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V

Nuestros labios se encontraron con desesperación. Fue un beso intenso, lleno de rabia y orgullo, como si ambos quisiéramos demostrar que no nos importaba. Pero sí lo hacía.

Mattheo profundizó el beso, su mano firme en mi cintura, acercándome aún más. Yo entrelacé mis dedos en su cabello, tirando ligeramente de él. La temperatura entre nosotros aumentaba con cada segundo.

Pero entonces, de golpe, la realidad me golpeó.

¿Qué demonios estaba haciendo?

Me separé bruscamente, empujándolo con las manos en su pecho.

— No —dije, respirando entrecortada.

Mattheo me miró con el ceño fruncido, todavía recuperándose del momento.

— ¿No? —repitió con burla, pasándose la lengua por los labios—. Fuiste tú quien me besó, princesa.

Su tono despreocupado solo avivó mi rabia.

— ¿Y qué? Fue un error. Uno que no volverá a pasar —me crucé de brazos, intentando recuperar el control de la situación.

Él dejó escapar una risa seca.

— Claro, claro. Di lo que quieras, pero ambos sabemos que lo querías tanto como yo.

Su arrogancia me sacó de mis casillas.

— ¡No quiero verte más, Mattheo! —solté de golpe, sintiendo cómo mi cuerpo temblaba de furia—. ¡Me das asco!

Su expresión se endureció al instante.

— ¿Asco? —repitió, acercándose peligrosamente—. No parecías muy asqueada hace un minuto, Ava.

Lo fulminé con la mirada.

— Ojalá nunca hubiera entrado en esta estúpida habitación contigo.

Dicho eso, giré sobre mis talones y abrí la puerta de golpe. Salí sin mirar atrás, sintiendo el peso de su mirada clavada en mi espalda.

La música seguía sonando fuerte en la sala común, pero yo apenas la escuchaba.

Mi corazón latía con fuerza, mis pensamientos eran un completo caos.

¿Qué demonios acababa de pasar?

No lo sabía. Pero había algo que tenía muy claro.

No podía volver a caer en él. Nunca más.

Sentí todas las miradas puestas en mí. Algunos parecían divertidos, otros curiosos. Ignoré cada una de ellas y subí las escaleras, encerrándome en mi cuarto.

Me apoyé contra la puerta y cerré los ojos con fuerza, intentando calmar mi respiración.

No significó nada. No significó nada.

Pero mi cuerpo aún ardía con su contacto.

Me froté el rostro con frustración.

Mattheo era todo lo que odiaba: arrogante, prepotente, insoportable. Y aún así, algo en él me atraía de una manera que no entendía.

Me acerqué al espejo y me observé. Mi cabello despeinado, mis labios aún hinchados por el beso, mis mejillas encendidas.

No.

Sacudí la cabeza y me quité los tacones de un tirón. Me metí en la cama, envolviéndome en las sábanas como si eso pudiera borrar lo que acababa de pasar.

Mañana lo olvidaría.

Tenía que olvidarlo.

Pero en el fondo, una parte de mí sabía que no sería tan fácil.

💋💋💋

El sonido del despertador me arrancó de un sueño agitado. Lo apagué de un golpe y me quedé unos segundos tumbada, con la mirada fija en el techo.

Por un momento, casi creí que lo de anoche no había pasado.

Pero sí pasó.

Suspiré, pasándome una mano por el rostro.

Desde el momento en que me separé de Mattheo, su mirada seguía clavada en mi mente. Su sonrisa arrogante, su forma de desafiarme incluso después del beso.

Me giré y vi que Kendall aún dormía, con la cara hundida en la almohada. No quería despertarla, así que me levanté con cuidado y me dirigí al baño.

El agua fría en mi rostro me ayudó a despejarme un poco. Pero cuando levanté la vista y me miré en el espejo, mi mente volvió a la noche anterior.

Mi expresión cambió.

Fue un error. Nada más.

Repetí esas palabras en mi cabeza mientras me vestía. Me puse un suéter beige, unos jeans ajustados y unas botas cómodas. Algo sencillo, nada que llamara la atención.

Era domingo así que tenía día libre.

Cuando salí del cuarto, Kendall seguía dormida. Decidí dejarla descansar y bajé sola a desayunar.


📍Comedor

La sala estaba llena de estudiantes charlando, riendo, algunos todavía con cara de sueño. Busqué una mesa libre y me serví café, intentando concentrarme en otra cosa.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que sintiera su presencia.

Mattheo entró al comedor como si nada.

Llevaba una camiseta negra y unos jeans oscuros. Su cabello estaba despeinado de la forma en la que siempre lo tenía, como si se acabara de levantar y le diera igual.

Y lo peor es que le quedaba bien.

No lo mires. No lo mires.

Fallé.

Nuestros ojos se encontraron por un segundo.

Él sonrió de lado, esa maldita sonrisa que me sacaba de mis casillas. Luego se acercó a sus amigos como si nada hubiera pasado.

— ¿Por qué tienes esa cara? —preguntó de repente Kendall, sentándose frente a mí con una bandeja llena de comida.

Parpadeé, volviendo a la realidad.

