Capítulo 30 - Entre el duque y el mayordomo.
Nadie fue a recibirle a la puerta, cosa que siempre hacían las criadas, ni siquiera cuando llamó. Abrió la gran puerta del ducado lenta y cuidadosamente, preguntándose qué había ocurrido.
El crujido de la vieja puerta fue lo único que se escuchó en el silencio tenebroso que envolvía la entrada. Las luces tampoco estaban encendidas dentro.
Aunque ya había terminado la jornada de los sirvientes y debían estar todos en sus aposentos, la mansión nunca estaba totalmente vacía por la noche. Siempre había algún mayordomo o criada encargado del turno nocturno, pero la oscuridad en la que por alguna razón estaba sumergida el ducado destacaba su ausencia.
—¿Hola? ¿Hay alguien aquí?—preguntó desconcertado. Nadie respondió, ni siquiera el rumor de la brisa contra las ventanas. Se sintió algo abrumado por la repentina soledad, y decidió ir directamente a sus aposentos y dormir. Bueno, antes que nada debía darse un baño, notaba en su cuerpo un ligero hedor a humedad y orina de rata.
Con cuidado, se dirigía en la oscuridad hacia las escaleras a los pisos superiores cuando pasó por delante del pasillo que conducía al salón. Un haz de luz que se filtraba de la puerta de aquella estancia iluminaba levemente en la oscuridad perpetua. Las sombras que creaba se proyectaban como figuras terroríficas.
Owen se quedó hipnotizado por un instante, admirando esa luz fría a través de la puerta entreabierta. ¿Quién estaría en el salón a esas horas de la noche? Ni siquiera era el salón principal de la mansión, donde se celebraban los bailes y las fiestas, sino el salón "familiar" (que poco honor hacía a su nombre dado que ningún miembro de la familia se reunía, y mucho menos allí).
Los sirvientes tenían terminantemente prohibido entrar ahí excepto para limpiar, y por la misma razón casi nunca se usaba.
En medio de su reflexión, un estruendo proveniente de aquella habitación le interrumpió, el ruido de un cristal golpeado con fuerza y destruido en mil pedazos.
La curiosidad le venció y fue corriendo hasta la puerta para adivinar lo que estaba ocurriendo. Cuando estaba justo delante de la puerta, se detuvo por un momento y contuvo la respiración. Al asomarse por la abertura de la puerta poco a poco, evitando ser visto, vio un líquido carmesí que formaba un charco en el suelo. Durante un segundo sus instintos le hicieron pensar lo peor, pero al final reparó en que por la claridad del líquido y los cristales oscuros a su alrededor debía ser vino.
Desde su ángulo no podía ver quiénes eran esas personas. Al agacharse, vio las piernas que pertenecían a dos hombres. Uno de ellos estaba sentado en un sillón, y el otro, más cerca de la puerta, estaba de pie.
¡Pum! El hombre sentado pateó la mesa que tenía delante y esta cayó al suelo con todo su contenido, formando un desastre. Owen se asustó y se escondió de nuevo detrás de la puerta.
—¡Maldito seas! ¡¿Acaso pensabas que nunca me enteraría, sucia rata?!—escuchó gritos iracundos desde el interior.
¿Esa voz...?
Se oyeron unos pasos que debían pertenecer al otro, que caminó calmada y ordenadamente.
—¡Eso, haz tu trabajo! Intenta compensar la deshonra que has causado a mi familia, la más poderosa después de los Bythesea, una de las familias fundadoras de este reino infestado por parásitos como tú. Intenta compensarlo con tu miserable trabajo, aunque no lo consigas ni besándome los pies—gritó nuevamente la voz.
Owen, que justo había conseguido identificar a una de las voces, se asomó de nuevo por la puerta entreabierta, silenciosamente...
De repente, una mano le agarró desde atrás y le tapó la boca mientras le arrastraba lejos de la puerta. Después del susto inicial, intentó revolverse, liberarse, pero no lo conseguía. Cuando fue arrastrado lo suficientemente lejos de la puerta, le soltaron.
—¡¿Qué coñ-
—Sshhh—mandó a callar una voz femenina. Owen no podía ver nada ahora que estaba lejos de la fuente de luz—Cálmese, señorita. Soy yo, Olga—susurró la voz. Sí, Owen reconocía esa silueta alta y ese tono calmado y maduro con el que hablaba. Sin duda, se trataba de la jefa de las criadas.
—¿Olga?—repitió Owen, que todavía conservaba la sorpresa en la cara—...¿Por qué...? ¿Qué pasa? ¿Por qué no hay nadie? Y... ¿qué hace el duque-...
—En otro momento se lo explicaré. Por favor, olvide todo esto. Vamos, es mejor que no se involucre en esta situación...—Olga le agarró la mano e intentó dirigirle hacia las escaleras.
