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Capítulo 6 - Preparación.


¡Tengo mucha hambre! Me han traído a un comedor (que más parece una sala de reuniones para reyes), y me han sentado en esta mesa tan gigantesca. ¿Por qué hay una mesa tan grande cuando voy a comer yo solo? Estos nobles no tienen ni pies ni cabeza.

En fin, espero que por lo que están tardando tanto sea por la preparación de al menos tres platos de buen puchero.

Después de quince minutos y diecisiete rugidos de tripas, unas criadas con delantal entraron en fila india al comedor desde la cocina, lideradas por Olga, la jefa de las criadas.

Cada una de ellas llevaba un enorme plato de distintos manjares, que Owen no podía reconocer.

Había un pollo asado entero, dos o tres cuencos de frutas muy frescas, un bol lleno de salsas especiadas, todo tipo de tés, una variedad de café, un plato entero de tostadas doradas...

La tripa de Owen no pudo evitar rugir de placer. Era como una especie de orgasmo visual.

Todo tipo de aromas que se mezclaban en el aire seco del comedor...

Las criadas empezaron a disponer todo ordenadamente sobre la mesa. Olga observaba con aprobación, y le decía orgullosa a su señorita:

—Sabemos que usted no suele comer mucho, pero hemos preparado esto para que pueda recobrar fuerzas después de su letargo. Y ahora, si quiere, el chef pasará a definir todos los ingredientes y elaboración de cada plat-...

Olga no pudo terminar la frase, porque calló al ver a Vivienne comer tan desesperadamente. Apenas utilizaba los cubiertos, tragaba todo utilizando sus manos. Empezó por el plato de tostadas, que devoró en segundos. Después, intentó beber un poco de café sin saber lo que era, pero se quemó y le pareció muy amargo. Lo ignoró, y se lanzó a toda velocidad a comer todos los cuencos de frutas...

Todos en la sala miraban atónitos el espectáculo, sin mover ni un músculo. Todos con la boca abierta. Una de las criadas reaccionó a tiempo...

—¡Espere, señorita! ¡Debemos pelarle la fruta antes de probarla! ¡No se las coma con piel...

¿¡Ya se las ha comido todas?! ¡Ah, pare un momento! ¡¡No beba tan rápido el té, podría quemarse!!

Obviamente, fue completamente ignorada. Owen seguía comiendo sin parar, a la velocidad de la luz, tragando todo lo que le permitiese su garganta a la vez.

El chef, un hombre anciano de cejas pobladas y pelo blanco, se echó a reír a carcajadas. Las criadas no podían resistir mentalmente más sorpresas.

—¡Jajajaja! ¡Es realmente... sorprendente! ¡Jajaja! ¡Es la mejor sorpresa de mi vida, nunca habría esperado esto! La señorita comiéndose todo el menú... ¡es absurdo, excepcional! ¡parece una broma!

—¡Oye! ¡No puedes decir algo tan grosero!

—Vamos, Olga, relájate. ¿No crees que es algo para celebrar? ¡Nunca se había comido todo lo que yo preparaba! Y además ella no puede oírnos, está demasiado concentrada comiendo. ¿Verdad que sí, señorita? ¡Jaja!

—(...)

—¿Ves, Olga? ¡No nos escucha! ¡Es la monda! Aunque me hace muy feliz que disfrute comiendo así... ¡tanto que se ha olvidado de utilizar los cubiertos!

—Señorita, por favor, utilice los cubiertos al menos para partir el pollo...

Owen, apenas hubo arrasado con todo sobre la mesa, se recostó en su silla con una cara de satisfacción, pero parecía que iba a vomitar en cualquier momento.

—¿Tú eres el chef, verdad?

—Sí, señorita. Mi nombre es Pol, a su servicio.

— Tan solo quería decirte que has cumplido muy bien con tu trabajo. La comida estaba muy rica, gracias.

—No se merecen los agradecimientos. Con saber que alguien ha disfrutado su comida, es suficiente para cualquier cocinero.

—¿Podría hacerte una sugerencia para la próxima?

—¿Eh? Por supuesto, me aseguraré de cumplirla.

—Estaría bien que sirviera bebidas frías en vez de calientes. Me he quemado varias veces...

—¡Ja,ja! Eso está hecho.

Pol, hasta ese momento, nunca se había sentido feliz de trabajar para la familia Drummond. Ni el padre ni la madre tenían un gran apetito, y nunca se comían el menú entero. Se sentía inútil por preparar tanta comida y después tener que tirarla. Sin embargo, la que le fastidiaba más era la hija de la familia, la insolente Vivienne, que probaba un bocado y dejaba el resto sin ni siquiera mirarlo. Además, criticaba la composición y los ingredientes, diciendo que eso no era una comida sana y que era perjudicial para su cuerpo.

Cuando las criadas le dijeron que ella había despertado, le encargaron una gran comilona. Él pensó: "Otra vez voy a tener que aguantar las críticas sin sentido y tirar prácticamente todo. No tiene sentido que hagamos un festín para una persona que ni lo merece ni lo disfruta".

Cuánta fue su sorpresa al observar con sus propios ojos a alguien tan desesperado por comer, que con cada bocado deseaba diez más. Y aunque comía con las manos, no era irrespetuosa con los alimentos: los miraba con unos ojos llenos de brillo, y en su cara había una expresión de regocijo en cada sabor que cataba, sin parar. No detuvo su ritmo frenético hasta el final, cuando no quedaba ni una sola gota o migaja restante. Y le miró, y expresó con pocas palabras su satisfacción. Eso le hizo recordar el por qué de ser un cocinero. Esa mirada en los ojos negros de la niña que creía que era una insolente contenía una gratitud cálida, la de un niño pequeño que come su plato favorito.

