Capítulo 33 - Flores del color de tus ojos (Parte 1).
Abrió la puerta del carruaje y una brisa fría y brusca lo azotó, como si quisiera recordarle que los días cálidos de verano se estaban acabando y que el equinoccio de otoño estaba a la vuelta de la esquina. Habían pasado muchos años desde la última vez que le pareció que las estaciones pasaban demasiado rápido.
Suspiró aliviado al asomar la cabeza al exterior y no encontrar a ninguna criada furiosa que lo hubiera seguido hasta allí, persiguiéndolo hasta el fin del mundo con tal de evitar que saliese del ducado. Regresó al interior del vehículo para despertar a Elián de su profundo descanso, que en cuanto volvió a la realidad expresó su descontento por no haber sido despertado antes de llegar a la capital con un ceño fruncido. Owen respondió con una sonrisa pícara al tiempo que bajaba finalmente del carruaje.
Fue una sorpresa placentera que no hubiera una multitud demasiado pronunciada a su alrededor como cada una de las veces que salía de la mansión. "Ventajas de llegar tarde, supongo" se alegró al poder oír sus propios pensamientos por la ausencia de aquel alboroto que lo acompañaba a todos lados. A pesar de que no circulase una marea de gente por las calles como en la hora punta, muchos puestos no habían sido recogidos aún, dado que todavía ni siquiera se había puesto el sol. Owen identificó a algunos de los viandantes como turistas de aspecto extranjero que cargaban todavía con su equipaje. Probablemente habían planeado llegar unos días antes del festival para reservar las próximamente abarrotadas posadas de Zeakya y aprovechar para pasear por sus calles. No había llegado a asimilar la importancia del Festival de Yrifwuel; extranjeros viajaban al pequeño reino de Goryan con la única intención de asistir a él después de tantos años sin celebrarse. Se sentía aún más inútil pensando que algo así requería mucha preparación, y que él no había hecho prácticamente nada.
Decidido a reanudar la actividad de la que se había estado encargando el día anterior, caminó junto a Elián por las calles hasta la zona central de la ciudad, donde se le había sido asignado trabajar y donde probablemente estarían los demás. Había reconocido uno de los emblemas en los lujosos carruajes aparcados en los alrededores que debían pertenecer a las candidatas: un escudo dorado con una moneda, el emblema que sólo le concedían a las familias mercantiles más importantes de Goryan. Eso significaba que Nicolle debía estar ahí. Lo más sensato sería buscarla a ella, la trabajadora y perfeccionista joven que llevaba un detallado registro de toda la organización del festival, para preguntarle qué había sucedido con el problema de las ratas y si habían conseguido solucionarlo.
Mientras que divagaba en su cabeza sobre lo que podría haber pasado y arrastraba sus pies por las calles, fingió curiosidad por el tema de los escudos familiares de la nobleza (a pesar de que no le interesase en lo absoluto) porque Elián era quien le había mencionado lo del emblema mercantil y sabía que al mayordomo le hacía ilusión compartir su infinito conocimiento sobre la aristocracia con Vivienne. Resulta que, en estos escudos, el rostro que aparecía en la moneda era el del legendario Primer Rey de Goryan, y no el del rey que aparecía en las monedas vigentes, el Rey Cristóbal Sebastián II Filogonio Bythesea. En esta parte de la tertulia educativa de Elián, Owen no pudo contener una risa irónica frente a la ridiculez de los extravagantes nombres de la familia real. De hecho, lo que más le llamaba la atención era que no había escuchado ese llamativo y estrafalario nombre más de un par de veces en su vida, y eso que se trataba del rey que había estado gobernando desde mucho antes de que él llegase al mundo. Puede que incluso hubiera empezado a reinar antes de que sus padres nacieran. Le resultó raro que el nombre del rey, el nombre que debía ser el más pronunciado a lo largo y ancho del reino, se mencionase tan de vez en cuando.