— ¿Qué cara?

— Pareces como si hubieras visto un fantasma. —Tomó un sorbo de su café—. O como si hubieras hecho algo que no debías.

Tragué saliva.

— No es nada.

Ella me miró con sospecha, pero no insistió.

Me concentré en mi desayuno, ignorando las miradas ocasionales que sentía sobre mí. Pero cuando volví a levantar la vista, Mattheo ya no estaba en su mesa.

Y antes de que pudiera reaccionar, su voz sonó justo detrás de mí.

— ¿Tan temprano y ya piensas en mí, princesa?

Mi cuerpo se tensó. Me giré lentamente y ahí estaba él, con esa sonrisa burlona.

— ¿Me puedes dejar en paz, Mattheo?

— No sé de qué hablas. Yo solo quería saludar.

— Vete a saludar a otra.

Él soltó una carcajada baja, inclinándose ligeramente hacia mí.

— Anoche no querías que me fuera.

— Anoche estaba borracha.

— Mentira.

Apreto la mandíbula.

Kendall nos miraba con el tenedor en la boca, entretenida con la escena.

— No sé qué te hace pensar que puedes hablarme como si fuéramos amigos.

— No somos amigos, princesa. Pero después de lo de anoche… —Su mirada bajó fugazmente a mis labios antes de volver a mis ojos—. Tampoco somos desconocidos.

El calor subió a mis mejillas, pero mantuve mi expresión firme.

— Déjate de juegos, Mattheo. Lo que pasó anoche no significó nada.

Él ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo.

— Si eso es lo que quieres creer, está bien. Pero… —Se inclinó un poco más, bajando la voz—. La próxima vez que me beses, procura no morderte el labio antes. Me pone las cosas difíciles.

Abrí la boca, completamente atónita.

Él sonrió satisfecho y se alejó, dejando tras de sí el sonido de su risa baja y burlona.

Kendall me miró con los ojos abiertos de par en par.

— ¡Dios! Esto se está poniendo interesante.

Rodé los ojos, tomé mi café y bebí un gran sorbo, ignorando el ardor en mi garganta.

Pero ni el café caliente podía apagar lo que sentía en mi interior.

💋💋💋

La tarde pasó sin mayores sobresaltos, pero el peso de lo sucedido con Mattheo seguía presente, como una sombra. Estaba tan desconectada que no me di cuenta de que la noche había caído hasta que vi las luces del campus iluminando el pasillo.

Me estiré en mi cama, intentando desconectar la mente. Las voces del pasillo, las risas de los chicos y el murmullo lejano de la fiesta que siempre había lugar en la planta baja, me daban una sensación de desconcierto. Había algo en mí que no dejaba de darme vueltas. Esa interacción con Mattheo... no me la podía sacar de la cabeza.

Cerré los ojos por un momento, pero pronto el sonido de mi celular me sacó de mis pensamientos.

Era un mensaje de Sía:

"¿Sales a dar una vuelta? Trae a Kendall si quieres. A las 9 en el lobby."

"Perfecto, allá estaré."

A las 9 en punto, bajé al lobby. Me puse unas maklas negras y un chaquton. Kendall ya estaba allí, con su típica energía al máximo, y Sía, como siempre, con su mirada seria.

— ¡Finalmente! —dijo Kendall, abrazándome—. Pensé que no ibas a venir.

— Aquí estoy —respondí con una sonrisa forzada.

Nos encaminamos hacia la salida. El aire fresco de la noche me dio un pequeño respiro. Ya había decidido que iba a contarles lo de anoche, ya no podía guardármelo más. Tenía que sacármelo del pecho.

Una vez fuera, caminamos por los jardines del campus. La conversación entre las tres fluía con naturalidad, pero yo estaba distraída. Las palabras de Mattheo seguían retumbando en mi cabeza.

Finalmente, Sía lo notó.

— Ava, ¿estás bien? Te noto rara. —Me miró detenidamente, preocupada.

Suspiré, deteniéndome en seco. Las chicas se miraron entre sí.

— Hay algo que necesito contarles. —Mi voz sonó más grave de lo que quería.

Kendall frunció el ceño, poniendo atención.

— ¿Qué pasa? —preguntó, preocupada.

Me mordí el labio, sintiendo cómo todo el nudo en mi estómago comenzaba a apretar aún más. Miré a las dos, que esperaban que hablara.

— Anoche… —Empecé, pero mi voz se quebró un poco. Tomé aire y continué—. Anoche, Mattheo y yo… nos besamos.

Hubo un silencio largo. Sía y Kendall me miraban, esperando más detalles.

— ¿Qué? —preguntó Kendall, incrédula, dando un paso hacia mí. — ¿En serio?

Asentí, dándome cuenta de que todo el dolor y la confusión que sentía por esa situación salían en forma de palabras.

— Fue un error —dije rápidamente, aunque mis palabras sonaban vacías—. Un gran error. No sé qué me pasó, pero no puedo dejar de pensar en ello.

Sía cruzó los brazos, estudiándome en silencio por unos segundos.

— Ava, no quiero que pienses que soy tonta, pero… ¿estás segura de que fue un error? —su tono era suave, pero firme.