—¿Pero qué es lo que pasa? ¿Por qué el duque está tan enfadado?—Owen se detuvo y no dejó que Olga le llevase. Ella se debatió unos instantes en silencio antes de responder.
—...Es un asunto privado del duque Drummond. Por ahora, señorita, es mejor que me haga caso... No quiero que usted también cargue con las consecuencias de todo esto. Acompáñeme, no puede arriesgarse a que la descubran...—.
Owen no comprendió lo que quería decir. Estaba a punto de preguntarle de nuevo cuando más gritos se oyeron del salón.
—¡¿Por qué me miras con esa cara?! ¡¿A qué viene esa expresión de superioridad?! ¿No piensas responderme, sucia rata rastrera? ¡Soy tu amo, tu señor, te permito servirme y me lo pagas de esta forma! ¡Con el engaño y el silencio!—le siguió un golpe sordo. Se formó otro estruendo de cosas cayendo al suelo. Un leve quejido de dolor estuvo a punto de perderse entre el ruido—...Maldito gusano—.
Owen, consciente de que la situación estaba escalando, soltó la mano de Olga y salió corriendo hacia la puerta. Ella le persiguió e intentó detenerle, pero no fue lo suficientemente rápida.
Como si le tirasen un balde de agua fría, Owen se encontró con la verdad cara a cara. El duque, con una mueca furiosa y ojos llenos de locura, rodeado de botellas de vino vacías y rotas, descargando su rabia en el mayordomo derrotado frente a él.
Su pelo habitualmente engominado estaba revuelto, su traje siempre impecable estaba manchado, su cara impoluta conservaba la forma del puño del duque y una sola gota de sangre se deslizaba de su boca.
A pesar de su aspecto lamentable, lo más notorio y penoso sobre su persona era la clara pérdida de su dignidad. Después de recuperarse del golpe, se quedó arrodillado ante el señor que se la había arrebatado. Su expresión indescifrable y vacía de todo sentimiento era la de siempre, pero en sus ojos verdes se reflejaba una oscuridad profunda, una tristeza que había terminado por convertirse en indiferencia y sumisión. ¿Qué era un puñetazo del duque cuando ya le dio el golpe final hace mucho tiempo?
Owen, incrédulo, comprendió que el mayordomo no se defendería, porque ya había aceptado su derrota. Le daba igual qué hicieran con él. El duque, por el contrario, se frustraba cada vez más de no conseguir su respuesta, e intentaba conseguir que reaccionase bajo cualquier método. Alzó el puño una vez más...
Lo siento, Olga. No puedo dejar que esto siga así.
—¡Elián!—.
Los dos miraron hacia la puerta sorprendidos. El duque se quedó atónito, mientras que la mueca inexpresiva de Elián cambió rápidamente a una de pánico.
Owen corrió y se interpuso entre los dos, enfrentando al duque Drummond con los brazos extendidos como si estuviese protegiendo a Elián.
—Oh, vaya vaya, mira quién tenemos aquí...—rio sarcásticamente el duque—...La única que faltaba, mi querida hija—.
Olga se asomó por la puerta sin aliento, sabiendo que había llegado demasiado tarde para impedir el encuentro.
—Elián Pendleton es uno de mis sirvientes personales. No trabaja para la familia Drummond, sino para mí. No permitiré que se meta con mi mayordomo, padre... No, "duque"—.
Los ojos negros de su hija le perforaban llenos de odio. Su voz imponía seriedad y no vaciló ni un segundo. El que se dirigiese a su padre con tanta desfachatez, sin el mínimo respeto, le hizo reír de nuevo.
Por su parte, Elián estaba aterrorizado por la aparición de Vivienne. ¿Cómo había podido Olga dejarla involucrarse en la situación? Confió en que el resto de sirvientes, que habían dejado su labor antes de tiempo por miedo al duque y a su comportamiento irracionalmente violento, se encargarían de que Vivienne no se encontrase con el duque al volver de Zeakya para prevenir que le ocurriese algo.
—Señorita Vivienne...—susurró Elián con la mandíbula aún dolorida—...Por favor, váyase. Esto no tiene nada que ver con usted. Es entre el duque y yo. Váyase con Olga, se lo ruego—.
Owen decidió ignorar las súplicas y le mantuvo la mirada al duque. Éste se acercó y le sujetó por la barbilla, alzando su cabeza.
—Mi amada hija Vivienne, mi preciosa y única hija...—suspiró con una sonrisa—...Te pareces tanto a tu madre... Ella tenía un carácter parecido al tuyo...—su sonrisa desapareció por completo, dejando que sus ojos psicóticos tomaran el protagonismo—...Era tan indisciplinada, vulgar y estúpida como tú—Elián agachó la cabeza y apretó los puños—Tal palo, tal astilla. También os parecéis físicamente...—el duque se acercó un poco más, para susurrarle al oído. Olga avanzó un paso, tentada a intervenir.