—Estoy llena... Me gustaría echarme una siesta.

—¿No cree que sería mejor un paseo? Todavía no ha recobrado la fuerza de sus piernas...

—Hace mucho calor.

—No se preocupe por eso, afuera, en el jardín, le hemos preparado una zona fresca y con sombra para que la luz del sol no le queme la piel.

—Ese no es el problema...

—Le llevaré, señorita.—

Owen se rindió ante la mirada intensa de Olga. No parecía ser una persona muy irascible o impaciente, pero le gusta que le hagan caso a la primera. Si lo tuviera permitido, hubiera arrastrado a la señorita Vivienne por la oreja.

La mayoría de mujeres últimamente son así. La época ha cambiado, ahora ya hay mujeres seguras de sí mismas. Me alegro, porque las personas que dudan mucho o que son demasiado tímidas me ponen muy nervioso.

***

—Vamos, señorita, no sea así. Tiene que caminar, para eso ha venido.

Olga presionaba a su señorita para que se levantase del suelo. Al llegar a la zona designada del jardín, Owen se tiró al suelo y se quedó tumbado en el césped. El propósito del paseo era, bueno, pasear, no quedarse descansando nada más llegar. La jefa de las criadas es una persona paciente, sí, pero también tiene sus límites.

—Señorita, levántese por favor. Al menos, siéntese derecha.

—No, estar tumbada es más cómodo. Es lo mejor tumbarse en la sombra en un día de verano.

—Podrá hacerlo después de estirar un poco los músculos paseando.

—Pruébalo tú también, acuéstate aquí.

Owen dio unas palmaditas a su lado, y cerró los ojos junto con un bostezo somnoliento.

—No, no creo...

Esta gente es tan estirada... ¿Qué tiene de malo dejar las tareas a un lado durante un rato?

—Es una orden, Olga.

—Como desee, señorita.

Cumplió parcialmente, porque solo se sentó con los brazos rodeando sus piernas flexionadas. Parecía sentir una mezcla de incomodidad y preocupación.

—Señorita, su vestido se manchará con la hierba. ¿Quiere que pida una manta para que se tumbe en ella?

—No hace falta. Ahora el vestido no es importante. Y, si es con una manta, pierde toda la gracia. ¡La hierba es lo que hace especial tumbarse aquí!

—Ah, de acuerdo...

Olga no podía entender muy bien a qué se refería, pero lo mejor era hacerle caso y ya está.

—¿A qué hora es la fiesta?

—A las 21:00, señorita. Sin embargo, usted debe de empezar a prepararse a las 18:00, y en cuanto termine hará su entrada a la fiesta. Es en su propia casa, en el piso inferior, por lo que no tiene que preocuparse por llegar tarde.

—(Eso ya lo veremos...)

—Por cierto, señorita, me han comentado su elección de vestuario. Me parece una gran idea. El blanco es un color lleno de vitalidad y armonía, pero también de paz. Es perfecto para lucirlo en una gala por su recuperación después de tiempos tan difíciles. Además, será perfecto para deslumbrar a los invitados, incluidos a los varones... y el príncipe...

—Olga.

—Dígame, señorita.

—¿No ha hablado Mae todavía con vosotras?

—No, pensamos que estaba recibiendo su castigo.

—No la he castigado al final. Le di un mensaje para todas vosotras: he cambiado, ya no soy una niña malcriada. No quiero lujos, ni tampoco centrarme en intereses románticos, y menos en el príncipe. Y no me interesa ni mucho menos lo que los aristócratas opinen de mí.

—¿En serio? ¿Usted ya no está interesada en el príncipe?

—(¿Eso es lo único de lo que te has enterado?) Sí, exactamente. Ni en él, ni en nadie. Y no voy a repetirlo más.

—Oh, vaya... Aún así, me alegro de que usted esté madurando. Y, a finales de este año usted ya será una señora. Espero que siga creciendo más y más hasta entonces.

—¿Soy bajita?

—...No me refería a eso.

Una sonrisa de orgullo apareció en su cara. Era como si Vivienne fuese su hermana pequeña, a la que ve crecer poco a poco.

—...¿Cuántos años tienes, Olga?

—He cumplido 23 este año.

—¡Vaya, eres más joven de lo que pensaba! Sin ofender, claro.

—Se aprecian sus intenciones, señorita... (Aunque no las ponga en práctica).

—Mmm-hmm.

Owen cerró sus ojos tranquilo, y acomodó sus manos sobre el vientre. Hacía calor, pero eso le recordaba a esas tardes de verano de su infancia cuando "jugaba" con sus amigos.

...Sí, en aquellos tiempos... Cuando mis amigos del pueblo me obligaban a jugar con ellos al escondite, y yo me recostaba en algún árbol que diera sombra y me dormía ahí mismo... Esos cabroncetes me buscaban durante horas...

Sin darse cuenta, una leve risa salió de su boca. Recordando los viejos tiempos donde todo era fácil, se durmió.

Olga, al ver un sueño tan placentero, sintió pena de despertarla y observó al cielo azul intenso durante un buen rato.

***

—Despierte, ya son cerca de las 18:00. Tiene que prepararse.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad. No le mentiría.

—...Ayúdame.

—¿A qué señorita?

—A levantarme.