Elián tardó unos segundos en responder a esta pregunta. Según el diligente mayordomo, el longevo rey llevaba enfermo desde hacía bastante tiempo debido a su edad, por lo que él ya no se encargaba del reino, al menos no de forma política. No decidió que Goryan necesitaba una reina hasta hacía relativamente poco, y sólo llegó a esa conclusión porque sabía que se acercaba su hora y vio necesario dejar el trono en manos de verdaderos hijos legítimos que pudiesen portar el apellido real. Elián reflexionó casi para sí mismo que el motivo por el que habían decidido encontrarle una esposa al príncipe heredero y llevar a cabo la coronación de inmediato debía ser un muy probable deterioro de la salud de su majestad a pasos agigantados.
A pesar de que en los últimos meses había estado estrechamente relacionado a la familia real, era la primera vez que escuchaba esto. Nunca se le había ocurrido preguntar por el rey. No sabía muy bien cómo reaccionar ante algo así.
Vaya panda de insensibles. Tampoco es que sea yo un modelo de código moral, pero... ¿no podían esperar al menos hasta que el viejo estirase la pata para la coronación? Es como si ya lo diesen por muerto. Sinceramente, ya me rendí hace mucho tiempo en intentar comprender a los Bythesea. Solo conozco a un par de ellos en persona, pero seguro que todos van por ahí mirando por encima del hombro a cualquiera que tenga menos sílabas que su nombre, alardeando de su estatus y dando la cara a su pueblo sólo en ocasiones especiales... Van a lo suyo, ocupados con sus propios asuntos y secretitos, mirando únicamente por su propio bienestar e imagen. Presumen del esplendoroso escudo de los Bythesea, cuando irónicamente ni siquiera se comportan como una familia...
Bueno, puede que no todos sean así.
Una imagen fugaz del rostro que en unos meses lucirían todas las monedas de oro del reino cruzó por su mente. Parecía una broma del universo que precisamente la oveja negra de la familia, la pieza que no encaja, fuera quien próximamente lideraría a los Bythesea durante generaciones; aunque, pensándolo mejor, era más apropiado decir que era una oveja blanca en un rebaño de ovejas negras.
Como si se hubiese manifestado a través de sus pensamientos, escuchó en ese mismo instante su voz al otro lado de la calle. A pesar de que se encontraban a unos pocos metros, estuvo a punto de pasar de largo porque no reconoció ese tono de voz tan expresivo, tan... distinto al habitual.
—¡Oh, eres tan adorable! ¡Mira esos ojitos tan redondos y brillantes! ¿Seguro que no quieres acariciarlo, Baruc?—. Otra voz familiar respondió, aunque claramente menos entusiasmada: —Preferiría no hacerlo, Alteza—.
Owen y Elián compartieron una mirada de confusión. El mayordomo interpretó con suficiente rapidez la oleada de curiosidad que inundó la cara de la señorita y corrió justo a tiempo detrás suya cuando se dirigió al callejón de donde provenían las voces.
—Su pelaje es tan suave... Parece bastante limpio para ser callejero. ¿Tendrá dueño?—Owen localizó, finalmente, a quien pertenecía esa voz. En un callejón oscuro y poco transitado, dos jóvenes de figura esbelta parecían descansar despreocupadamente, de espaldas a la entrada del callejón. Uno de ellos, el de la melena pelirroja y revuelta (normalmente peinada hacia un lado de forma ordenada), parecía agachado en una esquina, sujetando algo con delicadeza entre sus manos.
Obviamente, Owen reconoció esa cabeza pelirroja tan inconfundible, aunque todavía no terminaba de entender de qué estaba hablando y a qué se debía ese extraño tono que no había escuchado antes. Elián apareció un instante después a su lado, y le indicó mediante señas que no hiciese ruido con sus pisadas.
