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Capítulo 29 - La faena.


—¡Mire, señorita! ¡Por fin ha llegado el nuevo conjunto que le encargamos al sastre para el día de hoy! ¿Qué le parece?—entraron a la habitación emocionadas Hye y Mae mostrando unas prendas de ropa ligeras.

—Mmm... Supongo que están bien—respondió Owen.

—Pero, señorita, ¡si ni siquiera las está mirando! ¿¡Puede dejar de jugar a las cartas de una vez!?—.

Owen ignoró a las dos sirvientas y atizó un golpe de frustración sobre la mesa y sus compañeras de juego se rieron con su característica risa burlona:

—¡Maldita sea! ¿¡Otra vez!? ¿¡Cómo es que habéis ganado seis veces cada una y yo ni una sola!? ¡Malditas trillizas de la desolación!—tiró sus cartas por el aire y Chloe, Khloe y Cloey volvieron a burlarse mientras que presumían los montones de fichas en su posesión—...¡Seguro que estáis haciendo trampa! ¡Sois demasiado espabiladas para ese tipo de cosas!

—Es una mala perdedora, señorita. Si ya sabía que no podía ganarnos, ¿por qué nos propuso jugar?—las trillizas elevaron el nivel de tensión.

Harta de que la ignorasen, Hye explotó y lanzó su brazo contra la mesa y tiró toda la baraja y las fichas al suelo:

—¡¡¡Porque sois las únicas que nunca hacen su trabajo y se entretienen con esta clase de jueguecitos, trío de vagas!!! ¡Dejad de perder el tiempo, hay cosas que hacer! ¡Mae y yo tenemos que preparar a la señorita!—las tres criadas entendieron el mensaje al instante y pusieron pies en polvorosa en cuanto el sermón de Hye terminó. A pesar de que era la criada más joven y habitualmente era dulce e incluso un poco introvertida, nadie la igualaba cuando se enfadaba o se impacientaba.

—¡Y usted, señorita! ¡No puede dedicarse a estas tonterías ahora mismo! ¿¡Acaso no es consciente de qué día es hoy!?—.

El espíritu de Hye dejó su cuerpo cuando vio el rostro vacilante de la señorita.

—¿¡No me diga que no se acuerda!? ¿¡No lo he repetido millones de veces estos últimos días!? ¿O es que también me ha estado ignorando mientras que jugaba a la oca y al parchís con todo el personal de limpieza?—.

Mae intentó calmar a Hye antes de que llegase a las manos y su puesto como sirvienta peligrase.

—Señorita Vivienne...—dijo Hye con mucha paciencia una vez se tranquilizó—...Hoy es el primer día de la preparación del festival. Ya sabe, el festival de Yrifwuel... en Zeakya. Dentro de unas horas debe estar allí. Fue a la reunión de la preparación del festival la semana pasada.

—Ah, es verdad...—bostezó desinteresado—...Aunque ya se me ha olvidado lo que dijeron. Bueno, da igual, no debe ser tan important-...

—¡Por supuesto que lo es!—explotó de nuevo Hye—Señorita, ¿no se da cuenta de lo que este evento representa? ¡La preparación es incluso más importante que el festival en sí! Es su oportunidad de demostrar su valía como candidata, de acercarse a los ciudadanos y de formar un lazo de confianza con la población; de ganarse su simpatía. Además, existe la posibilidad de conseguir el respeto y el aprecio de la familia real y tener en el bote a su alteza el príncipe. ¡Es una ocasión que ninguna de las candidatas desperdiciaría!—.

Owen le miró como si estuviese hablando una lengua desconocida.

—¿Por qué querría hacer todo eso?

—¡Para ser la candidata favorita del reino, por supuesto!

—¿Y...?

—¡...Convertirse en la próxima reina de la nación!

