Capítulo 22 - ¿Por qué Ambrosio es tan despistado?
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—Este capítulo es muy confuso. No tiene sentido—Owen cerró el libro de golpe, jugueteando con el separador entre sus manos.
—Yo creo que tiene mucho sentido, señorita. Es el momento de alta tensión en la historia. ¡La protagonista por fin se enfrenta a las terribles garras de la villana!
—¡Sí, es el momento en el que cada línea debe de ponerle la piel de gallina! ¿Es que no se da cuenta de que la heroína corre peligro de muerte, señorita? ¿No le corroen las entrañas la curiosidad por lo que va a ocurrir?—.
Las criadas estaban sentadas alrededor de la pequeña mesa destartalada de la cocina de los sirvientes. El sitio era tan pequeño que apenas entraban las ocho sillas en la habitación, pero ahí era donde debían almorzar las criadas y los mayordomos, por turnos. Owen ni siquiera conocía la existencia de ese diminuto cuarto con olor a estofado quemado hasta que lo encontró por accidente. Escuchó muchas risas a través de la puerta, pero cuando entró todas se congelaron. Las criadas se pusieron tiesas como un palo. No tenían ni idea de que la señorita entraría sin avisar.
Pensando que habían cometido algún tipo de error y que la señorita había venido a sermonearles, esperaron con nerviosismo una mala reacción. Ellas, las criadas que solo se ocupaban de limpiar y mantener en buen estado la mansión al completo, no habían tenido mucho roce con ella últimamente. Solo conocían a la Vivienne de siempre, a pesar de que habían oído otra cosa por sus sirvientes personales.
—¿Pero no se supone que Ambrosio no tenía poderes mágicos? ¿Por qué tiene visiones en las que aparece Genoveva? ¿Y por qué Sebastiana sabe todo esto si ella no estaba presente?—apuntó, confundido, a las páginas llenas de texto de la extensa novela que estaba entre sus manos. Con una cantidad ingente de páginas, los tonos cálidos de la portada y los motivos florales del decorado, era obvio suponer que era "una de esas novelas". Por alguna razón, después de que Owen les aclarase a las criadas que venía en son de paz, le ofrecieron sentarse con ellas, y todo terminó en la situación actual: ordenándole amablemente que leyera aquel libro.
Era un libro de fantasía, romance, y pasión desenfrenada, con pinceladas dramáticas y muchos personajes exóticos. Esa novela en concreto y los tomos siguientes habían pasado de mano en mano por casi todas las criadas jóvenes de la mansión, y por algunas no tan jóvenes; al fin y al cabo, Sol, la criada más anciana (con ochenta y dos años de edad) también se encontraba entre las presentes, emocionada y obsequiando todo tipo de detalles sobre la trama.
—Esperad un momento... Si Sebastiana conocía al marqués Ambrosio de su vida pasada, ¿él no debería de recordarla a ella?
—¡Claro que no!—gritaron todas a la vez— Ella en su vida pasada era una flor, ¿cómo podría darse cuenta nuestro hermosisímo Ambrosio?—dijo una de las más aficionadas a la obra.
—Oh, eso explica muchas cosas...—reflexionó Owen, volviendo a mirar la portada llena de brillos, con un retrato idealizado de una chica con facciones finas, cara inocente y mejillas sonrojadas junto a un muchacho atractivo de mirada misteriosa. Se observaban con tanta intensidad y tenían tantos corazones a su alrededor que llegaba a ser incómodo—...Incluido el título: "En mi vida pasada fui una flor, pero me enamoré de un chico que resultó ser el marqués Johnson y ahora debo de conquistarlo antes de que la malvada hechicera Genoveva se case con él y lo asesine dolorosamente". Oh, vaya, con esa clase de título ni siquiera hace falta una sinopsis. ¿Es que acaso el autor tiene un fetiche con los títulos largos? ¿Cómo ha conseguido que todo eso entre en la portada?
—Eso es lo de menos. Lo importante es la trágica e inspiradora historia de Sebastiana, que después de afrontar su origen humilde y la muerte de toda su familia, tiene que proteger a su amado Ambrosio Johnson de las garras de Genoveva, haciendo uso de la magia de luz oculta en su interior. Genoveva engaña a Ambrosio haciéndole creer que es una aprendiz de la corte de magos, aunque solo sea una loba con piel de cordero.
—Ya veo. ¿Y Ambrosio no puede protegerse a sí mismo de esa villana? Si fuera menos despistado y pusiese en funcionamiento su cerebro podría descubrir que Genoveva no es lo que aparenta.
—Oh, pobre Ambrosio—se compadecía otra criada, ignorándolo—Él no tiene ningún tipo de afinidad mágica, por lo que Genoveva podría herirle o cometer una barbaridad en cualquier momento.
