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19 - Dejarle ir.


Buenassssssss

Aquí les dejo el capítulo de la semana.

Esta historia está próxima a terminar.

Disfruten :)

Finalmente, el día que tanto temíamos llegó, eso hizo que una parte de mí se sintiese perdida, pero con sólo una mirada de su parte, hacía que mi paz volviese por unos segundos.

- Debéis cuidaros – pedí a su madre, dándole un cálido abrazo, que ella me devolvió, me había cogido mucho cariño en poco tiempo. Quizás que yo la ayudase a comprender más nuestro mundo ayudó, o confesarle que cuando la conocí estaba ciega y no podía abandonar el reino del norte, la hizo comprender su existencia mucho más de lo que lo hacía antes de conocerme. Besó mi mejilla y dio un par de pasos hacia atrás, deteniéndose en los charcos de nieve casi derretida, observando cómo esta temblaba, más que preparada para emprender aquel viaje.

Él me observó entonces, tenía tanto miedo de dejarme cómo lo tenía yo, pero confiaba en mis palabras, en nuestras promesas, y en nuestros deseos. Quizás algún día nos volveríamos a ver, habría pasado mucho tiempo, pero yo jamás dejaría de esperarle, porque el amor que yo sentía por él, era tan grande, como el que mi madre sentía por mi padre, incluso más.

Miró hacia su madre, y hacia las nubes que amenazaban tormenta, antes de acariciar mi rostro, mientras mis lágrimas salían. Me había convencido a mí misma de que no lo haría, pero allí estaba, llorando, viniéndome abajo como una magdalena.

- Cuida de todos ellos por mí – pidió Xiathic, asentí, antes de volver a prestar atención a él, justo cuando la lluvia caía sobre nosotros, perdiéndose con las lágrimas de mis mejillas. Él sonrió, limpiando mis lágrimas.

- Esto no es una despedida – se quejó, haciéndome sonreír, sólo él podía lograr eso – volveremos a vernos, mi amor – asentí, aferrándome a su mano, sin querer dejar irle aún.

- Se hace tarde – se quejó su madre, él asintió mirando hacia ella, para luego volver su vista hacia mí.

- No dejes de desearlo, Varsha – pidió, sonreí, dejando que algunas lágrimas más saliesen, aceptando sus besos, antes de responder.

- Jamás – prometí, dejando que se marchase de mi lado.

Miró hacia el charco, agarró la mano de su madre, y juntos saltaron al interior del charco, desapareciendo sin más.

Mis lágrimas siguieron saliendo después de eso, recordando la noche anterior...

No podía dejar de reír después de escuchar sus ocurrencias, en su cama, después de haber hecho el amor, sabiendo que pronto se marcharía junto a su madre a nuestro mundo, y jamás volvería a verle.

Le abracé en cuanto la melancolía inundó mi cuerpo, pensando en las palabras que oí de mi abuelo una vez: cuando un Nyamb encuentra su alma gemela no lo dejará ir jamás, y si él muere, morirá con él.

- Nos encontraremos pronto – prometió él, besando mi frente, aferrándose a aquel abrazo – y cuidaré de ti en cualquier universo, Varsha.

- Te amaré por siempre, Yetzer – le dije. Él sonrió, aferrándose a aquel abrazo un poco más – aunque desaparezcas de nuestro mundo.

- Volveré a tu lado – aseguró él, tapándome con la colcha, intentando resguardarme del frío. Pero estaba a salvo en esa habitación, con la chimenea puesta, sabiendo que mi suegra estaba en la habitación de al lado.

Volver a las cuevas era mi deber, lo que había prometido, mientras aquellos dos emprendían una aventura peligrosa. Sabía que cuando tuviesen éxito aquel mundo desaparecería, y yo sería expulsada a algún lugar del universo, en el que si pudiese existir. Quizás aparecería en el mismo lugar, pero sería un lugar distinto.