Me quedé en silencio, mirando al suelo.

— Claro que lo fue. —Mi respuesta salió automática—. Pero es que él… él tiene esa forma de ser tan… todo. Y yo… no sé por qué caí.

Kendall frunció el ceño.

—No creo que ese chico sea tan malo, simplemente es...¿dificil?.

Suspiré.

Continuó Sía.

— Mira... —Suspiro, frotándose los ojos. — Conozco a Mattheo desde que eramos pequeños, sus padres eran complicados. Su padre es un mafioso muy peligroso y su madre siempre ha intentado tapar sus trapicheos.

Sía se acercó a mí, abrazándoñ

— Ava, te lo voy a decir claro: él es un idiota y un mujeriego, pero creo que...no se, puede que esta vez sea diferente.

Me sentí reconfortada por sus palabras, aunque en el fondo algo no dejaba de removerse en mi pecho.

— ¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Kendall, con una expresión que no era ni de enojo ni de preocupación, sino de simple curiosidad.

Mordí mi labio inferior, mirando al cielo.

— No quiero volver a verlo. No quiero sentirme así. No quiero ser una más.

Las dos me miraron con una mezcla de apoyo y comprensión. Kendall me dio un pequeño abrazo.

— Tienes razón. Lo mejor es alejarse, no te merece.

— Gracias.—Mi voz era más fuerte ahora, aunque aún con esa sensación extraña de no saber si lo que decía era realmente lo que sentía.

Seguimos caminando, pero no pude quitarme de la cabeza lo que había pasado anoche. Lo que él había dicho. Pero lo peor de todo, era que, aunque me decía a mí misma que todo había sido un error, una parte de mí sabía que no iba a ser tan fácil olvidarlo.

💋💋💋

La noche continuó su curso, pero el aire fresco ya no me parecía tan reconfortante. De alguna manera, el hecho de hablarlo con Sía y Kendall no lo hacía más fácil. Las palabras de Mattheo, su mirada, su sonrisa... todas seguían dando vueltas en mi cabeza como un eco constante.

La conversación fue pasando a otros temas, pero yo seguía atrapada en mi propio caos mental. Necesitaba saber qué hacer, cómo enfrentar todo eso sin caer en las mismas trampas en las que él siempre me metía. Pero también había una voz dentro de mí que no podía ignorar: ¿y si realmente lo que pasó no había sido un error?

Cuando volvimos al campus, la sensación de incomodidad era aún más palpable. Kendall y Sía parecían tan decididas a que todo quedara atrás, pero yo no podía dejar de sentir que algo importante se estaba rompiendo dentro de mí.

Al llegar al edificio, nos despedimos con un abrazo y unas palabras de ánimo de parte de Kendall. Sía, con su mirada sabia, me dio un apretón en el hombro y, antes de irse, susurró:

— No te olvides de lo que vales, Ava. No permitas que nadie te haga sentir menos, incluso si ese "nadie" tiene una sonrisa encantadora y unas palabras dulces.

Me quedé allí, mirando cómo se alejaban. Sentí un nudo en el estómago. En la distancia, las luces del campus brillaban como faros, pero mi mente estaba demasiado ocupada con la tormenta interna que no se calmaba.

¿Qué haría ahora?

Subí a mi habitación y cerré la puerta con suavidad, como si temiera que el ruido pudiera romper algo más. Me quité el abrigo, dejándolo caer sobre la silla. Cuando miré hacia el espejo, por un segundo, pensé que quizás estaba exagerando. Tal vez no había sido tan grave. Tal vez, solo había sido un impulso momentáneo, un desliz.

Pero entonces, al recordar la forma en que él se acercó a mí, esa mirada que me hizo sentir pequeña y vulnerable... no, no era tan fácil de olvidar.

Me tumbé en la cama, mirando al techo, y de nuevo, la voz de Mattheo apareció en mi mente, como si estuviera allí mismo, junto a mí.

"La próxima vez que me beses..."

La frase, esa frase, me retumbaba como un mantra, y por más que intentaba racionalizarlo, por más que me decía a mí misma que debía olvidarlo, mi corazón no parecía querer escuchar.

¿Era posible que algo tan fugaz como un beso pudiera cambiar todo?

Mi mente seguía jugando con esa idea. Y mientras lo hacía, me di cuenta de que, tal vez, lo que me aterraba más que el beso mismo, era lo que podría significar en un futuro.

¿Sería realmente capaz de resistirme a él si volvía a acercarse? ¿O estaría condenada a caer otra vez en sus juegos?

Las respuestas no llegaron esa noche. Pero algo me decía que, de alguna manera, la historia entre Mattheo y yo estaba lejos de terminar.

A la mañana siguiente, me desperté temprano. La luz del sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas, y aunque por un momento sentí que todo podría ser normal de nuevo, la realidad me golpeó de inmediato. No podía ignorar lo que había pasado, no podía seguir con mi vida como si nada hubiera cambiado.

No sabía qué hacer. Pero lo que sí sabía era que, en algún punto, tendría que enfrentar lo que estaba comenzando a crecer dentro de mí.








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