Capítulo 8 - El meollo.
—¿Qué hora es?
—Las 20:33, señorita— respondió diligentemente Elián.
—¿Mae ya se ha infiltrado?
—Al parecer, sí.
—No me vas a decir más aunque te lo pida, ¿no?
—Exactamente.
—Bueno, al menos eso no es un monosílabo. En fin. Repasemos una vez más: yo bajo leeeentamente por las escaleras, y tú estás detrás mía lo suficientemente lejos como para que la gente no piense nada, pero lo suficientemente cerca por si tropiezo y me sujetarías disimuladamente. ¿Cierto?
—Sí.
—¿Se me ve algo del vendaje?— Preguntó Owen sujetando su vestido por encima.
—No, pero no levante tanto el vestido, señorita.
—Está biennn...
—¿Está lista?
—Sí, por supuesto.
Abrieron la puerta que comunicaba con el salón principal. La primera vista de Owen fueron unas escaleras muy altas, y al final de ella unos simples centenares de personas. De hecho, no muy simples para él. No había visto tanta gente junta en su vida.
Pero Elián notó el leve nerviosismo, y le susurró "Irá bien". Le respondió con un "Lo sé".
Por parte de los invitados, la vista que ofrecía el principio de la escalera era sorprendente: la señorita Vivienne Drummond, la supuesta razón de esa fiesta, por fin llegaba (media hora tarde). Sin embargo, lo que más les sorprendía era la manera en la que llegaba. Los que conocían su característico estilo entraron en un estado de confusión y mudez, mientras que los demás solo observaron callados su belleza.
Como Edna había pensado anteriormente, parecía un hada del invierno, o un ángel de los cielos. Definitivamente, un "look" tan aparentemente sencillo no era lo que se esperaba de la hija del duque, que por cierto, aunque nunca se fijaba en su hija, también le impactó su rareza repentina. ¿Por qué llevaba un vestido sin adornos, solo de color blanco, y su pelo y cara sin apenas retocar? Era demasiado... natural. Eso era lo que a todos les impactaba.
Todo el mundo me está mirando, sin decir nada... ¿Es esto normal? Supongamos que sí. Soy "la razón de esta fiesta", ¿verdad? ¿es por eso, no?
Owen empezó a mover los pies con precisión. Los únicos zapatos que habían encontrado las criadas que se pudieran llevar con unas medias eran de un tacón escandaloso. Definitivamente, añadir un tobillo herido a unos tacones y no poder ver a causa del largo del vestido no era una maravillosa combinación. Pero ya no había manera de dar vuelta atrás.
Ese hombre... me está mirando muy fijamente. Tiene cara de enfadado. ¿Puede ser... el duque Drummond? Ah, no me mira a mí. Está mirando a... ¿Elián? ¿Y por qué esa cara de enfado? Parece como si se hubiera comido un limón muy ácido.
En la mente de Owen sonó una risa burlona, pero no era tiempo para eso. Estaba concentrado en no resbalar en ningún momento. Sentía la mirada atenta de Elián en sus pies.
¿Mmm? Alguien allí está rodeado y aislado de los demás. Tiene el pelo rojo, parece un tomate... ¿Será el príncipe? Pensé que no iba a venir. Bueno, no es lo más normal ir a la fiesta por la recuperación de tu acosadora, y menos cuando la has rechazado múltiples veces. Está claro que Vivienne no le caía bien. Es raro. ¿Estará ocultando algo? Ese hombre no me inspira confianza.
Sus ojos se encontraron en la distancia. Por supuesto, Owen no se dio cuenta de ello.
Ya estoy cerca... del final de la escalera. Tan solo unos escalones más y... podré volver a respirar. Aunque dudo que pueda por esta incómoda gargantilla.
De repente, uno de los pies de Vivienne calculó mal la distancia para el próximo escalón, y estuvo a punto de resbalar. Pero Elián fue más rápido, y sujetó por el codo a la señorita rápidamente.
Uff... Ha faltado poco. Y parece que no se han dado cuenta. Buen trabajo, Elián.
Por fin, los tacones repiquetearon en el suelo brillante del salón, y la tensión desapareció. Owen exhaló un suspiro de alivio. Pensó: "lo más difícil ya está hecho".