—¿Desde cuándo ha sido ese mi objetivo?—se levantó perezosamente de la silla para estirar las extremidades—...Ya he dicho muchas veces que no tengo el mínimo interés en gobernar, casarme o cualquier otra estupidez. Mi intención fue clara desde el principio. No necesito caerle bien a los ciudadanos ni a la familia real. Tampoco tengo pensado acercarme más al príncipe.

—Sé que eso fue lo que dijo cuando se enteró de la selección de candidatas. Eso fue lo que dijo, pero... ¿No ha pensado un poco más en este asunto? Quiero decir, es normal que al principio estuviese algo asustada o insegura sobre algo tan importante, pero ahora debería reflexionar mejor...—.

La señorita resopló y le perforó con la mirada.

—¿Qué podrías saber tú? Sólo eres una mocosa. No tienes ni idea—Mae se dio cuenta de que la situación estaba empeorando cuando vio a Hye echar humo por las orejas. Se interpuso para detener la pelea.

—V-vamos, cálmate, Hye... Señorita Vivienne...—no pareció mejorar la situación. Notaba en la tensión del aire que cualquiera de las dos podría explotar de un momento a otro.

—Puede que sea una mocosa , Señorita Vivienne—dijo Hye sin retirarse de la discusión—...Pero parece que hasta una mocosa inmadura y plebeya como yo comprende mejor su papel en la sociedad que usted—.

Con una expresión digna, dejó la ropa preparada sobre la cama, se dio la vuelta y se marchó con un portazo. Mae quedó en medio de la habitación desorientada, sin saber si debería seguir a Hye o quedarse con la señorita.

Owen se sentó de nuevo en la silla. Mae se asustó cuando golpeó su puño contra la mesa para liberar su frustración y no comenzar a gritar todas las palabrotas que conocía.

No estaba enfadado por haber discutido o porque Hye le llevase la contraria. Lo que verdaderamente le molestaba era admitir que, en cierta forma, Hye tenía razón.

***

La capital seguía siendo un sitio un tanto abrumador para Owen, sobre todo cuando el movimiento de gentes aumentaba al quedar pocos preparativos. Era imposible atravesar las calles principales con semejante multitud, y aunque el chófer decidió cruzar por las callejuelas intentando evitar el núcleo de la ciudad, el paso del carruaje seguía siendo demasiado lento.

Los comerciantes, que cruzaban de un lado a otro sin cesar, impacientaron ligeramente al chófer.

—Señorita Drummond, me parece que a este ritmo no...—el sonido de la puerta del carruaje le interrumpió, y de él salió la señorita con una expresión tranquila.

—¡Señorita! ¿A dónde va?—gritó cuando vio que se alejaba entre la multitud. Pareció oírle y volvió rápidamente. Antes de que el chófer pudiese avisarle de que no era buena idea perderse sola entre la multitud, ella sacó algo de su bolsillo y se lo entregó.

—Toma, casi se me olvida. El pago por tus servicios. ¡Hasta luego!

—¡Espere! ¡No es eso, seño-!—antes de que terminase la frase, ella se fue y se sumergió entre el público de nuevo. El chófer se quedó con la boca abierta y las dos monedas de plata en su mano. "¿Acaso no sabe que soy un empleado y que no necesita pagarme cada viaje?" pensó. "Bueno, una propina no me viene mal, sobre todo cuando nos reducen los sueldos cada vez más y más. Últimamente todo es un caos en la administración del ducado. ¿Qué estará haciendo el duque?".

Owen arrastró la suela de su delicado tacón bajo contra el suelo de piedra. Había pisado el enorme "regalito" que algún caballo había dejado por la calle. Mientras intentaba deshacerse de él, se rio al pensar la expresión asqueada que tendría la profesora Waleska si le viese limpiarse una mierda del zapato con su propio pañuelo bordado.

Desde que las criadas le comentaron que el príncipe me acompañó personalmente al ducado, no se ha atrevido a presentarse.

