8 - El color del cristal.
Aquella mañana la niebla había desaparecido por completo, no había ni rastro de ella por ninguna parte. Estaba muerta de hambre, quizás por eso Ailein sugirió ir a buscar vallas por los alrededores del río, dejando a Gale allí, aún dormido.
- Tienes que tener cuidado con él, no es cómo los demás – asentí, en señal de que lo entendía – es mucho más astuto y más inteligente, sus poderes están mucho más desarrollados, quizás por eso Tlaloc confía tanto en él.
- Él fue el que me dio esto la primera vez que estuve aquí – señalé hacia la botellita vacía de ese mejunje que nos protegía aún, sobre nosotros.
- Lo sé, su olor estaba por todo el frasco – no dije nada al respecto – pero quería que supieses que, aunque pueda parecer amable, no es de fiar, Varsha.
- ¿Por qué aceptaste entonces que nos acompañase? – quise saber, ella dejó de coger bayas entonces, y me observó, sorprendida.
- ¿Ichtaka no te lo ha contado? – negué con la cabeza - ¿ni siquiera la diosa? – volví a repetir el mismo gesto anterior – La última llama de Xiutecuithli, él conoce dónde se esconde – lo comprendí entonces, él era la clave.
- Es tarde – dijo una voz a nuestras espaldas, haciendo que ambas mirásemos hacia atrás, preocupadas, pues... ¿hasta qué punto de nuestra conversación habría escuchado? – debemos irnos, las ninfas del río no tardarán en hacer su entrada triunfal, es mejor que estemos lejos cuando eso ocurra – algo llamó mi atención de su atuendo, justo cuando levantó las manos para hacer volver la sustancia azulada que nos había protegido todo ese tiempo, hizo un juego con sus manos, y luego devolvió mágicamente ese mejunje al interior de mi botellita, sin tan siquiera quitarle el tapón para que entrase, mientras yo seguía mirando a su pecho - ¿Esto? – preguntó, levantando su amuleto, era un diente de un animal, amarrado con una cuerda, colgado de su cuello – es uno de los colmillos del demonio de fuego, comúnmente conocido como el caballero de fuego Xiutecuithli, ¿ese nombre te suena de algo? – él lo sabía, nos había escuchado, pero yo fingí normalidad, y negué con la cabeza.
- Creo que es demasiado tarde – dijo una voz junto a nosotros – ya están aquí – levanté la vista, mirando a nuestro alrededor, había largas y finas ramas delante de mí, pero estas tenían ojos, brazos y piernas, eso me hizo abrir la boca, sorprendida, jamás esperé algo así.
- Llévatela – pidió él, haciendo aparecer de la nada su espada, en cuanto lo hizo lo descubrí, quién era la figura blanca en el tablero de ajedrez, porque la espada que ese ser portaba era la misma que debía encontrar. Ni siquiera pude preguntar al respecto, pues Ailein tiró de mí, llegando hasta los caballos, montándose en el suyo, dándome la mano para impulsarme hacia arriba.
- Ailein – la llamaba, pero ella estaba concentrada, intentando alejarnos de esos seres, mientras él nos defendía de ellos – la escapa de Xiutecut.... – Mierda. ¿Cómo demonios era ese nombre? – Del caballero de fuego – terminé cansada de intentarlo mentalmente – él la tiene.
- Acabo de decírtelo – se quejaba ella – la esconde en algún lugar.
- No, no la esconde – me quejé – Es la que está usando en este momento para luchar contra esos seres – el caballo se detuvo entonces y miró hacia atrás, fijándose en la luz azulada que desprendía la espada, una luz tan fuerte y tan potente que llegaba hasta nosotros.
- No es posible – se quejó ella, aún sin comprender la situación – Esa espada no puede ser empuñada por ninguno de los nuestros, Varsha – la observé, sin comprender – Fue creada para destruirnos – insistió – sólo el elegido puede empuñarla. Y él no puede ser elegido.
- ¿Por qué no? – insistí.
- ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué actúas cómo si no lo supieses? – La miré, sin comprender, porque realmente no lo hacía - ¿La profecía no te lo mostró? – negué con la cabeza.
- Sólo me mostró a una figura blanca, empuñando la espada, acabando con el caballero de fuego, salvando a mi madre.
- Él no puede ser el elegido – repitió – el elegido posee las capacidades de todos nosotros, incluso la tuya – abrí la boca, sin dar crédito – un ser tan poderoso como ese no puede ser un simple tlaloque. Además, murió hace mucho, en la batalla. Yetzel se hacía llamar.
El galope del caballo de Gale nos hizo salir de nuestros pensamientos. Lo vimos llegar hasta nosotros, y a esos seres rodeándole, mientras él aligeraba la marcha y llegaba hasta nosotras, que también emprendimos de nuevo la marcha hacia lo desconocido.
- Deberíamos seguir a pie – gritó Ailein, haciendo que él asintiese – les haré creer que aún seguimos montados en los caballos y los haremos correr en círculos.
La idea de mi protectora surtió efecto, pero el camino a pie era incluso más peligroso y cansado de lo que lo era a caballo. Atravesar aquella zona fría hasta llegar a la ciudadela no era tan fácil como ese mejunje azul me había mostrado.
- Ten – me dijo él, a mi lado, cediéndome un cuchillo – deberías tener un arma con la que defenderte si te atacan – giré la cabeza para mirar hacia Ailein, estaba ocupada mirando hacia el cielo, buscando pájaros, quizás buscando el camino correcto - ¿por qué buscáis la espada? – quiso saber. Eso me asustó, que pudiese descubrir nuestro secreto.
- ¿Por qué puedes tu empuñarla? – reclamé con otra pregunta, evitando la suya. Sonrió, como si mi forma de responder fuese divertida.
- Quizás sea diferente a los de mi especie – contestó y yo me gire a mirarle, justo cuando un hombre moreno llegaba a nosotros, tenía un traje azul y rojo, y una larga lanza en una mano, también alas en su espalda, como si fuese un ángel. Levanté el puñal que acababa de conseguir, mientras que él sacaba su espada.
- Allora – me llamó, como si acabase de ver un espejismo, era natural, era la viva imagen de mi madre, demasiado parecida a ella.
- No es ella – dijo la voz de mi protectora detrás de él, haciéndole retroceder – es una viajera que viene de los reinos del norte.
- No es cierto – dijo la criatura alada – los viajeros se extinguieron hace tiempo, con la caída del caballero de fuego.
- Es la última en su especie – aseguró Gale, a mi lado, agarrando mi muñeca, tan fuerte que consiguió hacerme daño. Me quejé y me fijé en él, tenía la vista fija en el bolsillo de mi túnica. Le observé, sin comprender, justo cuando ese ser y mi protectora se lanzaban a luchar, en un cuerpo a cuerpo. Eso le dio una tregua al ser que aún me sostenía, que hizo algo que un ser cómo él no debería poder hacer, tiró de mí hacia el cielo, mientras Ailein se quejaba al respecto.
- ¡No! – gritó, intentando llegar a mí, mientras yo cerraba los ojos horrorizada. Lo cierto es que tenía vértigo, no quería mirar hacia abajo, me horrorizaba, pero al abrir los ojos aparecimos en un lugar distinto, un lugar que conocía a la perfección. Era un tablero de ajedrez, con tonos blancos y azules.
Me solté en cuánto me di cuenta que él estaba entrando en mi mente.
- No eres un simple tlaloque – me quejé.
- Tu tampoco eres una simple Nyamb – tragué saliva, sin saber qué decir, bajando la cabeza con rapidez – enséñame el cristal que Xochiquetzal te dio – pidió, haciendo que le observase, sin comprender cómo podía saberlo.
- ¿Qué eres tú? – quise saber.
