Cap: 53
Aparentar, eso es algo que la mayoría sabe hacer bien, sólo unos cuantos eran expertos en aquel arte, Romina era una de ese pequeño grupo, ella tenía el don de aparentar en frente de otros, la única persona que la conocía al cien por ciento era Casandra, y es que ella era su amiga desde que tenía memoria, y la única que la soportaba.
Su especialidad, mentir y fingir ser una chica tranquila y de sonrisas contagiosas, la verdadera Romina, totalmente lo contrario, siendo de las que dejan el bolso en el asiento del lado en el transporte público y que bota el vaso con jugo a propósito en los restaurantes para darle más trabajo los empleados, no le importaba el resto, ni siquiera las personas que la rodeaban, así también, si es sincera sabe que en cuanto se enteró que estaba embarazada supo que Maicol no era el padre, pero el problema era que no podía simplemente ir a decirle por lo que espero el momento indicado y después las cosas solo pasaron.
Él no se podía enterar de la verdad, porque si lo hacía fácilmente podría estar muerta en un par de segundos, ya que, estaba en medio de dos mafias.
La mafia del Jefe, que la rodeaba y conocía su rostro, y la mafia del padre de su hijo, que aunque estaba segura que no la conocía, sabía que en cuanto el rumor se esparciera, ya no estaría a salvo y nadie podría ayudarle, porque les había mentido a todos.
[. . .]
Otro que aparentaba era Luciano, él quería que el resto pensará que tenía todo bajo control, pero la verdad era que estaba al borde del colapso, y cada vez que creía pasar una etapa otra venía y lo dejaba contra la pared, lo mantenía nervioso, realmente intentaba actuar de la misma forma que antes, pero hace un mes cuando había hablado con Danilo se sintió conmocionado, recuerda que luego habló con Karen y las cosas no fueron mejor, cómo iban a ir mejor si con ella, cada que tenían oportunidad se peleaban, y ahora era lo mismo con Danilo, pero de una forma menos agresiva por lo menos, sin olvidar que cada vez que volvieron a juntarse ni siquiera lo podía mirar directamente a la cara. Era un cobarde.
Ya no sabía qué hacer y constantemente miraba el brazalete en su muñeca, se había vuelto un hábito, aquel que le había regalado Ramón, y con remordimiento volvía a pensar en cuando tuvo el maletín en sus manos y no pudo hacer nada.
Ese día, casi cuatro meses después, específicamente tres meses y tres semanas después, esperaba despertar y que todo acabase, o mejor aún, que nunca hubiese pasado y que todo fuese un sueño, una pesadilla.
Ahora estaba en la usual casa y miraba no tan aburrido el bullicio de Carlos y César, Luciano ya estaba acostumbrado a esas peleas, le recordaban a cuándo estaba Ramón y hacían exactamente lo mismo, era como si ellos hubieran tomado sus lugares, estaba pensando aquello cuando César golpeó a Carlos en venganza y sin poder evitarlo sonrió con diversión, y giró su cuerpo a la izquierda para ir al centro del patio y escapar de la próxima pelea, pero el rostro neutro de Danilo le devolvió la mirada allí, un tanto desorientado apretó los labios dejándolos en una fina línea, respiro unas cuantas veces y quiso probar su suerte, avanzó con lentitud los pocos pasos que los separaban con la intención de poder obtener un pequeño saludo o algo así.
El cielo era negro sin ninguna estrella, la Luna no brillaba como otras noches dándole una sensación de penumbra y soledad, pero él sabía que con sólo estar a un lado de su amigo la sensación se iría. Siempre era así.
—Hey... —No quería sonar desinteresado, pero estaba muy nervioso—. Danilo yo...
—Está bien, no digas nada. —Está vez lo miró un momento y él hizo lo que le dijo, quedando en un silencio reconfortante, no era incómodo y sabía que no tenía que decir nada porque Danilo le estaba dando un momento a su lado. Y se lo agradece.