Owen se rio maliciosamente pensando que aquella vieja bruja debía sentirse demasiado avergonzada por haber estado tan segura de ganar la apuesta.

Algunos de la multitud se apartaron de la señorita de risa malévola.

Owen caminó despreocupadamente, observando los distintos puestos que acababan de instalar en cada callejuela. Cuando llegó al cruce entre dos calles, comenzó a preguntarse qué dirección debería tomar. Había abandonado sin pensar el carruaje, pero realmente no sabía cómo llegar al sitio acordado. Era cerca de la Plaza Principal, frente a un monumento importante de la capital... No recordaba el nombre.

Suspiró frustrado. Se arrepentía de no haberle preguntado al chófer algunas direcciones o de haber traído compañía con él. Se les indicó que durante las preparaciones del festival cada candidata podría traer un par de sirvientes si lo necesitaban, pero lo suyo había sido por decisión propia. Después de la discusión con Hye, no tenía ganas de hablar con nadie. Eso podría confundirlo aún más. Se fue con prisas y no escuchó las advertencias de las demás sirvientas.

Intentando recordar las diferentes direcciones que debía tomar, Owen se dejó llevar por su instinto. Giraría por la callejuela de la izquierda, después a la derecha, después atravesaría por allí... Cuando comenzó a sentir que quizás se había perdido, pensó que le vendría muy bien que Elián le hubiese acompañado. Demostró conocer muy bien la capital, y siempre era muy diligente en cualquier situación... Se había acostumbrado demasiado a su presencia.

Un olor agradable le distrajo, un olor a comida recién hecha. Guiado por él hasta una de las calles con menos tránsito, se detuvo ante un puesto donde una mujer preparaba algunos platos con pinta deliciosa. La señora notó a la extraña chica que miraba la comida con la boca hecha agua. Casi podía ver sus ojos brillando.

—Tienen buena pinta, ¿a que sí?—se rio mientras le mostraba una humeante brocheta de carne asada—¿Quieres probarlas, jovencita?

—¿¡Puedo!?

—¡Claro! Sólo son muestras de lo que prepararé para el festival, me gustaría poder contar con otra opinión—.

Owen agarró la carne con cuidado, disfrutando del aroma que desprendía. Cuando le dio el primer bocado, sintió como si estuviese en el cielo, a pesar de que se quemó la lengua porque acababa de salir del fuego.

—¡Delicioso! ¡Lo mejor que he probado en mucho tiempo!—la señora se alegró ante su entusiasmo, y antes de poder abrir la boca de nuevo, la chica se perdió en la multitud. Un objeto brillante que había dejado sobre su puesto llamó su atención, y comprendió que esa muchacha de buena apariencia no era cualquiera. ¿Quién más podría darle una moneda de plata? ¡Eso era más que suficiente para alimentar a una familia durante meses! La señora estuvo a punto de desmayarse.

¿Debería pedirle direcciones a alguien...? Owen volvía a caminar sin rumbo por las calles. Distraído observando los quehaceres de los comerciantes mientras devoraba su aperitivo, no reparó en la aglomeración que se estaba formando en esa misma calle. Parecía que la multitud se estaba reuniendo en torno a algo, y una vez que terminó de comer, se acercó para satisfacer su curiosidad.

—¡Son ellas!—gritaban algunos con gran admiración. Owen se puso de puntillas pero no podía ver nada.

—¿Quiénes son?—preguntó a un tipo a su lado. Este le miró de arriba a abajo, extrañado.

—Uhm... ¿Las candidatas al trono...?—Owen se llevó una grata sorpresa al escuchar los nombres "Nicolle Melville" y "Azeneth Morgenstern". Se sintió aliviado de no tener que vagar por las calles de Zeakya para siempre.

Alzó los brazos en el aire, intentando llamar su atención.