—Eso es precisamente lo que intenta en los próximos capítulos. Mientras que Ambrosio está durmiendo, esa maldita de Genoveva le lanza un hechizo para que sus pesadillas le atormenten. Le hace ver su temor más profundo en el sueño.
—Entonces, ¿Ambrosio está viendo a la villana en su pesadilla? Ella debe de ser su temor más profundo—dedujo Owen.
—Sí, ya lo está entendiendo mejor, señorita. Y es desde este capítulo que él sospecha sobre Genoveva, dado que en su pesadilla ella le asesina.
—Pero, después de confiar en ella durante tanto tiempo, considerándola una amiga y una maga poderosa y de confianza, ¿por qué sospecha por una simple pesadilla? Es solo una proyección de su imaginación, no es la Genoveva real—apuntó Owen, pensando que los personajes de esa historia para chicas enamoradizas no tenían ninguna profundidad.
—Aunque parezca algo exclusivo de las historias fantásticas, los sueños y pesadillas también pueden ser premonitorios, señorita—intentó convencerle una criada de piel canela y melena rizada—¿Usted nunca ha tenido uno de esos?
—A mí me ocurre a menudo. Por ejemplo, el otro día soñé que el saco de harina estaba completamente vacío, y cuando desperté, ¡lo estaba!—explicó una de las sirvientas más jóvenes.
—Vaya tontería. ¿Quién sueña con sacos de harina?—se rieron—¿No habrías sido tú quien lo vació el día anterior?
—Claro que no. Estoy segura de que los sueños premonitorios existen—aseguró. Las demás simplemente asintieron, algo incrédulas.
De repente, la puerta de la pequeña cocina se abrió, y una joven con uniforme negro e impoluto adoptó una pose autoritaria.
—¡Ya veo lo que hacéis en vuestro turno de trabajo, charlatanas! ¡Volved al trabajo de una vez!—gritó con impaciencia.
—¡Sí, jefa Olga!—obedecieron todas, desplegando el mantel de la mesa y recogiendo sus pertenencias. Agarraron sus escobas, trapos y plumeros y se marcharon por la puerta como un rayo, listas para sus tareas. En medio de esa marcha, el intento de huida silenciosa de Owen no había pasado por desapercibido.
—¡Señorita! ¿Qué está haciendo usted aquí? ¿No le dije hace un rato que su profesora le esperaba en su habitación?—recriminó.
—Oh, vamos Olga, no seas una aguafiestas. Hagamos un trato: yo me voy por aquí, y tú haces como que no has visto nada...
—¡Señorita! ¡Acuda a las clases ahora mismo!—repitió, inflexible.
Nuestro protagonista, una vez hubo comprendido que la diplomacia y los pactos no funcionaban con la estricta jefa de las criadas, se decidió por la opción más lógica: escapar de sus deberes una vez más.
—¡Oiga, Señorita! ¡No huya!—persiguió Olga, blandiendo su escoba llena de polvo como arma.
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—Ya ni siquiera me perturba que duerma en mis clases, Señorita Vivienne—observó con poco interés la mujer de mediana edad con el ceño fruncido, que invertía su tiempo en la lectura de un viejo tomo—...Pero al menos hágalo en una posición adecuada.
—Sí, sí...—con los ojos cerrados, Owen pasó por alto los comentarios ocasionales de la profesora Waleska. Intentando conciliar el sueño, volvió a adoptar su posición sobre el pupitre, con la espalda completamente encorvada y su mejilla aplastada contra la madera.
—No crea que siempre será así. Solo he omitido la clase de hoy por el trato que hizo—afirmó la profesora sin despegar la vista de su libro—...¿O es que ha decidido anularlo? No he recibido ninguna noticia sobre usted del día de la reunión—.
Cuando la primera gota de saliva se deslizaba de su boca y estaba a punto de rozar la superficie de la mesa, Owen tuvo que detener su descanso una vez más para pedirle amablemente a Waleska Talmadge que se callase de una vez. La falta de sueño adecuado le pasaba factura, volviéndolo incluso más irritable.
Con suerte, si podía dormir profundamente y sin la interrupción de una pesadilla, podría dormir más de dos horas. Apenas había dormido las últimas noches debido a la agitación que le causaban sus molestos sueños.
Una vez hubo penetrado tanto en su subconsciente como para no oír los desagradables e inoportunos comentarios de la profesora, supo que estaba en un sueño. Nada más abrir los ojos, se encontró observando una pared blanca, sin saber qué hacía allí o dónde estaba. Típico de los sueños.
En la pared blanca había un reloj, un reloj completamente blanco y de aspecto sencillo. Iba marcando los segundos con un tic tac regular, excepto que este era mucho más fuerte de lo que tendría que ser. El sonido era tan terriblemente ruidoso y rítmico que producía un eco hasta en la cordura de quien allí se encontraba: Owen.