—Señorita Vivienne, ¿esos no son...—murmuró el mayordomo, no lo suficientemente seguro como para acabar la frase. Owen asintió con la cabeza, y con la característica expresión que su rostro siempre lucía antes de hacer una de las suyas, le explicó en un susurro que no quería interrumpirlos y que sería mejor escucharlos en silencio hasta que se diesen cuenta de su presencia. Elián le dirigió una mirada de desaprobación al entender que su única intención era espiar a un miembro de la realeza, pero se resignó cuando Owen empezó a alejarse lentamente hacia el final del callejón.
Ahora que se encontraba más cerca, podía afirmarlo sin dudar, aunque estuvieran de espaldas: esos dos eran Leonardo Bythesea y Baruc Swarym, el heredero al trono y su fiel guardia. Eso generó aún más preguntas, como, por ejemplo, por qué estaban en un lugar así, pero otras pocas se respondieron cuando pudo atisbar con claridad lo que el príncipe sostenía a pocos centímetros del suelo. Era una bola peluda blanca de cola larga con dos motas oscuras por ojos. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener la risa cuando comprendió que lo que estaba haciendo el príncipe en un callejón tan remoto era jugar con un simple gato callejero. Parecía aún más fuera de lugar verlo ahí, acariciándolo con una sonrisa tonta y hablándole con un tono cariñoso al animal que jamás imaginó que alguien tan formal y compuesto como el príncipe Leonardo pudiera llegar a reproducir.
En su cara también apareció una sonrisa tonta inconscientemente cuando pensó que, a pesar de que pudiese parecer algo raro a primera vista, era realmente algo que se esperaría del príncipe.
—Recuerdo que hace unos años había un gato parecido a este que cruzaba el muro del jardín de palacio cada noche. A veces íbamos a dejarle comida. ¿Lo recuerdas, Baruc? Nos levantábamos en medio de la noche y salíamos a escondidas, aunque los guardias nos descubrían la mayor parte de veces—Owen observaba atentamente al príncipe jugar con el gato, que parecía estar disfrutando de las caricias con un ronroneo, mientras que recordaba una anécdota del pasado. Imaginaba que un niño nacido en una familia así tenía que haber pasado una infancia penosa, pero quizás también guardaba algún buen recuerdo que no sentía poder compartir con más personas. Tal vez no debería estar espiando una conversación ajena, después de todo.
Y una mierda. ¿Desde cuándo me importa la privacidad de los demás? Elián y sus lecciones morales me están convirtiendo en una mejor persona en contra de mi voluntad.
—Sí, lo recuerdo—respondió Baruc con una risa nostálgica—...Y también recuerdo perfectamente lo poco que le agradaba al gato. Los sirvientes siempre se preguntaban por qué el príncipe tenía las manos llenas de arañazos. En general, parece que usted no le agrada mucho a los animales—. Leonardo pareció ofenderse por este comentario e intentó demostrarle lo contrario.
—Creo que no recuerdas las cosas con tanta claridad como yo; ese gato me apreciaba enormemente, de hecho, esos arañazos eran muestras de su cariño—Baruc asintió con una risa reprimida como si creyera sus palabras—...Y, si fuera verdad eso de que los animales me odian por algún motivo, ¿cómo explicas que este pequeño y precioso gatito se deje acariciar por mí y esté tan tranquil-... ¡Au!—en ese preciso momento, el animal pareció entender la conversación y alzó sus zarpas contra las manos desprotegidas del príncipe, causando que Baruc, justo después de asegurarse de que no le había hecho demasiado daño, le dirigiese una mirada de "te lo dije" y una carcajada. Owen sonrió frente a esta situación cómica, una conversación informal que raramente se daba entre la gente de la aristocracia.
—...No, no lo entiendes, te equivocas—volvió a negar Leonardo sujetando su mano ligeramente rasguñada y manteniendo una distancia prudencial con el atacante—...Lo que pasa es que este gato es un poco raro, es una excepción. Los demás me adoran.
