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Capítulo 23 - La Historia de la Traición.



Avanzaba a grandes zancadas, subiendo los escalones de dos en dos, y procurando ser silencioso para no llamar la atención algún inoportuno. Aunque las ventanas de los pisos superiores eran estrechas y algo polvorientas, el crepúsculo se cernía como un gran abismo de colores cálidos sobre la mansión, indicando el momento en el que todos los sirvientes de la mansión (absolutamente todos) debían de haber terminado sus tareas, y preparado las últimas obligaciones del día para marcharse a sus respectivos cubiles. Owen debía de ser rápido si no quería cruzarse con nadie por las escaleras.

Era de vital importancia que nadie descubriese su destino, dado que se disponía a visitar a la duquesa encerrada. Había pasado un tiempo desde esa primera y única vez que se encontró con ella, aquella vez en la que le atrajo en contra de su voluntad con el simple objetivo de comunicarle su fin, aunque sin un propósito claro sobre ello. El trayecto hacia el sexto piso era agotador y confuso, por la cantidad de escalones, la oscuridad que reinaba en cada esquina, y los diversos y confusos caminos estrechos, llenos de cachivaches que había que sortear.

Owen había alcanzado el cuarto piso cuando varias voces interrumpieron el silencio. Su corazón pegó un salto, y rápidamente comprobó que nadie se encontraba a sus espaldas. Las voces procedían, afortunadamente, del piso inferior. Era fácil reconocer esas tres voces chillonas y alborotadoras, que aún después de una jornada intensa de trabajo, discutían y reían con energía. Supuso que el trío de la calamidad debía de haber terminado todas sus tareas, y como no tenían que servir la cena ni participar en otras actividades, podían volver a su habitación en el tercer piso para descansar.

Escuchó con poco interés cómo se quejaban y protestaban casi a gritos acerca de diversos aspectos; entre ellos, se encontraba la actitud del duque en los últimos tiempos. Las criadas más prudentes cuchicheaban sobre su personalidad irascible, y que no toleraba el mínimo error o carencia en su trato. Incluso uno de sus mayordomos más allegados decía que el señor de la casa había calculado mal los presupuestos y sueldos, y que en la última semana había derrochado más dinero que en todo el verano.

Montaba berrinches como un niño pequeño, y era controlador con todo el mundo a su alrededor. Owen sabía que no sería nada bueno si se cruzaba con él por los pasillos, sobre todo en alguna de sus escapadas de sus obligaciones como señorita, noble y miembro de la extraña y terrorífica familia Drummond. Debía de tener cuidado con ese demente.

Distraído, Owen se cruzó de repente con alguien que bajaba las escaleras del quinto piso. La sombra huyó rápidamente, pero pudo identificarle por su forma de andar estirada y su traje negro. No llevaba el mismo peinado que siempre, de hecho, parecía que unos cuervos le habían atacado y revuelto el pelo. Owen se quedó ahí, quieto en medio de las escaleras, observando con sorpresa la rapidez con la que se desvanecía en la oscuridad aquel hombre.

¿Elián? ¿Qué hacía aquí arriba? En el quinto piso no hay absolutamente nada... ¿O es que viene de aún más alto, del sexto piso? ...No, imposible.

Aunque todavía algo sorprendido y asustado de la repentina aparición del mayordomo en un lugar tan inesperado, estaba más preocupado por si él le había visto allí. Elián no se había detenido ni le había dirigido una mirada, por lo que probablemente no hubiera reparado en que había alguien más en medio de la negrura.

Pronto, llegó a la escondida, húmeda y sucia habitación llena de cajas y trastos. Se disponía a retirar el manto que cubría la puerta de acero secreta cuando advirtió que alguien más ya lo había hecho. Habían intentado disimularlo, pero la tela inestable debía de haberse resbalado. Antes de hacerse conclusiones, Owen llamó con delicadeza a la puerta. Llamó otra vez más, y seguían sin responderle. Sabía que no era una visita que la duquesa había concedido, y más aún, era probable que quisiera que se fuese y que no volviera jamás. Pero necesitaba hablar con ella.

Con ímpetu, golpeó una vez más la superficie fría con sus nudillos.

—¿Señora Windssklet? ...¿Sigue viva?—intentó confirmar Owen, haciendo uso de su particular sentido del humor. Esperó unos segundos más, y entonces, una fina voz le respondió:

—...¿Muchacho?—pronunció una voz de mujer, temblorosa y seca, visiblemente sorprendida. Quizás pensó que quien llamaba a la puerta era otra persona. Puede que la visita repentina del chico le hubiese sorprendido, sobre todo por haber llegado justo después que aquel mayordomo.