Pasaron unos momentos, que aunque las manecillas señalaban que solo habían sido dos segundos, para él fueron casi dos décadas. En la pared, lo único que podía ver en ese estrecho espacio que limitaba su sueño, se abrió una pequeña ventana oculta, justo debajo del reloj.
A través de ella solo se veía un espacio oscuro, que curiosamente contenía aún más ventanas. Owen, sin darse tiempo a sí mismo para procesar, atravesó el hueco de la ventana, saltando impulsivamente hacia la nueva estancia. Allí todavía se podía escuchar el ensordecedor reloj.
Aunque se encontraba en un espacio oscuro, sin techos, suelos o paredes, no podía determinar qué aspecto tenía. Ni siquiera su color. ¿Cómo se podía definir el color del vacío? ¿Negro, blanco, o una mezcla de todos los colores? ¿Quizás era la mezcla de ningún color?
Flotando en la nada, observó sin asombro la multitud de ventanas que lo rodeaban. Todas estaban completamente vacías, excepto por la que había entrado anteriormente. Sin embargo, aunque no mostrasen nada, había algunas ventanas que le atraían más que otras, que le producían una sensación leve de rechazo o temor.
De repente, algo cambió: la ventana que se encontraba más cerca mostró algo, pero no precisamente un paisaje. Era un recuerdo. En ella se mostraba desde una perspectiva extraña, casi desconocida, aquella mañana en la que Owen despertó en el cuerpo de Vivienne. Se veía a sí mismo, o más bien al cuerpo de la chica, algo confundido y aturdido sobre la cama. Las criadas le rodeaban.
Owen pudo advertir que el ritmo del reloj de la otra habitación se había ralentizado.
Pronto, otra ventana lo atrajo. En ella, se proyectaron otras imágenes, aunque más antiguas. En ellas, Owen todavía poseía su verdadero cuerpo, y aparecía realizando actividades comunes, alimentando a los animales de granja u holgazaneando. El reloj volvió a contar aún más despacio.
Una extraña repulsión lo alejó de la siguiente ventana, como si su cuerpo lo alejase conociendo que no era buena idea recordar lo que esa apertura podía enseñarle. Aunque sus extremidades no cooperaban, tuvo que nadar en el aire como si se opusiera a unas grandes olas del mar que lo empujaban hacia atrás.
Con esfuerzo, pudo conseguir agarrarse al marco de esa ventana que le empujaba. En ella, dos secuencias de imágenes se sucedieron: la primera consistía en una resplandeciente y gigantesca luz violeta en el cielo, llena de patrones y figuras geométricas raras. La segunda secuencia mostraba, desde el punto de vista de Owen, un fragmento de su conversación de hace unos días con la duquesa Drummond, también llamada Gwendolyn Windssklet. Solo pudo ver unas cuantas figuras borrosas que se asemejaban a una persona, y no escuchaba ningún sonido de ellas. Solo era aquella mujer moviendo sus labios.
El reloj, esta vez, aceleró su sonido abruptamente.
Owen se impulsó hacia atrás algo confundido. Sin comprender muy bien por qué sentía esa preocupación tan repentina, causada únicamente por esas dos imágenes que conocía perfectamente, se estremeció.
Por último, al acercarse a la única ventana vacía que quedaba, la reacción de su cuerpo fue tan fuerte que fue expulsado a través de la apertura por la que había llegado, hacia la habitación de paredes blancas y el reloj. Una fuerza invisible le había empujado lejos de lo que iba a presenciar, asegurándose de que Owen no viese aquello. ¿Acaso esa fuerza le protegía de algo que no debía ver? ¿O esa fuerza era ejercida por sí mismo inconscientemente, para alejarse de lo desconocido?
Aunque apenas podía impulsarse de nuevo hacia la otra habitación debido a la enorme fuerza de tracción que lo arrastraba en la dirección contraria, se encontraba lo suficientemente cerca como para ver lo que ese abismo rectangular quería enseñarle, y a lo que su cuerpo se resistía desesperadamente.
En la última ventana, cuando la luz surgió en la oscuridad para proyectar imágenes, Owen presenció algo que era diferente a las demás visiones hasta ahora: no era un recuerdo, ni siquiera algo que pudiera reconocer.
El reloj giraba las manecillas a un ritmo tan rápido que apenas podía seguirlo con la vista. El sonido era tan molesto que quería arrancarse los oídos, y aún en ese caos auditivo, todavía observaba a la ventana. En ese momento, mostró a una chica de larga melena con brillo plateado y expresión aburrida, muy delgada y con cierto aspecto demacrado. Caminaba con pasividad hacia algún sitio, pero antes de que pudiese llegar a su destino, su cara se tornó a una sensación de dolor extremo, y encorvada sobre sí misma, se sujetó el pecho con fuerza.
