a nosotras en silencio.
Yo abro el libro con rapidez y paso las hojas, veo las letras borrosas cuando paso el dedo por las páginas hasta llegar al capítulo dedicado a las Virréas. Levanto la mirada, encontrándome con las miradas más asustadas por parte de las dos mujeres más importantes en mi vida. Les muestro el párrafo que he leído, pero salto a la parte más importante—. Ella ha olido mi magia —susurro para que solo ellas me escuchen y ninguna otra cotilla de afuera lo haga.
Analizo con profundidad los rostros de ambas. Mamá se torna pálida y sus ojos se pierden en la página. La lee tantas veces que probablemente ya se sabe las palabras de memoria, estoy segura de que de nosotras tres esas palabras la atormentaran más a ella por la noche. Eliza, solo aparta la mirada de la imagen de la Virréa que se encuentra en la parte superior de la pagina y fija sus ojos abiertos en mí. Sus ojos oscuros demuestran la mezcla de emociones del momento y no sabe qué sentir o cómo debe de expresarse respecto a todo lo que ha pasado en solo minutos.
—No-no puede ser cierto —mamá habla en voz baja, intenta sonar convincente y por cómo le tiembla la barbilla se que por su mente pasan muchas voces que la tratan de convencer que el libro está erróneo y que la única que tiene la razón aquí es ella. Las lágrimas se acumulan y sus ojos se tornan brillosos.
Solo he visto llorar a mamá unas dos veces en toda mi vida y las únicas veces han sido por mi culpa. Por lo que soy, por los demonios que habitan dentro de mí. Todas las veces que lágrimas han sido derramadas es por mi culpa, por mi existencia y mis errores. Nunca he descifrado si llora porque teme a perderme o porque teme que arruine las vidas de Eliza y mi padre. No la culpo, muy dentro de mí sé que los hago pasar un infierno, mi anormalidad los hiere, como si caminaran descalzos sobre la lava salida de un volcán. Pero no se atreven a poner un pie fuera de la tortura y deciden seguir caminando mientras la lava derrite su piel. Siguen ahí para mí.
Eliza no despega sus ojos de mí, no se inmuta en darse cuenta del dolor que mamá intenta retener. Mi hermana menor, llena de desasosiego, toma mi reliquia entre sus manos y lanza el libro al sofá que está justo detrás de ella. Las páginas se arrugan cuando cae sobre la superficie acolchada. A Eliza no le interesa mi desazón por el libro y me retiene para no ir a por él—. ¡Y qué importa! No te ha encontrado, sigues aquí y nadie te ha descubierto, están exagerando y creo que ya es suficiente —sus mejillas acaloradas son lo que más llenan mi campo de visión, mi ceño se comienza a fruncir con lentitud con el paso de los segundos y un sollozo de mamá inunda toda la casa. Eliza, pone los ojos en blanco.
A veces el carácter de Eliza es indomable, es muy abierta y siempre piensa en voz alta, es ruidosa y testaruda. Es la que siempre gana las discusiones en la casa. Entreabro los labios y le hablo con lentitud a la chica desesperada que tengo al frente—. Creo que no lo entiendes —veo como nuestra madre se sienta en el sofá al lado del libro, se aleja de el como si fuera una bomba atómica y esconde su rostro entre sus manos, como si intentara ocultarse de la verdad—. No me ha encontrado, pero eso no significa que no lo puedan hacer —mis palabras hacen temblar a la mujer en el sofá.
Eliza, toma una gran parte de mi cabello entre su mano y lo jala con decisión. Mi cabeza se va de lado con el jalón y la piel de mi cabeza arde con el repentino dolor. Mis ojos se cierran y un leve gemido sale de mis labios, pero no alejo a Eliza, solo espero pacientemente a que ella se aparte y deje de sostener mi cabello con tanta fuerza. No es para nada mi peculiaridad seguirle el juego a sus ataques. Siempre me quedo al margen, si no lo hago, puede que mi magia fluya sin mi autoridad y la lastime más de lo que ella me está lastimando a mi. Abro los párpados y me encuentro con los suyos oscuros, está furiosa y las llamas de la furia inundan sus ojos, dándole un aspecto de mandato.