—¡Soy yo, estoy aquí!—el ruido de las gentes opacaba su voz. Pretendía superar la altura de la multitud con algunos saltos. Parecía no surtir efecto hasta que el sirviente que acompañaba a Azeneth Morgenstern, ese enorme gorila que destacaba como una montaña entre el cúmulo de personas, le vio, y esto llamó la atención de Nicolle Melville, que terminó encontrándole también.

—¿Lady... Drummond? ¿Es usted?—todo el mundo se calló un momento cuando escucharon ese nombre. Poco a poco, rodearon también a la joven de indistinguible cabello blanco y ojos negros, reconociendo su identidad. Owen se encontró cara a cara con quienes estaba buscando.

—La misma, Nicolle... Ejem, ejem... Lady Melville—.

Sus expresiones reflejaban una ligera sorpresa, pero Nicolle se aclaró rápidamente la garganta y se aseguró de disolver la multitud antes de acompañar a Vivienne.

—Siento llegar tarde de nuevo, creo que me he perdido... Bueno, no del todo, no exactamente, sólo es que...

—No se preocupe, lady Drummond—le interrumpió—...No es para tanto. Sólo nos hemos encontrado con el otro grupo, hemos comentado rápidamente un par de cosas, y cada uno por su camino—Nicolle sonrió recordando algo—Oh, y su alteza me pidió que le enviase recuerdos de su parte. Parece que ya suponía que usted llegaría tarde—.

Owen no supo si sentirse ofendido por eso.

—Parece que se conocen muy bien, lady Drummond. Me alegro—dijo con un tono reposado, sin darle demasiada importancia. A Owen le recorrió un escalofrío al recordar algo parecido que le había dicho Eliette. Se preguntó qué tal le iría trabajando junto al príncipe, codo con codo. No era preocupante ya que sabía que Eliette no mostraría su enfermiza obsesión ante él, pero no podía evitar sonreír lastimosamente por la trágica situación de Leonardo. "Si supiese que tiene a una fanática chiflada a sus espaldas..." pensó.

—Por cierto, ¿cómo le va con el grupo de la Condesa Alden y Eliette? Ya sabes, esas dos son como polos opuestos... Tengo un poco de curiosidad—dejó caer despreocupadamente. Preguntaba principalmente por la Condesa. Según los rumores que Lia mencionó y cómo se comportaba frente a él, no parecía tener malas intenciones tampoco, pero... Había algo que le hacía confiar un poco en Eliette y nada en Crystal Alden.

—Sí, es verdad que son muy distintas. Lady Baird estaba nerviosa, yendo de acá para allá sin saber muy bien qué hacer, pero la Condesa parecía desenvolverse perfectamente, sin sentirse abrumada por la multitud que nos rodeaba ni las ajetreadas tareas que tenían por delante. Sin duda, la Condesa Alden es un ejemplo a seguir. Creo que ninguna de las dos tendrán problemas en la Plaza Principal, dado que cuentan con la ayuda de su alteza—comentó Nicolle con una sonrisa tranquilizadora. Su expresión apacible y su andar elegante sobre el suelo de piedra irregular de las callejuelas de Zeakya hacían que pareciese toda una princesa, una señorita elegante, con buenos modales, inalcanzable.

Supongo que a algo así se referían cuando querían que yo fuese "la señorita noble perfecta". Hermosa, agradable, educada, sincera. Supongo que Nicolle verdaderamente constituye el ideal femenino.

Escuchó los pasos que les seguían, los de Azeneth y su gorila. No tenía una impresión particular de la joven de baja estatura con ojos escarlata, a diferencia de las impresiones tan claras que tenía de las demás. Sólo sabía que nunca hablaba, jamás, y no parecía que fuese por timidez como en el caso de Eliette. Muy seria, muy callada, y siempre acompañada de algún sirviente musculoso. Bueno, en alguna ocasión había notado que sus ojos se movían inquietos, como estudiando su entorno.