—Sí, claro. Este gato callejero es único en su especie, ¿no? No es uno común y corriente en absoluto—dijo con sarcasmo examinando al felino de arriba a abajo. No era más que una bola de pelo blanca (que se asemejaba más al gris oscuro por la suciedad) con unos astutos ojos oscuros y una cola juguetona. Parecía ser bastante perezoso, y aunque al principio se dejaba acariciar con facilidad, negaba cualquier contacto cuando empezaba a notar que el otro se acercaba demasiado y se acostumbraba a su compañía—...Bueno, ahora que lo dice, puede que sí tenga algo de especial. ¿No le recuerda con ese pelaje, esos ojos y esa actitud desconcertante a cierta persona?—.
El príncipe le miró un instante con la mente en blanco y el ceño fruncido tratando de desentrañar el significado oculto en ese sutil comentario, hasta que la sangre subió hasta sus mejillas y apartó la mirada.
—Mírese, alteza, no me ha hecho falta ni una palabra más. Eso quiere decir que siempre es la primera persona en la que piensa, ¿cierto?
—No sé a qué te refieres...—negó en rotundo, frustrado por sentir que el calor había subido hasta la punta de sus orejas y que no podía detenerlo, incapaz de evitar que sus expresiones y sus involuntarios gestos nerviosos le dieran la razón a Baruc. Odiaba que todos los sentimientos que trabajaba tan duro por ocultar para dar una buena imagen como príncipe heredero terminasen leyéndose tan fácilmente en su cara, y más que a Baruc se le diese tan bien descifrarlos. La resistencia era inútil frente a él—...Además, ¿cómo puedes compararla con un gato callejero? Eso es muy desconsiderado—. No hace falta aclarar que, a este punto, Owen ya había perdido completamente el hilo de la conversación. Para él era como si estuvieran hablando en código.
—Ella... Es mucho más que eso. Y, aunque pueda aparentar que tiene una actitud desconcertante, como has dicho, una vez que empiezas a conocerla, te das cuenta de que es la persona más amable, más comprensiva, más sincera, más divertida, más-...
—Sí, bueno, disculpe mi atrevimiento, pero cuéntele sus cursilerías de adolescente hormonal enamorado a otro—interrumpió antes de que empezara a enumerar una lista de adjetivos interminable. El príncipe quiso responder a este comentario, pero su guardián y mejor amigo de la infancia continuó hablando—...Y tampoco era para que se pusiera así, sólo quería decir que el aspecto de este gato me ha recordado a esa persona—Leonardo, que había conseguido finalmente que el animal aceptara de nuevo sus caricias, lo alzó momentáneamente y Baruc vio lo suficiente para añadir un último comentario para sí mismo:—...Bueno, aunque este gato parecer ser macho—.
Sintiendo que ya habían perdido suficiente tiempo ahí, el guardián y protector de su alteza el heredero al trono inventó una excusa para alejar al príncipe del gato y marcharse de una vez de ese callejón:
—Alteza... Ese arañazo de antes parece doler.
—No demasiado—respondió indiferente, sin apartar la vista de su tema de interés.
—Pero puede ser peligroso—insistió Baruc, dándose la vuelta poco a poco, impaciente—Ese gato es callejero. La herida podría infectarse con facilidad. ¿No querrá ser conocido como Leonardo Yevgeni Casey Bythesea I "El Manco", verdad? Me cortarían la cabeza por no haberlo evitado—el otro suspiró "qué exagerado" con una risa apagada—...Volvamos a la calle principal, en algún sitio tendrán un botiquín—.
En ese preciso instante, Baruc terminó de darse la vuelta, pero quedó petrificado al encontrarse cara a cara con alguien que no esperaba. Habría gritado como una niña si no hubiera soportado el susto inicial de ver a una figura aparecer de repente en un callejón oscuro, de piel pálida como un cadáver y ojos grandes y oscuros en los que se veía reflejado con una expresión estupefacta. Aunque reconoció inmediatamente su identidad, se había quedado congelado, incapaz incluso de saludar de forma cordial como dictaba el código moral de la nobleza. "Madre mía, es como si la hubiésemos invocado con nuestra conversación" pensó, sin poder pronunciar palabra. Se preguntó desde qué momento había estado ahí, esperando que acabase de llegar. Le llamó la atención no haberla oído acercarse, y admiró, como caballero de la guardia real, su destacada habilidad de sigilo.