Las primeras en reaccionar fueron las amigas de Vivienne. Se acercaron a ella, y empezaron a hablar todas a la vez.
—¿Lady Vivienne? He escuchado que usted ya se ha recuperado por completo de su desmayo. Me alegro mucho.
—¡Su conjunto de hoy seguro que marcará tendencia! No se había visto nada igual. Usted es una prodigio de la moda.
—Sí, me gustaría que un conjunto parecido a ese me quedase tan bien como a usted.
—Concuerdo contigo, Amelie. Pero no hay nadie más con su cuerpo.
—Por cierto, Lady Vivienne. ¿Ha visto al príncipe? ¡Está aquí, en su fiesta!
—Sí, ya.—Respondió vagamente Owen. Le costaba mucho seguir el ritmo de la conversación, porque hablaban muy rápido y su vocabulario señorial le confundía. ¿Se suponía que tenía que hablar como ellas?
—Se le ve un poco fatigada, lady. ¿Le ha pasado algo?
—No, solo estoy teniendo un mal día.
—Oh, vaya... ¿Y si toma un poco de té con nosotras ahora? Seguro que eso le animará.
¿Cómo puedo decirles educadamente que se vayan a la mierda? Si me entretengo con ellas ahora estaré mucho tiempo más aquí, y no creo que pueda aguantar más de media hora con el tobillo en este estado. Yo lo siento mucho, pero ahora mismo no son mi prioridad.
—No puedo ahora, lo siento. Tengo una ligera diarre-... indigestión, sí, indigestión. En otra ocasión.—Owen se marchó rápido, por si una ola de odio o preguntas caía sobre él.
Cada vez que avanzaba un solo metro, alguien le paraba. Condes, mercaderes importantes, marquesas, negociadores. Eran demasiados, pero el problema no era ese.
¿Cómo debo presentarme a un noble?¿Y a una noble? Entre hombres se dan las manos, ¿no? Entonces, ¿Qué hacen las señoritas?
Sin encontrar la respuesta, siguió evadiendo a todos los que se encontrasen en su camino. De repente, un hombre de pelo castaño y ojos oscuros se paró delante suya. Era el hombre de la intensa mirada hacia Elián.
—Buenas noches— saludó cortésmente Owen.
—Buenas noches, hija. El príncipe heredero Leonardo ha venido para verte, y tú llegas tarde. Espero que no se repita.— El tono de su voz y su mirada severa infundían mucho temor.
—Sí, padre. (Aunque no puedo asegurar nada).
—Y no vuelvas a llevar ese extraño conjunto harapiento en una fiesta, y ni mucho menos traigas de nuevo a ese patán de mayordomo. Avergüenzas a la familia.
—Perdone, padre, pero no opino que mi conjunto sea harapiento, como usted dice, o que Elián sea "un patán". Me atrevería a decir que es mucho más diligente que usted... Y amable— respondió Owen. No podía soportar a ese tipo. ¿Qué necesidad tenía de insultar todo sin saber nada?
Solo es un estúpido soberbio que merece que le pongan en su lugar.
El duque se quedó paralizado. Su hija nunca había sido insolente, ni le había respondido algo grosero. Sin duda, esa actitud rebelde estaba completamente fuera de lugar.
—...Hablaremos después de la fiesta. Por ahora, cumple con el único deber que tienes: hacernos quedar bien ante el futuro rey. ¿O es que no puedes hacer eso siquiera?— una sonrisa burlona apareció por un instante, pero se esfumó en el aire.
¿Piensas que no puedo hacerlo porque me comportaría como una niñita torpe y enamorada? Ya veremos quién es la niñita aquí.
—Su alteza te espera ahí. No hagas el ridículo.— El duque desapareció entre la multitud, probablemente para hacer "amistad" con otros igual de hipócritas que él.
Owen caminó con determinación hacia donde le habían señalado. Estaba dispuesto a restregarle sus propias palabras en la boca al duque.
¿Quién se cree diciéndome que "no haga el ridículo"? El único que hace el ridículo aquí es él, con esa cara de haberse comido un limón podrido. Es de esos tipos que se podría decir que tienen un palo metido por el culo.
—¿Usted es la señorita Vivienne Drummond, verdad?— Preguntó un guardia en el que Owen no había reparado.
—Sí, la que ha llegado tarde.
