II
Horas después, el tren frenó con un chirrido suave, y una sensación de nervios me recorrió mientras me levantaba. Todos empezaron a recoger sus cosas, mirando por las ventanas con curiosidad.
Cuando bajé, el aire fresco me golpeó de inmediato, con un toque suave que me hizo respirar hondo. El olor a tierra húmeda y hierba era algo que me recordaba a los dias de lluvia. Frente a nosotros, se alzaba una estructura enorme que dominaba todo lo que podía ver. Era un edificio imponente, con torres que se elevaban hacia el cielo y una fachada oscura que parecía esconder historias en sus muros.
El camino hasta la entrada principal estaba lleno de rosales en plena floración. Las flores, suaves y de colores brillantes, destacaban entre la austeridad de la escuela, como si estuvieran fuera de lugar. El contraste entre lo hermoso y lo sombrío era lo que hacía que este lugar fuera tan fascinante, pero a la vez inquietante. Había algo en el aire, algo que te hacía pensar que este no era un lugar común, que aquí había más que solo clases y libros.
—Wow —murmuré para mí misma, incapaz de apartar los ojos del edificio.
—Te lo dije, ¿verdad? —dijo Sía, que caminaba a mi lado, con una sonrisa enorme en su rostro mientras me veía reaccionar.
—Es más que impresionante... —respondí, todavía sin poder creer lo que veía.
La escuela tenía un aire solemne, algo que no podía ignorar. Era como si el tiempo se moviera más lento aquí, como si todo fuera más antiguo, más serio. Aunque el sol brillaba en el cielo, no podía dejar de sentirme pequeña, casi insignificante ante el tamaño de este lugar. Me hizo pensar en cómo sería vivir aquí.
Empezamos a caminar hacia el vestíbulo y cuando entramos me quede aun más alucinada. Las paredes de piedra, los techos altos, el mármol brillante del suelo…era impresionante.
Entonces, una señora entró en la sala. Aparentaba tener unos cincuenta y tantos años, con el cabello gris recogido en un moño y una presencia que demandaba respeto. Era muy alta, y sus ojos verdes brillaban con una intensidad que te mantenía alerta. Llevaba una túnica verde, y su semblante era serio.
Bienvenidos a Wynthermoor.—dijo, sin mostrar ninguna emoción en su rostro—. Soy Elisabeth Mornvale. Este es el primer año para muchos de ustedes, y esperamos que se sientan cómodos. A continuación, los estudiantes más veteranos se dirigirán al comedor, mientras que los nuevos pasarán a hacer un examen para determinar a qué casa pertenecen.
La señora Mornvale habló con un tono sofisticado y autoritario, como si todo estuviera bajo su control. Mientras los estudiantes más veteranos comenzaban a caminar ordenadamente, nosotros, los nuevos, seguimos a la Sra. Mornvale, mirando de un lado a otro, impresionados por la magnificencia del lugar.
Llegamos a una sala enorme que parecía un salón de clases, y nos sentamos en pupitres dispuestos en filas. Nos entregaron los exámenes con rapidez, y el ambiente se volvió tenso. Cada uno de nosotros miraba los papeles en blanco, preguntándose qué esperar de este examen. El silencio era palpable, mientras la figura de la Sra. Mornvale nos observaba desde el frente, esperando.
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