Ella, que también pareció sorprenderse brevemente por ser descubierta, saludó en silencio con su mano y una sonrisa incómoda. El mayordomo que apareció detrás de ella, a quien reconoció como aquel que acompañaba a la señorita a todos los eventos, la miró nerviosamente y le dedicó una corta reverencia al guardia real.
En medio de este encuentro silencioso, el príncipe todavía no era consciente de su presencia, pues aún estaba ensimismado con el gato y de espaldas. Continuó con la conversación que mantenía con Baruc:
—No hace falta, no es más que un rasguño. Por cierto, ¿crees que las calles se habrán despejado ya un poco? Antes, cuando estábamos esperando a la señorita Drummond, apenas podíamos andar sin que... ¡La señorita Drummond!—recordó de repente, poniéndose de pie tan rápido como pudo, sacudiendo la suciedad del traje y dejando al gato en el suelo, que huyó con un salto a través de la ventana baja de un viejo edificio—...¡Estábamos pasando por aquí esperando su llegada y me distraje con el gato! ¿¡Cómo se me ha podido olvidar!? Ya está cayendo el sol. ¿Crees que podría haber llegado ya?—.
Baruc carraspeó para llamar su atención, y el príncipe se dio la vuelta para encontrarse con la señorita Vivienne y su mayordomo Elián. Leonardo no fue capaz de disimular la sorpresa como lo había hecho Baruc, y, al igual que hacen los gatos al ser asustados, pareció saltar y sus extremidades se estremecieron. Owen tampoco pudo disimular su sonrisa divertida por imaginar los gritos internos y el estado de alarma que acababa de dispararse en su interior.
—¡Se-se-...—tartamudeó hasta que recuperó el control sobre sus capacidades del habla de nuevo—...¡Señorita Drummond! ¡Q-qué sorpresa!
—Lo mismo digo, príncipe. Hace ya varios días que no coincidimos, ¿no?—comentó Owen. Con la preparación del festival y los problemas en el ducado, no se había cruzado con él desde la reunión. Con todos los asuntos con los que había tenido que lidiar, las conversaciones sentimentales, los traumas del pasado y la actitud de mierda del duque, hablar tranquilamente con alguien como el príncipe, con quien no tenía que reservarse nada o mantener las apariencias, era un soplo de aire fresco. Desde el principio, él era la única persona con la que podía ser él mismo desde que comenzó esta locura del cambio de cuerpo, puesto que siempre había tenido claro que, para que no la escogiese como prometida, debía ser todo lo que un noble convencional detestaría: informal, brutalmente sincero, bromista, impresentable, ignorante, vulgar... Es decir, todos los atributos que componían su verdadera personalidad. El problema era que, poco a poco, se estaba dando cuenta de que este no era un noble convencional.
—S-sí, es cierto. Por eso, según el horario planificado, hoy debía apoyar en sus tareas a las candidatas que se ocupan de los puestos para el Festival. Durante la mañana, Baruc y yo hemos ayudado a las señoritas Melville y Morgenstern, pero usted...
—Oh, ¿me habéis estado esperando todo este tiempo? Lo siento, en el ducado hemos tenido que resolver algunos problemas de...—compartió una mirada de complicidad con Elián—...organización—. Baruc observó la expresión de alivio en el rostro del príncipe, que había estado notablemente preocupado por la señorita, creyendo que su repentina ausencia se debía a algo grave.
—No se preocupe, señorita. Acabamos de terminar con nuestras obligaciones—intervino Baruc en lugar del príncipe, que con su terrible habilidad para mentir, habría revelado que llevaban varias horas dando vueltas por la capital esperando su carruaje—...Sentimos que haya tenido que caminar hasta aquí en nuestra búsqueda.
—Oh, sólo os hemos visto por casualidad—se apresuró a aclarar Owen para encubrir su pequeña travesura de espionaje—Acabamos de llegar—.