La chica cayó al suelo como una muñeca de trapo sin vida, aunque con una mueca aterradora de sufrimiento. La visión del cuerpo de esa chica cambió de repente a otra escena; esta vez, a través de la ventana, Owen observaba a alguien cuya identidad no reconocía. Esa persona estaba en una habitación angosta, de paredes blancas, y tenía un reloj familiar a su espalda.
La persona, que miraba hacia un punto fijo con sorpresa, estrechó sus ojos y torció su boca con incredulidad. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza, fromando arrugas y gotas de sudor en su frente. Debía de sentir un terrible dolor en cada centímetro de su cuerpo. De una forma grotesca, de su boca brotó un hilo de sangre que resbaló por su barbilla. Comenzó a toser sangre, sujetándose el pecho con la otra mano.
Owen observó detenidamente lo que le ocurría a esa persona desconocida. Lo que lo tomó por sorpresa era que él también sintió la gota que se deslizaba por su propia boca, y una urgencia de toser con fuerza.
Comprendió que la persona con una mueca retorcida y boca ensangrentada que observaba a través de la ventana era él mismo. Justo después, advirtió que su mente amenazaba con abandonarle, y que el dolor que atravesaba su cuerpo como una lanza afilada le derrotaría pronto.
Cayó hacia atrás, hacia el vacío, y aunque no sintió ningún impacto contra su cabeza, la realidad vibraba como si fuera a romperse en pedazos. El tic tac atronador del reloj, sin previo aviso, se detuvo.
¿Estaba muriendo? ¿Era por eso que todo lo que le rodeaba había desaparecido? ¿Es por eso que no podía sentir nada más que los temblores ocasionales de su cuerpo convaleciente?
Como si estuviese poco a poco hundiéndose en el mar, descendiendo en las profundidades, escuchó una última voz algo distorsionada que apenas entendió: "[...la maldición no se rompe, y tú dentro de varios meses, junto al cuerpo de Vivienne... mueres]"
—Señorita Vivienne, la clase ha acabado hace un rato. Limpie el charco de saliva de la mesa, y...—otra voz le despertó repentinamente. Despegó la cabeza de la mesa al instante, y desorientado, se encontró con la cara de la profesora Waleska.
Le dolía la cabeza, y su garganta estaba algo seca. Sin reparar antes dónde se encontraba, suspiró:
—...Había muerto—respiró como si el aire fuera lo más preciado para él en ese momento. Después de comprobar que no expulsaba sangre a borbotones por su boca y que no había un reloj siniestro cerca, se dejó caer en el respaldo de su asiento, más tranquilo.
—No permitiría que muriese en mi clase. No se librará tan fácil de mí—se despidió de manera desagradable la profesora, saliendo por la puerta acompañada de su pesado maletín de piel.
Owen se quedó solo de nuevo, aún aturdido y sin haber podido descansar placenteramente de nuevo.
Esto de las pesadillas se está volviendo un problema. Ni siquiera puedo descansar sin soñar con algo perturbador... Por ejemplo, con mi muerte.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar la terrible y angustiosa sensación, el dolor que había acabado con él. En su memoria también aparecieron las imágenes que había visto en las ventanas, incluida aquella en la que la chica desfallecía misteriosamente... Esa chica tan parecida a Vivienne. Y esas palabras que surgieron de repente, las palabras que intercambió con Gwendolyn.
Esa pesadilla, hubiera sido su propósito original o no, le había advertido de una verdad intachable, una en la que debía de fijarse más a menudo: si no hacía nada por evitarlo, su muerte sería muy próxima. Tan puntual como aquel reloj, tan amenazadora y desconcertante como aquel vacío. No era algo que podía aplazar para siempre.
Se levantó de su pupitre, y abrió las ventanas de la habitación para que algo de frescor despejase su mente.
Tengo que encontrar a esa bruja, lo antes posible. Al menos necesito saber a qué me enfrento.
Su vista reposó en el florero de su escritorio, con un ramo de flores silvestres frescas. En su cabeza apareció la heroína perfecta de la novela que había leído junto a las criadas, y ese inútil marqués que no podía defenderse de la villana. Recordó lo despistado que había sido Ambrosio al no descubrir las intenciones de Genoveva todo ese tiempo, y que solo un golpe de suerte como una pesadilla premonitoria la desenmascaró.
De repente, una brillante bombilla se encendió en su cabeza. ¿Y si las pesadillas premonitorias existiesen de verdad? ¿Y si él había tenido una parecida a la de la novela? No era exactamente premonitoria, pero, de alguna forma...
Él ya había descubierto al villano en sus propias pesadillas. De hecho, lo había sentido en su propio cuerpo. Sabía quién era el villano.
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