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16 - El destino.

BUENOS DÍAS.

AQUÍ OS DEJO EL CAPÍTULO DE HOY.

ESPERO QUE OS GUSTE :)

Allora al fin pudo vivir aquella vida que tanto ansió, quedarse al lado del hombre al que amaba, en los bosques de Rosewood, en una cabaña, en un mundo mortal. Pero eso también conllevó a decir adiós, a su hija, aquella a la que más amaba en este mundo, pero ella ya no podía volver a un mundo que para ella era de mentira.

Quedarme junto a mi abuelo, el dios Tlaloc, había sido mi decisión final. Era la única en mi especie, la única Nyambs que existía en aquellas tierras, y por eso, también la única sin una final feliz, ya que no existía ningún otro con el que alargar la especie.

Mi abuelo lo propuso millones de veces, crear más como yo, pero jamás quise escuchar sus palabras, no cuando había perdido a mi otra mitad. No podía aceptar a ningún otro hombre.

Sabía también que él jamás volvería, no existiría, no cuando su futuro ya no existía, al igual que el propósito por el que fue creado.

- Ya volvió una vez – aseguraba él, junto al gran cañón, con mis cabellos siendo mecidos por el fuerte viento. Sonreí hacia él, sabía que sólo intentaba hacerme sentir mejor.

- Nunca murió – contesté, mirando el hermoso lugar en el que vivía. Era egoísta pensar que para que ese hermoso lugar tuviese que existir, para que todos fuesen felices, alguien debía de ser infinitamente triste y desdichado – sólo se mantuvo al margen, esperando formar parte de los acontecimientos – él asintió, con calma, mientras mis lágrimas caían por mi rostro.

- Quizás deberías ir a ver a mi esposa – sugirió, miré hacia él, con sorpresa, pues a pesar de todo, sabía que él guardaba rencor hacia ella – supongo que hay faltas que quizás deben perdonarse – sonreí, al darme cuenta de lo que eso quería decir.

- ¿La dejarás volver? – quise saber. Él sonrió, sabía que mis intenciones eran buenas, era muy parecida a su hija, y no sólo en el exterior. Por algo era mi madre.

- Ella no puede volver – contestó. Eso me sorprendió, por lo que miré hacia él – un fenómeno extraño ha ocurrido en el norte – le observé, con interés – un tallo de rosal blanco ha empezado a florecer – sonreí, ilusionada, porque sabía perfectamente lo que eso quería decir – Puede que no sea nada, pero ella cree que puede tener relación – mis lágrimas volvieron a caer, ante la sola idea de que la esperanza que algunos teníamos pudiese hacer nacer a aquella cosa que algunos aún esperaban – Hay una cosa que no te he dicho, Varsha – aseguró, mientras limpiaba mis lágrimas. Sabía que estaba orgulloso de mí, y sorprendido al mismo tiempo de estarlo, pues al principio pensó que era una amenaza y quiso matarme – cuando creé a los Nyambs lo hice pensando en el profundo amor que sentía hacia mi esposa, quería que tuviesen esa dicha, que existiese un destino entre ambos para estar juntos. Uno no puede existir sin el otro – tragué saliva, volviendo a sonreír – así que, si aún estás aquí, significa que él volverá algún día.

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Abandoné el surco, atravesé el palacio de hielo y me detuve en el jardín de atrás, observando la enorme bóveda que rodeaba la ciudad, se estaba resquebrajando, por un lado, justo dónde ella se encontraba, junto a un alto rosal blanco, era hermoso y majestuoso. Sonrió al verme, negando con la cabeza después.

- No es ella – contestó, eso hizo que mi corazón doliese, saber que me había estado aferrando a humo, que él jamás volvería, a pesar de lo que mi abuelo dijese – sólo es la llegada de la primavera, un intento de mi esposo por hacerme volver – señaló hacia el hueco que había en la bóveda, en como el sol incidía sobre el hielo, derritiéndolo – al igual que tú, yo también he perdido algo muy querido.

- Él dice que volverá algún día, que un viajero no puede vivir si su alma gemela ya no existe en este mundo – ella sonrió, pero negó con la cabeza, acariciando mi mejilla para traerme paz, a pesar de que ella iba a darme malas noticias.

