El agua por la que nadie pagó
En la ciudad del clima envidiable,
la tubería seca y oxidada,
el rastro del agua olvidaba.
El cielo nublado de calima,
por el incendio de lo que fue verde un día.
El abanico en cada mano no descansaba.
El ¡Ay! de las bocas no cesaba.
Desmayaba el ánimo, desmayaba el alma,
hasta que la cisterna del cielo,
a cántaros servía el agua.
Sobre ricos, sobre pobres,
en techos de zinc se oía,
y en los de concreto caía,
gratuita y bendita, para todos llovía.
Lavaron las calles,
lavaron los carros,
nadie pagó por el agua,
¿quién a Dios daba las gracias?.
Refrescó el día,
el calor se disipaba,
la cordura devolvía,
los ¡Ay! se silenciaban
los niños gritaban de algarabía.
Para todos y sin pagar
el agua llegó, y no por tubería.
Lavó algunos cabellos,
los pipotes se llenaban,
nadie pagó por ella;
sólo algunos, a Dios daban las gracias.
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