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20 - El fin de la existencia.

Buenasssss

Hoy os traigo un extra, para celebrar que seguimos creciendo como familia en este perfil. Gracias por seguir esta cuenta y seguir ahí :)

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Aquella noche hacía más frío que de costumbre. Arropé a mi hijo y reforcé el fuego, antes de abandonar su habitación, recorrer los pasillos, cerciorándome de que todo estuviese en orden, incluso saludé a varias mujeres antes de perderme entre los laberínticos pasillos antes de llegar a esa parte de bosque oculta bajo las cuevas, esa en la que aún estaba ese árbol, junto a la hierba en la que él me hizo suya por primera vez.

Podía escuchar los gritos de los pocos que habían osado enfrentarse solos a los demonios, a pesar de que sabían que la muerte estaba asegurada para ellos. Pero supongo que se cansaban de esperar a que nada sucediese, a que algo o alguien viniese a salvarles.

Cerré los ojos un momento, y al abrirlos él estaba allí, frente a mí, sonriéndome. Sabía que sólo era una ilusión, de seguro Gale volvía a hacer de las suyas de nuevo, a dejarme ver una imagen de su padre que no era real, sólo para darme esperanza.

No le detuve cuando se acercó a mí, ni siquiera cuando apoyó su frente sobre la mía, no me paré a pensar, tan sólo dejé escapar mi llanto, escuchando también el suyo.

- Ya queda poco – me dijo, mientras apretaba mi mano entre la suya, y yo me concentraba en su respiración, que calmaba la mía, conectando su nauac con el mío – queda muy poco para que todo termine – un atisbo de esperanza se apiadó de mi alma, y lo iluminó todo con su luz. ¿Y si realmente era él? ¿y si me visitaba en sueños como aquella vez en la que yo visité los suyos? – pero estoy tan asustado, Varsha. Tenerte tan cerca de mí a diario, sin poder decirte quién soy o lo que siento por ti... me está matando, mi amor – rompí a reír al darme cuenta de que era cierto. De alguna forma podíamos conectarnos en nuestros sueños.

- Tienes que ayudarme a encontrarme a mí misma, Yetzer – supliqué – ayúdame a estar completa, a ser la persona que irá a buscarte cuando todo termine – asintió, con calma, dejando caer algunas lágrimas más – Lo deseo cada día, mi amor, que algún día regreses junto a mí.

- Si al final no puedo volver... - comenzó, mientras ambos alejábamos nuestros rostros del otro para observarnos.

- Volverás – insistí, pude ver su miedo en sus ojos – porque tengo fe en que lo harás. Nosotros sabemos que lo harás – él me observó, extrañado – Hace algún tiempo que no estoy sola, la espera se ha hecho menos dolorosa desde que él está aquí – esperó paciente, temiendo que dijese algo doloroso, pero sonreí, calmándole – tu hijo, Yetzer – sus lágrimas volvieron a salir en cuanto comprendió lo que eso quería decir.

- Volveré – prometió, soltando una sonora carcajada que me calentó el alma – por ti, por nuestro hijo. Jamás perderé la fe en nosotros de nuevo – me besó, fue algo tan arrebatador que despertó todos los sentimientos que habían estado dormidos dentro de mí misma, pero cuando abrí los ojos me encontraba sola en aquel pequeño jardín.

Varios meses pasaron después de ese día, dejé de esperar y de confiar en esa promesa, y me centré en curar las heridas de los pocos hombres que tenía nuestro pueblo, después del último ataque por los demonios para hacernos temerles. Curar sus heridas e intentar curarlos con el nauac me debilitó demasiado, por lo que no pude ir a cazar en las tres semanas siguientes, pero aportar mi ayuda mágica a aquellos seres hicieron que confiasen en mí de forma incondicional.

Aquella mañana hacía más calor del habitual, me levanté a apagar el fuego, y luego cogí las prendas de la lavandería, marchándome al río como cada mañana. Dejé las prendas a un lado, mientras introducía mis manos débiles en el agua, sabiendo que eso era lo único que me calmaría, porque esta tenía un poder, una magia extraña, que me fortalecía. Pero al volver la vista al barreño con las prendas no podía encontrarlo por ninguna parte.

Miré entonces a mi alrededor, dándome cuenta de algo, el paisaje que me rodeaba era distinto al de hace un momento. Había vegetación a mi alrededor, flores, y podía escuchar los pájaros canturreando a mi alrededor.

¿Qué estaba ocurriendo?

Me levanté como pude y eché a correr hacia la cueva, observando allí a Gale, mirando hacia la pared de la montaña, en la que no había agujero alguno, fijándose en mí en cuanto me escuchó detrás.

- Se han ido – contestó afligido, dando puñetazos a la piedra – estaba jugando con Anet, pero al volverme... ya no estaba. Todos habían desaparecido – dejé caer mis lágrimas, al darme cuenta de que era el final de nuestra historia. Todo había acabado, él ya ni siquiera existía en este mundo, al igual que toda aquella gente a los que había considerado como una familia – mamá – me llamó, sacándome de mis pensamientos - ¿qué es eso? – señaló hacia atrás, haciendo que yo me fijase en ello. Había una enorme edificación de piedra construido detrás de nosotros, una pirámide escalonada. La reconocí en seguida, era la misma que vi una vez, después de asomarme en uno de los charcos, cuando iba a la universidad. Lo recordaba como si fuese ayer, porque le pregunté a Eleanor si la veía, y ella aseguró no hacerlo.