—Cada vez que te veo, tu asqueroso rostro me recuerda a la perra de tu madre. Es como si viese a esa puta promiscua reflejada en el cuerpo de su hija defectuosa—soltó esas palabras como si nada y le miró fijamente, como si se estuviese divirtiendo. Pensó que esas palabras herirían a su hija, que dañarían profundamente la débil voluntad de la chica inmadura que creía que conocía. Pero se equivocaba.
Ella le dirigió su misma expresión burlona, y le susurró:
—Por favor, "duque Drummond"—pronunció con un tono despectivo—...Prefiero parecerme a mi madre antes que haber salido a ti; un hombre con un orgullo tan frágil que tiene que recurrir a presumir de su riqueza nada merecida y maltratar a inocentes para creerse superior—.
Parece que realmente consiguió molestarle, porque su sonrisa pasó a una mueca de ira descontrolada y, alzando su mano en el aire, le abofeteó en la cara con tanta fuerza que el delicado cuerpo de Vivienne de desplomó contra el suelo.
Todo se convirtió en una ráfaga de acontecimientos. Olga, que finalmente había explotado, se lanzó contra el duque e intentó alejarle de la señorita, pero él la apartó de un empujón y también cayó al suelo. Se quedó petrificada por un momento. Ella sola no podía proteger a la señorita ni defenderse del duque. Aprovechó que la puerta abierta estaba a sus espaldas, y sin perderle la vista al duque, salió por ella corriendo.
—¡Eso, zorra, huye ahora que puedes!—le gritó burlándose. Elián aprovechó esa pequeña distracción del duque para enderezarse y lanzarse contra él, pero el duque se lo esperaba y, en un movimiento rápido, agarró a Vivienne por la cintura y acercó uno de los pedazos de las botellas de vino a su cuello. La amenaza que suponía el afilado borde del cristal obligó a Owen a no moverse demasiado.
Elián se quedó petrificado. Podía verse reflejado en los ojos negros de la señorita, y vio que estaba aterrorizado. Por su culpa, el duque había herido a la señorita Vivienne y a la jefa Olga, y ahora la primera estaba en peligro.
—Ven a por ella si quieres, eres "su" mayordomo después de todo, ¿no?—se burló—...Aunque si lo haces, sólo recuperarás su cadáver. Si das un paso más, rebanaré su elegante y hermoso cuello sin el mínimo esfuerzo—.
Owen tragó saliva, esperando que Elián no hiciese nada arriesgado.
—¿Por qué está haciendo esto, señor duque? Su hija no tiene nada que ver con este asunto—intentó convencerlo Elián.
Él respondió con una carcajada, como si hubiese escuchado la cosa más tonta del mundo. Envolvió los hombros de Vivienne con su brazo.
—Por supuesto que sí. Después de todo, si tú y esa salvaje no os hubieseis encontrado a mis espaldas, yo nunca habría decidido tener un hijo con ella—.
Elián le miró confundido y furioso, con el ceño fruncido.
—¿...Eso quiere decir... Que sólo fue por despecho? ¿Que ella pasó por tanto dolor y sufrimiento por un capricho de última hora?
—Bueno, a decir verdad...—el duque disfrutó cada una de las expresiones de sufrimiento de Elián—...Sí. Al principio fue sólo por eso, después pensé que, aunque pudiese encontrar a una concubina para tener un heredero, tampoco perdía nada por probar con esa mujer. Pensé que quizás tendría suerte y engendraría a un hijo que se pareciese a mí...—dirigió una mirada de repugnancia a su hija, y deslizó suavemente el cristal afilado por su garganta—...Pero nació mujer, además de un desperdicio igual a su madre: incapaz de honrar el glorioso nombre de la familia. Mírala... ni siquiera merece llevar ese nombre de ocho letras—.
Elián, después de presenciar las duras palabras de un padre ante su propia hija, pensó que Vivienne rompería en llanto, pensó que no podría soportar un descubrimiento tan cruel... Pero no pareció importarle demasiado. Se quedó igual que estaba. Ni un llanto, ni una lágrima dramática que expresase su dolor... Nada.
El duque también se dio cuenta de ello, y se vio obligado a intentar provocar algún tipo de respuesta en ella buscando tópicos sensibles, como había conseguido con Elián.
