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7 - El protector de los cielos.

Subo el capítulo de ayer. Siento la demora.

Espero que les guste :)


Despedirme de papá y de Eleanor sin dar explicaciones, sin tan siquiera saber si los volvería a ver fue duro, pero debía hacerlo, tenía una misión que llevar a cabo. Ni siquiera sabía la extensión del amor que mis padres se procesaban, pero pensar en él, en cómo le esperó por 23 años en el mismo lugar en el que se enamoraron me daba una pista. Un amor que aún después del tiempo sigue vivo. Ese tipo de amor es algo extraño de ver, ¿no creéis?

Salté dentro del charco y aparecí en aquel templo, pero la persona que me estaba esperando allí no era en lo absoluto esa anciana ruda, si no mi mejor amiga.

Sonrió al ver mi llegada y me cedió un enorme bolso, sin tan siquiera decir una palabra.

- Ichtaka me manda – fueron sus palabras, lo que me hicieron darme cuenta en seguida de que aquella no era mi amiga, si no alguien que era igual a ella, nada más – lo que hay en la bolsa es lo que debes usar para nuestro viaje.

- ¿Quién eres? – quise saber, mientras rebuscaba en el bolso y sacaba un largo vestido blanco y una capa de color púrpura.

- Mi nombre es Ailein – contestó, presentándose – entrégame el pago – la observé, sin comprender, mientras ella se fijaba en la botellita que colgaba de mi cuello – te la devolveré una vez que estemos al otro lado – la miré, algo recelosa – es la única forma en la que podrás volver a nuestro mundo – la observé, sin comprender – Cuando estuviste allí hace poco, ¿lo llevabas? – su razonamiento me pareció el adecuado. Tenía razón, cuando llegué allí no lo llevaba conmigo, fue un chico el que me lo dio – Vamos, se nos hace tarde – me quité el colgante y se lo cedí, ella sonrió con calma – póntelo – me ordenó - no querrás aparecer en nuestro mundo con ropas de otra época, ¿verdad? – negué con la cabeza y miré hacia nuestro alrededor, molestándola – crearé un conjuro lo suficientemente potente para que nadie pueda verte – prometió.

- ¿Eres una bruja? – pregunté mientras me vestía con rapidez.

- No, sólo soy un guerrero, podemos tergiversar la visión de otros como arma – aseguró – lo de hace un momento, sobre el conjuro, solo era una forma de hablar.

- Eso quiere decir que tu verdadero aspecto no es el que me muestras ahora – ella sonrió, divertida.

- Aprendes rápido, Blancanieves – bromeó, justo cuando yo me cubría la cabeza con la capucha y me colocaba el bolso – ahora vámonos, se nos hace tarde – asentí – tú debes atravesar el charco para llegar a los surcos, yo lo haré desde los cielos. Ahora salta.

Me introduje en el interior de él, como si fuese un aro hacia otro lado y salí disparada a un lugar distinto, pisando tierra firme, observando el cielo estrellado de aquel lugar, escuchando una voz a mis espaldas que me era muy familiar.

- Has tardado – dijo Ailein, cediéndome la botella azulada – guárdala, quedan muy pocas en nuestro mundo, podría hacerte falta más adelante – la agarré y volví a colocármela sobre el cuello, observando entonces como otra figura caía del cielo, haciendo temblar el suelo con su llegada.

- ¿Quién es? – quiso saber la recién llegada, mirando hacia su igual. Lo comprendí entonces, ese ser era otro guerrero, quizás el enemigo.

- Es la última Nyamb – aseguró, sorprendiendo a su compañera, fijándose en cada detalle sobre mi persona. En ese momento me preguntaba si realmente veía mi aspecto, o sólo una ilusión que Ailein estaba creando – estuvo oculta en las tierras del norte – mintió, mientras la otra asentía, creyendo en sus palabras.

- ¿Dónde está Gale? - ¡Oh! Reconocía ese nombre, era él el que me dio esa botellita.

- Aún no ha vuelto – contestó Ailein, llevándose las manos a la boca para silbar. El galope de un caballo se escuchó a nuestras espaldas, un hermoso corsé blanco, majestuoso – debo escoltarla, es peligroso para ella, incluso en nuestro mundo – la otra asintió, y yo sólo me preocupé. Pensé que existían pocas como yo, pero tanto como la última... no sabía esa noticia.