¡Oh Dios Mio! ¿Y si lo que vi en aquel entonces fue ese lugar? ¿Y si ya estuviese conectada con ese lugar?

Recordé lo que vi después, a personas vestidas de época caminando junto a ella.

- Vamos – pedí a mi hijo, agarrando su mano, tirando de él hacia ese lugar. Pronto se soltó de mí y me animó a que siguiese sin él, prometió seguirme de cerca, pero más despacio, y yo lo acepté, no pensaba que hubiese ningún peligro en ese lugar.

Estaba ante la pirámide de Tenochtitlán, que más tarde sería la ciudad de México, con más de 60 metros de altura, que fue construida para homenajear a Huitzilopochtli (el dios de la guerra, padre de mi abuelo) y Tlaloc (el dios de la lluvia).

Me detuve al llegar hasta ella, observando un destello azulado en lo alto de ella. La ansiedad agolpaba mi cuerpo, necesitaba respuestas, el miedo y la desolación amenazaban con volver a irrumpir, y eso me aterraba más que nada en el mundo.

Subí las escaleras de dos en dos, agotada, rogando a mi nauac que me ayudase en mi cometido, mientras la luz seguía creciendo, preocupándome aún más. Mientras tanto, Gale acababa de llegar al borde de las escaleras, y observaba a su madre subir angustiada, y más arriba, ese destello azulado.

Subió hacia el cielo, sabiendo que podría hacerlo porque lo había visto en sus profecías miles de veces, y cuando volvió a caer lo hizo sobre la pirámide, haciéndola temblar, conllevando a que el ser que acababa de aparecer de la nada, ese que desprendía un halo azulado que parecía crecer con cada una de sus respiraciones mirase hacia él.

Ver cada uno de sus rasgos en él, cada uno de los míos, y ese halo que lo rodeaba, llenos de miles de poderes distintos, tan parecidos a los suyos, le hizo comprender más ampliamente qué era aquel ser.

- ¿Eres mi padre? – quiso saber Gale, mientras él asentía, calmado, yo aún estaba lejos de llegar a la cima. 113 peldaños no es algo tan fácil de subir – Ella aún está subiendo – aseguró, él sonrió, ilusionado – Va a ponerse realmente feliz cuándo te vea.

- Lo sé – aceptó él, acortando las distancias para mirar más de cerca a su hijo – Llegué a pensar que no funcionaría, que con desearlo no sería suficiente.

- El deseo del dios de la lluvia tuvo mucho que ver en todo esto – aseguró, como si supiese algo que nadie más lo hacía – por eso sólo a ti se te ha permitido volver.

- Gracias – agradecido, dejándose luego abrazar por su único hijo. Una sensación reconfortante le golpeó entonces. Era el primer ser igual a él que había sido creado en ese mundo, pero parecía ser mucho más que él mismo, había más sabiduría de la que él jamás tuvo en su interior, podía sentirla.

Me detuve a mitad de camino, estaba cansada, maldita sea, aún me quedaba la mitad. Mientras, padre e hijo se ponían al día.

- Te ha añorado cada día durante todos estos años – aseguró Gale, él asintió, pues a pesar de que lo sabía pues él sintió lo mismo, apreciaba el gesto – tuve que calmarla en sueños en cuanto me fue posible.

- ¿También posees ese don? – quiso saber él. Mi hijo asintió - ¿cuántos más?

- Puedo meterme en los sueños de otros y crear profecías como los Ihicaminas (brujos). También puedo luchar y tergiversar la vista de otros como los Topack (guerreros). Además, puedo guiar a las tormentas y viajar por los cielos como un tlalocke. Por supuesto, puedo sentir la llamada del agua y cruzar portales como un Nyamb. Y lo más raro, puedo ver los poderes ocultos dentro de un ser, como los Atl (demonios de agua/nieve)

- Tu abuela era un Atl, además de un Nyamb – aseguró, él asintió, calmado.

- He oído que estos seres sólo pueden vivir cerca de la nieve – confesó sus miedos a su progenitor - ¿crees que podré marcharme de este lugar, o me quedaré ciego al sentir el primer destello de la primavera?

- Fíjate en este lugar – le dijo, mirando hacia alrededor – Creo que en este momento el invierno ha terminado, y sigues teniendo una vista de lince, ¿no es así? – él sonrió al darse cuenta de ello. Y entonces una tercera persona llegó a la cima.

Luchaba por respirar.

¡Dios Bendito! ¡Iba a darme un maldito ataque! Podía sentir como las venas de mi cuerpo estaban a punto de explotar, escuchaba mi propia respiración presionándome el cerebro, con un sonido constante en mi mente. Iba a morir de cansancio. 113 escalones. ¿En qué demonios habían estado pensando para hacer tantos?


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