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14 - Reencuentro.

Buenas tardes.

Aquí os dejo el capítulo de hoy. Es un poco complejo, si no entienden algo... pregunten.

Disfruten ^.^

Luchaba contra 8 hombres de hielo que me atacaban con todo lujo de armas que no había visto jamás, mientras yo me defendía fieramente, recordando cada una de las palabras que dijo esa diosa cuando desperté sobre una fría cama de nieve, junto a extraños seres peludos y blancos, parecían ositos de peluche, pero se movían y hablaban en una lengua extraña que parecía entender.

"Debes aprender a defenderte antes de la batalla, prepararte antes de pararte frente al dios del agua, ser capaz de usar tus poderes con sutileza y sabiduría"

Tenía una sensación dentro de mí, como si todo aquello estuviese preparado, como si me hubiesen estado esperando durante muchos años, hasta que estuviese lista para enfrentarme a mi destino.

Tras un mes de duro entrenamiento, no sólo en la lucha, también me enfrentaba a acertijos para reforzar la sabiduría, incluso era encerrada en la misma habitación que estuve al desmayarme, y veía aquella luz azulada, intentando llegar a ella, pero hasta el momento no había logrado nada.

Desayunaba junto a los Whitebears, o así al menos era como yo solía llamarles, disfrutando de un buen desayuno de extraños frutos que sabían deliciosos, cuando la diosa entró en las cocinas, haciendo que esos seres se marchasen a hacer sus quehaceres. Venía acompañada de una anciana que reconocí en seguida, era la misma que estuvo presente en mi nacimiento, la que me dio mi propio nombre. Sonrió en cuanto me vio, atreviéndose a entrar en la estancia, ignorando a su señora, y postrándose frente a mí, apoyando sus manos callosas sobre mi rostro, como si estuviese reconociéndome.

- Es ella – aseguró la mujer, con una gran sonrisa, agarrando mis manos para transmitirme paz, ese mismo cosquilleó que sentí la primera vez recorrió mi cuerpo.

- ¿Cómo podría ser ella si aún no ha logrado liberar su propio nauac? – se quejaba la diosa, mirándome por encima del hombro, decepcionada – Se nos acaba el tiempo, Xiathic.

La anciana miró hacia mis ojos, con atención, como si realmente pudiese verlos, no tenía ni idea de qué era lo que estaba haciendo, pero entonces me fijé en que había un destello azulado arremolinándose en sus ojos sin vida, eso me dio que pensar. ¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿No se suponía que era ciega? ¿Qué era aquel ser?

- Lo estás haciendo mal – se quejó hacia la diosa. Parecía ser la única que se atrevía a hablarle de ese modo. La mujer carraspeó, molesta, sentándose en la mesa en la que yo estuve minutos atrás, y miró por la ventana, dejándonos un poco de intimidad – Antes tienes que entender el espacio en el que te encuentras – La observé, sin comprender. Me agarro de la mano y me guio hacia un punto en mitad de la cocina, justo donde había un desnivel en el suelo de piedra – Tienes que olvidar todo lo que te han enseñado sobre el espacio-tiempo y escucharme con atención. El tiempo no es algo lineal, si no redondo – no entendía lo que quería decir – No existen tres espacios. No es pasado, presente y futuro. Solo está lo que sucedió detrás y lo que sucederá delante, pero eso no quiere decir que lo que sucedió ya lo haya hecho.

- No lo entiendo – me atreví a decir en voz alta – si ya ha sucedido ¿cómo no ha podido suceder ya?

- Porque no es lineal, es una esfera. Y mientras ahora sucede, lo que sucedió puede estar también sucediendo, aunque en otro espacio distinto dentro de esa esfera – negué con la cabeza, confundida, con la boca abierta, sin entender nada. Ella sonrió, como si esperase esa reacción por mi parte – Te lo mostraré... - Levantó las manos, haciendo giros extraños con ellas, creando una especie de niebla extraña que se fue volviendo turquesa poco a poco, creando lo que parecía ser una huella de una conversación que tuvimos Yetzel y yo en el bosque, antes de que me trajese a este lugar por primera vez Me fije en algo distinto aquella vez, algo de lo que no me había percatado con anterioridad, el me observaba con un brillo especial en sus ojos - ¿dirías que esto ha sucedido ya? – asentí, despacio - ¿por qué?