- El que propondrá el trato que salve a tu madre – tragué saliva, pues él parecía haber descubierto quién era yo. Pero ... ¿por qué no había llamado a los guerreros para que me apresasen? Le observé, su perfecta sonrisa que ocultaba muchos más secretos de los que imaginaba. Uno no debería confiar en alguien que tenía tanto que esconder, pero se me acababa el tiempo, también las opciones.
- Te escucho – ensanchó la sonrisa.
- Tlaloc liberará a Allora – esperé para escuchar la segunda parte, pues sabía que ese dios pediría algo a cambio – yo mismo empuñaré la espada que la libere de su prisión. A cambio, servirás a nuestro rey.
- ¿Qué implica exactamente servirle? – volvió a sonreír, al darse cuenta de que yo era más inteligente de lo que habría creído en un principio.
- Serás una prisionera y harás realidad cada uno de sus deseos, todo lo que se te pida, sin oponer resistencia – volví a mirar hacia él, y sonreí, divertida.
- ¿Y si digo que no? – tragué saliva, negociar nunca se me dio bien.
- Llamaré a los guerreros para que te apresen ahora mismo y Allora seguirá cautiva dentro de ese ser, por toda la eternidad.
- Si me apresan ¿seré una esclava? ¿o me mataréis?
- Eres más astuta de lo que se ve a simple vista ¿no?
- El mismo final para mí, distinto para mi madre – me percaté. Él asintió – Te diré algo, aceptaré la primera opción, porque ya he visto una parte de la profecía y se lo que ocurre al final.
- Es una sabia elección – tragué saliva, y entonces miré hacia abajo, aún seguíamos subiendo hacia los cielos. Él sólo estaba metido dentro de mi cabeza – No – respondió a esa pregunta que aún no había ni echo – ella no podrá acompañarnos, no puedo arriesgarme a que me traiciones.
- ¿Por qué quieres el cristal? – sonrió, divertido.
- Quiero ver el color – le observé, sin comprender, justo cuando atravesamos una nube, sentándonos sobre ella, como si fuese un simple sillón. Era del todo imposible, pero en aquel lugar la fantasía superaba a las leyes de la física – no habéis escuchado el final de la profecía, y el color del cristal me ayudará a adivinar un posible final.
- Dime cuáles son los colores y sus posibles finales – sonrió, mirando despreocupado a las aves que sobrevolaban el lugar, cerca de nosotros – te diré de qué color es, después de escuchar tus teorías.
- Rojo, sangre. Morirás antes de haber podido despedirte de tu madre. Azul, esperanza. Te despedirás de ella, mentirás sobre tu estancia aquí y te convertirás en la sierva de nuestro señor. Negro, oscuridad. El demonio no morirá después de ser atravesado con mi espada, tu madre morirá y ese ser encontrará un nuevo recipiente dentro de ti. Verde, pérdida. El poder de la espada me consumirá antes de haber completado mi misión y serás tú la que la empuñe, matarás a ese ser y luego morirás, por no poder soportar todo el poder que conlleva usar la espada. Naranja, traición. Me traicionarás y terminaré clavándote la espada en el corazón. Blanco, unidad. Aún no he decidido un final apropiado para la unidad, pero creo que harás algo para huir de tu destino, es el único color que alberga una esperanza para librarte de todos los destinos en los que debas quedarte en este lugar. Amarillo...
- Blanco – contesté. Rompió a reír, como si no pudiese creerme, entonces metí la mano en el interior del abrigo y saqué el cristal, sorprendiéndole. Tragó saliva y levantó la mano, acariciándolo, despacio, dando un par de pasos hacia atrás, apartando la mano con rapidez, como si este le hubiese mostrado algo desagradable – Esto quiere decir que me salvaré.
- No – contestó, molesto, mirando hacia ahí abajo, sacando una bola azul del bolsillo de su túnica, tirándolo hacia abajo. Le observé, sin comprender, quedándome perpleja al ver subir a Ailein – Lo haré – ambas le observamos, sin entender su afirmación – me pondré de vuestra parte en esta guerra.
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