Mi protectora subió al caballo y entonces me tendió la mano para que la agarrase y subiese tras ella, pero antes de haberlo pensado si quiera la tierra tembló junto a nosotros, una imponente figura acababa de posarse en la tierra y levantó la vista para observarnos.

- Siento el retraso, los truenos se resistían a ser creados – dijo, dando un leve recorrido a su alrededor, pues sabía que miles de peligros podrían acecharlos si dejaban los portales abiertos a aquellas horas de la noche – ciérralos – rogó hacia la guardiana de aquellas puertas. La mujer pelirroja que había llegado detrás de nosotros dio un paso al frente, levantó sus manos e hizo evaporar el agua de los charcos. Las gotas subieron hacia arriba y aislaron también los cielos - ¿Varsha? – Me llamó, reconociéndome en el acto.

Espera un momento. ¿Cómo podía él hacer eso? ¿No se suponía que Ailein podía hacer algo con eso?

- ¿La conoces? – quiso saber la pelirroja, mirando con odio a mi protectora, como si acabase de descubrir que esta había contado una mentira.

- Nos encontramos hace poco – contestó él, despreocupado – es una Nyamb, como bien sabes, quedan muy pocas – pareció calmarse en cuánto él dijo aquellas palabras, como si volviese a creer lo que Ailein dijo antes.

- Es por eso por lo que debo llevarla a la ciudadela – añadió mi protectora, haciendo que él asintiese.

- Es una buena idea – dijo la chica – Protégela de las ninfas se han vuelto muy ansiosas con el paso de los siglos.

- Os acompañaré – intervino él, haciendo que ambas ladeásemos la cabeza para mirarle, acababa de llamar a un caballo que atravesó el bosque y se postró frente a su amo, pero a diferencia del primero, este era de color negro, con trenzas en su pelamen – debo visitar la ciudadela con nuevas para nuestro padre.

Me aferré al cuerpo de mi protectora y me dejé llevar al galope del caballo, hacia lo desconocido, desviando la vista sin apenas darme cuenta, observando a ese apuesto muchacho de ojos claros, cabello rojizo y aleonado. Tenía la vista fija en el frente, y ni siquiera parecía percatarse de que le miraba, eso calmó mi corazón.

Allí arriba me preguntaba sobre los poderes que tendría él. Sabía que los guerreros podían tergiversar la vista de los que le rodeaban, excepto la suya, eso sólo hacía crecer más mi curiosidad, pero ... ¿qué tipo de poder tenía ese ser? Quizás podía verme porque ese era su poder.

- ¿Por qué no ha funcionado con él? – quise saber, haciendo que él se fijase en nosotras, algo confuso con mi pregunta. Era imposible que hubiese podido escucharme, entonces... ¿qué ocurría?

- Ahora no – pidió ella, haciendo que me diese cuenta de que era cierto. Ese ser podía escucharnos. ¿Qué más podía hacer?

Sabía perfectamente a dónde nos dirigíamos, el nauac ya me lo mostró una vez, el camino hacia la ciudadela, el lugar de la eterna primavera, pero en aquella ocasión era de noche, y apenas se podía ver nada. Además, la distancia me parecía infinitamente mayor, tan sólo podía abrazar a la única en quién podía confiar, esperando no ser descubierta por los que me querían ver muerta, tener fe por tener éxito en mi misión.

Lo que más me inquietaba en ese momento era... ¿dónde encontraría la espada?

La espesa niebla pronto nos envolvió, haciendo difícil el camino, ni siquiera podía ver ya a ese chico, y temí que se perdiese, perdernos nosotros.

- ¡Deberíamos acampar aquí! – sugirió Gale, haciendo que Ailein se detuviese y mirase hacia él, a través de la niebla, como si realmente pudiese, yo sólo la veía a mi alrededor, esa espesura blanca – no lograremos nada si seguimos a ciegas.

Me bajé del caballo con la ayuda de esa que era igual a mi amiga y miré de nuevo hacia todas partes, no podía ver nada, y entonces le vi, adentrándose en ella, llegando hasta mí. Cogió aire en sus pulmones, y cuando sopló a nuestro alrededor, este se disipó, dejándonos un poco de visibilidad. Sonreí, agradecida.

- Dámelo – pidió Ailein, sorprendiéndonos, mientras ella observaba la botellita que colgaba de mi cuello. Me lo quité y se lo cedí, observando como lo abría y lo esparcía sobre nosotros, logrando que una bóveda azulada nos rodease, protegiéndonos – Ella está un poco soñolienta, no nos salvará de mucho esta noche – él asintió, como si entendiese su actitud, yo no entendía nada.