Entre ella, Eliette, la Condesa y yo, diría que Nicolle es la más normal del grupo. No parece haber sido afectada por una maldición, esconder pensamientos obsesivos o incluso enfermizos, ser sospechosamente simpática con el príncipe o fingir que no existe.

"Sí, ojalá tuvieses un círculo social más apropiado, Nicolle" se compadeció en voz baja Owen.

—Emm, Lady Drummond... Creo que tiene... Creo que debería limpiarse la mejilla, cerca de la comisura de la boca—. No comprendió que Nicolle trataba de decirle que tenía una mancha de salsa de la carne en la cara.

—¡Las candidatas han llegado!—comenzaron a anunciar algunos en cuanto se adentraron en una calle de puestos concurrida. Los sirvientes de Nicolle intentaron apartar a la multitud de las señoritas para que no fueran aplastadas. De repente, dejaron pasar a un señor bien vestido que se dirigió a Nicolle con una reverencia.

—Señorita Melville, Señoritas Drummond y Morgenstern—saludó. Nicolle parecía conocerle.

—Qué alegría verle, señor Anderson. Sentimos haber llegado con un poco de retraso—.

Owen miró con curiosidad a Nicolle, y ella le respondió como si le hubiese leído la mente:

—El Señor Anderson es un socio comercial de mi hermano. Hemos coincidido en alguna ocasión—aclaró. El Señor Anderson era de mediana edad, con la nariz puntiaguda y largo bigote. Se puso un tanto nervioso ante la intensa mirada examinadora de la señorita Drummond.

—Ejem ejem, un placer. Soy el representante de los comerciantes aquí presentes durante el festival de Yrifwuel. Me encargo de llevar la cuenta de los presupuestos, de la mercancía y de las ganancias. Estaré muy agradecido de recibir vuestra ayuda.

—¿Ayuda para llevar cuentas?—preguntó Owen.

—No, no es eso. Ese es mi trabajo. Para lo que necesito ayuda es, bueno...—el hombre echó un vistazo a sus alrededores, rodeado de gente gritando, llevando cajas, arrastrando sus puestos...

—Necesito ayuda para controlar este caos. Es imposible administrar y tomar datos si todo está tan desordenado. Hay demasiada gente y parece que nadie está tomándose en serio las instrucciones de colocación de los puestos o el almacenamiento de la mercancía. Nadie hace caso... Pero ahora que ustedes están aquí, señoritas, todos colaborarán. Son las candidatas al trono, después de todo—.

Anderson les guió a través del cúmulo de personas que se arremolinaban en torno a las famosas candidatas, sacó una libreta llena de nombres y explicó:

—Aquí están todos los nombres de los comerciantes que se hayan registrado en las últimas semanas para obtener una licencia para su puesto. Comienza desde aquí, desde el oeste de la capital. Aquí sólo hay datos básicos, deberíamos comprobar todos los que podamos...—.

Un estrépito de cajas cayéndose le interrumpió. Los restos de una caja de madera se esparcían por todo el suelo junto con la mercancía que contenía, frutas. Un señor mayor intentaba recogerlas muy apurado, antes de que nadie las pisase. Nicolle reaccionó de forma inmediata, ordenando a sus sirvientes que las recogiesen y ella ayudó al señor a levantarse.

—¿Se encuentra bien?—el anciano rechazó su ayuda porque no le parecía aceptable que una señorita de alta alcurnia le tendiese la mano, pero se vio obligado a aceptar ante su insistencia.

—¿Qué ha ocurrido con su mercancía? ¿Ha tenido algún problema durante el transporte o con el almacenamiento?

—Sí, señorita. Verá, es imposible llevar las cajas hasta los puestos porque los demás comerciantes se meten en tu camino. Se establecen donde les da la gana, y aunque esta calle no es estrecha, falta espacio—.

Nicolle compartió una mirada de complicidad con el señor Anderson.

—Parece que éste es el primer problema que deberíamos solucionar—antes de que se dispusieran a solucionarlo, apareció otro ante ellos.