Solía pensar en ello a menudo, después de volver de la caza, de recolectar junto a las mujeres, incluso de grandes discursos en los que prometía que un buen día todo llegaría a su fin, que viviríamos en un mundo sin demonios. Sabía que algunos me miraban como si estuviese loca, pero la mayoría creía en Xiathic, y sabía que ella me había dejado al mando por alguna razón.

Con el tiempo supe que él me había dejado un regalo maravilloso, una ilusión por volver a verle, pero a pesar de eso, también me regaló un hijo, uno con sus mismos ojos, su mismo color de cabello, y que poseía algunas de sus peculiaridades. Le gustaba meterse dentro de mis sueños a curiosear, y solía poner imágenes que calmaban mi corazón en ellos. Otras veces me mostraba bolas de hielo que sacaba de la nada, y me las ofrecía como regalo. En cuanto las besaba y veía su contenido en hermosos sueños veía detalles sobre un futuro cercano. Al principio eran cosas sin importancia, un saludo a un buen amigo, un alabo por parte de algún seguidor, hasta que un día, me mostró algo extraño.

Sobre un tablero de ajedrez, dos figuras se encontraban, una azul y otra de varios colores, se observaban con calma, sin decir palabra alguna.

Entendí esa profecía unos años más tarde, cuando Gale tuvo doce años, después de volver de caza, cuando encontré a mi abuelo sentado en el bosque, frente a la cueva.

- Entra a la cueva – ordené a mi hijo, besando su mejilla, antes de emprender la marcha hacia él, sabiendo que era un poco imposible que él estuviese allí. Sonrió al verme tan preocupada.

- Debes volver ahora – pidió, mirando de reojo a mi pequeño, que jugaba con los otros niños al juego del Horcado, que consistía en tirar piedras al hueco que había en la roca, y escuchar lo lejos que esta podía llegar – sabes tan bien como yo que él no va a volver – algo se encogió dentro de mí, porque una parte de mí sabía que tenía razón – cuando tenga éxito al otro lado, este mundo desaparecerá – dejé escapar mis lágrimas, preocupando a Gale, que solía conocer bien mi estado de ánimo, como si estuviésemos conectados. Dejó de prestar atención a sus amigos y caminó hacia mí, mientras mi abuelo sonreía al verle – Hola – saludó, él miró hacia mí, y observó cómo asentía, en señal de que no había peligro - ¿cómo te llamas?

- Mi nombre es Gale – aseguró él, agarrando entonces mi mano, reconfortándome con esa parte de él que reconocía la mía - ¿y el de usted?

- Yo soy Tlaloc – mi hijo abrió la boca, con sorpresa, pues le había contado miles de historias sobre él, y sobre más cosas en realidad – Veo que has oído hablar de mí. ¿Me ayudarás a convencer a tu madre para que vuelva a su hogar? – él lo observó, con atención.

- No – contestó, sorprendiendo a ambos, pues él no solía ser tan tajante – ella debe quedarse.

- Estoy bien – prometí, apretando la mano de mi hijo – diles a los demás que no se preocupen, me quedaré hasta que todo termine.

- Es como él – se percató al observar a mi hijo más de cerca, incluso se agachó para ello - ¿me harás un regalo? – quiso saber, levantando la mano. Él sonrió, asintiendo, haciendo aparecer de la nada una bola de hielo, dejándola sobre su mano. La llevó a sus labios y la besó y entonces vio aquello que aún no había pasado. Me miró con una gran sonrisa al terminar, soltando una risotada al aire, y eso sólo hizo crecer más mi curiosidad, ¿qué era lo que él le había mostrado? – De acuerdo – aceptó, pellizcando mi mejilla con cariño – os estaremos esperando al otro lado – aseguró, para luego pegar un salto hacia el cielo y desaparecer sin más.

Me agaché junto a Gale, agarré sus manos y pregunté algo.

- ¿Qué le has mostrado?

- Lo que él necesitaba ver.


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