III
Aclaración: Mattheo, Liam y Etham son dos años mayores que las chicas, los tres están en la casa The Hiddens.
💋💋💋
Cuando terminamos los exámenes, la señora Mornvale, con su postura impecable y rostro serio, se colocó frente a nosotros. Sus ojos verdes recorrieron la sala como si nos evaluara uno a uno antes de hablar.
-Pueden levantarse -ordenó, sin necesidad de alzar la voz.
El ruido de las sillas arrastrándose sobre el suelo de mármol rompió el silencio de la sala. Nos pusimos de pie, algunos mirando alrededor con nerviosismo, otros murmurando entre sí, tratando de adivinar qué sería lo siguiente.
-Síganme -dijo, girándose sobre sus talones con movimientos precisos.
La seguimos en fila por los amplios pasillos de la escuela. Las paredes estaban decoradas con tapices antiguos que mostraban paisajes extraños y figuras que parecían observarnos. Del techo colgaban candelabros, cuya luz tenue hacía que el lugar se sintiera aún más solemne.
Finalmente, llegamos al comedor, y no pude evitar abrir los ojos de par en par. Era la sala más impresionante que había visto hasta ahora. Había ventanales enormes que dejaban entrar la luz del sol, reflejándose en las largas mesas de madera oscura. Grandes candelabros dorados colgaban del techo alto, y una chimenea monumental ardía en uno de los extremos, llenando el lugar de un calor agradable. Al fondo, había una mesa más pequeña donde estaban sentados los profesores.
Los estudiantes veteranos ya ocupaban sus mesas, divididos según su casa. Hablaban en voz baja, pero muchos nos miraban al entrar, como si nos estuvieran evaluando.
-Esto es impresionante... -murmuró una chica pelirroja que caminaba a mi lado, tan asombrada como yo.
-Es enorme... -le respondí en un susurro. La chica me miró y sonrió.
Un hombre mayor se levantó junto a un pequeño podio de madera. Era claramente mayor que la señora Mornvale, probablemente rondaba los sesenta. Tenía una larga barba blanca y unos ojos azules brillantes tras unas pequeñas gafas redondas. Alzó una mano, y el murmullo cesó al instante. Todos los estudiantes se pusieron de pie casi al mismo tiempo. La autoridad que transmitía era innegable.
-Nuevos estudiantes, este será su primer año en Wynthermoor -dijo con voz clara, que resonó por todo el comedor-. Soy el director Augustus Greymore. Antes de que puedan unirse oficialmente a sus compañeros, deberán ser asignados a una de las cinco casas. Cada casa tiene su propia historia, sus valores y, sobre todo, su propio legado.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en todos. Su mirada, penetrante, parecía analizar nuestras reacciones.
-La ceremonia de asignación comenzará ahora. Cuando escuchen su nombre, acérquense al frente.
Un hombre alto y robusto, vestido con una túnica negra, se acercó al podio con una lista en la mano. Tenía el cabello castaño alborotado, con algunas canas, y una expresión seria, aunque menos intimidante que la de la señora Mornvale. Su voz resonó por todo el salón cuando empezó a leer los nombres.
-Molly Wynne.
Una chica se levantó con seguridad.
-Según tu examen, tu casa es... ¡The Hiddens!
La chica sonrió mientras varios estudiantes de esa casa la aplaudían con entusiasmo.
-Sía Leister.
Sía me miró con nerviosismo antes de levantarse.
-¡The Hiddens!
Sía sonrió emocionada y se dirigió hacia su mesa, donde la recibieron con aplausos.
-Summer Miller.
Rodé los ojos al escuchar su nombre. La observé caminar por el pasillo con esa confianza que siempre lograba captar la atención de todos los chicos. Ella siempre había sido el cisne, mientras yo era el patito feo.
-Perdona, mi apellido es Miller, no Millar -corrigió con tono altivo.
-Ah, disculpa -dijo el hombre antes de anunciar-. Tu casa es... ¡The Royals!
Lo sabía. Era obvio que pertenecería a esa casa. Con su enorme ego y necesidad de atención, encajaba perfectamente.
-Isabella Brown.
La chica simpática que había conocido antes caminó hacia el frente.
-Tu casa es... ¡The Wises!
Ella celebró con una sonrisa y se dirigió a su mesa.
-Kendall Blackwood.
Era una chica de cabello rizado y piel oscura.