—Perdone, señorita. ¿Ha pasado por aquí un carro de transporte? Me parece que he dejado ahí el resto de mi mercancía. Realmente no estoy segura de que me falte algo, puede que sólo me esté equivocando...

—En un momento le ayudaremos a resolver su problema, señora—contestó Nicolle mientras el señor Anderson hablaba con el anciano—Por ahora, puede...

—¡Señorita, señorita!—un niño se acercó corriendo a Nicolle—...¡A mi papá le han robado los productos que iba a vender en el festival!—.

—¡Mi mula de carga ha desaparecido! ¡He perdido todo lo que tenía!—se quejó desesperado otro hombre.

Todos acudían a contarle sus problemas a Nicolle, quizás porque inspiraba confianza y parecía la persona más responsable del grupo. No podía atender y ayudar a tanta gente a la vez, por lo que le dijo al señor Anderson que se encargase del anciano y ella intentaría resolver los demás problemas con la ayuda de las demás candidatas.

—Por favor, escúchenme todos un momento. Los que hayan tenido algún inconveniente con su puesto o la organización, díganle al señor Anderson su nombre para que pueda encontrarlos en el registro. Los que tengan problemas con su mercancía, formen una cola delante mía. Si su problema es de otra índole, ruego que se lo comuniquen a lady Drummond o a Lady Morgenstern. Haremos todo lo posible por ayudarles—.

La aglomeración escuchó atentamente las palabras de Nicolle y comenzaron a disponerse como ella había indicado. El señor Anderson le miró agradecido porque tomase la iniciativa, y Owen se asombró por el respeto y seguridad que infundía a la multitud. Se desenvolvía como un pez en el agua. Mientras que observaba atontado desde una esquina, Nicolle escuchaba a los comerciantes y tomaba nota de lo que le decían. La mayoría tenían problemas con la cantidad de mercancía que habían traído. Eran comerciantes y tenían una idea aproximada de lo que vendían, pero no llevaban la cuenta por escrito.

Algunos otros necesitaban ayuda para transportar objetos pesados, y aunque al principio se sentían algo intimidados, le pidieron ayuda al sirviente musculoso de Azeneth. Éste cargaba en sus brazos cualquier cosa sin el mínimo esfuerzo, pero procuraba no alejarse demasiado de la señorita Morgenstern, a quien vigilaba constantemente. Al final, esto la obligó a transportar cargas también para estar a su alcance. Owen no creía lo que veía: ¿Cómo podía una chica tan pequeña y aparentemente delicada como ella levantar cajas tan pesadas y voluminosas como su propio cuerpo? Ni siquiera sudó una sola gota.

Él, viéndose el único sin colaborar, intentó participar en la tarea del transporte ayudando a empujar carros y mover puestos, pero se dio cuenta de que sus brazos débiles de señorita acomodada no servían para ese tipo de labor. Por mucho que lo intentase, no podía ejercer ninguna fuerza, y los campesinos le sugirieron que se detuviese si no quería partirse los brazos en el intento. Maldijo en silencio el día en el que adquirió aquel cuerpo.

—Está bien, señor. Lléveme a su puesto y enséñeme el contenido de sus cajas. Así podemos contar cuántas vasijas tiene y apuntar los precios correctamente. De esa forma, ya no habrá equivocaciones—aconsejaba Nicolle. Antes de que se marchase con los comerciantes, Owen le preguntó qué tarea debería llevar a cabo.

—Oh, lady Drummond, no se preocupe... Hay muchas cosas que hacer, seguro que alguien necesita su ayuda—Nicolle se alejó y se perdió entre los puestos.

¿Quién necesitaría mi ayuda? Vagaba sin saber qué hacer. No tenía la fuerza de Azeneth ni la capacidad de organización de Nicolle. Poco a poco, se alejaba de la zona concurrida. El callejón se estrechaba.