Le extendió su delgada mano, y Olga no sabía exactamente que tenía que hacer. La señorita había prohibido el contacto físico, pero le pedía que tocase su mano. ¿Qué debería de cumplir? ¿La orden de la señorita del pasado, o la del presente?

—Vamos.

Se decidió por cumplir las dos. Cubrió su mano con la manga del uniforme, y agarró con fuerza la mano sin hacer contacto directo.

—¿Qué haces?

—Es por... la prohibición de contacto físico.

—Ah, sí. Olvídate de esa tontería. Abolid esa ley. (Aún así, eso no quiere decir que no tengáis que respetar mi espacio personal...)

—¿Abolir? ¿Cómo?

—Pues escríbelo en un documento a mi nombre y enséñaselo a todo el mundo. ¿Fácil, no?

—Lo tendría que firmar usted.

—Ningún problema. ¿Hay más leyes que tengo que abolir?

—Bueno... Creo que hay un listado, donde se les ordena y califica en función de gravedad. Solemos dárselo a las nuevas criadas como material de estudio. Intentaré conseguirlo para usted lo antes posible.

¿Qué mierda? ¿Hay tantas prohibiciones que tienen un listado para ellas? ¿Y las nuevas tienen que leerlo? No quiero imaginar cómo serán para que sea necesario calificarlas según su gravedad.

La charla "animada" les había conducido hasta la habitación sin que se diera cuenta. Allí, una multitud de sirvientas esperaba. Algunas caras eran conocidas: Mae, la asistenta Edna, otras que estuvieron presentes en la elección del vestido, etc. También, entre todas las mujeres, una figura alta con un traje negro destacaba. Era un hombre de mediana edad, no demasiado viejo, con bigote y peinado impecable. La rectitud de su espalda era admirable.

Olga me explicó el orden de preparación:

—Señorita, lo primero será un baño con agua caliente, para dejar muy limpia su piel. Lo repetiremos dos o tres veces. Después, le aplicarán hidratantes en su cuerpo, y un masaje para relajar los músculos. También le vestiríamos, peinaríamos y maquillaríamos, en ese orden. ¿Está de acuerdo, o quiere cambiar algo?

—Bueno, la verdad es que hay alg...

—Perfecto, procederemos como lo planeado.

¿Me ha interrumpido queriendo, verdad? ¿Verdad?

—Buenas tardes, señorita Vivienne. Soy nueva, mi nombre es Hye. Mis subordinadas y yo nos haremos cargo de su higiene e hidratación corporal.—

Hye era una chica de baja estatura y ojos almendrados. Parecía introvertida, y se sonrojaba al hablar directamente con su ama. Aparentaba ser menor que Vivienne.

—¿Podría acompañarnos al aseo, por favor?—

¿No son demasiadas para entrar a lavarme? Aparte de ella, hay ocho más. No es que tenga una fobia social ni nada, pero si voy a bañarme y a estar desnudo, me produce cierta incomodidad que me esté observando tanta gente... Aunque ni siquiera sea mi cuerpo.

—Hye... ¿podrían entrar menos personas? Solo las necesarias para cumplir con la labor.

—C-claro, lo que usted desee, señorita. Entonces... ¿está bien que entremos cinco?

—Sí.

Ella hizo un gesto con la mano a las demás, y le pidió a Vivienne que les acompañase al baño.

Para Owen, las habitaciones espaciosas ya no le sorprendían, pero la bañera era otro asunto: no se puede ignorar a una bañera que tiene el tamaño de una piscina.

Todo estaba lleno de vapor, y en las paredes habían múltiples espejos empañados.

—Cuidado señorita, el suelo puede resbalar.

Las sirvientas se acercaron a un mueble oculto entre el vapor, que contenía todo tipo de geles y jabones, además de utensilios como esponjas y cepillos. Todas se pusieron un par de guantes, y una se acercó a Owen:

—¿Quiere que le ayude a desvestirse, señorita?

—No, no hace falta, puedo yo sola.

—Ah, está bien.

Empezó a quitarse la ropa con dificultad, pero como Owen nunca se había desabrochado un vestido, era como un rompecabezas para él. La sirvienta le ayudó a librarse del vestido cuando se quedó atascado en su cabeza. Cuando ya estaba en ropa interior, él se la quitó lo más rápido que pudo y entró en el agua de una vez.

Prefiero ver lo menos posible de este cuerpo. Sería bastante incómodo mirar partes íntimas cuando no son mías... Probablemente sea una sensación extraña.

—¡Ah! ¡El agua está muy caliente! ¡Me quemo!

—No se preocupe, señorita. La temperatura es la ideal para que su piel sea suave y tersa.

—¡Pero me estoy quemando!

—En un rato se acostumbrará, ruego que tenga paciencia.

¡Estas hijas de puta! ¡Me ponen en un caldero de agua hirviendo y me piden que tenga paciencia! ¿Por qué me toca a mí soportar estas mierdas?

—Ahora voy a asearle, señorita, espere un momento.

Por su espalda se surgió del vapor Hye, acompañada con los guantes, una esponja y una bandeja con botes de cristal coloridos llenos de sustancias.

—¿Puede reposar su espalda hacia este lado, p-por favor?

Aunque Owen no le vio la cara, parecía estar avergonzada. Quizás era por el cuerpo blanco y desnudo que ahora frotaba muy suavemente en la espalda.

Ahora que lo pienso... La mayoría de las criadas son mayores, pero esta chica es muy joven, es apenas una niña. ¿Por qué está trabajando en una casa noble si es tan pequeña? No sé mucho de leyes...¿Pero esto es legal? ¿Me he convertido (inintencionalmente) en un explotador de menores?