-¡The Hiddens!
Celebró alegremente mientras se unía a su mesa.
Mi mente empezó a divagar mientras escuchaba los nombres de otros estudiantes y los aplausos de fondo. De repente, volví a la realidad al escuchar mi propio nombre.
-Ava Brewer.
Sentí que mi corazón latía con fuerza, pero intenté mantener la calma. Quería demostrarles a todos quién era Ava Brewer, alguien segura de sí misma. Caminé con decisión hacia el frente, deteniéndome junto al hombre.
-Tu casa es... ¡The Hiddens!
El comedor estalló en aplausos, sobre todo desde la mesa de mi casa. Mi corazón todavía latía rápido, pero esta vez, con algo más que nervios: era emoción.
💋💋💋
La comida paso rápidamente.
Me senté entre Sía y mi primo.
Pero había una cosa que me inquietaba, durante todo este tiempo Mattheo no me quitaba la mirada de encima.
— ¿Qué miras tanto?.— dije borde.
Mattheo arqueó una ceja, apoyando el codo en la mesa mientras una sonrisa burlona se dibujaba en su rostro.
— ¿Te molesta? — preguntó con un tono despreocupado.
Rodé los ojos, llevándome un trozo de pan a la boca.
— Solo me sorprende que no tengas nada mejor que hacer. — respondí.
Él soltó una leve risa y se encogió de hombros.
— Quizá me gusta lo que veo.
Casi me atraganto con el pan. Lo miré con incredulidad, pero él solo mantenía su expresión tranquila, como si no hubiera dicho nada fuera de lo normal.
— No me hagas vomitar. — espeté, cruzándome de brazos.
Mattheo rió, divertido.
— Entonces deja de preguntarme cosas, Avita.
Rodé los ojos e intente concentrarme en la comida.
💋💋💋
C
uando terminamos de comer los estudiantes más viejos nos guiaron hacia nuestra casa.
La residencia de los Hiddens era un lugar que desbordaba misterio en cada rincón. Al cruzar el umbral, el cambio de temperatura me golpeó de inmediato, una especie de frescura antinatural que parecía provenir de las sombras que se extendían por las paredes de piedra gris, como si estuvieran vivas.
El vestíbulo era grande, demasiado grande, con un techo alto que se perdía en la oscuridad, cubierto por una capa de telarañas finas que no se veían como suciedad, sino como adornos olvidados, dignos de un castillo antiguo. Las paredes, de un gris oscuro casi negro, estaban adornadas con cuadros de figuras borrosas, rostros que no podían definirse, como si el tiempo hubiera decidido difuminarlos. Las luces, apenas iluminando el camino, caían desde candelabros envejecidos de hierro, dando una luz tenue que parecía más un susurro que una fuente real de claridad. Había un par sofás uno enfrente del otro y en medio una pequeña mesa de madera oscura. Al fondo había grandes estanterias con libros.
El suelo estaba cubierto por una alfombra verde oscura, cuyos patrones parecían moverse lentamente si los mirabas durante demasiado tiempo. El aire tenía ese toque de humedad y madera vieja, como si el edificio hubiera estado allí por siglos, guardando sus historias y misterios, esperando ser descubierto, aunque nunca completamente.
Las habitaciones no tenían puertas, solo arcos de piedra, y cada una estaba separada por cortinas de terciopelo verde, que se deslizaban con un suave susurro al abrirlas. Eran compartidas, y en cada una de ellas habia dos camas cubiertas por un velo verde. Frente a ellas había dos escritorios. La mía se encontraba en el punto mas alto de la residencia en una torre. Habia grandes ventanales, que dejaban entrar una luz calida.
Al caminar por los pasillos, el eco de mis pazos resonaban.
Los Hiddens siempre parecían más sombríos, más distantes, como si vivieran bajo una constante niebla de secretos que solo ellos comprendían.
Cada rincón parecía estar diseñado para mantener una distancia, para recordar a todos que este lugar era suyo, que nadie ajeno podría entenderlo, por mucho que lo intentara. Y, de alguna manera, sentí que eso me atraía, que en medio de la oscuridad y el misterio, encontraría algo que me perteneciera. Algo que solo los Hiddens podían ofrecer. Pero también sabía que aquí, entre sus muros, no había espacio para debilidades. El aire era denso, pesado, como si la misma atmósfera te retara a adaptarte o desaparecer en las sombras.
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