—Oh, parece que sí que lo está. Verá, antes de que me eche de aquí, me gustaría expresarle mis motivos; unos motivos sumamente importantes—explicó mientras se sentaba en el suelo de madera podrida. Como la última vez, parecía hablarle más a la pequeña compuerta que comunicaba las dos estancias que a la persona detrás de ella.

—Vete—dijo la bruja. Owen apreció que su voz había empeorado desde la última vez. Se asemejaba a la de una anciana enferma, algo muy diferente a la apariencia que recordaba de la mujer joven y hermosa que parecía una reina incluso entre tanta inmundicia. La imagen de la señora de pelo largo tan blanco como sus iris transparentes, que bebía de su taza con la gracia y elegancia de un hada, había quedado profundamente grabada en su memoria.

—Pero... Necesito hablar contigo. Es más, no me iré sin una respuesta. No me importa lo mucho que me grites, incluso si me intentas echar a patadas de aquí... no pienso irme.

—Creo que sobrevaloras mi fuerza física, mocoso. Aunque me gusta la idea de sacarte de aquí a patadas, no puedo cumplir con ello ahora mismo. Es mejor que te vayas sin formar un escándalo.

—No, no me voy a dejar convencer. Es inútil. Me quedaré aquí hasta que estés dispuesta a escucharme... o más bien, a responderme—cruzó las piernas, dispuesto a estar sentado en medio del moho y la humedad durante un largo rato, pero Gwendolyn cedió antes de lo que creía.

—...Está bien—suspiró, con su voz cargada de cansancio y resignación—...Pero te advierto: no pienso responder si me preguntas de nuevo quién es el perpetrador de la maldición, porque no voy a decirlo jamás. Es un asunto zanjado, porque creo que prefieres estar vivo durante unos meses antes que morir pronto por una estúpida idea de localizar a alguien inalcanzable.

—Parece que tu habilidad de sacar conclusiones también se ha visto afectada. No vengo aquí para mendigar una respuesta a esa pregunta... porque ya tengo una respuesta—declaró Owen solemnemente, regocijándose por cada segundo en el que la bruja mantendría la boca abierta. Disfrutaba la expectación y confusión que había causado en ella con una sola frase, tanta que casi podía oír los engranajes de su cerebro rechinando y a los mecanismo echando humo.

Antes de que la bruja articulase palabra, Owen se adelantó para revelarle su descubrimiento:

—Sé quién es esa persona. O, mejor dicho, sé "cómo" es. Lo he visto. No en persona, pero lo he visto—intentaba aclarar, sin que pudiese expresarlo adecuadamente con las palabras deseadas— ...Es complicado. Sin embargo, a pesar de que sepa un par de detalles, hay muchas cosas que no alcanzo a entender. Por eso he venido aquí; quiero que me digas todo lo que sabes de ese hombre, incluyendo qué ha sido de él en la actualidad. Sé que sabes mucho más de lo que me haces creer—.

La anciana se rio de una forma desagradable y burlesca, haciendo eco en su cuarto vacío con el sonido ronco e interrumpido.

—¿Quieres que te diga todo lo que sé?—se burló de nuevo—...¿A qué precio, insensato? ¿O es que acaso pretendes que te obsequie una información tan preciada a cambio de nada? Para ser exactos, esa información es invaluable. No puedo darte algo que podría arruinar tanto, algo que ya te he negado muchas veces. ¿Acaso necesitas que te lo repita una vez más? "No te lo diré".

—¿Y para qué necesitas tú esa información, vieja bruja? No va a servir para nada en tus manos. ¿Pretendes llevarte el secreto a la tumba?

—Sí—asintió con su voz firme y seria—...Y aunque debo admitir que me produce cierta curiosidad cómo has descubierto esos "detalles", no me importaría que te fueses ahora mismo. Piérdete, mocoso. No vuelvas por aquí más, y olvida todo este asunto por el poco tiempo que te queda. Disfruta, vive tus últimos días como creas más conveniente... Al menos tú puedes hacerlo—.

Con ese último deseo, la conversación se quedó estancada en un amargo silencio. Owen no sabía cómo romperlo. Incómodo y algo avergonzado, se puso en pie y sacudió el polvo de sus manos.

—...Lo vi en mis pesadillas. A "él". Fue una experiencia parecida a aquella vez que me mostraste los recuerdos de Vivienne desde su perspectiva. Yo estaba en el cuerpo de aquel hombre, y más que una pesadilla, era aterradoramente real. Iba acompañado de una niña, o de un ser parecido... Y se encontraban rodeados de cadáveres.