—Oye Hye... ¿Cuántos años tienes?

—Cumpliré quince dentro de cuatro meses, señorita.

—¡¿Tienes catorce años?!

—S-Siento si eso le ofende, mi señorita, pero si lo que le preocupa es que pueda ser inexperta... No tiene que preocuparse por ello. Fui recomendada a su cuidado durante su sueño para lavarle porque llevo sirviendo en labores similares desde que tenía ocho años. Le aseguro que mis manos no le entorpecerán.

¿Ocho años? ¿No es eso explotación infantil? ¿Qué persona podría poner a cargo a una niña de ocho años encargada de limpieza o similares? Yo, con catorce años, ni siquiera había ido todavía a la guerra... De hecho, no había ido a algún sitio más lejano que el pueblo...

—Pero, catorce años... Eres demasiado joven...

—¡Le prometo que ejerceré un buen trabajo, señorita!

—No, no me refería a eso... Ya sabes, me refería a que...

—¿Mmm?

— Pues que... ¿no crees que a tu edad no deberías estar haciendo estas cosas? No es que piense que no puedes hacer tu trabajo, es solo que creo que deberías de estar divirtiéndote o charlando con amigas antes de estar trabajando para mí. Cosas que harían las chicas de tu edad, supongo.

—Usted es muy amable, señorita, le agradezco mucho que se preocupe por mí. No merezco esa compasión. Pero, aunque quisiera hacer otras cosas, no hay lugar para mí ahí. No tengo parientes, ni conocidos cercanos. Desde que mis primeros amos me contrataron en su mansión, no he hecho otra cosa más que lavar la ropa, asistir en los baños y recomendar perfumes a las señoras. Sin embargo, no estoy descontenta con ello; mi trabajo me hace feliz, me conformo con eso. Me aferro a lo único que conozco, pero está bien, porque he conocido a mucha gente amable gracias a mi servidumbre, como usted.

—Comprendo, pero ¿no te gustaría probar, al menos una vez, la vida normal de una adolescente? Estaría bien que no te aferrases solo a lo que conoces.

—No aspiro a una vida normal, porque para mí ésta ya lo es. Vivo con la satisfacción de ser útil a través de mis servicios.

—Eso está bien, sí, pero en mi opinión descansar de vez en cuando no es malo.

—Si usted lo dice, debe de ser verdad...

—¡Por supuesto! ¡Es una verdad absoluta! Dime ¿tienes alguna amiga sirvienta o algo así?

—Mmm, no del todo... No es que piense mal de mis compañeras, pero la mayoría no tiene tiempo para hablar conmigo, o, como escuché de ellas el otro día, no hablan con "una niña que ha conseguido un puesto muy bueno de trabajo sin hacer nada". En cierto modo, las comprendo...

—No, no las comprendes. Verás, no te lo tomes a mal, pero tu actitud me pone un poco molesta. No seas tan modesta y humilde, como "yo no merezco estas cosas", o "mi trabajo me hace feliz", "me conformo con eso"... ¿No crees que actuando así eres un poco... tonta? Si piensas que no vales nada, los demás también empezaran a pensar así.

—Lo siento,pero, es la verdad...

—¡Y una mierda! No soy buena con los halagos, pero el simple hecho de nacer en este mundo te hace igual de válida que los demás. Sé que es difícil, lo sé, pero considérate más a ti misma y te harás un favor.

—Lo siento...

—¿No te enteras de lo que digo, doble tonta? ¡No te disculpes! ¡No lo hagas!

—Lo sien... N-no lo haré.

—Perfecto, has pillado esto.

—Gracias por sus consejos, señorita Vivienne. Todas las criadas decían que usted era muy desagradable y egoísta; están completamente equivocadas.

Esta niña... Yo no soy de ayudar a los demás o dar consejos morales, soy de mirar más por mí mismo. Sin embargo, creo que estoy cambiando poco a poco... Completamente en contra de mi voluntad.

—Y de lo que estábamos hablando: ¿de verdad no hay ni una sola sirvienta que puedas considerar tu amiga?

—¿Cómo se considera a alguien tu amigo?

—Pues...

¿Cómo explico esto? ¡Tampoco he tenido muchos amigos en mi vida! Alguien... ¡Ah, sí! ¡Esa chica! creo que se llamaba... ¿Lia? Sí, era eso. Cuando éramos pequeños, según ella, éramos "amigos de la infancia", o algo parecido. Aunque, probablemente, yo no la hubiera considerado mi amiga. Para mi yo del pasado hubiera sido más como "alguien molesto que no me deja descansar". Al fin y al cabo, así es la personalidad de Lia: demasiado enérgica y testaruda (y más para mí).

Pero... yo no la consideraba mi amiga, pero ella a mí sí. ¿Qué le hacía pensar a ella que yo era su amigo? Esa es la verdadera cuestión.

¿Tener conversaciones entretenidas con esa persona te hace su amigo? No creo, yo prácticamente no le hablaba, era solo ella.

¿Haber vivido algo divertido o impresionante juntos? Diría yo que no.

¿Tener aficiones parecidas? Nuestra única afición en común es respirar, pero supongo que puede ser un factor de "nuestra amistad".

—Sabes que alguien es amigo tuyo cuando esa persona comparte intereses contigo, como alguna afición o gusto... O también cuando esa persona te escucha atentamente cuando hablas, o cuando sientes que puedes confiar en ella si tuvieses alguna dificultad...

