
4 - La eterna primavera.
Aquí os dejo el capítulo de hoy.
Espero que les guste :)
Esa noche llovía en el exterior de la cabaña, con fiereza, por lo que me costó conciliar el sueño, pero en cuánto lo hice pude darme cuenta de que aquel lugar no era real. Había luz por todas partes, tanto que me cegaba, por lo que tuve que parpadear varias veces, hasta que el paisaje se volvió más nítido, y me encontré a mí misma en un hermoso jardín repleto de hermosas flores, junto a un pozo y un banco de metal, a lo lejos, una casita blanca y roja se encontraba. La primavera había llegado, de eso no cabía ninguna duda, y los pájaros lo celebraban con su cantar.
- Varsha – me llamó una voz a mis espaldas, miré hacia ella, era hermosa, la criatura más bella que había visto jamás, tenía el cabello casi tan oscuro como el mío y sus ojos eran claros, con un destello especial en ellos. Sonreí, la reconocí en seguida, a pesar de haberla visto sólo una vez en mi vida, cuando era un bebé. Ni siquiera sabía cómo podía tener ese recuerdo grabado en mi mente. Pero así era, esa mujer que me devolvía la mirada, era mi madre. Mis ojos se llenaron pronto de lágrimas, y ella tuvo que acortar las distancias entre ambas para limpiarlas – no llores, mi niña – sonreí, agarrando sus manos, porque no quería que se fuese a ninguna parte, y ella apreció el gesto – no tenemos mucho tiempo. Sólo he podido escaparme un momento.
- ¿Estás cautiva en algún lugar? – quise saber, preocupada, mientras ella giraba la cabeza hacia atrás, como si aquel lugar fuese sólo una ilusión que ella misma había creado. La verdad parecía un lugar mucho más aterrador - ¿quién te persigue?
- No estoy aquí por eso – contestó, volviendo a mirarme – estoy aquí para responder a las preguntas sin respuesta que tienes en tu cabeza.
- Estoy confusa – ella sonrió, tirando de mi mano para que nos sentásemos sobre el banco de metal - ¿este lugar es real?
- Es real, pero no es aquí dónde nos encontramos – contestó – lo he recreado para ti en tus sueños – sonreí, agradecida – aquí es donde naciste. Tlalocan, el hogar de la eterna primavera.
- No conozco este lugar – aseguré, ella sonrió, con calma.
- Llegaste a este mundo con las primeras lluvias, y te marchaste antes de que dejase de hacerlo – agarré sus manos, quería saber tanto, y sabía que teníamos muy poco tiempo. Ella estaba asustada, temía que algo pudiese descubrirnos y hacernos daño, y eso me daba demasiada curiosidad – Naciste en la isla de Tlaloc, el dios de la lluvia – la observé, como si estuviese loca, ella sonrió – sé que parece una locura, pero debes haber aprendido que las locuras son posibles, más después de haber atravesado un charco y aparecer en otra parte del mundo – sonreí, ella tenía razón, y entonces se asustó al mirar hacia mi cuello donde descansaba la botellita con el mejunje azul - ¿quién te ha dado el Nauac?
- Fue un chico – contesté, quedándome pensativa un momento, intentando recordar su nombre. Era mala para esas cosas, a pesar de ser muy buena en recordar fórmulas – no recuerdo su nombre, dijo que era un ... - maldición, de nuevo me quedaba en blanco – lo conocí cuando estuve en ese extraño lugar – se levantó de un salto y miró hacia nuestro alrededor.
- ¿Has estado en Tlalocan? – podía ver el miedo reflejado en sus ojos, y la forma en la que daba vueltas sobre sí misma, me indicaba claramente que estaba histérica. Me puse en pie y caminé hacia ella - ¡No puedes volver a pisar este lugar, Varsha! ¡Es peligroso!
- ¿Por qué? – me quejé - ¿por qué esos guerreros me perseguían?
- Es porque eres mi hija – abrí la boca, sin dar crédito – eres el fruto de la unión entre una Tlaloque y un Tochlee – decidió aclararlo, al darse cuenta de que yo no me estaba enterado de nada – una guía de la lluvia y un mortal.
- ¿Qué es una guía de la lluvia? – quise saber. Ella sonrió, antes de contestar, parecía calmada.
- Los Tlalocanes fuimos creados hace mucho tiempo, cuando nuestro padre creó la isla en la que vivimos, la isla rodeada por nubes, que no puede ser encontrada en los mapas terrestres, tan sólo las criaturas que ya conocen dónde están pueden hallarlo. El dios de la lluvia, Tlaloc, nos creó a nosotros los Tlalocanes para que pudiésemos guiar las precipitaciones hacia los lugares que necesitaban su llegada, además de muchas otras criaturas sobrenaturales que vivimos en paz durante siglos en Tlalocan.
- ¿Eres un ser mágico? – Ella asintió, con una gran sonrisa, parecía feliz de hablar conmigo - ¿y qué soy yo?
