Capítulo 7: continuación cuatro.
—¡Ay, nenes, nenes! —se lamentó Pire—. No se distraigan que quiero saber qué pasó. Creo que ya sé por qué Flore está aquí.
—¿Por qué? —preguntamos Christian y yo al unísono.
—Primero toda la historia —manifestó la machi, sonriendo—. Luego, las aclaraciones.
Intrigada, seguí con el relato.
—No sé —dudó el anciano—. Dos niños solos...
—Yo ya soy grande y estoy cuidando a mi hermana —insistió Diego, estirándose lo más posible para aparentar que era mayor—. No se puede visitar Venezia y quedarse a medias.
—¡Porfa!—imploré, tirándole al guardián de las mangas—. ¡Déjenos verla por dentro! ¡Sólo un poquito!
—Va bene —dijo, rindiéndose; se encaminó hacia la entrada principal, con nosotros detrás, y la abrió—. Pasad. Pero yo me quedo aquí...
Al traspasar la puerta de acceso, sentimos que el frío se extendía por dentro de nosotros, como si una mano enfurecida nos estuviera estrujando el alma pero, ¿sabes?, no me arrepentía de haber entrado. Cualquier Infierno era el Paraíso si lo comparaba con lo que había pasado antes, en Brasil. Esa apariencia tan extraña del edificio, por fuera, también se reflejaba dentro. Y se debía a la mezcla de los estilos gótico y renacentista, con un toque de influencia bizantina, ya que Giovanni Dario, quien lo había mandado construir, había sido Secretario de Estado en Constantinopla.
—No había mucha decoración pero las arañas que colgaban del techo, en el primer piano nobile [*], daban la sensación de tener vida propia. Imaginad la humedad, allí dentro. Se olía, se tocaba y, además, te traspasaba. Me acerqué a las ventanas que daban hacia el Gran Canal. Desde esa perspectiva estaba en otra época. Lo de los trajes y máscaras sólo había sido un sucedáneo. Sentí que el portal de la casa era la entrada a otra dimensión. Creo que a Diego lo inundó la misma emoción, puesto que recorrimos la sala y el resto de las habitaciones en un silencio reverencial.
Debimos de haber estado alrededor de dos horas explorando, aunque a nosotros se nos hicieron cinco minutos. Y dejamos de curiosear porque escuchamos que el anciano nos llamaba, desde la entrada. Al acercarnos, vimos que no estaba solo.
—Tuvimos que interrumpir nuestra visita porque estaban los padres de Diego en el acceso.
—¡¿Qué haces aquí?! —gritó el padre, levantando el puño, enfurecido—. ¡¿No te dijimos mil veces que no puedes venir a Ca'Dario?!
—No sé si fue por el susto que me dieron o porque la intervención de la familia de Diego me devolvió a la realidad, pero me desmaterialicé, al instante, frente a ellos, y aparecí arriba de un árbol cerca de las vías del tren, aferrando con una mano mi máscara veneciana... Es la que siempre tuve colgada en la pared, detrás de la cama...Hace poco, cuando hicimos el viaje de graduación del bachillerato y fuimos, entre otros sitios, a Venezia, la guía nos contó, fascinada, la historia de Ca'Dario. Nos habló de su leyenda negra, de la maldición que perseguía a los propietarios por haberse construido sobre un cementerio de los Templarios. Nos relató cómo Marietta Dario, la hija de Giovanni, y su esposo Vicenzo Barbaro se arruinaron y acabaron suicidándose, igual que muchos otros miembros de la familia. Más tarde, en el siglo XVII, uno de los Barbaro fue asesinado sin que se supiera muy bien cómo. También nos habló de Arbit Abb Doll, un comerciante de diamantes y propietario de Ca'Dario: perdió su fortuna y se suicidó allí, en la mansión. En el siglo XIX el escritor inglés Random Brown se suicidó junto a su compañero. Según la guía turística era homosexual y la casa parece haberse ensañado con este colectivo. Porque el siguiente dueño, que también lo era, tuvo que huir, perseguido por ese motivo, y terminó muriendo al poco tiempo, en México. En los años setenta del siglo XX, Giordano delle Lanze, otro propietario, fue asesinado por su amante Raúl, que escapó a Londres después de cometer el crimen pero no se pudo escapar de la maldición, puesto que fue asesinado allí. Al parecer no soy la única morbosa, Christian, porque el historial de propietarios maldecidos por la casa sigue y sigue.
Me interrumpí y le lancé una mirada con doble intención. Él, por respuesta, me dio un pico en los labios.
—Porque el representante del grupo musical The Who la compró a principio de los años ochenta y enseguida recibió una llamada de su madre, reclamándolo con urgencia: no llegó a estrenar el palacio, falleció al caerse por las escaleras de la casa de ella, según algunos, o de un infarto, según otros. Fabrizio Ferrari compró la casa, se arruinó y murió en un accidente de coche. Su hermana Nicoletta, que también vivía allí, apareció muerta, desnuda, en un descampado. Un empresario, Raúl Gardini, otro propietario, en los años noventa se quitó la vida después de haber sido inculpado por corrupción, antes de que su empresa quebrara. La guía nos mostró una foto, incluso, de Gardini con el rey Juan Carlos de España, en Puerto Portals... El tenor Mario de Mónaco, en los años sesenta, se salvó porque, cuando iba a comprar la mansión, tuvo un accidente de tránsito. Mientras estuvo ingresado, varios meses, le hablaron acerca de la maldición de Ca'Dario y no la adquirió.
Me detuve. Miré a Christian y a Pire, con una sonrisa.
—Pero de todas las historias terroríficas acerca de la casa que la guía nos contó, mi favorita es otra. Yo prefiero la de la niña Florencia. No saben si es un espectro que atrae incautos hasta Ca'Dario o una pobre pequeña a la que Ca'Dario engulló dentro de sus entrañas de mármol. Muchos testigos la vieron desaparecer, frente a ellos. Esfumarse, de improviso. Y, lo más curioso, ¡sin que nadie hubiera denunciado la desaparición de una niña, por esas fechas! Por eso muchos creen que Florencia es un fantasma veneciano...
Ca'Dario y su leyenda son reales. ¿A quién le apetece ir de visita?
[*] Piso principal.
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