Capítulo 20 - Una cara conocida.
—Blhegh... Demasiado dulce—dio una arcada Owen, mientras que apartaba la taza de tila de su vista.
—Es mejor que se lo beba, señorita. Seguro que le calma, y así se sentirá mejor. ...Es normal que esté nerviosa y no pueda controlar sus emociones, todos estos eventos le están pasando factura...
—Oye, Olga. No saques las cosas de contexto. Solamente he tenido una pesadilla, ya está. Solo estaba algo asustada por eso...
—¿Es así?—preguntó Olga con un tono incrédulo, mientras que desbordaba aún más la taza con azúcar—...Nunca había visto a nadie que entrase en un ataque de pánico por una pesadilla. ¿Es que era tan aterradora?
—...Más que aterradora, era... muy confusa—detuvo el abastecimiento de azúcar, y movió con lentitud la cucharilla de la taza, con la mirada perdida en el remolino brillante que había formado el líquido.
—Señorita Vivienne—la criada se sentó al lado suya, para captar mejor su atención—...Sé que no quiere aceptarlo, pero todo esto le provoca un gran revuelo de emociones. Y es normal. El estrés de conocer gente nueva, tratar con esas clases de etiqueta que sus profesores le imponían. Incluso la posibilidad de ser la futura reina. Es un gran peso sobre sus hombros, y más para una chica joven como usted. El peso le está abrumando.
"No es verdad. No es eso lo que me pasa. Es verdad que todo esto es agotador, pero lo que me preocupa ahora mismo no tiene nada que ver con normas de etiqueta, bailes, o reuniones de compromiso"...eso es lo que me gustaría decir, pero no puedo. No tengo a nadie a quien pueda decirle eso. Ni siquiera en quienes más confío, o con quienes he pasado tanto tiempo últimamente.
Ahora, después de tanto tiempo, empiezo a notar que estoy solo. Muy solo.
Owen estaba preocupado por lo que había visto en su sueño; no sabía si era un simple producto de su imaginación, o algo más profundo, algo que él mismo no podía entender. ¿Quiénes eran esas personas? ¿Qué hacían allí? ¿Por qué buscaban cuerpos humanos? ...¿Qué ocurrió con aquel soldado forzudo de Ulwof, "Gio Stoddard"? ¿Qué le hicieron aquellos extraños?
Pero, sobre todo esto, lo que más le preocupaba era no poder confiárselo a nadie. Era horrible tener que cargar con todo él solo; ni siquiera había alguien que supiese quién era de verdad. ¿Y si nunca más pudiese ser él mismo de nuevo? ¿Y si nunca nadie más le llamase por su nombre? ¿Y si tuviese que fingir ser alguien que no es por siempre?
Temía tener que guardar todos sus secretos de por vida... Aunque según lo que la bruja le había dicho, parecía que eso no iba a ser durante mucho tiempo.
Tragó saliva con fuerza.
—Señorita, tengo una idea—interrumpió Olga, recogiendo la tetera y los utensilios en su bandeja—¿Qué tal si da un paseo por la ciudad? Seguro que si se toma un descanso para tomar el aire, el estrés acumulado desaparecerá.
—Pero, Olga, mi problema no es el estrés-...
—No podré acompañarle dado que tengo tareas que hacer, pero le pediré a alguien más que lo haga. Hoy hace un clima estupendo, la zona comercial debe de estar desbordada. Le recomiendo visitar la sastrería de la Quinta Calle, dicen que la sastra ha confeccionado la última colección exclusiva de vestidos veraniegos. ¡Asegúrese de disfrutar y divertirse, le hace falta!— se despidió con un portazo, sin conceder la oportunidad de rechistar. Owen se quedó allí, con la boca abierta, con el camisón todavía puesto y la desagradable infusión a medio tomar. La luz de avanzada mañana se colaba a través de los angostos huecos entre las cortinas, que él había cerrado anteriormente para sumirse en la oscuridad y el frescor de la habitación.
Después de bostezar y frotarse los ojos, estiró los brazos perezosamente.
—...Sí, supongo que hoy hace buen tiempo.
************************************************************************
—Dejadme haceros una pequeña pregunta... ¿por qué habéis venido vosotras dos?—.
Justo después de vestirse y prepararse para salir y que Olga lo echara a la calle "amablemente" cuando se negó de nuevo, Owen había salido por sus propios pies por primera vez hacia las calles de su ciudad, de la ciudad en la que se encontraba el ducado. Era una ciudad pequeña, ideada únicamente para albergar las mansiones de los nobles adinerados que querían vivir cerca de la capital. Verdaderamente, la ciudad estaba realmente cerca de Zeakya, aunque en los últimos tiempos la ciudad del ducado parecía lugar de reunión de campesinos más que de nobles. Incluso desde la entrada del gran edificio del ducado se podían observar los movimientos de gentes que transportaban sacos de hortalizas, materiales decorativos, vigas de madera... Todos por una misma razón: el festival de Yrifwuel.