—Tiene permiso para acercarse a su alteza, señorita Drummond—. Dejó de bloquearle el camino, y se desplegó ante ella un joven alto, vestido con un traje de bordados azules y plateados, que combinaban con sus ojos profundos ocultos tras un flequillo pelirrojo. Al igual que Elián, su cara no decía mucho sobre qué estaba pensando.
—Buenas noches, lady Drummond. He acudido para poder confirmar su buen estado de salud.
—Si es así, estoy bien. ¿Y usted?
—¿Yo? En buen estado de salud, como de costumbre. No me enfermo con facilidad...
—Pero no hace falta estar enfermo para no estar bien.
—T-tiene razón, lady Drummond—después de pronunciar esa frase, reinó un silencio incómodo.
La conversación no va a ningún lado. Si no tiene nada que decir, ¿para qué quería verme?
—Su alteza, ¿necesita algo más de mí?
—¿Eh? No... Bueno, quería decirle que usted está muy... diferente en esta gala.
—¿Diferente?
—Sí, lo decía como un halago. Está verdaderamente... diferente.
—Un vestido y un poco de perfume cambia a cualquiera, ¿verdad?— respondió con una sonrisa confiada.
—Sí...
—¿Quiere que hablemos del clima?— sugirió directamente Owen, intentando mantener la conversación a flote.
—¿Del clima, dice?
—Sí. Últimamente hace mucha calor, ¿verdad? Es verano, y aunque no estamos muy al sur, definitivamente no me gustaría estar afuera por la tarde, ni aunque hubiera sombra. Hoy, Olg-... Una de mis sirvientas me llevó a dar un paseo, pero el sol estaba en pleno apogeo, al mediodía. Así no se puede vivir...
—¿N-no se puede vivir?
—Ah, solo es una expresión. Es porque es complicado disfrutar de las horas de luz si cuando apenas te da el sol, te quemas.
—Su piel...
—Sí, es muy blanca, por eso no puedo. A veces pienso: "Joder, hasta a mí me gustaría echarme una siesta en el exterior de vez en cuando..."
—No me he enterado muy bien de lo último...
—Ah, he dicho: "Joder, hasta a mí me gustaría echarme una siesta al exterior de vez en cuando". ¿Algún problema?
—¿Q-qué? Ah, no, ninguno...
El príncipe ponía caras un poco raras.
¿Ha sido porque he dicho "joder"? Se me ha escapado, pero no creo que sea algo tan fuerte como para que los nobles adultos no lo puedan escuchar, ¿no?
Intercambiaron más temas durante un rato. Eran temas bastante triviales, pero tanto los guardias como el príncipe miraban con una mezcla de confusión y miedo a la anfitriona. Owen se preguntaba si había dicho algo fuera de lugar en cada ocasión, pero no encontraba nada. Solo lo dejó pasar.
Creo que estamos teniendo conversaciones demasiado formales... Si quiero mostrarle a ese capullo que puedo forzar lazos con éste, tendré que pasar a algo un poco más informal.
—Príncipe... Me preguntaba si podría tutearle.
—¿T-t-tutearme?
—Sí, si yo estuviera en su lugar me parecería tedioso todo el rato eso de "su alteza" o "príncipe"...De hecho, yo podría llamarle "Sir Leonardo", y usted a mí "Lady Vivienne". Bueno, qué más da, llámame Vivienne solo.
—Un momento, lady Drummond, creo que tengo que asimilarlo.
—...Es "Vivienne".
—Tengo que asimilarlo... —El príncipe parecía bastante perdido.
—No sé qué es lo que tienes que asimilar, pero de acuerdo. Me iré un momento. Hasta luego... Sir Leonardo.—
Owen se fue por donde había venido, esta vez aprovechando el "tiempo muerto" para encontrar a Mae, que estaba infiltrada.
Vaya con el príncipe heredero... Aunque no es tan mala persona como yo esperaba, sí que es bastante rarito. Pero, bueno, tampoco estoy en posición de decir eso. Yo, un campesino maldecido por accidente que ha terminado en el cuerpo de una obsesiva maltratadora y acosadora... Supongo que ese príncipe también tendrá sus razones de ser. De todas formas, creo que he cumplido mi objetivo de dejar una buena impresión. He mantenido la conversación con modales improvisados, e intentado dejar una sensación amigable. ¡Toma eso, padre de mierda! ¿Ahora quién es el que no sabe comportarse?