- Porque lo recuerdo, ya es algo que he vivido.

- Muy bien. Entonces, estás ahora en el futuro.

- ¿Cómo? No entiendo... - volvió a hacer esas formas extrañas, dirigiendo la niebla hasta un punto delante de mí y creó la misma sombra, pero con recuerdos que aún no habían sucedido. En ella había un niño sonriéndome, uno que creaba en mí una ternura desconocida y había algo en sus ojos que me resultaba extrañamente familiar. Era como si lo conociese - ¿Quién es ese niño?

- ¿Dirías que recuerdas eso? – negué, en respuesta – Entonces ahora... estás en el pasado – Lo entendí entonces, a lo que se refería. Todo dependía del punto de vista. Si miraba hacia atrás a un momento que ya había sucedido, me encontraba en el futuro, porque ya recordaba haberlo vivido. Pero si miraba hacia un momento que aún no había pasado, estaba en el pasado – Todos los momentos están sucediendo simultáneamente, y sólo los elegidos tienen poder para interceder en ellos. Lo que quiero, Varsha, es que como el espacio-tiempo es circular, existen multitudes de espacios ocurriendo al mismo tiempo, mientras tú y yo hablamos en este momento, Yetzel está teniendo una conversación sincera contigo en ese bosque – señalo hacia atrás – y ... ese niño y tú habláis sobre Tlalocan, también en este justo instante. Todo sucede a la vez, pero en distintos espacios dentro de la esfera. ¿Lo entiendes? – Asentí, su teoría era interesante, pero extraña, más cuando yo venía de una civilización en la que me habían enseñado desde pequeña que el tiempo es algo lineal. Lo que sucedió ya lo hizo y lo que sucederá aún no ha ocurrido.

- Hace un momento... - me percaté, después de repetir en mi cabeza cada una de sus palabras, intentando creérmelas y comprenderlo todo mejor - ... has dicho que solo algunos poseen el poder de alterarlo – asintió – uno de esos seres... ¿es Yetzel? – sonrió, en cuanto se percató de que lo estaba entendiendo.

- Así es. Él es el único que puede detenerse en el vértice, no se encuentra ni en el pasado ni en el presente, y puede viajar entre los diferentes espacios, siempre que él esté relacionado con ellos – eso ultimo llamo mi atención. Ella sonrió – Un vínculo es lo que lo une a este lugar.

- Entonces...

- Suficiente – intervino la diosa, poniéndose entre ambas, haciendo que mirásemos hacia ella – no debes revelarle demasiada información sobre el futuro.

- Ella necesita saberlo – se quejó la anciana – Él es el único en este espacio que puede viajar entre los distintos espacios de la esfera, siempre que las personas que estén relacionadas con él se encuentren en los mismos. Conoce lo que ya sucedió, pero aún no ha sucedido en este espacio.

- Desvelar demasiada información sobre el futuro podría ser peligroso – se quejaba la diosa.

- Necesita conocer cómo funcionan las cosas, ¿cómo crees si no que podrá enseñarlo después? Aun no entiendes como funciona. Los distintos espacios están conectados y la información puede ser compartida entre lo que sucedió y está por suceder.

- No lo entiendo – dije en voz alta.

- El tiempo no es algo estático, está en continuo movimiento, en un eterno cambio. Hablemos de una forma que puedas entender... Existen momentos que pueden alterarse, información que necesitas para enfrentarte a futuras situaciones, pero sólo llegarás a ellas si abres tu mente y dejas que las enseñanzas lleguen a ti desde el resto de espacios de la esfera. Puede hacerlo desde cualquier lugar, pasados y futuros. No hay nada escrito, no existe el destino. Todo cambia, todo se transforma. No existe una línea, no es una historia cerrada. Es una esfera y todo sucede a la vez – sonrió de nuevo, al verme tan perdida - ¿Yetzel no te lo ha mostrado? – la observé, con interés – Los sueños. En ellos puedes ver cosas, si te concentras conectarás con otros espacios, todos los que estén relacionados contigo.

- Yetzel se enfadará si sigues hablando – insistió la diosa del amor. Estaba empezando a caerme mal esa mujer. La anciana asintió, en paz.