Y es que Luciano no podía aparentar ni fingir cuando Danilo estaba presente, porque él sabía exactamente cuando lo estaba haciendo, lo conocía, pero lo que no sabía era que su amigo también aparentaba, pero estaba tan seguro de que no lo haría, que nunca se lo hubiese imaginado. Danilo no sería capaz, pensaba.
Y estaba tan equivocado.
[. . .]
Aquel cuarto mes no tuvo un avance como el que hubieran deseado, ya faltaba cada vez menos y ya se les estaban acabando las pistas, Ignacia y Dominic no tenían con qué seguir el caso, sin contar con lo que había dicho Sokolov, además les habían dado treinta días de vacaciones, y cuando volvieran el quinto mes se habría ido demasiado rápido para su gusto.
Y es que las cosas estuvieron mucho más calmadas de lo que ambas esperaban, todo porque la Elecma había mantenido un perfil extremadamente bajo después de lo de Martín y eso era preocupante, las otras dos mafias igual, y para variar, Ramón no daba indicios de siquiera estar vivo, lo cual hacia la carga aún más pesada.
Sus compañeros, ya se habían vuelto un poco más tolerantes y las ayudaron de verdad, cuando habían investigado los colegios lograron crear una especie de rutina y con eso les funcionaba, pero entre ellos había alguien que fingía todo el tiempo y ese era León.
A él lo habían llamado un día cualquiera a la oficina principal, a la oficina de Sokolov, ahí él no podía creer lo que le había dicho su jefe.
Todo porque primero se habían quedado en silencio mirándose, y después de unos minutos le había pedido disculpas. León estaba sorprendido y sus ojos detrás de sus gafas se abrieron más de lo normal con estupefacción, pero se obligó a mantener la compostura y preguntar el porqué.
—Tenías razón. —Eso lo dejó más confundido, y es que Sokolov apretaba los puños y su cabello canoso estaba despeinado, su apariencia no parecía la del gran jefe de brigada—. Tenías razón en todo.
Al no especificar de lo que hablaba, León seguía muy confundido y un tanto incómodo.
—¿Qué quiere decir? —Sabía que no era momento para ser duro o narcisista, con solo ver la apariencia de Sokolov sabía que el asunto era serio, pero cuando esas palabras salieron de su boca lo único que quería era ser un poco egoísta y gritarle en la cara que siempre tuvo razón.
—Ellas... Ignacia y Dominic... —A él le costaba pronunciar eso, pero tenía que hacerlo—. Si son mafiosas. Son espías.
Lo sabía, lo sabía, lo sabía.
Se repetían una y otra vez en su mente, él siempre supo que había algo en ellas que no le daba buena espina, y después de haberlas escuchado aquella vez ese presentimiento creció.
En ese momento supo que siempre tenía razón, no podía estar más eufórico, por fin recuperaría su lugar, ahora que su propio Jefe también lo sabía, ellas estaban hundidas.
Su primera reacción había sido quedar boquiabierto, después había reído como un loco, al final esa sonrisa no se iba, y su ego volvía a él aún más grande que antes.
—Investiga su comportamiento. —Pero eso sí lo había desconcertado.
—¿No deberíamos arrestarlas? —Su sonrisa se había esfumado y arreglo sus lentes con fastidio—. No me diga que todo esto es porque aún cree que ellas pueden cambiar. —Su actitud enojada había vuelto y estaba seguro que en cualquier momento iba a gritar, es que las cosas no podrían ser peor.
—Quiero saber un poco más de ellas antes de que todo pase. —Sokolov al decir eso se veía más seguro, y su postura antes hundida ahora estaba volviendo a ser la de antes—. Por el momento necesito más evidencia.
Claro que le pregunto como se había enterado, y su respuesta fueron las grabaciones del día en que habían capturado a un mafioso, no tuvo que darle tantas vueltas para saber que aquel hombre era alguno de sus compañeros, y que por eso les había sido tan difícil entender cómo había escapado, todo empezaba a tener sentido.