- Tú eres una Nyamb (viajera). Los viajeros son los únicos con poder de doblegar el Nauac, pero se debilitan cuando no lo tienen en su poder, con sus viajes a través de los portales y se vuelven mortales si abandonan durante mucho tiempo Tlalocan. Pero tú eres distinta, porque tú no fuiste creada por nuestro padre, tú naciste – seguía flipándolo, porque yo no me sentía distinta, no sentía que fuese especial ni mágica, ni nada por el estilo – Ellos te persiguen porque eres diferente, por eso tuve que enviarte con tu padre, porque sabía que era la única forma en la que podríais permanecer a salvo.
- Entonces, papá y tú ...
- Nos enamoramos – contestó – Los guías no tenemos ese derecho, Varsha. No podemos quedarnos en la tierra por nuestro propio beneficio, nuestra única misión es liberar las lluvias y debemos volver con la última gota de ... - volvió a mirar hacia atrás, viendo algo que yo no podía ver, sólo veía la casa blanca y roja a lo lejos - ... debo marcharme ya – se puso en pie y me lanzó una última mirada de despedida – No debes volver a Tlalocan, es peligroso.
- ¿Dónde estás tú? – quise saber - ¿Estás allí? – sonrió, empezando a desaparecer, volviéndose cada vez más transparente - ¡Mamá! – la llamé, pero fue en vano, ella desapareció y yo abrí los ojos, encontrándome a mí misma en la espesura de mi habitación, completamente sola.
Me puse en pie y me fijé entonces en el colgante de mi cuello, en cómo ese mejunje brillaba de una forma especial, asustándome, me lo quité y lo levanté en alto, observando como este tiraba de mí, como si se sintiese atraído por la lluvia que tenía lugar en el exterior.
No tenía tiempo para aquello, quería volver al sueño, volver y preguntarle a mi madre dónde estaba, dónde la tenían secuestrada, pero antes de haber podido hacerlo la luz emitió una ráfaga de ella que me cegó y tuve que cerrar los ojos, al abrirlos me encontraba en un lugar distinto, descalza, junto a enormes charcos que me rodeaban, incluso estaba sumergida en uno sin hundirme ni un poco.
No entendía qué era lo que estaba sucediendo, pero esa cosa tiraba de mi mano, como si quisiese enseñarme el camino a algún lugar. Avancé por el bosque mojado, parecía que había estado lloviendo, pero ya había escampado. Dejé atrás los árboles, y seguí avanzando por una larga hilera de luces rojas, hasta haber subido la montaña, observando el lugar que había detrás de esta, una hermosa ladera se veía tras ella, un lugar que para nada tenía que ver con el actual en dónde parecía albergarse la lluvia y la tristeza, no, aquel lugar que se veía bajo mis pies parecía ser la eterna primavera, un lugar muy parecido al que había visto en mis sueños, que mamá me mostró.
- ¿Dónde está ella? – pregunté en voz alta, dejando que aquella cosa siguiese guiándome, en aquella ocasión me encontraba frente a un enorme palacio blanco y azul, tenía grandes torres que se entrelazaban entre sí, formando un remolino que acababa en una sola punta, con grandes terminaciones puntiagudas en su construcción, y resbaladizas pendientes que parecían del todo una locura – Enséñame dónde – imploré, volviendo a dejar que me transportase al interior de ese castillo, a las mazmorras más extrañas que había visto jamás.
Caminé por los desiertos pasillos, deteniéndome delante de una gran puerta de ... ¡Espera un momento! ¿Eso era hielo? Sí, era una puerta de hielo. Estaba entre abierta, y tras ella había criaturas comiendo amistosamente. Pero parecían distintas entre sí, cómo si existiesen más de una especie en aquella isla. Ni siquiera quería quedarme a averiguarlo, quería saber dónde tenían a mamá. Seguí avanzando hasta que el suelo se acabó, y cuando quise darme cuenta me resbalaba por lo que parecía ser un extraño tobogán de hielo.
Grité con todas mis fuerzas, importándome bien poco ser descubierta, aunque no podía hacerlo ¿no? Aquello sólo era un sueño. Me aferré a la botellita azulada, horrorizada de romperla, y entonces todo se detuvo.
Abrí los ojos, asustada, escuchando el agua caer por aquellas oscuras cloacas tan sólo iluminadas por la luz que yo sostenía en la mano. Hacía frío allí abajo, había agua en los túneles, incluso escuchaba a pequeños animales que sin lugar a dudas debían ser ratas. Hice una mueca de pavor un par de veces, al sentir a estos pasando junto a mis pies, pero seguí avanzando, con aquel largo camisón blanco, dejando más y más celdas detrás de mí, sin pararme a mirar las criaturas que habría en el interior, dejándome guiar por el Nauac, hasta detenerme en la última celda, ya no había más dónde seguir, miré hacia atrás un momento, quizás había estado equivocada, quizás ese no era el lugar.