- Él no lo hará, porque es así cómo debe ser – contestó, fijándose de nuevo en mí – ahora debemos enseñarte el camino a tu nauac, para que estés completa y comprendas mejor mis enseñanzas. Cuando lo estés... lo sabrás todo, tendrás acceso a todo – asentí, en señal de que estaba lista – Cierra los ojos – ordenó, y lo hice – ahora dime, ¿qué ves?

- Nada – contesté, pues sólo había oscuridad.

- Concéntrate, Varsha – insistió, busqué por toda aquella oscuridad, intentando encontrar algo, pero sólo había oscuridad, sólo había... Miedo, había miedo, podía sentirlo a mi alrededor, la ansiedad de los que me rodeaban, pero ... ¿qué era aquello que les hacía temer? – Dime qué ves – insistió.

- No veo nada – contesté. La señora del amor estaba tentada a hacerse notar, hacerle ver a aquel ser que había estado equivocada conmigo, pero entonces yo dije algo más – pero se siente distinto – la anciana sonrió.

- Camina hacia la puerta y ábrela – me dijo. Busqué a mi alrededor la puerta de la que hablaba, pero no podía ver nada – concéntrate, hija – estaba en medio de la oscuridad, buscando una luz a mi alrededor, pero entonces me detuve, cerré los ojos dentro de mi inconsciencia y entonces la vi, la puerta resplandeciente con aquella luz azulada que tenía detrás de ella.

La puerta tembló, como si esa cosa estuviese ansiosa por salir, por ser encontrada, y yo abrí las manos, a ambos lados de mí, con una gran sonrisa. Algo dentro de mí sabía que la respuesta no era buscar esa puerta, si no incitar a esa cosa a que lo hiciese por sí misma, que llegase hasta mí por sus propios medios.

- Estoy aquí – pronuncié dentro de mi mente, haciendo que la oscuridad se quedase quieta, que el miedo de los que había a mi alrededor disminuyese, la ansiedad se expandía, mi propia curiosidad, pero no iba a dejar que eso lo estropease todo – Ven a mí.

La puerta volvió a temblar, y esa luz triplicó su intensidad, alumbrando más el lugar, haciendo que me diese cuenta de que estaba en una cueva. Miré hacia el techo y la vi, colgada del techo, de sus propias manos, era mi madre. ¿Por qué estaba dentro de esa cueva?

- No es Allora, si no tú – dijo una voz frente a mí. La reconocí en seguida, antes incluso de bajar la cabeza y verle frente a mí, con una gran sonrisa pilla, siempre intentando confundirme. Era Yetzer. Me fije de nuevo en el techo y me percaté de que era cierto. Era yo misma la que estaba colgada – tu nauac es el que está aquí, en tu propia cueva, en tu mente, oculta de ti misma. Debes liberarla para poder enfrentarte a tus enemigos, Varsha. Sólo estando completa... - se detuvo tan pronto como apoyé mi mano en su mejilla, queriendo saber si él era real. Sonrió al ver mi cara de perplejidad, cuando mis dedos impactaron contra él.

- ¿Por qué sigues jugando conmigo? – me quejé, él rompió a reír, divertido, y yo me quejé al respecto.

- Te permitiré hacer sólo una pregunta más antes de que despiertes – me dijo, bajando la cabeza, divertido, antes de volver a mirarme, con esa penetrante mirada de ojos azules, tan parecidos a los míos, pero con un destello verde. Por un momento me quedé mirando hacia ellos, ese destello me recordaba al niño que había visto en la huella del futuro que su madre me había mostrado, y al mismo tiempo... Una parte de mí lo supo antes incluso de preguntar.

- Tu creaste el escudo protector que protege el palacio del agua ¿verdad? – sonrió, y sin responder nada miró hacia la puerta en la que estaba escondido mi nauac.

- He dicho una pregunta, no una certeza, Varsha – sonreí, entendiendo lo que quería decir.

- ¿Por qué tu nauac cuida de mí? – su perfecta sonrisa lo delató. Él no iba a responderme, iba a dejar más incógnitas abiertas, resguardándose en que aún era pronto para responder a preguntas sobre el futuro. Quizás esperaba que encontrase todas esas respuestas más tarde, por mí misma.