Navegando entre los invitados, divisó la mesa de aperitivos. Había muchas sirvientas y mayordomos vestidos elegantemente, sujetando bandejas con porciones mínimas de comida refinada. En la mesa también había bandejas con copas de champán y vino.
—¿Señorita Drummond? Si me disculpa, no hace falta que usted venga expresamente aquí a servirse. Yo mismo podría llevarle lo que desee— dijo un mayordomo que se encontraba cerca de la mesa. Apurado, agarró una copa de champán y se la ofreció a Owen en una bandeja vacía.
—No, no hace falta. He venido aquí para servirme a mí misma. No hace falta que otro lo haga—.
Otra vez sorteando obstáculos. A cada sitio que voy, hay alguien que me dice que hará las cosas por mí. Algunas veces no estaría mal, ya sabes, algunas cosas dan pereza y se agradece que los demás las hagan. Pero también me gustaría hacer algo yo solo de vez en cuando. ¿Es tanto pedir? En ocasiones como esta me entran ganas de gritar: "¡Joder, apártese! ¡Me estorba!", pero después recuerdo que interpreto el papel de una señorita, y me contengo.
—Pero, señorita, usted es la estrella de esta...—antes de que terminase, Owen le dirigió una mirada de enfado y agotamiento que paralizó al pobre mayordomo. Decían que nadie podía salir de rositas cuando la hija del duque te dirigía "ese tipo" de mirada, que te congela en el acto.
—E-está bien, señorita. Pero si necesita algo, no dude en pedírselo a un sirviente...—cedió, y se fue como un rayo a atender a otros invitados.
Owen observó detenidamente a todas las sirvientas de por ahí. No veía a ninguna parecida a Mae... Hasta que una chica que llevaba un gorro blanco que le cubría casi toda la cabeza se dio la vuelta. Era Mae. Mantuvo contacto visual durante apenas unos segundos, y se giró rápidamente. Owen no entendía el porqué de esto, y decidió acercarse y preguntar.
—...¿Mae?—aunque estaba detrás suya, seguía sin mirarle, como si no tuviera nada que ver. Después de insistir varias veces, terminó susurrando:
—¡Señorita! ¡No puede estar aquí! Los invitados le mirarán mal por relacionarse con los sirvientes. Además, si alguno de los mayordomos que hay por aquí se da cuenta de que yo no pertenezco a ellos, me meteré en problemas y me echarán.
—Tranquila, solo venía a ver si ya habías conseguido infiltrarte. Eso es todo.
—Pues entonces, si no tiene más que decirme, le aconsejo que se vaya. Esa sirvienta del moño me está mirando raro—.
Hizo caso a regañadientes, porque si volvía junto con los nobles, muy probablemente estaría obligado a charlar "animadamente" con el príncipe, o lo que era peor, a presentarse al resto de ricachones. No quería tener que compartir palabras falsas e ilustres con viejos babosos y pesados.
—Vaaale, me iré, pero no garantizo que no vuelva de nuevo aquí—.
Se zambulló de nuevo entre la multitud, igual de perdido. Por alguna razón, cuando todo parecía normal y corriente, sonó por toda la sala una campanita tintineante que llamó a todo el mundo la atención, e hizo que se callaran. La persona en cuestión carraspeó, y todos miraron hacia el centro de la sala. El duque, erguido tan recto como siempre, pronunció unas palabras catastróficas.
—Ahora, antes del banquete, mi hija Vivienne Altaira recibirá el honor de bailar un vals con el invitado más venerable de esta celebración: el príncipe heredero Leonardo Bythesea. Espero que deleite la atenta mirada de todos ustedes— sonrió cordialmente, y se apartó para dar lugar a la protagonista, Vivienne, que de alguna manera había sido empujada "inintencionalmente" por el público hasta ahí.
Allí, sola, resplandeciente por estar justo debajo del candelabro colgante principal de la estancia. En la distancia, entre el mar de personas, el príncipe también era empujado hacia el centro.
Una sola gota de sudor frío cayó por la frente de Owen.
Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. No me cansaré de pensarlo. Tan solo se puede describir esto con esa palabra.
¿¡Qué mierda puedo hacer ahora!?
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