—¿Hay un gran ambiente, cierto? Esta ciudad se ha convertido en un lugar de intercambio y transporte para Zeakya. Toda esta gente está aquí dos semanas antes, para asegurarse de que el festival será un gran éxito. ¡Hasta han establecido un lugar de intercambio de materiales aquí cerca!
—Fantástico, pero eso no responde a mi pregunta—replicó Owen—¿por qué coño habéis venido las dos? ¿Con una no era suficiente?—.
Evitando que pudiese escapar, Hye y Mae lo acompañaban a cada lado, actuando como poderosas centinelas que observaban con ojos agudos cada movimiento de un terrible criminal. Con una sonrisa en su cara, las dos sirvientas le arrastraban lejos de su vía de escape, adentrándose en las calles anchas y concurridas.
—Oh, bueno. Como sabrá, señorita, somos sus sirvientas personales e intransferibles; por lo que, cuando usted no está en la mansión, no tenemos mucho que hacer—respondió Hye.
—Eso es cierto. Cuando usted no está, solo nos queda dar vueltas y más vueltas por los pasillos. Prácticamente no hay nada que hacer ahora que la jefa Olga y su grupo de sirvientas se encargan de casi todas las tareas. ...Y como no habría nada que hacer una vez que usted se marchase, ella nos ha propuesto que le acompañásemos. ¡Es una muy buena idea!
—Pero eso sigue sin explicar por qué habéis venido las dos. Solo voy a dar una vuelta por aquí, no hay ningún peligro. No es para nada necesario que venga acompañada de... dos chicas enanas con uniforme de sirvienta y mirada asesina. Sin ofender, claro.
—Hemos venido las dos porque usted nos agrada, señorita—dijo Hye con un tono sospechosamente acaramelado.
—Sí, usted nos agrada mucho, señorita. Nos gusta pasar tiempo con usted. Es muy agradable...—asintió Mae, mientras que conducía aún más profundo entre la multitud a su pobre y somnolienta presa.
—...No sé si es particularmente sospechoso o aterrador que me diga eso la persona que quería matarme hace un mes.
—¡Mire, señorita! Todos esos se dirigen hacia la capital. ¿No es impresionante?—interrumpió la sirvienta más joven, señalando hacia una fila infinita de carros que cruzaban a través de las calles como un grupo coordinado de hormigas hacia su hormiguero. Todos los carros pertenecían a campesinos, que transportaban todo tipo de piezas para instalar su pequeña tienda en Zeakya. Con la cantidad de carruajes, Owen no podía imaginar cuántos puestos llenarían las calles de la capital, vendiendo cosas de todo tipo. Según había oído, la especialidad del festival era la comida: manjares callejeros humeantes por doquier. Seguro que la capital olería a carne asada y verdura durante algún tiempo.
Con su cabeza llena de olores y sabores, perdido en el placer de la comida, no se percató de que todavía se encontraba en un sitio concurrido. Demasiado distraído como para esquivar a la multitud, chocó de repente con alguien. Era un niño, apenas entrando en la adolescencia, con pecas salpicadas por sus mejillas y un par ojos saltones. Por su aspecto, y sobre todo por su olor, era evidente que venía del campo.
—Lo siento, señorita. Espero que me disculpes—dijo el niño, con un fuerte acento propio de la zona este del país.
—No pasa nada, no ha sido culpa tuy-...
—¡Edi, qué maleducado!—gritó alguien entre la multitud, que se acercó al niño y le tiró de la oreja—¡Asegúrate de disculparte en condiciones con la señorita! ¿Es que no sabes que tienes que hablarle de "usted", zopenco? ¿Cómo se te ocurre ir por ahí como un pato mareado y chocarte con la gente?—le tiró de la oreja, regañando al pobre niño. Pronto, se dio cuenta de que había interrumpido bruscamente, y ella se disculpó también.
—Siento haberle ofendido, señorita. Mi hermano ha sido muy irrespetuoso—con su torpe reverencia, dos trenzas de color trigo se deslizaron de su capucha, que le cubría toda la cabeza. Cuando Owen pudo ver su rostro, reconoció al instante sus ojos de pez, sus orejas de soplillo y sus mejillas coloradas.
¿Lia Archer?
—Sentimos haberle interrumpido. Bueno, si nos disculpan...—la chica agarró de la mano a su hermano pequeño, e intentó marcharse en la dirección contraria, sumergirse en el inmenso mar de gente.
—¡Espera!—Owen agarró con rapidez el hombro de la chica, deteniendo su marcha. Se había dejado llevar por sus impulsos; la sorpresa que le había producido encontrar a Lia, su antigua amiga de la infancia, le había dominado. Era realmente agradable ver una cara conocida, alguien que pertenecía, aunque no fuese de manera activa, a su vida anterior. Era una sensación nostálgica, pero a la vez, esperanzadora: el solo haber visto a aquella chica le había devuelto su fuerza, su espíritu. Era una confirmación de que su anterior vida no había desaparecido,de que no se había desvanecido en el aire o había dejado de existir para siempre: la prueba estaba ante sus ojos. Su mano agarraba con firmeza esa esperanza.