—¡Lillai escúchame por una sola vez! —me suelta y me reincorporo con la cabeza gacha. Soy la mayor, tengo veintiuno y Eliza solo dieciocho, pero luce como si la mayor fuera ella. Siempre ha sido así, desde que éramos pequeñas, Eliza siempre ha salido a relucir en ese aspecto, le gusta pensar que es ella la que tiene el privilegio de regañarme como si tuviera cinco años de edad. Tomo aire y lo suelto, sintiendo como deja mi cuerpo, al igual que el agobio.
—Ha olido la magia que he dejado salir hace un rato en la cocina, el olor debió de irse por la chimenea y llegado al olfato de la Virréa —la magia no huele, tampoco se puede ver. Pero la nariz y ojos de muchas de las bestias no es inexistente como es para los humanos—. Solo debemos de tener esperanza en dos cosas —la miro con atención y con solo mis ojos le dejo en claro que debe de escucharme y no interrumpirme—: Que los aldeanos no sepan esa característica de las Virréas... y dos —trago con fuerza al sentir una piedra en mi garganta, siento como roza contra el interior y como me deja sin aire—. Que la Virréa no tenga la habilidad de comentarle a sus amigos de su nuevo descubrimiento...
Figuro en mi cabeza a la manada de las criaturas voladoras dejando sus escondites en los bosques húmedos y frescos para hacer su travesía a nuestro pueblo ubicado en la nada en el desierto, entre las montañas de arena y escasas plantas. Pueden morir las que no están físicamente preparadas para el brusco cambio de clima, sus cuerpos sin vida llenos de insectos en el medio de la nada me hacen querer vomitar. Aunque no conozca a las misteriosas bestias siento un vínculo con cada una de ellas, pensar en sus muertes me crean un extremo vacío en mi interior. Si yo, Lillai, puedo sentir ese lazo fuerte que me une con ellas, estas también deben de sentirlo y esa Virréa que ha venido gracias a mi incidente, debió de sentir nuestro vinculo con más fuerza, tuvo que advertir el sentimiento tan llamado, hogar.
Eliza intenta con todas sus fuerzas no cambiar su semblante y hacerme parecer como si no le afectara, pero ella sabe que la posibilidad de que lleguen más Virréas o los habitantes se enteren es gigante. Pero su fe en que puedo permanecer oculta en una casa hecha de piedra y madera es tan grande como mis dos teorías. Uno de los miedos más grandes de mi hermana menor es perderme, tal a como ella perdió su ave de mascota, Litia, el verano pasado. Puede que mi importancia comparada con el ave no sea de la misma manera, pero es lo más parecido a un ejemplo que puedo encontrar. El recuerdo de como Eliza me abraza por las noches hace su aparición tan rápido como un relámpago, siempre lo hace porque tiene miedo de que ya, al día siguiente, su hermana no esté y esa fue la última vez que pudo abrazarme. Aunque no seamos hermanas de sangre, siempre fui el pariente que ella siempre deseó.
—¿Y ahora qué? —cuando el valor de su voz se esfuma me quedo de pie, estática, frente a ella sin respuesta alguna.
Papá interrumpe en la sala de estar, cuando ve a mamá sentada llorando, sabe que algo va mal. Cierra la puerta tras él y corre a su esposa, se coloca de rodillas frente a ella y aparta las manos de su rostro. La preocupación en su semblante inunda toda la habitación, sus ojos repasan su rostro con rapidez y angustia—. ¿Qué ha pasado? —sus ojos viajan a nosotras, yo lo miro, con la esperanza de que mi hermana ponga su atención en papá, pero Eliza no aparta sus ojos de mi rostro.
Siento que el silencio de la habitación se hace eterno, similar a la larga espera para que en un reloj de arena se acabe el tiempo. Temo hablar, abrir la boca y confesarle a mi padre la verdad que se encuentra en el libro. Me asusta su reacción, puede que quiera no dejarme salir nunca, ni para trabajar o que sus sentidos lo alerten y me eche de casa. Que se entere de lo peligroso que es tener a una bruja en su hogar. Sus ojos claman por una respuesta, pero los míos no pestañean, me he quedado inmóvil.