El príncipe, que estaba a punto de explotar por la tensión, pudo respirar tranquilo de nuevo. Ella acababa de llegar, no había escuchado la conversación entera y probablemente no lo había visto jugar con aquel gato como un niño. Habría muerto de vergüenza si ella hubiera presenciado algo tan ridículo, pero hubiera llegado a enterrarse a sí mismo a cincuenta metros bajo tierra y quemar cualquier prueba de su existencia sobre la faz de la Tierra si se hubiera enterado de su "confesión de amor" espontánea. Aunque no habían dicho nombres, cualquiera habría podido entender de quién hablaban, ¿verdad? ¿Verdad?
—Ya está anocheciendo y comienza a refrescar en las calles. Es mejor que dejemos el trabajo para otro día. Me parece que ninguna candidata se ha marchado todavía. ¿Qué tal si da un agradable paseo junto a ellas por Zeakya?—propuso Leonardo, intentando evitar que se esforzase demasiado.
—¿Que es tarde? ¡Pero si acabo de llegar! Necesito encargarme de un asunto urgente que ha quedado sin supervisión desde ayer. Te prometo que lo haré lo más rápido posible, y cuando termine, tú y yo daremos ese paseo del que hablas. Es lo mínimo como compensación por el retraso, ¿cierto?—Leonardo bailó la danza de la alegría en su cabeza, a pesar de que suponía que solo quería pasar tiempo con él en vez de con el resto de señoritas para disculparse por hacerlos esperar. Aun así, se dijo a sí mismo varias veces que limitase el nivel de felicidad visible en su cara.
—...Además,—añadió Owen—no quiero retrasar el progreso de la preparación y alterar la planificación y los horarios. Tú te encargas de llevar al día esas cosas, ¿no es así, Baruc? Aunque pareciera que no prestaba atención, de algo me enteré en la reunión—en la cabeza de Baruc sonó una música celestial, susurrando para sí mismo "es un ángel". Apreciaba que no quisiera darle más trabajo del que tenía.
—¿Entonces?—preguntó Owen al príncipe con un tono burlón y teatral, inclinándose a la par de forma exagerada, como hacían los nobles vanidosos, y extendiendo una mano como cuando los caballeros invitaban a bailar a las damas o las ayudaban a bajar de su carruaje—¿Me acompañaría y guiaría su alteza real por las angostas callejuelas de Zeakya hasta la calle principal bajo la hermosa luz del crepúsculo?—aunque causó el efecto esperado, extrañar o sorprender a Leonardo con sus burlas y tonterías, también provocó una débil sonrisa imprevista.
***
A pesar de estar anocheciendo, las calles todavía eran ocupadas por ciudadanos curiosos y visitantes fascinados por la cantidad de puestos que ya estaban preparados y a medio preparar. Por su parte, Owen se detenía en cada esquina para admirar las decoraciones con forma de hojas y tema otoñal que adornaban y daban vida a las paredes antes desnudas. El príncipe le aclaró que Eliette y Nicolle eran quienes se habían encargado de colocar la mitad esa mañana.
—Hablando de Nicolle, ¿no debería estar por aquí? Necesito preguntarle algunos detalles sobre el problema que intentaba solucionar ayer y una tarea que le dejé encargada—.
El señor Anderson, el encargado de los presupuestos y aspectos económicos del festival, apareció de repente, como por arte de magia. Por supuesto, cargaba con su pequeña libreta llena de datos y garabatos incomprensibles.
—La señorita Melville dio por acabadas sus tareas hará una hora y se marchó junto a las señoritas Morgenstern y Baird a dar un paseo. Usted es quien se estaba ocupando del problema de la plaga ayer, ¿cierto?—preguntó con su carácter serio y formal, no sin antes analizar a la señorita Drummond de arriba a abajo—...La señorita Melville me ha dejado un mensaje en caso de que usted se presentase hoy. Al parecer, su plan de actuación ha reducido considerablemente el problema. Los artefactos que encargó al comerciante se han fabricado e instalado antes de tiempo, por lo que, según las estimaciones de la señorita Melville, todo habrá acabado en un par de días, en cuanto las trampas se hagan cargo de las epidemias con patas restantes después de la eliminación de los nidos y una segunda limpieza de la zona y los alrededores—.