- Tú no eres una Nayamb, una parte de ti es humana – mis lágrimas aparecieron al pensar en esa posibilidad – pero quizás él tenga algo de razón – se fijó entonces en la luz que aún existía dentro de mí – el nauac sigue dentro de ti.

- Él volverá algún día – prometí, ella sonrió, apreciando el gesto, para luego mirar de nuevo al rosal, volviendo la vista al cielo, que seguía derrotando la bóveda.

- ¿De qué servirá que lo hagan? – preguntó al fin. La observé, sin comprender – Ellos ya no nos recordarán, Varsha – mis lágrimas aparecieron, porque ni siquiera había pensado en ello, pero tenía razón – si vuelven a nacer no tendrán recuerdos sobre la vida que vivieron a nuestro lado.

- Entonces... le haré recordar – aseguré, con decisión, porque me rehusaba a dejarle ir aún – y me quedaré a su lado por toda la eternidad – ella sonrió, reconociendo una parte de ella misma dentro de mí.

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El destino arece incierto si pierdes la fe, el paso del tiempo puede hacerte perder la esperanza, ocultarte de todos a los que amas es duro, pero necesario para seguir viviendo en un lugar que desconocías al principio, la única de tu especie que prevalece, con el destino de visitar distintas tierras, sopesando la necesidad de agua en ellas, llamando luego a los Tlaloques para que la dotasen de las lluvias que ansiaban. Un destino que quizás no muchos comprendan, pero después de haber perdido a mi otra mitad, sin poder creer las palabras de Tlaloc o de la diosa del amor, tan sólo necesitaba hacer aquello para lo que las de mi especie fueron creadas. Yo ya no tenía ni voz ni voto para hacer algo distinto.

Había pasado demasiado tiempo, mi aspecto había cambiado, quizás tuviese diez años más que cuando empecé aquella aventura, quizás más, pues los años humanos son distintos a los de Tlalocan. Pero tenía la apariencia de una jovencita de treinta y cinco, y no me arrugaría más gracias a la parte mágica que vivía dentro de mí. Eso era lo máximo que envejecía uno de nosotros.

Un ruido a las afueras de mi cabaña me hizo despertar de mis pensamientos, agarrar mi espada y salir al exterior. Sólo era él, mi abuelo, volvía para darme noticias sobre sus experimentos fallidos. No quería escucharlo, estaba cansada de tener fe. Las respuestas que ansiaba obtener se negaba a aparecer frente a mí, quizás era el propio miedo el que cerraba aquellas puertas, pues me aterraba descubrir un final en el que no pudiésemos estar juntos.

- Tu madre te manda saludos – sonreí, sabía que solía hacer eso para llamar mi atención. ¡Dios! Estaba tan cansada de que intentasen hacerme sentir mejor, ya hacía mucho que había perdido la esperanza de encontrar un compañero. A veces, me gustaría volver atrás en el tiempo, no haber descubierto nunca lo que era, y seguir siendo solo una joven de 23 años en la universidad, especializándose en bilogía molecular – Tu abuela también está preocupada – insistió, rompí a reír, cansada de todo aquello y me volteé para encararle.

- Diles a todos que estoy bien – me quejé – soy una Nyamb, sólo necesito un propósito.

- Estaba equivocado todo este tiempo, al intentar devolvértelo, Varsha – no quería hablar de eso, me traía dolor pensar en él. Me dolía tanto, que solía guardar mi esencia dentro de una botellita para que no se sintiese tan desamparada después de haber perdido a su otra mitad – él debe nacer de la misma forma en la que lo hizo la primera vez.

- Por favor, márchate – rogué, haciendo que él se detuviese en sus propios pensamientos – ya no quiero que lo sigáis intentando más. Él no volverá, deberíamos hacernos todos a la idea.

Escuché un bufido detrás de mí, supe en seguida que había desaparecido, justo como solía hacer él. Volví a entrar en la cabaña y me recosté sobre la cama, agarrando la botellita que colgaba de mi cuello, dejando salir a esa parte de mí que me añoraba, dejando que penetrase en mi pecho, que me mostrase fragmentos del pasado que me hacían daño.