—¡Maldita sea! ¡Ahora tendré que tirar otro saco!—se quejó una mujer de un puesto visiblemente enfadada. En cuanto notó la presencia de Owen, hizo una torpe reverencia.

—¡S-señorita Candidata! No sabía que usted estaba presente, disculpe-

—No te preocupes. ¿Tienes algún problema con los sacos de alimentos?

—Oh, no es nada de lo que deba preocuparse, señorita. Sólo es un pequeño inconveniente...—.

Vio unas pequeñas sombras veloces que corrían detrás del puesto y se escondían entre las sombras. Había una patata roída en el suelo y se respiraba un ligero hedor desagradable en la cercanía.

—Ya veo... Las ratas se meten en los sacos de comida, ¿cierto?—dijo Owen mientras se acercaba a examinar los sacos. Algunos tenían agujeros de tamaño considerable.

—...Sí. No puedo descuidar mis pertenencias, porque esos parásitos devorarán lo que sea en cuanto me dé la vuelta. Están por todas partes en esta callejuela—.

Owen examinó el agujero por el que habían escapado. En general, todo el área sombría del callejón apestaba a orina de rata y a humedad. El suelo de piedra de la zona estaba mucho más sucio y descuidado que el resto de calles de la capital. Parecía que no habían limpiado desde hace algún tiempo.

—Intentaré aprovechar los alimentos que no han roído. Han entrado a los sacos, pero no se han comido todo.

—No deberías hacer eso—advirtió Owen, pateando los restos roídos de alimento desperdiciado por el suelo—Su orina también causa enfermedades. Es mejor que tires todo—.

Después de todo, un campesino como él conocía muy bien el daño que podía causar la plaga de las ratas. Sería un verdadero problema si hubiese varios nidos cerca, considerando lo cerca que estaban de los puestos. No sólo echarían a perder la comida, sino que muy probablemente transmitirían todo tipo de enfermedades a los comerciantes y a cualquiera que ingiriese los alimentos.

Es un problema importante, pero si se realiza una limpieza adecuada y se colocan trampas antes del festival...

—No debería acercarse mucho a la guarida de esas alimañas, señorita. Este sitio está sucio, se manchará su ropa. Usted es una noble, debería dejar que alguien más se encargue...—.

A eso se refería Nicolle, ya había encontrado un problema que debía solucionar. Nicolle y Azeneth se estaban esforzando por ayudar a los ciudadanos, y seguro que el otro grupo en la Plaza Principal también estaban dando su máximo. Él no era esa clase de persona siempre dispuesta a trabajar duro y sin descanso, pero por una vez...

Este tipo de tarea, sucia, desagradable, e impropia de una señorita, era lo que mejor sabía hacer.

—Por favor, retira tu puesto de aquí durante un rato y pregunta a los demás comerciantes si han visto más ratas—recogió su larga melena en una cola de caballo mal lograda—...Voy a por algunos cubos de agua y todo lo que haga falta para limpiar esta cantidad de mierda. Prometo que intentaré solucionar esto, no, lo lograré. ¡Ahora vuelvo!—.

Sorprendentemente motivado por trabajar, se fue corriendo y se zambulló de nuevo en la zona transitada.

***

—Uff, parece que por fin hemos terminado—suspiró Nicolle secándose el sudor de la frente con un pañuelo—Buen trabajo, Lady Morgenstern. De hecho, usted debe estar más cansada que yo. Le he visto transportando mercancía sin parar, de un lado a otro... ¿Seguro que no se ha lastimado con tanto peso? ¿No le gustaría sentarse un momento y descansar?—Nicolle seguía hablando incesantemente, y Azeneth le contestaba con su silencio y su habitual cara inexpresiva.

El cielo se teñía de rojo por el atardecer y los comerciantes se retiraban. Las calles estrechas eran consumidas por las sombras proyectadas por los grandes edificios de piedra. Zeakya, que durante el día era una ciudad bulliciosa y llena de luz, se sumía progresivamente en el silencio.