Si me encontrase con aquel hombre en persona, no sé si sería capaz de reconocerlo —Owen se dio la vuelta, agarrando y sacudiendo el manto de tela para cubrir la puerta antes de marcharse—...Quizás pueda comprobarlo en mi lecho de muerte.

—...Interesante—se dignó a contestar la duquesa cuando Owen abandonaba la estancia—...No soy experta en maldiciones, ni soy una bruja de la equidad. Aunque en alguna ocasión he oído sobre el fuerte vínculo entre una bruja y su víctima; es tan fuerte que pueden compartir emociones, o incluso recuerdos... Sin duda, ese debe de ser tu caso: en tu cuerpo actual reside una gran cantidad de poderosa magia, y tu alma contiene aún más. Puedes haber presenciado alguna memoria breve de ese brujo...—se detuvo un momento, haciendo un esfuerzo titánico por cada palabra que pronunciaba. Owen se acercó para oírle mejor.

—...Aún así, sigue siendo impresionante. Probablemente las víctimas de sus maldiciones sean las únicas pruebas reales que justifican que sí que existió, y que no se trata de una antigua leyenda—reflexionó para sí misma.

—...¿Leyenda?—inquirió el muchacho, volviendo a sentarse en su posición original, aprovechando que la bruja estaba empezando a abrirse—...Ya estoy demasiado involucrado en todo este asunto, por mucho que quieras negarlo. Bruja: cuéntame lo que sepas de ese hombre.

Después de reflexionar durante unos instantes, la mujer finalmente accedió a revelar el misterio detrás de aquella extraña presencia. Owen era demasiado insistente; demasiado para una anciana que había protegido sus secretos desesperadamente durante décadas. Su convicción, adquirida a través de las desagradables experiencias que había vivido en el mundo humano, agrietada y arruinada, se había desmoronado definitivamente.

—...Acércate—gruñó, indicando que Owen se posicionase más cerca de la puerta. ¿Qué haría ese vejestorio con él? No había pensado sobre ello hasta ese momento, pero era muy arriesgado encontrarse tan indefenso al lado de un ser mágico e impredecible, con la única protección de la puerta de acero.

— Hay muchas cosas que contar y aclarar. En otra situación, no me hubiera importado explicar cada detalle durante horas...—suspiró—Pero ahora estoy demasiado débil. No puedo utilizar mi voz durante tanto tiempo. Como alternativa, hay una opción que quizás no te agrade demasiado... Pero me quitará menos días de vida que hablar durante tres horas. ¿Qué me dices?

—Mientras no sea nada mortal ni dañino, no tengo razón por la que-...—antes de que terminase de hablar, volvieron a interrumpirle, como ya era costumbre. Sintió una leve sensación de mareo, el mundo giraba a su alrededor. Sintió mucho sueño y agotamiento, y de repente, su cabeza reposaba en el suelo.

***

—[¡Hermano! ¡Es hora del cuento antes de dormir!]—gritó emocionada una niña.

...Ya veo por dónde va esto. Después de tantas jodidas veces, por fin empiezo a pillarlo.

Owen, que empezaba a acostumbrarse a esos extraños sueños-recuerdos, comprendió que se encontraba en el cuerpo de la niña. Era parecido a aquel recuerdo que le mostró la bruja de la niñez de Vivienne, pero esta no era la misma niña. Tendría unos nueve o diez años, y aunque Owen comprendía cada palabra de lo que decía esa voz aguda y feliz, tenía la sensación de que las palabras que utilizaba no eran de su mismo idioma. Era un idioma que no había escuchado nunca, complejo y exótico, pero lo entendía a la perfección a través de los oídos de la pequeña.

—[Ya sabes que no puede ser... Es demasiado tarde, Gwen]—contestó un chico más mayor que ella, casi adulto, pero que compartía sus mismas características físicas: apariencia cristalina, pelo blanco, mejillas sonrojadas e iris tan blancos como las plumas de un cisne. Intentaba arropar con las mantas de la cama, hechas con gruesos pelajes de animales salvajes, a la inquieta niña que se sacudía como una lombriz. El chico, tratando amablemente a la que debía de ser su hermana pequeña, le sonreía con calidez, pero sus ojos inquietos delataban una preocupación que ocupa su mente.

—[¡Oh, por favor! ¡Ya soy mayor, no necesito ir a dormir tan temprano!]—replicó la niña—[¡Ya tengo treinta años!]

—[No me puedes engañar: quedan seis meses para tu cumpleaños. Todavía tienes veintinueve...]—se rio su hermano, burlándose de la inocencia de la niña acariciando su cabeza—[Todavía eres una mocosa.]