—¿Sabes? La sangre que corre por tus venas...—presionó el arma que blandía en sus manos contra ella, logrando que se marcase en su pálida piel y una gota de sangre del más profundo carmesí se resbalase por su cuello—...Es sangre sucia. Mi sangre es pura, de generaciones y generaciones de nobles poderosos, pero la tuya... Es una mezcla con la sangre de tu madre, que venía de un pueblo de indígenas incivilizados. Ja, todavía me parece ridículo que te contase historias sobre magia negra, demonios, y cosas como esas... Seguro que en su pueblo de salvajes creían tonterías como... ¡Aaaagh!—.
Owen había aprovechado que se había ido por las ramas para morder con todas sus fuerzas el brazo que rodeaba sus hombros. Dejó una marca de dientes sangrante, y el dolor hizo que al duque se le cayese su arma y Owen se liberase. Elián, ágil, se aproximó rápidamente a Vivienne para ayudarla, pero el duque la agarró del pelo y la arrastró rápidamente por el suelo hasta la otra puerta de la habitación, nunca dándole la espalda a Elián porque sabía que lo único que lo detenía de destrozarle en ese mismo instante era que la vida de Vivienne estaba en sus manos.
—¡Maldita puta! ¡Animal!—gritó mientras inspeccionaba la mordedura en su brazo. Abrió la puerta lentamente mientras se aseguraba de que la chica no escapase. Detrás de la puerta sólo había una habitación oscura precedida por unos escalones, probablemente un desván sin utilizar en el que el duque pretendía encerrarlo. Owen intentaba resistirse y revolverse, pero no consiguió nada.
El duque Drummond, el padre biológico de Vivienne y el ser más infame que había conocido, le dirigió una última mirada de desprecio con unas palabras:
—No pensé que llegarías a ser más salvaje y estúpida que tu madre—.
Y lanzó el cuerpo de Vivienne sin reparos escaleras abajo. Elián, por supuesto, fue corriendo a auxiliarla aunque sabía que era una trampa. Justo después de que entrase, el duque cerró la robusta puerta con llave, y dijo con un tono orgulloso de sí mismo:
—Ya me he deshecho de las únicas dos manchas en mi inmaculada vida—.
Elián buscó en la oscuridad del cuarto, iluminada únicamente por el angosto espacio bajo la puerta que conectaba con el salón, a la señorita Vivienne. Estaba preocupado porque podría haberse golpeado la cabeza con los escalones.
—¿Señorita Vivienne?—preguntó, incapaz de ver nada en ese abismo negro.
—...Aquí—Owen se levantó del suelo aturdido.
—¿Se encuentra bien?—Elián se acercó a ella preocupado. Owen pensó que nunca había escuchado hablar a Elián con un tono tan suave, tan dulce. Parecía el de un padre a un hijo.
—Estoy... un poco mareada...
—Escuche atentamente mis palabras, señorita Vivienne; siento mucho lo que ha ocurrido. Todo esto es mi culpa. No he podido protegerlas, ni a la jefa Olga ni a usted. Ambas han resultado heridas por mí. Cuando me protegió frente al duque, fue un acto muy imprudente que debería haber evitado por su propio bien, pero... Sentí que...—Elián alzó la vista cuando se dio cuenta de que la señorita no estaba respondiendo.
—...¿Señorita Vivienne?—Elián perdió el aliento cuando percibió una figura frente a él inmóvil y rendida en el suelo—...¡Señorita Vivienne! ¡¿Qué le pasa?!
—Ugh... Es el mareo... Es como... Es como si tuviese mucho sueño...—susurró con una voz agotada y adolorida.
—¡Señorita Vivienne! ¿Qué le sucede? ¿Siente dolor en alguna parte?—inquirió inquieto el mayordomo mientras revisaba la cabeza de la señorita. No parecía tener ninguna herida abierta. ¿A qué se debía ese decaimiento tan repentino? Al ver que no respondía, se asustó e insistió, sacudiendo su cuerpo.
—¡Señorita! ¡Responda, por favor!—.
Owen se sentía cada vez más mareado, y la realidad se distorsionaba. Sintió un fuerte y agudo dolor en el pecho por un momento, y después desapareció para dejarle en un vacío en el que su consciencia se alejaba cada vez más y no podía evitar cerrar los ojos. No sabía si estaba perdiendo la vista y sumiéndose poco a poco en las sombras o si sólo se trataba de la oscuridad del desván.
—...Creo que... voy a potar... No, creo que... me voy a... desmayar... N-no puedo respir-...—Owen oyó cómo Elián gritaba el nombre de Vivienne una y otra vez e intentaba sacudir su cuerpo para reanimarlo, pero era imposible. Escuchaba su voz como si se estuviese hundiendo bajo el agua. O quizá era él el que se estaba hundiendo, ahogándose, sintiendo un dolor muy profundo y escalofriante... Ya había sentido algo parecido antes, estaba seguro.
—Como aquella vez en la que morí...—susurró para sí mismo con un hilo de voz—...en la habitación de los relojes—.
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