—Hoy ha sido un día duro, pero hemos ayudado a mucha gente. Ojalá podamos contribuir en la preparación más y más los próximos días—deseó optimista Nicolle observando el atardecer. A pesar de que había trabajado todo el día en rellenar registros sobre los presupuestos y las mercancías de los comerciantes, seguía siendo positiva.

—Por cierto, Lady Morgenstern. Ya hace varias horas que no me cruzo con ella. Por casualidad, ¿no habrá visto a...?

—Aquí estoy—interrumpió una voz cansada y jadeante que acababa de surgir de las sombras.

—¡Lady Drummond! ¿Qué le ha pasado?—preguntó sorprendida Nicolle. Incluso la expresión de Azeneth palideció.

Vivienne venía completamente cubierta de suciedad, su atuendo de color claro casi negro por las manchas. Su cara también estaba manchada. Sus manos, igual de sucias, tenían algunas rojeces. Andaba con la espada encorvada por el agotamiento y con una expresión devastada.

Nicolle corrió a entregarle su pañuelo para que se limpiase, pero Owen lo rechazó.

—Bueno, había un pequeño inconveniente... He intentando resolverlo, pero parece que todavía va a necesitar unos días más...—estiró los brazos y bostezó—...Creemos que en el callejón de al lado hay unos cuantos nidos de ratas. No es una catástrofe ni nada por el estilo, pero podría ser algo preocupante si nadie se hace cargo. El primer paso para acabar con ellas era despojarles de su hábitat natural, de la suciedad y la basura, y a eso nos hemos dedicado. Algunos comerciantes se han ofrecido a ayudarme a despejar y limpiar la zona. Hemos llevado cubos de agua, cepillos, escobas... Un día de limpieza. Eso es todo—.

Al ver que las dos le miraban extrañadas, atónitas, intentó aclarar:

—Quiero decir, las ratas no se van a ir sólo con eso. Las muy jodidas se buscarían alguna forma de prosperar de nuevo, y volverían a apropiarse de la comida de los comerciantes y propagarían enfermedades. Pensé que con algunas trampas caseras sería suficiente, pero un vendedor de artilugios me advirtió de que eso no sería suficiente. Me dijo que con tal de que las ratas no se acercasen y royesen más sus productos, fabricaría tantas trampas y ratoneras como fuesen necesarias. En unos pocos días estarán listas—.

Nicolle no sabía realmente qué decir.

—Emm... Buen trabajo—Owen agradeció su cumplido con un movimiento de cabeza.

A los pocos minutos, un carruaje vino a recoger a Azeneth y a su sirviente, y cuando llegó el de Nicolle, se ofreció a llevarle, pero Owen se negó. Supuso que el chófer se había perdido o llegaba tarde. Vagó sin más esperándole cerca de la Plaza Principal, pero después de que anocheciese se impacientó y decidió pagar un carruaje que le llevase hasta el ducado directamente.

Durante el viaje, pensó que al volver todo se habría calmado, el ambiente sería menos tenso y podría hacer las paces con Hye. Después de todo, sólo había sido una pequeña discusión que se podía resolver con una conversación civilizada. Quería que todo se solucionase, y descansar su cuerpo destrozado con la conciencia tranquila.

Al llegar a la mansión Drummond, sintió un mal presagio. La noche era fría, la luna estaba cubierta por densas nubes y no iluminaba el cielo. ¿Por qué estaban las luces de la mansión apagadas? El silencio sólo era interrumpido por el sonido de la brisa cortante. Un escalofrío le recorrió la espalda.

***

[Nota de la autora: Sé que este capítulo ha sido más largo de lo normal, e incluso he tenido que dividirlo porque iba a ser aún más largo lol. Sólo quería agradecer vuestro apoyo y decir que intentaré actualizar más frecuentemente. Gracias por esperar :). ]

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