Mamá sorbe por la nariz, interrumpiendo el grave y aterrador silencio. Papá aparta sus ojos de los míos, cuando lo hace, mi respiración entrecortada vuelve a su normalidad. El corazón bombea y bombea sangre con rapidez, siento cada célula que pasa por mis venas, pierdo la cuenta con cada latido, cada pensamiento indeseado y cada inhalación irregular que crea mi cuerpo. Mi madre habla—: Tenemos un problema —cuando ella admite por su boca que de verdad hay una posibilidad de que estemos en peligro, es como si quitaran un poco de mi esperanza oculta. No sé que es mejor, que mi mamá se niegue a aceptar todo esto o que lo acepte.
El hombre sudoroso postrado frente a ella entreabre sus labios. Todos se quedan a la espera de que las palabras fluyan sin dificultad alguna de su boca, pero no dice nada. Su expresión nos hace entender que está a la espera de una explicación que acabe con la imponente mudez. Mi madre, con lentitud, le entrega el libro en la página correspondiente; mi padre se dispone a leer. Sigo la trayectoria que hacen sus ojos cuando leen cada oración, estos incrementan de tamaño cuando lee la parte que tanto temo. Traga con dificultad, deja el libro en su lugar y frota los párpados de sus ojos con sus pulgares—. Eliza ve a tu habitación —dice estas palabras sin verla a los ojos.
Sin remedio alguno Eliza aparta su mirada de mí y se dirige a mi papá. Su expresión corporal se asemeja a la de un gato cuando está molesto, la única diferencia es que no saca los colmillos—. ¡Pero papá! —deja salir aire por la boca con exageración—. ¡Tengo todo el derecho de quedarme! ¡Si es mi hermana!
Con la voz calmada, éste vuelve a repetir—: Eliza, ve a tu habitación.
Como ya a ésta no le queda de otra más que irse, lo hace. Sus pisadas son fuertes contra el suelo, lo hace a propósito para que sepamos lo enfadada que está al respecto. Cierra la puerta con potencia; aunque papá la haya enviado a nuestra habitación no significa que Eliza no vaya a escuchar nada. Debe de estar en el suelo con la oreja en la puerta y los ojos cerrados para prestar más atención. Ella solía hacer eso cuando nuestros padres discutían y nos mandaban al cuarto, cuando ellos terminaban de discutir me contaba todos los detalles como si se tratara de un cuento para dormir.
Papá me hace una seña para que me acerque a ellos. Camino con la mirada plantada en el suelo, no quiero enfrentarme a lo que posiblemente venga a venir a continuación... Me siento al lado de mamá y frente al ex soldado, éste toma mi mano para que lo vea a los ojos. Cuando hacemos conexión con nuestras miradas me quedo pasmada al ver la tristeza que emanan sus ojos. El corazón bombea rápido como si se tratara de una alarma contra incendios—. Dime papá —lo que ha salido de mis labios ha sido algo más silencioso que un susurro, pero algo tan doloroso como el abandono de una madre. No quiero escuchar lo que quiere decir...
—Tenemos que prepararnos para lo peor Lillai —sus ojos se abren más con el paso de sus palabras—. Si alguna persona descubre que estás viva y escondida en este pueblo te van a asesinar, sin piedad, sin importar si eres nuestra hija; sin importar si eres amable con todos. Cada uno de ellos... —señala la puerta cerrada—. Pensará que lo que has puesto era solo una fachada y no creerán cuando digamos: Ella es inofensiva —cuando toma aire, su cuerpo entero tiembla—. Seremos más precavidos —su mirada me advierte lo que va a decir después—. Si se enteran necesitaremos un plan... Y ese será tu escape.
Entrecierro los ojos con confusión y quito mi mano de la suya. A éste no parece molestarle, ya que entiende mi desconcierto—. ¿Quieres decir que voy a escapar? —niego con la cabeza—. ¿A dónde? —lo primero que pienso es en lo peligroso que debe de ser escapar de las personas que quieren mi asesinato y lo segundo es... en mi familia ¿Qué serán de ellos? ¿Los enviaran a la horca por cómplices del delito? Mi estómago se revuelve con solo pensar en los cuerpos de los que me criaron como hija propia colgando de sus cuellos.