—Guau. ¿Es necesario cumplir todas esas pautas para poder tener un amigo? Parece realmente complicado.

—(Sí, estoy de acuerdo) ¿No se te ocurre a alguien que cumpla al menos una?

—¡Sí! Creo que conozco a alguien.

—¿Quién?

—¡El señor Elián!

—¿Eh? ¿Quién?

—Ya sabe, el señor Elián, el mayordomo. Aquel que ha visto afuera, ese hombre que siempre viste traje negro y pelo brillante.

—A-ah, sí, ese Elián... ¿y por qué lo consideras tu amigo?

—Bueno, es alguien en quien puedo confiar, porque es mi jefe. Además, trabajamos en la misma mansión, por lo que compartimos un interés, ¿no?

—No estoy segura de que compartir trabajo cuente... Y además, no es ese tipo de confianza. Tú te refieres al respeto porque es tu superior.

—Ah... Y la última pauta, bueno, no sé si la cumple o no... No sé si me escucha cuando le hablo, pero al menos no se va hasta que he terminado. Aunque él casi nunca habla, apenas he escuchado dos palabras de él desde que estoy aquí.

—¿En serio? ¿Es así con todo el mundo?

—Creo que sí... Entonces, ¿lo puedo considerar mi amigo, o no?

Realmente esperaba que tuviera alguna amiga sirvienta joven que pudiera hacerle compañía, como una amiga adolescente normal. (La verdad es que no sé sobre los temas de las amistades de chicas adolescentes).

Pero, aunque no sea del todo común, no creo que una amistad con un mayordomo cuarentón mudo vaya a ser perjudicial.

—Pregúntale a él. Si te ve como una amiga, perfecto. Y si no, intenta con otra persona.

—Pero no conozco a nadie más así...

Bueno, que coincidan con el perfil, solo conozco a Olga y a Mae...

Mae no es una buena idea, porque a veces se le va la olla y tiene ideas un tanto radicales (como asesinarme). Y Olga está demasiado comprometida con su trabajo, a demás de que es la jefa de las criadas y no tendría tiempo.

—Bueno, pues inténtalo y ya después pensarás en otra opción si fallas.

—Lo haré. ¡Gracias por todo, señorita! No había hablado tanto con nadie desde hace mucho tiempo... Usted realmente merece toda la admiración que el país tiene por su belleza, pero debería de tener incluso más por su bondad.

—Eres una aduladora muy hábil, Hye, pero ahora mismo no me convences. Por cierto, ¿ya has terminado de echarme geles y eso?

—No, señorita. Todavía tengo que enjuagarle la cabeza, la tiene llena de espuma. Ahí voy.

—¿Qué...

Hye volcó un balde de agua sobre su cabeza.

—¡Aah! ¡Está congelada!

—Lo siento mucho, se me ha olvidado calentarla. ¿Se encuentra bien?

—Nada de disculpas, ¿verdad?

—Ah, sí. ¡Jaja!

Owen sintió que, en las pocas horas que habían transcurrido desde que abrió los ojos en un cuerpo ajeno, había escuchado y visto más risas y sonrisas que habitualmente. Parecía que en esa casa había gente que tenía ganas de reír desde hacía mucho tiempo.

***

—¡Ah! ¡No tan fuerte, Hye!

Desde que salió de la bañera, había estado recibiendo un masaje bastante intenso en los músculos de sus piernas y espalda. Hye también se encargaba de que las articulaciones de la señorita volvieran a ser más fuertes, como antes del coma.

—¿No crees que ya es suficiente?

—Siento contradecirle, pero todavía queda más por hacer. Si lo que no quiere es perder tiempo, puedo llamar a alguna de las sirvientas a mi cargo y que ella le aplique el aceite para rejuvenecer la piel mientras tanto...

—No es necesari...

—Nina, ¿puedes venir un momento? Asegúrate de traer la botella y una toalla.

—Sí, superior. Ya las llevo.

—Mientras que yo estoy masajeando esta zona, tú aplica el aceite por aquí. Así podremos ir más rápido y ser más eficientes.

—Recibido.

—Esperad, no necesito eso...

—Vamos Nina, empieza ya, no te quedes quieta.

—Lo siento.

¿¡Por qué todo el mundo me ignora sólo cuando les es conveniente!? ¡Eso me cabrea!

La sustancia resbalosa se extendía por su cuerpo, combinada con la fuerza que empleaba Hye con sus manos en la zona de los omóplatos.

En cierto modo, era relajante para Owen, pero también resultaba un poco doloroso y agresivo para

un cuerpo débil y poco entrenado.

Era tan relajante, que era prácticamente imposible no cerrar los ojos en el intento de una cálida siesta.

—Se le ve muy a gusto, señorita, pero ya hemos terminado. ¿Puede levantarse? Llamaremos a sus asistentas para vestirla.

—Está bien.

Hye y su acompañante salieron ordenadamente por la puerta, y Owen aprovechó para incorporarse poco a poco. La puerta se abrió de nuevo, y esta vez entraron Edna y algunas más.

—Vaya, nos volvemos a ver.

—Por supuesto, señorita. Yo le visto todos los días.

—¿Todos?

—Sí, ya debería de saberlo. Bueno, mire lo que traemos. No le decepcionará.

Extendió el vestido blanco delante de Owen, y otras se acercaron con zapatos de talón bajo que parecían unas sandalias muy elegantes, una gargantilla con una piedra preciosa en el centro y un tocado de plumas de cisne.