—Con el vídeo no me basta, tampoco la falsificación de sus registros. Necesito algo más. —Sus manos estaban entrelazadas, ahí León entendió lo que tenía que hacer—. Algo más. Cualquier cosa que las involucre.
—Está bien, pero debe prometer que cuando sea el momento seré yo quien lo haga. —Quería tener el placer de arrestarlas, y verlas pudrirse en la cárcel, y cuando Sokolov asintió creyó que si cerraba los ojos podría ver el momento de su victoria—. No se preocupe Jefe, yo me encargaré.
Sokolov no lo dijo en voz alta, pero él sabía que estaba arrepentido.
—No sobreactues, no dejes que tu comportamiento les diga algo, podrían sospechar.
León arregló sus gafas, aunque no lo necesitaba, y se levantó del asiento sin una palabra más.
—Y León. —Había llamado antes de que desapareciera por la puerta—. Ten cuidado.
Claro que lo tendría, y lo tuvo, después de eso él iba a su oficina una vez por semana para decirle sus pequeños e insignificantes avances y es que no sabía al principio que hacer para inculparlas, ellas no mostraban un indicio o dejaban caer su máscara, Ignacia y Dominic eran muy buenas actuando, pero él sabía que sólo tenía que mantener sus ojos abiertos y encontraría la verdad.
Y volvería a ser el mejor.
[. . .]
Cuando Ramón desapareció con el maletín, Vladimir, y sólo Vladimir era el encargado de ver si el maletín daba la alerta de seguridad, el cuarto mes se estaba a punto de cumplir y aun nada, lo que solo significaba que Ramón no lo estaba intentando lo suficiente, o el mecanismo estaba fallando, lo cual era imposible.
—No se ha activado.
Era lo que siempre le decía al Jefe, y esperaba cada día poder cambiar sus palabras, pero lamentablemente había sido así por largos meses.
Según lo que él le había dicho el maletín estaba equipado con alta seguridad y dado el caso de que se perdiera -lo que había pasado- si era forzado se encendería la ubicación, por ende atraparon al ladrón, en este caso traidor, y recuperar lo que les pertenecía sería cuestión de horas.
Pero como nada de eso pasó el Jefe decidió después de matar al último científico involucrado que debían pensar en un plan B, mientras tanto.
—Estuve investigando. —Fue lo que le dijo aquella noche sustituyendo a las otras palabras—. Y tengo a dos en la lista. —El despacho del Jefe con su escritorio de madera lisa, las paredes grises, la alacena en el rincón y el único cuadro colgado que no portaba ninguna fotografía se veía solitario—. Son con las características que usted me dio, sus registros muestran que podrían servir, graduados con excelentes notas, pero que no consiguieron un trabajo lo suficientemente bueno, además sin familiares cercanos. —Él estaba en frente vestido con una camisa blanca y unos pantalones lisos de azul marino, no solía escoger su ropa con diligencia, más bien al Jefe no le importaba si su ropa combinaba, en realidad era del tipo que agarraba lo primero que veía y lo vestía sin estar interesado—. Y coinciden ambos.
—Entonces hay que secuestrarlos. —Desde donde estaba Vladimir podía distinguir y ver que el primer cajón del escritorio, aquel a la derecha del Jefe, estaba abierto—. Pero no ahora, dejemos pasar un mes más y lo haremos.
—Está bien. —Estaba seguro que si el lugar estuviera un poco más iluminado podría perfectamente ver esa imagen.
—Pero está vez nadie debe enterarse.
—Sí, Jefe.
N/A
Gracias por leer, ¿les está gustando la historia? Porque a mi me encanta, es decir, como autora no tengo mucha voz para decir (o escribir) algo así, pero puedo gritarlo si es posible, y a los que leen esto.
Tienen mi gratitud, espero que lo disfruten tanto como yo.
Y la pregunta del capítulo. ¿Qué es lo que habla el Jefe con Vladimir?
¿Alguna respuesta? ¿Otra pregunta?
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