Papá asiente con la cabeza—. Vas a tomar tu mochila, guardar varias de tus cosas y estar preparada para salir corriendo lo más lejos que puedas de aquí y no vas a temer a usar tu magia como defensa propia, por favor —me mira con seriedad.
Me pongo de pie de un salto, como un resorte y hasta este momento me doy cuenta de los temblores extremos de mi cuerpo. Papá y mamá se ponen de pie junto a mi y yo los miro con los ojos abiertos de par en par—. Pero... —niego con la cabeza repetidas veces y tomo mis manos con fuerza para detener los temblores y cualquier magia indeseada de salir—. Les pasará algo a ustedes y a Eliza, no lo permitiré. Vámonos juntos, así nada nos pasará. Siempre lo has dicho mamá —la miro solo a ella esta vez—. Pueden separar el mar de la Tierra pero nunca a la familia...
Ella se acerca a mí con los ojos cristalinos—. Por el momento seguirás con nosotros amor, pero cuando llegue el momento corre como siempre has deseado correr —me envuelve en un abrazo, pero yo no se lo correspondo, mi cuerpo no responde—. Lo tienes que hacer por el bien de todos y por el tuyo. Siempre seremos una familia, nunca te abandonaremos aunque no estemos juntos Lillai.
Miro al esposo de mi madre con inquietud y me separo de su agarre para verlos a ambos a los ojos—. No los puedo dejar solos, yo los protegeré —coloco la palma de mi mano sobre mi pecho—. Utilizaré lo poco que sé de la magia para salvarnos a todos, s-si, así será ya lo verán, estaremos bien los cuatro —cuando sus ojos me reflejan lo contrario les revelo lo que tanto le temo en esta situación—. Pero... los enviarán a la horca o a los calabozos del castillo —las lágrimas tibias recorren la piel de mis mejillas sonrosadas por el ajetreo del momento y siento como me hundo en un pozo infinito, que no tiene salida. Un pozo con paredes musgosas de piedra y sin luz...
Ambos niegan con la cabeza—. No no —responde mi padre—. No debes de preocuparte por nosotros, tú eres lo más importante en este momento cariño. Ahora necesito que te sientes y tomes aire Lillai, este plan lo haremos a mi manera y no a la tuya —me toma de los hombros y me hace sentarme a la fuerza en el viejo sofá, al lado del libro que desató una verdad horrorosa. Éste me sostiene por unos segundos más para asegurarse que no me pondré de pie—. Te lo contaré con más detalles. Primero recuerda que es solo en caso de emergencia y no lo tienes que hacer ahora...
Lo interrumpo—. Pero lo haré en algún momento de todos modos... —las lágrimas siguen saliendo de mis ojos y la pequeña brisa que entra por una de las ventanas seca la poca agua que quedó en mi piel de las lágrimas anteriores.
Él ignora mi comentario y prosigue, siempre viéndome a los ojos—. Tendrás una mochila preparada —sollozo y él habla un poco más alto para que lo escuche con atención. Lo intento interrumpir pero se me es imposible—. Cuando se sepan quien eres la tomarás sin detenerte a tan siquiera decir adiós —toma una postura más fuerte, una postura digna de un soldado que ha enfrentado miles de batallas en su vida, sus finos labios se abren de nuevo para seguir hablando y los míos tiemblan—. Saldrás por la ventana de la cocina y vas a correr, no te vas a voltear a ver atrás sin importar lo que suceda.
—Pero... —mi voz tiembla y el rostro de mi padre se distorsiona por las lágrimas que se acumulan en mis ojos. Me siento como la niña pequeña que era hace muchos años atrás y lloraba por los errores que cometía. Me siento como aquella chica que lloraba con descontrol cuando sus padres descubrían que se lastimaba a sí misma para deshacerse de su magia y ser una niña normal.
—Pero nada —me sacude—. No importa si no sabes para donde vas, lo único que debes de saber es que no debes de acercarte a la capital, siempre debes de mantenerte en los barrios bajos. Caminarás con la cabeza gacha y lo más importante de todo Lillai, no confiarás en nadie, no hablaras con nadie, debes de seguir el camino por tu cuenta.
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