—Hemos buscado estos complementos a juego con el vestido que usted eligió. Consultamos a la sastra para que eligiese adecuadamente. ¿Le gusta, señorita?

No está mal. Por lo menos los zapatos no son tacones muy altos, eso habría sido imposible de superar para mí. Estas sandalias parecen cómodas... Sin embargo, el collar podría ser agobiante, y el sombrerito ese tiene que pesar lo suyo.

—Los zapatos están bien, pero ¿podéis omitir el resto? El tocado no me convence, y ese collar tampoco.

—Está bien... ¿Pero seguro que no quiere llevar la gargantilla? Es de una colección privada, y la sastra pensó que agudizaba el conjunto...

—Parece incómodo, además de que no lo necesito.

—Oh, no es incómodo. No ejerce presión ninguna en la piel, es como si no llevara nada.

—No creo...

—¿Quiere probárselo, señorita? Así podrá salir de dudas.

Agh, me molestan las conversaciones que no van a ningún lado.

—No hace falta, he cambiado de opinión. Me lo pondré. Sin embargo, no pienso ceder ante el tocado.

—Está bien, señorita. No le hace falta un tocado para ser bella.

—Sí, sí. ¿Eso quiere decir que solo llevaré el vestido, los zapatos, y la gargantilla, no?

—Exactamente (aunque muy en contra de mi opinión).

—Pues perfecto. Todo listo.

Mientras menos complementos y capas tenga que llevar, mejor.

Durante el proceso, las asistentas se fijaron en que el vestido realzaba las proporciones de la señorita, y también le daba un toque de sencillez deslumbrante. A Edna le sorprendió que un vestido tan sobrio combinase tan bien. Con la ropa y zapatos puestos, la señorita parecía un hada sacada directamente de un cuento. Un hada de invierno, tan blanca como la nieve y ojos oscuros como el cielo nocturno de diciembre. Las líneas curvas de su cuerpo y sus movimientos lentos y tranquilos te atraían a observarla, como si estuvieras admirando una figura de un cuadro sempiterno.

—¡Le queda maravilloso, señorita!— exclamó una asistenta emocionada.

—C-claro, ese era el objetivo (pero también cumple el objetivo verdadero, el de ser cómodo. Aunque no me es familiar todavía la sensación de que corra tanto aire por ahí abajo...)

—Señorita, no le hemos puesto la gargantilla todavía porque le tienen que peinar. Le esperan en el tocador.

—Ahora voy.

Al caminar por su habitación, Owen encontró otra puerta cercana. Detrás de ella había un cuarto relativamente pequeño, con un tocador gigantesco lleno de cepillos y productos. Delante de él, resaltaba una figura de hombre alto.

—¿Elián?

—Sí, soy yo. ¿Está preparada, señorita?

—¿Para qué? ¿Para que me peine?

—En términos simples, sí. Le agradecería que se sentase.

¿Por qué él es el encargado de esto? ¿No es el mayordomo? ¿Es normal que los mayordomos hagan este tipo de tareas, y yo no lo sabía?

—¿Elián?

—¿Si?

—Mmm... Pensé que otra persona se encargaría de mi pelo.

—Ah, llamaré a otro. Siento que yo no sea de su agrado el día de hoy.

Por el movimiento de sus manos enguantadas, parece estar acostumbrado a tocar el pelo de Vivienne, y está tranquilo en su presencia. Este hombre tiene un aura un poco aterradora, pero puede que solo sea una sensación ocasionada por su enorme cuerpo. A través del espejo, me mira con sus ojos verdes sin contemplaciones. ¿Puede que él estuviera al cuidado de estas cosas para Vivienne a diario?

—No, no es necesario. No me refería a eso. Estoy satisfecha contigo.

—De acuerdo.

¿Alguien de pocas palabras, eh? Bueno, tampoco me disgusta.

—Y... ¿Qué piensas hacer con mi pelo ahora, Elián?

Lleva un tiempo cepillando, pero no puedo adivinar hacia dónde quiere ir. No sé nada sobre estas cosas.

—Pensaba hacer un recogido al final.

—Ajá. ¿Y cómo harías eso?

—Trenzando y sujetando firmemente.

—¿No puedes hacer una descripción más detallada?

—Cepillaré su pelo, le echaré perfume, humedeceré las puntas y trenzaré con varios mechones, los sujetaré con algunas horquillas, colocaré el adorno y perfumaré de nuevo.

—Parece complicado.

—(...)

—¿Y qué perfume es?

—Este.

Le ofreció una pequeña botella de cristal con líquido rosado dentro. Owen desenroscó la tapa, y lo olió detenidamente. No pudo evitar hacer una mueca de desagrado.

—Huele particularmente... "original".

—¿No le gusta?— preguntó avispado Elián.

—Em, no es eso... Bueno, sí lo es. Huele un poco fuerte.

—¿Desea alguno en concreto?

—No. ¿Y si eliges tú uno?

—¿Yo, señorita?— Aunque su cara no decía mucho, sus cejas se elevaron ligeramente en signo de desconcierto.

—Sí, tú. Tengo curiosidad por lo que podrías elegir.

A decir verdad, Elián parecía perdido. ¿Con qué podría guiarse? Su señorita prefería desde siempre los perfumes con olores intensos, tentadores, a veces con aromas frutales. Pero hace un momento le había desagradado uno de sus favoritos por ser demasiado "fuerte". ¿El olfato le ha cambiado? Si es así, tendría que elegir uno distinto, en base a predicciones.

—¿Podría darme alguna sugerencia?