—[¡No, soy mayor! ¡Y muy madura!]

—[¿Entonces no necesitas un cuento antes de dormir, cierto? Eres muy mayor para eso...]—volvió a burlarse. La niña se ruborizó avergonzada, y mientras que su hermano reía, le lanzó un libro a la cabeza.

—[Lee algún cuento...]—pidió— [...Por favor.]—.

El chico no pudo resistir la insistencia de los ojos de corderito de su hermana, que rogaban al borde de las lágrimas. Se sentó al borde de la cama, que crujió bajo su peso, y abrió el grueso libro de esquinas redondeadas por una página al azar. ¿Debería de leerle de nuevo el cuento de "El conejo veloz", o aquel otro de "La margarita cantarina"? Su hermana disfrutaba los cuentos sobre animales fantásticos o plantas parlantes, o en general, cualquier cuento entretenido con un final feliz.

Una vez tomó su decisión, se disponía a narrar una de las historias, pero algo le interrumpió. Alguien había llamado a la puerta de la habitación. Antes de que pudiese levantarse y recibir al recién llegado, entró a la estancia de golpe. En medio de la noche, en la habitación de su hija menor, se presentaba el personaje más importante de la casa y la familia: Madre. El chico se puso tieso como un palo, pero se mantuvo cerca de la niña con una expresión aún más preocupada, y en cierto modo, agresiva.

—[Buenas noches, Madre]—respondieron los dos a la vez, tan coordinados y puntuales como un reloj.

—[Buenas noches, hijos]—respondió la señora con voz severa, observando por encima del hombro a su hijo mayor. Poseía los mismos rasgos físicos que ellos, aunque sus vestimentas eran muy distintas: la señora, con múltiples arrugas en su cara y melena rizada y despeinada, vestía una larga túnica con un estampado exótico, con adornos que consistían en plumas coloridas y diminutas piedrecitas brillantes. De su cuello arqueado colgaba un colgante con una gema tan grande como un puño. Poseía un brillo hipnótico, casi místico, que se perdía en las profundidades azules como olas dentro del cristal.

La mujer, a paso ligero, se acercó a la cama de la niña, y el chico se estremeció esperando lo peor. Agarró el libro de cuentos, y lo miró con desaprobación. Dirigió la misma mirada a su hijo mayor.

—[Ya eres muy mayor para leer este tipo de cosas, ¿no crees, Gwendolyn?]—le preguntó a la niña con el tono más amable que pudo fingir—[¿Qué tal si dejas estas tonterías para los niños más pequeños, y yo te enseño algo más adecuado para tu edad?]—.

La veterana bruja no preguntaba esperando una respuesta. Gwendolyn lo sabía, y por eso accedió a escucharle asintiendo con la cabeza. Deseaba que su hermano le leyese un cuento gracioso y que los dos rieran juntos, pero lo que Madre dijese era indiscutible: si ella decía que los cuentos eran para niños pequeños y que Gwendolyn debía de dejar de leerlos para siempre, ella debía de obedecer. Había experimentado múltiples veces lo que ocurría si no lo hacía.

—[Pero, Madre... E-es muy joven todavía, creo que Gwendolyn no debería de aprender todavía-...]—intentó convencerla el chico, mirando a su pequeña hermana, tan inocente y dulce, y a su madre. Quería impedir que aquella mujer, la cabeza de familia de los Windssklet, uno de los diez clanes más poderosos de la Ciudad, le mostrara a la pequeña la verdadera crueldad del mundo. Gwen era solo una niña de veintinueve años; no debía de conocer los asuntos oscuros de su familia ni la brutalidad de su especie, ni discriminar o herir a los que se consideraban débiles en aquella ciudad, como la mayoría de brujas hacían.

—[...Uriel]—bramó Madre con un tono aún más severo, impacientándose—[¿Por qué no vas a cumplir con tus deberes? Estoy segura de que no has terminado todas tus tareas de hoy. Si quieres ser un buen aprendiz, debes de hacer lo que se te ordene... Y no meterte en donde no te han llamado.]

El muchacho quiso replicar una vez más, intentando proteger a su hermana de las garras de su madre, pero se vio obligado a marcharse con el rabo entre las piernas. Ocurría cada vez que se enfrentaba con Madre: siempre se sentía débil e incapaz de proteger nada.

Cerró la puerta de golpe mientras susurraba para sí con frustración: "[Estoy harto de toda esta

mierda de superioridad...]".