Owen asintió con la cabeza, complacido de que todo hubiera salido bien y el problema no hubiera ido a mayores. Se sentía algo orgulloso de haber contribuido a resolverlo, pero le hubiera gustado haber estado presente y no dejar que Nicolle se encargase de toda la faena. Había hecho un buen trabajo, debía agradecérselo en cuanto la viese.
Al príncipe le pareció incomprensible el informe del señor Anderson ya que no estaba al corriente de la tarea que había llevado a cabo Vivienne. Mientras ayudaba a Nicolle a colocar los decorados, preguntó por curiosidad qué había estado haciendo la señorita Drummond, ya que jamás era capaz de adivinar lo que cruzaba por su mente y le sería imposible adivinar qué clase de tarea podía elegir alguien como ella. "Bueno... Es algo relacionado con la preservación de la sanidad en el Festival. Podría haber llegado a ser algo muy grave si alguien no se hubiese dado cuenta a tiempo" le explicó la señorita Melville sin llegar a dejar en claro de qué se trataba realmente esa tarea tan necesaria. "Perdone que no entre en detalles, alteza, pero acabo de desayunar y prefiero no hablar de esos temas ahora mismo. Será mejor que le pregunte a la señorita Drummond en cuanto vuelva".
Con una descripción tan vaga y las palabras "plaga", "trampas" y "epidemias con patas"...
—Respecto al favor que le pidió a la señorita Melville...—continuó el señor Anderson—Me temo que su intento de solicitar los fondos para compensar a los comerciantes por las mercancías afectadas a la administración del reino no ha sido exitoso. Se niegan a pagar por unas mercancías con los fondos de impuestos porque creen que el incidente ha sido responsabilidad de los comerciantes al no cuidar bien de sus productos. También piensan que la cantidad de mercancía afectada ha sido alterada o aumentada deliberadamente; les parece excesivo e innecesario que usted recomendase que cualquier alimento que hubiera entrado en contacto con la plaga debiese desecharse.
—Vaya cantidad de gilipolleces sueltan por la boca esos hijos de puta recaudadores de impuestos—maldijo en voz baja—...Cómo se nota que nunca han tenido ratas en su casa. Y ahora, ¿qué? ¿Cómo podemos devolverle a los comerciantes todo lo que han perdido?—.
De repente, se le ocurrió una idea, pero como no estaba muy seguro de que estuviera permitida bajo estas circunstancias, sólo se la susurró al señor Anderson:
—¿Qué tal si... la casa Drummond paga por los bienes perdidos?
—No puede, señorita.
—Aunque no sabría decir la cifra exacta, la cantidad de comida que tuvo que desecharse fue algo menos que lo que se come en el ducado en una semana. No va a suponer un gran esfuerzo económico para nosotros, se lo aseguro, y menos ahora que nos hemos librado de varios gastos importantes...—hizo referencia a la marcha del duque, quien derrochaba la mayor parte del presupuesto del ducado en diversas actividades: apuestas, fiestas de lujo con miembros de la alta sociedad, señoritas de compañía, regalos ostentosos a sus amigos, su colección de objetos exóticos (en la que solía incluir a la duquesa)... Ahora que parecía que no volvería en un buen tiempo, el ducado recuperaría poco a poco su estabilidad económica.
—No quería decir que no tuviese el capital suficiente para ello—clarificó el señor Anderson, cuya expresión se tornó más rígida de lo que parecía posible—...Durante el periodo de preselección para la futura reina de Goryan, se establece que está terminantemente prohibido influir en la opinión de los ciudadanos sobre cualquier candidata con medios impropios como el dinero.