Volví la vista hacia la celda, encontrándome de lleno con una criatura espeluznante que me asustó tanto que tuve que dar un par de pasos hacia atrás, y llevarme la mano a la boca, dejando escapar un grito, horrorizada. Ese ser era aterrador, tenía grandes cuernos, piel gruesa como la de un cocodrilo, era negro, y sus colmillos supuraban una sustancia verdosa que parecía venenosa.
Me miró como si realmente pudiese verme, y se postró sobre las rejas, moviéndolas con insistencia, como si pretendiese partirlas por la mitad. Entonces se detuvo y miró hacia mis ojos, el miedo se metió dentro de mí y entonces esa cosa habló.
- Princesa Varsha – me llamó, descolocándome por completo.
- ¿Princesa? – repetí, extrañada, haciéndome sonreír, aunque ni siquiera podía estar segura, porque aquel ser no tenía boca, era un largo hocico.
- Mírate, ni siquiera sabes tú propia historia – la voz de ese ser era grave, de ultra tumba, aterradora.
- ¿A quién buscas, princesa Varsha? – dijo una segunda voz, deslizándose por la pared, dejando que la viese a la luz, una asquerosa serpiente con rasgos muy acentuados y dos grandes cuernos en su cabeza. Este ser daba un poco menos de miedo que el anterior.
- Ella no se encuentra entre nosotros – contestó ese ser tenebroso, haciendo que volviese a mirar hacia él, repudiada – murió hace mucho.
- ¡Mientes! – grité, horrorizada. Sabía que estaba viva, tenía que estarlo, la había visto en mis sueños. Estaba cautiva, estaba segura.
Tenía miedo de que fuese cierto, tenía tanto miedo...
La serpiente se rio de mi sufrimiento, y eso logró enfurecerme. Apreté el medallón y este brilló un poco más, asustando a ese ser, que se fijó de nuevo en mí.
- ¡Ella está viva! – repetí, el ser oscuro se hizo notar con un carraspeo - ¡La encontraré!
- ¿Y qué harás después? – quiso saber aquella bestia.
- Eso – apoyó esa asquerosa serpiente - ¿qué estarías dispuesta a hacer para salvar a Allora de su destino? – pensé en ello, ¿qué iba a hacer para salvarla de aquel lugar?
- Ni siquiera sabe cómo usar el Nauac, ¿qué crees que hará, Xihuitl?
- ¡Muéstrame dónde está! – imploré, haciendo que la luz se hiciese más potente, y que esos seres se echasen atrás, aterrados.
- ¡Estúpida muchacha! – gritó el ser tenebroso - ¡La luz jamás te mostrará la oscuridad! – no entendía lo que quería decir - ¡Mira debajo de ti! – y lo hice, el agua que antes había estado mojando mis pies en aquel momento caía por las rejillas que tenía debajo. Me agaché y atraje la luz a la oscuridad que había debajo.
No había más que oscuridad, no podía ver nada, eso era frustrante, estaba tan cerca, y a la vez tan lejos de hallar las respuestas que necesitaba.
- Déjame verla – supliqué a la luz, haciendo que el ser tenebroso gritase para impedírmelo, pero ya era demasiado tarde, la luz me había transportado al interior de aquella oscura cueva bajo tierra, alumbró la estancia un poco más para que pudiese verla.
Allí colgada de sus manos, suspendida en el aire, una mujer con el cabello oscuro descansaba, obligada a permanecer en su cárcel por toda la eternidad.
- ¿Mamá? – dije sin apenas voz, aterrada, sintiendo como mis ojos se empañaban de lágrimas, pero retrocedí, asustada, en cuanto ella abrió los ojos, y me percaté de que no era ella la que me devolvía la mirada, había otra cosa dentro de ella, oscureciendo sus ojos.
- ¿Quién osa despertar el sueño eterno de Xiutecuithli? – se fijó en mí, desde la luz que sostenía hasta mis ojos que brillaban con la misma intensidad que este, y entonces rompió a reír, con una sonrisa tan espeluznante que consiguió ponerme los pelos de punta – Varsha, la hija perdida – sonrió, como si descubrirme le hiciese feliz – Siento decirte que tu madre no puede ponerse en este momento.
- ¿Está viva? – pregunté, temblando de miedo.
- Oh, claro que lo está, cautiva dentro de propia mente – sonrió, como si mi sufrimiento le hiciese bien – y así permanecerá hasta que tú vengas a buscarla – Le miré, sin comprender - ¿qué? ¿No piensas venir a salvar a tu madre?
- ¿La dejarás ir? – quise saber. Volvió a reír, como si las preguntas de una simple mortal le hiciesen especial gracia.
- Lo haré si me consigues algo a cambio – contestó – Me traerás la última llama de Xiutecuithli, el caballero de fuego, y a cambio yo te devolveré a tu madre.
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