—Realmente me da igual qué tipo de perfume sea. Con uno sencillo, que no huela mucho, bastará.

¿Por qué la señorita se comportaba de ese modo? Elián la conocía desde hace muchos años, incluso desde que estaba en la barriga de su madre, y Vivienne Altaira nunca había utilizado la palabra "sencillo" para referirse a sus gustos. ¿Es porque en la adolescencia el corazón de las chicas cambia? Quién sabe. Elián no sabe mucho sobre esas cosas de la pubertad. Pero conoce muy bien las fragancias y esencias agradables de todo tipo de perfumes.

Si requería algo sencillo y poco abrumador, había algunos que podrían servir. ¿Con aromas florales y frutales algo diluidos? ¿Y si probaba con algo más innovador, como algo cítrico?

No, esa no era la respuesta. La señorita quería algo ligero, y a veces los tipos de aromas dulces o relacionados con la fruta pueden ser un poco pesados. ¿Qué hay de algún perfume verde o amaderado disuelto? Un perfume verde sería perfecto. Aquellos que huelen a hierba recién cortada, a fresco, a verano. No son muy femeninos, pero parece que la señorita no deseaba eso en concreto.

—Tome, pruebe este.—

Owen sujetó el frasco opaco, cuyo líquido fragante era mayormente incoloro, con ligeros matices amarillentos.

—Huele como... una planta. A bosque.

—Pensé que eso se adaptaría a su petición.

—Sí, huele bien. Realmente bien.—

Huele como si estuviese vagando por los alrededores de mi casa, llegando a la linde del lejano bosque, o paseando por el campo. Es como si estuviese allí. Vaya... Esto me pone un poco nostálgico.

Owen echaba de menos su hogar, por primera vez desde que despertó. Era una sensación peculiar, porque no era del todo triste. Para el cuerpo de Vivienne, era la primera vez que estaba presente ante un olor tan extrañamente familiar.

—¿Quiere que lo utilice?

—Sí, hazlo. Es agradable.

Al terminar de cepillar, Elián esparció un poco del líquido en su pelo. Le extrañaba que a la señorita le hubiese agradado ese perfume, aunque lo hubiese elegido personalmente para ese propósito. La señorita, por alguna razón, esbozaba una media sonrisa melancólica, que Elián observaba curioso.

Él procedió a mojar un poco las puntas del pelo blanquecino, y separó los mechones para empezar a trenzar. Cuando sus manos se movieron con maestría entrelazando los mechones, Owen no pudo evitar preguntar qué era lo que hacía.

—¿Por qué estás moviendo tanto las manos?

—Estoy recogiendo su cabello en trenzas para unirlas en un recogido.

—¿No es difícil eso? Tengo mucho pelo.

—No tiene tanto.

—¿Y si haces algo menos elaborado? No me parece mal lo del recogido, pero preferentemente sin trenzas.

—¿Quiere algo más sencillo, como el perfume?

—¡Exacto! Y vuelvo a dejarlo a tu elección.

"Algo menos elaborado, ¿eh? ¿Qué puede ser menos elaborado que esto? Lo menos elaborado es dejarlo suelto, pero la señorita dice que quiere un recogido sencillo sin trenzas. ¿Y si... hago esto?" Pensó Elián.

A las espaldas de Vivienne, el mayordomo agarró una cinta muy delgada y un broche. Le dio un poco de forma al pelo, lo ató con la cinta y lo aseguró con el broche. Dejó dos mechones fuera.

—¿Una coleta?

—Sí, señorita. ¿Le agrada?

—Sí, sí.

¿Una coleta, no? Es una buena idea. Es cómoda y no da calor. Además, el pelo no tapa mi visión.

—Eres bueno para estas cosas, Elián.

—No me halague, señorita.

—No hay problema cuando un halago es sincero, ¿no? Tienes una habilidad, y yo solo te la señalo. "Se te da bien entender lo que los demás quieren". Si no es un insulto, ¿por qué no aceptarlo?

—Tiene razón. Gracias.

—De nada.—

El mayordomo no favorecía tanto a la señorita como Nana Rosa, ni tampoco le tenía cariño, a pesar de ser el segundo que pasaba más tiempo con ella. Para Elián, su pasado resentimiento hacia esa niña pesaba más que sus acciones actuales. Aunque seguía sin agradarle, a veces tenía que reconocer que ella no era tan odiosa como su padre. Es más, en su cabeza retumbaba la idea de que la señorita no solo compartía el color de su cabello con su madre, sino que también tenían la misma sonrisa, aunque era la primera vez que la veía.

—¿Te pasa algo, Elián?

—No. ¿Por qué lo dice?

No reflejas mucho, pero tus cejas te delatan. Y también tienes los ojos un poco vidriosos.

—Por nada. Solo era una deducción.

—Está bien. Si me lo permite, me retiraré ahora para darle paso a las maquilladoras.

—Sí, adelante.

Owen vio la espalda erguida del hombre desaparecer por la puerta.

Vaya, ha sido agradable charlar con un hombre por fin. Me siento un poco más cómodo con alguien tranquilo que con las demás criadas, que la mayor parte del tiempo son demasiado inquietas. Necesitaba charlar con alguien de mi mismo sexo, eso es todo.

Pero, realmente no esperaba que el mayordomo se dedicara a estas cosas. Me había impactado, pero comprendo el por qué. Al fin y al cabo, es muy bueno haciendo su trabajo.

Ah, me pregunto por qué puso esa cara hace un momento. Parecía que iba a llorar.