- ¿No deberíamos encender un fuego o algo? – me quejé, intentando ser últil.

- Eso delataría nuestra posición – contestó él, aún extrañado de que no supiese tales cosas.

- Estuvo en el reino helado todo este tiempo – explicó Ailein, siguiendo aquella mentira que ya había contado – creo que ha olvidado lo que es vivir a este lado.

- Subamos – ambos miraron hacia arriba, y yo lo hice con ellos. No tenía ni idea de qué era lo que iban a hacer, pero entonces algo loco surgió, con tan solo una orden de aquel ser unas lianas cayeron frente a nosotros, asustándome. Ailein ni siquiera me dejó reaccionar, me agarró del brazo, y cuando quise darme cuenta se había impulsado hacia arriba conmigo a cuestas. Me agarré a su mano, aterrada, observando a Gale, que subía mucho más rápido que su amiga, hasta la cima de los árboles, haciendo que quedase maravillada al verlo todo desde allí arriba. No había nada de niebla allí arriba, estaba despejado, pero podía ver como esta se extendía de un lado y de otro, y bajo nosotros – realmente debe hacer mucho que no vienes a esta parte del reino – dijo él, mientras yo me sentaba en una de las ramas y me agarraba a ella, con temor a caer. Él sonrió y se sentó a mi lado.

- No la atosigues, Gale – se quejaba Ailein, indicándole con una sola mirada que se mantuviese alejado de mí. Él sonrió, se echó hacia atrás, sobre el tronco del árbol, cerrando los ojos un momento, como si fuese a dormir ahí – tranquila, no caerás – me dijo, al ver mi terror, me gire a mirarla – tan sólo debes creer que no lo harás.

- ¿Qué es él? – quise saber, casi en un susurro, él sonrió, como si pudiese escucharnos, ella le miró de reojo.

- Te lo dije la última vez que nos vimos, Varsha – contestó, sin dejar responder a mi amiga. Ladeé la cabeza, y me sorprendió verle allí, despierto, mirando hacia mí – soy un Tlaloque.

- El más fiel a nuestro padre – añadió ella, para que me diese cuenta de que era el enemigo, no debía confiar en él.

- ¿La conociste? – quise saber, haciendo que los dos pusiesen los ojos en mí – He oído hablar sobre una tlaloque, una de las primeras que llegaron a este mundo, Allora era su nombre.

- ¿Quién no conoce la historia de la princesa Allora? – se quejó él – Pero no, no la conocí personalmente, ella fue muy anterior a mí – abrí la boca, al darme cuenta de lo que eso significaba. Él no nació, sólo fue creado. ¿Cómo lo hacían? ¿Cómo se podían crear, así como así?

- Todos los tlaloques posteriores a los 6 primeros, tienen además de guías de la lluvia otras misiones – me informó, haciendo que él la mirase sin comprender – quizás ella hace mucho tiempo que no visita nuestro mundo – asentí, en señal de que así era.

- ¿Cuál es tu misión? – quise saber, él sonrió, divertido, antes de contestar.

- Protejo los cielos en busca de ella – tragué saliva, algo me decía que estaba a punto de conocer un secreto poderoso – la hija perdida de Allora – lo comprendí entonces, cuál era su misión, era encontrarme. Eso me hizo preguntarme... ¿qué haría él si supiese que ya lo había hecho, que me tenía justo delante?

- ¿Y la encontraste? – quise saber. Él sonrió un momento.

- La sentí dos veces, su energía – tragué saliva, aterrada – en el templo de Numb, en la cima más alta de las montañas de Corea del Sur. Mandé a los guerreros a buscarla, mi cometido no es capturarla, eso es algo que no me compete a mí – asentí, dándome cuenta de quién había enviado a esos seres a apresarme, las dos veces, pero no lo consiguieron gracias a la anciana que me protegió.

- ¿Crees que esa chica es malvada?

- Eso no es algo que me corresponda a mí decidir – contestó, aunque por su cara, podía ver que en realidad pensaba que no, no lo era.

Me di cuenta entonces, había algo misterioso en él, algo que llamaba mi atención, quizás eran sus ojos, la forma en la que me miraba cuando se suponía que no le estaba mirando.


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