- Es una respuesta larga, Varsha – le observé, sin comprender – no sé si disponemos de tiempo para eso – tragué saliva, dándome cuenta de que él quería hablarme sobre su pasado aquella vez. Pero ... ¿por qué? ¿qué había cambiado? – Haremos una cosa, cuando despiertes ella contestará por mí a esta pregunta – le observé, sin comprender – la anciana que te ha mostrado el camino, mi madre – abrí la boca, con sorpresa, no me esperaba que esa mujer de hace un momento fuese la que le había dado a luz – ahora debes recibir esa parte de ti que te hará estar completa – sonreí, mirando por encima de su hombro, la puerta volvió a temblar, resquebrajándose, parecía que esa cosa estaba a punto de salir – Un consejo, no te resistas a ella cuando entre dentro de ti – lo observé, sin comprender, justo cuando la puerta se hacía añicos, él se echaba a un lado y el nauac salía disparado hacia mí.

Me rodeó, reconociéndome, haciéndome cosquillas, sonreí, y me atreví a tocarlo, sintiéndome poderosa, distinta, recordando lugares en los que no recordaba si quiera haber estado, eran cada uno de los lugares que componían tlalocan, pero también otros cerca de un alto templo devastado.

Aquella sustancia estaba viva, podía sentirla rodeándome, protegiéndome, formando un escudo protector, pero a diferencia de lo que sentí con la de Yetzer, aquella vez la reconocía, como si fuese una vieja amiga que no había visto en años, como si fuese parte de mí. El nauac fue absorbido por mi piel, como si de agua se tratase, dejándola húmeda, recorriendo mis venas, produciendo un fuerte temblor en mi corazón cuando la sentí en ese lugar. Miles de saberes que no había conocido en ese momento se instalaron en mi mente, como si estuviese leyendo un libro muy antiguo sobre Tlalocán con rapidez, aprendiéndolo todo por primera vez, maravillada y sabia a partes iguales. Y entonces todo lo que esa anciana había dicho sobre los distintos espacios-tiempo, cobraron sentido.

- Ahora estás completa – dijo una voz a mi lado, le miré extrañada, acercándome despacio, apoyando la mano en su pecho, justo donde tenía la cicatriz del caballero oscuro, fijándome en su corazón, podía verle latir, ver dentro de su piel, sus huesos, incluso sus venas, como si tuviese rayos laser por ojos. Pero no era yo, era el nauac que formaba parte de mí, estaba buscando algo.

- ¿Dónde está? – pregunté, ansiosa, recorriendo cada trozo de su piel con mis manos, sus brazos, su espalda, hasta volver a detenerme delante de él. Esa sustancia que formaba parte de él me incitaba a buscar el suyo. Sonrió, con calma.

- No está – me calmó, pero eso no lo hizo en lo absoluto, estaba incluso más ansiosa – la diosa del amor la guarda a buen recaudo – lo recordaba, como ella me lo quitó para poder dormirme cuando estuve frente a ella. Quizás porque el nauac era lo único que podría salvarme siempre. Yo ya lo sabía, en ese momento, la razón por la que su poder podía salvarme sólo a mí. Tragué saliva, aun alejando esas respuestas de mi mente, parecía que con aquella cosa dentro de mí no había ninguna respuesta que se ocultase. Poseía todas las respuestas del universo a mi alcance, las de todos mis espacios temporales, tan sólo debía abrir el libro adecuado para hallarlas. Era desconcertante, como estar en una gran biblioteca y poseyese la capacidad de leer todos aquellos libros a la vez, tan sólo debía elegir uno y abrirlo – Tienes que despertar, Varsha – negué con la cabeza, haciendo algo loco, porque os prometo que me sentía distinta estando cerca de él, más después de estar completa como en ese momento. Agarré su mano, entrelazando mis dedos con los suyos. Él asintió, calmado, sonriendo sin más – nos veremos pronto, lo prometo.

- Tú y yo... - me atreví a decir, él asintió, calmado, bajando la cabeza un momento antes de observarme. Una tímida sonrisa se escapó de mis labios, mientras esa sensación calentaba mi corazón. Yo ya sabía lo que él era, lo supe tan pronto como volví a mirarle, a pesar de no tener dentro su nauac. Creo que esa parte de mí que acababa de encontrar necesitaba estar segura del todo al ver esa parte de él apegada a su alma.

- Tú ya sabes esa respuesta – aseguró él, soltándose de mi agarre, dando un par de pasos hacia atrás, justo cuando yo negaba con la cabeza, necesitaba escucharlo de sus labios, aunque sólo fuese una vez antes de despertar, pero el tiempo corría en nuestra contra.