—¡Señorita, lamentamos hacerle esperar!—

Irrumpieron tres chicas con voz chillona y alegre. Todas lucían una sonrisa en su cara. Lo más sorprendente de todo, es que tenían caras muy similares.

¡Espera, no son similares! ¡Son idénticas! ¿Estoy viendo alucinaciones? No. Una vez me contaron que casos como estos existían. A veces, en casos muy raros, puede nacer más de un niño en un solo embarazo, y también pueden ser idénticos entre ellos. ¡Es muy raro!

—¡Buenas, señorita! Por si me confunde, soy Chloe.

—¡Yo soy Khloe!

—Y yo, por descarte, soy Cloey.

¡Espera, espera! ¿Cómo pretenden que las distinga cuando son iguales, visten igual, y tienen nombres parecidos? ¡Eso es imposible!

—¡Ahora, si no le parece mal, nos pondremos manos a la obra!—

Las tres rodearon a su señorita, y abrieron los maletines que llevaban, llenos de cosméticos de colores.

—¡Un momento!— gritó Owen justo antes de que una de ellas pusiera una brocha cargada de polvo rosa en su cara. —¿Qué es lo que vais a hacer? ¿Qué tipo de maquillaje?

—Mmm... Pues lo que vaya saliendo, jeje.

—¿Quién eres tú? ¿Eres Cloey?

—No, soy Khloe, señorita. Usted siempre se equivoca en decir quién es quién, jeje.

—Bueno, quien seas. Decía que no hagáis todo tan frenéticamente, por favor. ¿No tenéis al menos un proceso?

—Sí, el de todos los días. ¡Nos estamos aferrando a él!

—¿Se puede saber cuál es ese proceso? (Ah, creo que ella es Chloe, porque grita más).

—El de todos los días.

¡Joder, me van a volver loco!

¡¿Pero qué es lo que hacéis todos los días?! ¿Me ponéis algunos polvos en específico, me pintáis los labios...? ¿Qué hacéis?

—Señorita, si usted no se acuerda, nosotras tampoco. Qué desastre...

—Sí, lo es. ¿¡Pero quién eres tú!? ¿Eres Cloey?

—No, soy Khloe de nuevo. Me ha vuelto a confundir con ella...

—Entonces, la de tu lado es Cloe...

—Ninguna de nosotras se llama así.

—¡Da igual! ¡Lo que sea!

—Señorita, ¿quiere que le traiga una tisana? Está muy alterada.

—Escuchadme un momento. Y no, no necesito eso, Cloey.

—¡Ha acertado! Va mejorando, señorita.

—Oídme un momento: el maquillaje que vais a hacer hoy no es el de todos los días (o lo que sea que signifique eso). Hoy haréis algo menos colorido, ¿de acuerdo? Y sobre todo rápido.

—¡Entendido!—gritaron las tres al unísono.

***

—¿Q-q-qué es esto?

—Un maquillaje rápido y menos colorido, señorita.—

Las trillizas se habían encargado de cumplir con los requisitos, pero de una manera extravagante. Es verdad, era menos colorido, pero habían pintado toda la cuencas de los ojos de color negro, al igual que los labios. La piel la habían cubierto con varias capas de polvo blanco.

¡Parezco un fantasma aterrador, de esos que aparecen en la oscuridad de la noche! Sí que es menos colorido y rápido, pero no me refería a esto. No pensaba que me iban a pintar de blanco hasta que mi cara pareciese translúcida. Sorprendente... pero no en el buen sentido.

—No me refería a esto... Y... ¿cuántas capas me habéis puesto de mejunjes? ¡La cara me pesa!

—Bueno, lo normal. Seis o siete.

—Agh... ¿Sabéis qué? Lo arreglaré yo misma.—

Owen agarró una toalla y se restregó hasta que no vio la toalla completamente negra. Después, agarró deliberadamente algunos de los cosméticos del maletín, y se miró en el espejo.

Desde mi punto de vista objetivo como hombre, el rostro de este cuerpo no es feo. No hace falta maquillaje siquiera. Pondré un poco de esto, y otro poco de esto...

Y se los aplicó. Una pizca de pigmento rosa en las mejillas, un poco de brillo en los labios... Y listo.

—¿Qué tal? ¿Lo he hecho bien, trillizas de la desolación?

—No está mal. Aunque lo que ha puesto en sus labios era para los ojos...

—No pasa nada... Después de todo, ¿es para la cara, no?~—

Estaba orgulloso de sí mismo por eso. Para él, hacer bien algo como el maquillaje, algo de lo que no sabía nada ni tenía interés en ello, era un gran logro. Se sentía listo para cualquier cosa.

—Con esto, ya estoy lista, ¿no?

—Sí, señorita. Pero todavía son las 20: 30, tendría que esperar un poco más para hacer su "entrada triunfal". ¡Es muy guay!

—¿Verdad que sí?— complementó otra de las trillizas.

—Un momento. ¿A qué te refieres con eso de "entrada triunfal"? ¿Tengo que tirarme de algún sitio alto o algo para sorprender a todos con mi llegada?

—¡Jaja! ¡Esa es una idea divertida, señorita! Pero una entrada triunfal se refiere a que uno de los invitados más importantes entre en la sala cuando todos los invitados ya estén allí. Por eso les sorprenderá.

—Entiendo... ¿Pero tengo que esperar a que lleguen toooodos los invitados?

—Sí, por supuesto. Hasta las 21:10, más o menos...

—Hah...—

Vaya coñazo.

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