Mis lágrimas pronto salieron, en cuanto sentí la mirada de ese hombre al que añoraba cada día, su sonrisa, el inconfundible hoyuelo de su barbilla, dejándome vencer por el sueño, permitiéndome a mí misma volver a soñar con él de nuevo, ansiando algo que jamás recuperaría.

Levanté la vista en aquella oscuridad, dejando que las luces de la estancia se fuesen iluminando poco a poco, y al volver a mirar hacia adelante él estaba allí, sin camiseta, devolviéndome la mirada con esa sonrisa pilla que adoraba.

Acorté las distancias entre ambos y le besé, un beso tan familiar, tan similar al que nos dimos la primera y única vez, con el que me sentí libre y a salvo, dejándole algo desorientado. Me eché hacia atrás, buscando esa parte de él que necesitaba conectar con la mía. Recorrí la piel desnuda de su cuerpo con mis manos, buscándola, y entonces la hallé sobre la cicatriz de su pecho, intentando curarle. Sonreí, era él, estaba igual que siempre, en mis recuerdos siempre permanecería intacto.

- Siempre estarás aquí – me prometí a mí misma, acariciando su delicada piel, apoyando mi frente sobre la suya – eso será lo único que no me haga perder la cabeza.

- ¿Quién...? – comenzó él, pero apoyé los dedos en sus labios, no quería que dijese algo más, estábamos bien así, reconociendo sin estropearlo con palabras. No quería despertar y perderle aún, una realidad sin él era duro.

- Te amaré siempre, Yetzer – me observó entonces, sujetándome del brazo, haciendo que me fijase en él de nuevo – incluso si no regresas jamás.

Me agarró de la nuca antes de haber podido decir nada más y se aferró a mis labios, devolviéndome la vida, la fe, la esperanza, conectando conmigo de una forma que parecía irreal. Apoyé las manos sobre su rostro y me eché hacia atrás, quería volver a mirar hacia su hermoso rostro antes de despertar. Por un momento aquello no me pareció un sueño, y eso calentó mi corazón de una forma sobrecogedora.

- Varsha – reconoció, como si fuese la primera vez que me veía. Eso me dio en qué pensar. ¿Y si lo era? ¿y si aquel sueño era algo real? Estaba pasando en mi subconsciente, pero ... ¿y si también sucedía en el suyo?

- ¿En qué lugar estás ahora? – quise saber. Él sonrió, al darse cuenta de que ambos habíamos llegado a la misma conclusión.

- Estoy en Tlalocán – informó, sonreí, fijándome en cada detalle de él, mientras él cambiaba el lugar que nos rodeaba, incluso su atuendo y el mío lo hacían. Miré hacia mi alrededor, recordaba aquella posada, la primera en la que nos quedamos al iniciar nuestra travesía - ¿has estado antes en este lugar? – asentí, dejando escapar mis lágrimas, al darme cuenta de lo que eso quería decir. Mi mente había conectado con la suya de alguna manera, nos había reencontrado en sueños, atravesando el espacio tiempo, a un momento en el que él había existido - ¿Estoy allí, contigo?

- Hay cosas que debes vivir por ti mismo – fue lo que contesté, recordando eso que él dijo una vez. Sonrió con amargura, sabiendo cuál era mi respuesta. No lo estaba. Mis lágrimas recorrían mis mejillas, y él tuvo que limpiarlas.

- Dejaré de existir en cuanto acabemos con el Xiutecuithli – bajé la cabeza, sin saber qué responder – En ese caso, quiero que guardes algo mío – pidió. Le miré, sin comprender – mi poder para entrar en los sueños de otros – le miré, sin comprender, mientras él miraba hacia el bolsillo de mi túnica, al mismo tiempo que lo hacía yo. Metí la mano y saqué una lágrima de cristal - ¿quién piensas que la puso dentro de tu profecía? – eso no lo había esperado – Si aún está contigo es que no me he ido del todo – le observé, sin comprender – encuéntrame, Varsha – besó mis labios entonces y desperté sobre mi cama.



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