—Ya veo. Es una regla muy lógica. Lo entiendo, pero...—insistió Owen—...¿Quién les pagará entonces a los comerciantes? Si nos niegan la única fuente externa de la que podemos depender, no hay otra opción a la que podamos recurrir—.
Owen alejó al encargado de la zona más transitada de la calle para que pudieran hablar a solas. Se aseguró de que nadie los estuviese mirando y sacó de un bolsillo de su vestido dos monedas de plata. El señor Anderson se negaba a aceptarlas.
—Me niego a participar en esto, señorita. Jamás contribuiría a una actividad ilegal que pusiese en peligro mi reputación, y menos cuando se trata de las estratagemas típicas de los aristócratas para alcanzar el poder. ...Podría denunciarla ahora mismo, ¿lo sabe?
—Me temo que esa denuncia no tendría efecto, ya que esta cantidad...—aseguró mientras agarraba su mano a la fuerza y depositaba en ella las monedas—...No iría a mi nombre. No pretendo que haga público que ha sido la familia Drummond quien ha resuelto este incidente. Solo quiero que acepte el pago y que lo atribuya a un anónimo en su registro o a cualquier nombre inventado que se le ocurra. Puede incluso atribuírselo a los de los impuestos, me da igual. Le aseguro que no hago esto por conseguir el favor de los ciudadanos—.
El prudente señor Anderson reflexionó en silencio unos segundos, considerando si debía hacerle caso o no. Pensaba que debía haber alguna intención oculta o plan detrás de esto, pero no veía de qué forma le beneficiaría a la joven noble que su identidad quedase anónima. Alterar un dato sobre unos pocos sacos de mercancía en la kilométrica lista llena de cifras no generaría ninguna sospecha. Lo que pedía era bastante sencillo de realizar. No estaba convencido del todo porque no entendía la motivación detrás de esto.
—Señorita Drummond, no logro comprender qué gana usted con todo esto. ¿Por qué paga por las mercancías si no desea que los comerciantes sepan que ha sido usted?
—Bueno, era lo único que habían traído para vender en el festival. Volverían a casa con las manos vacías y algunos tendrían que hacer un gran esfuerzo para superar el invierno.
—Entonces,—soltó el señor Anderson con una sonrisa incrédula y sarcástica—¿Pretende que me crea que es puro altruismo?
Owen se rio ante su profunda desconfianza sin indicar una respuesta afirmativa o negativa. Antes de poder transmitirle sus pensamientos al señor Anderson, el príncipe Leonardo apareció y no pudieron continuar su conversación privada. Se marchó con este último como había prometido, no sin antes darle una palmadita amistosa en el hombro al señor Anderson y susurrarle unas palabras al oído.
Mientras caminaban juntos alejándose poco a poco de las calles repletas de puestos, Leonardo notó una ligera sonrisa satisfecha en el rostro de Vivienne. Supuso que se debía a que finalmente había resuelto ese misterioso asunto del que se estaba encargando mientras hablaba con el señor Anderson. La verdad era que se le escapaba la respuesta que Owen había dado a esa pregunta sobre sus verdaderas intenciones y naturaleza:
"¿Hacer algo sin recibir ninguna recompensa? ¿Yo? Por supuesto que no. Lo que pasa es que entre los comerciantes hay una señora que hace las mejores tortillas que he probado y no me gustaría no volver a tener la oportunidad de hacerlo. Así que asegúrese de cumplir este favor, señor Anderson".
[Nota de la autora: Hola de nuevo a todos los lectores habituales y bienvenidos a los que acaban de descubrir esta historia. Como siempre, gracias por el apoyo y por leer hasta aquí :)
Este capítulo es de varias partes, y como esta la he sentido un poco aburrida, traigo un pequeño dibujo para completarlo :D Aquí tenéis a Nicolle Melville, que aunque no haya aparecido en este capítulo, tenía ganas de dibujarla (prometo que poco a poco iré haciendo dibujos de cada candidata, y puede que en algún futuro, de otros personajes):
Ahora sí, hasta el próximo capítulo<3].
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