—[Bien. Ahora que estamos solas, Gwendolyn, te contaré algo sumamente importante. Sé que te gustan las historias, por lo que comenzaré contándote una historia que ha formado parte de nuestra especie durante siglos. Se podría decir que es una de las razones de los cambios en la Ciudad y sus habitantes desde entonces.]

—[Entonces, ¿es algo parecido a un cuento? ¿A uno muy antiguo?]

—[Para nada]—rechazó con dureza—[Esto no es una historia inventada para niños, ni mucho menos. Tampoco termina con un final feliz, porque la historia continúa ahora y continuará por siempre. Mientras que nuestra especie siga existiendo, la historia se escribirá por siempre.]—.

La bruja de vestimentas llamativas, se sentó en la vieja mecedora de la habitación, que se mecía sola, moviéndose únicamente por las ondas mágicas tan intensas que irradiaba la bruja con su presencia. El aire de la habitación danzaba en torno a ella, y el viento que entraba por la ventana procuraba no rozar su piel con suma delicadeza.

—[Es "La Historia de la Traición". Se remonta a una época oscura para las brujas. La población había sufrido una larga racha de frío y hambruna, dado que no podían encontrar comida suficiente para alimentar a todo el mundo. No podían sembrar o cultivar, porque el frío era demasiado intenso para cualquier ser viviente. Incluso los peces de aguas congeladas morían y se pudrían sin llegar a ser comestibles. Todo era un desierto invernal, el más fuerte que las brujas y brujos de aquel entonces habían presenciado a lo largo de sus siglos de vida. Cuando los veteranos pedían ayuda a los elementos, ellos se negaban. Incluso el fuego se negó a cooperar bajo esas desalentadoras condiciones]—.

Gwendolyn parecía expectante y asustada al mismo tiempo. Nunca había escuchado semejante historia. ¿Cómo era posible que la naturaleza, que desde siempre había servido a su especie, se revelara contra ellos?

—[...Morían a montones. Un tercio de la población, los más débiles, sucumbieron ante ese invierno irremediable que duraba meses, incluso años. Un día, un joven llamado Erlo Reunom, un poderoso y reconocido brujo que sobrevivió a las duras condiciones, declaró que existía una posible salvación: volver a encontrar a los humanos.

Cualquier bruja con un mínimo conocimiento de historia y sentido común sabía que no debían de volver a surgir los conflictos entre las dos especies: hacía siglos que la guerra había terminado, y muchas vidas de brujas fueron tomadas. Incluso existía un acuerdo de indiferencia entre un pueblo y el otro, y la figura de las brujas de la equidad aparecieron desde hacía ya mucho tiempo para evitar nuevos conflictos, sobre todo por el bando de los humanos.

Aún considerando el riesgo que suponía esa idea, era la única oportunidad de subsistir que conocían. No se les ocurría otra manera de sobrevivir que salir de ese eterno invierno, y lo lograrían a través de los humanos; ellos no debían de sufrir el castigo peculiar de la naturaleza, donde fuera que estuviesen. Al rebelarse contra sus antiguos principios y normas referentes a los humanos, decidieron realizar una expedición más lejos de lo que cualquier bruja hubiese llegado jamás, con objetivo de encontrar las lejanas colonias de los humanos, que se alejaban cada vez más con el paso de los años.

Erlo Reunom fue elegido como comandante de la expedición, y todos los brujos y brujas que pudieran aguantar el viaje se ofrecieron como voluntarios. Casi la mitad de la escasa población de entonces se marchó en busca de una esperanza que pudieran traer a su pueblo...]—la bruja Windssklet suspiró agotada, como si hubiese contado esa historia un millón de veces durante su vida.

—[Pasaron días, semanas, meses... Y los exploradores no regresaban. ¿Es que habían encontrado la colonia humana y habían decidido quedarse durante un tiempo? ¿O los malvados humanos los retenían en contra de su voluntad? Esperaron una respuesta, pero antes de que esta llegase, un milagro puntual ocurrió: el invierno eterno se marchó tan repentinamente como cuando llegó. La escasa población pudo prosperar una vez se acabaron las dificultades, pero no olvidaron a aquellos que habían ido en busca de su salvación y nunca habían vuelto. Nunca pudieron saber que la realidad de lo que ocurrió con aquel grupo era mucho más terrible de lo que imaginaron: ese brujo de buena reputación, Erlo Reunom, no era más que un traidor con sed de sangre... Aprovechó la debilidad de los exploradores, y sin compasión, asesinó a todos los de su especie sin remordimientos, y se dio a la fuga.

Ese fue el brujo en el que confiamos. Así comenzó La Historia de la Traición]—.

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