Abrí los ojos y encontré a aquella anciana delante de mí, devolviéndome la mirada, observando como las líneas que dibujaban mi silueta se desdibujaban, pues había algo más dentro de mí en ese momento. Ella sonrió, y entonces lo vi, el nauac que vivía dentro de ella. Era como nosotros, un nyambs, pero parecía ser más que eso, pues podía ver una luz blanca entrelazándose con la azul. Ella asintió.

- Ahora está completa – dijo hacia la diosa, haciendo que esta se percatase de que tenía razón.

- Tengo preguntas que quiero hacer – me atreví a decirle a la anciana, pero esta no parecía ni un poco sorprendida.

- Por supuesto que las tienes, querida – contestó, para luego mirar hacia la diosa, fijándose en el largo pasillo frío que había detrás de nosotras, marchándose sin decir nada más.

- Ve con ella – me animó aquella mujer. Asentí como despedida y seguí a aquella ciega anciana, hasta que llegamos a la terraza de hielo, observando el lugar que nos rodeaba, el cielo a lo lejos, con un perfecto sol que podría derretirlo todo, pero estábamos lejos de poder acceder a él, una circunferencia blanca nos protegía de los rayos solares, algo que el gran Tlaloc había creado para mantener aquel lugar intacto, un castigo que impuso hacía ya mucho a la mujer que osó traicionarle. Lo recordaba todo, como si esa información siempre hubiese estado ahí, y recién tuviese acceso a ella.

La nieve caía a nuestro alrededor, hacía frío, pero yo ni siquiera podía sentirlo, porque el poder del nauac me protegía de este tipo de sensaciones. Observé a su madre, la luz que irradiaba se confundía con el blanco del lugar.

- Hace mucho, mucho tiempo hacia adelante, en un espacio distinto a este, en un momento que podría estar sucediendo ahora mismo... – comenzó, sentándose sobre la fría barandilla, mirando hacia la forma en la que la nieve caía a nuestro alrededor, derritiéndose y convirtiéndose en agua antes de haber rozado la piel si quiera de la anciana, gracias a su escudo protector, mucho más fuerte que el de los Nyambs. Ella era algo más que un viajero, pero no podía saber lo que era aún, porque ni siquiera existía en nuestro mundo aún – ... nuestros mundos fueron destruidos por un ser tan malvado y castigador como lo es el caballero de fuego. Después de la caída de las estaciones, en un invierno perpetuo en el que jamás dejaría de nevar... - proseguía, recordando las atrocidades que había vivido en el futuro – tras la caída de los dioses de Tlalocan, después de que la última rosa cayese sobre la nieve, nació el primer tallo de un rosal tan blanco como la nieve que caía a su alrededor. Este crecía con cada lágrima derramada por un pueblo caído, se hacía fuerte con cada plegaria, con cada nacimiento de un nuevo ser oscuro tomaba su valía – añadía, recordando el pasado, un futuro que quizás algún día tomaría fuerza, algo que sucedía en distintos espacios dentro de esa esfera, de nuestro hogar, la tierra – Peligrosas y afiladas espinas crecieron a su alrededor, con cada maldad presenciada, mientras el pueblo se resguardaba debajo de él, oculto en las catatumbas, pasando las mayores penurias que puedas imaginar. En un mundo en el que todo lo sobrenatural había quedado destruido, donde los demonios dominaban a los humanos a su antojo.... – miró entonces hacia mí, haciéndome una señal para que me acercase y me sentase frente a ella – La esperanza es lo último que se pierde en esta vida, y la de nuestro pueblo estaba lejos de agotarse. Pero hubo un acontecimiento que marcó un antes y un después en nuestro hogar. Fue la muerte del gran Zodor, el último rey que conocíamos, un hombre justo y lleno de sueños, que mantenía a su pueblo a salvo. Murió a manos del mismísimo Caballero de Fuego. Y fueron sus cenizas lo que lo alteraron todo. Cuando la última mota cayó sobre la flor más alta de aquel rosal, un ser nació en las profundidades de una cueva helada. Un ser sin padres, nacido desde el dolor, el sufrimiento y la muerte, pero lleno de esperanza. Ese ser soy yo – reconoció, abrí la boca, al comprender lo que significaban sus palabras. Ella era la primera de su especie, la única.



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