—¿N-necesita algo, señorita?—preguntó Lia, sobresaltada. Hye y Mae observaban extrañadas la escena.
—Oh, no nada... Sigue tu camino—dijo entre dientes Owen, sintiéndose como un tonto. ¿Qué pretendía al hacer eso? Lia no podía saber que era él, y él no podía tratarle como si supiera quién era ella. ¿Por qué deseaba tanto hablar con Lia si no llevaría a ningún sitio? ¿Qué tipo de excusa serviría para convencerle?
—Em... Bueno-... La verdad es que necesito algo de ti—¿Qué podía decir? Era demasiado extraño que una señorita noble requiriese algo de una simple campesina que acababa de conocer— ...¿Podríamos hablarlo un momento, en algún lugar tranquilo?
****************************************************************************
Pues... Resumen de la situación actual: me he convertido en un particular guía turístico.
Owen suspiraba y caminaba rígido por las calles de la ciudad, de nuevo. Estaba algo alterado y tenso, aunque tenía sus motivos: prácticamente podía sentir cómo varias miradas le perforaban su nuca, sin compasión.
Por alguna razón, después de proponer aquello, echó a andar sin rumbo fijo, y los demás, en vez de seguirle el paso al mismo ritmo, le seguían varios metro atrás, cautelosos e igual de confundidos que él.
Sin duda, Lia y su hermano debían de ser los más desconcertados; en cambio, eran las sirvientas las que más sospechaban de toda la situación.
—Oye, Mae...—susurró cautelosamente Hye—¿Qué crees que quiere la señorita haciendo esto? ¿Es normal esto de invitar a alguien desconocido? ¿Tiene algún motivo oculto?
—Ni idea. La señorita Vivienne tiene una cabeza completamente diferente a la nuestra. Es imposible saber qué está tramando.
—¿Querrá castigar al chico personalmente por su ofensa? ¿Les pedirá algún tipo de compensación monetaria por las molestias?
—Oh, no creo que sea eso. La señorita ha cambiado, ya lo sabes; hace unos días abolió las estrictas leyes de trato sirviente-amo que estaban por escrito. Sé mejor que nadie que la señorita se ha ablandado.
—Más que ablandado... Diría que simplemente ha cambiado. Es como si antes fuera de un sabor amargo, y ahora... Es una mezcla extravagante entre ácido y salado.
—Eso sigue sin ser un sabor apetecible—cuchicheó Mae, con una risita cómplice.
De repente, la señorita de ojos oscuros se detuvo frente a un local con ambiente animado. Desde afuera se oían las risas de los visitantes de la ciudad, y el olor a comida recién hecha y bebidas frescas hacía la boca agua.
—¿Tomamos primero algo aquí? Todavía no he desayunado—dijo Owen, adentrándose en el local con mesas de madera y múltiples asientos, casi todos ocupados por hombres de origen humilde, algunos borrachos a media mañana con su jarra de cerveza vacía en la mano.
—Señorita... No creo que este local sea un sitio adecuado para su título... No es propio de alguien de su condición...
—Tiene un buen ambiente, y lo que es más importante, huele bien. ¡Sentémonos en esa mesa!—animó Owen, agarrando una de las sillas destartaladas, invitando a los demás a sentarse. Los dos hermanos se mostraban reacios por otra razón.
—Mmm, señorita... Le agradecemos mucho su gesto, pero no creemos que sea correcto aceptar que pague nuestra comida... Ni siquiera sabemos su nombre—dijo Lia, deteniendo a su hermano de sentarse.
—Oh, tranquila; la comida no la pagaré yo. Yo no traigo dinero, pero supongo que alguna de mis criadas lo habrá hecho.
—¡P-pero, Señorita Vivienne!—replicó Mae, agarrando con fuerza los vestidos de su bolsillo, como si alguien fuese a robarle en cualquier momento.
—Oh, vamos, no soy tan tirana. Te añadiré lo que gastes a tu sueldo, ¿de acuerdo? Ah, y respecto a mi nombre...—se dirigió hacia los dos campesinos—Soy Vivienne Altaira Drummond, un placer—se presentó, consciente de que no reconocerían el apellido. ¿Qué podían saber de duques y de nobles?
Después de insistir algunas veces más, accedieron a sentarse, y se presentaron con nombres y apellidos. Sin poder pedir una bebida alcohólica como las que bebía de vez en cuando el el establecimiento del pueblo, Owen se resignó con un filete del tamaño de su cabeza como compensación. Mientras todos comían, las sirvientas hablaban entre sí, y con el pequeño niño. Lia regañó varias veces a su hermano por no respetar los modales en la mesa, y Owen sonrió recordando aquellas veces en las que Lia también había sido una hermana mayor para él. Owen siempre había sido el niño solitario, perezoso y travieso, y Lia, unos años mayor que él, era quien trataba de enseñarle cómo debía de comportarse. Ella era lo más cercano que tenía a una mejor amiga de la infancia.
—¿Y bien, señorita Vivienne? ¿No tenía algo que decirme? Aunque le agradezco que nos haya invitado a comer, me gustaría saber el motivo...—recordó Lia, limpiándose con la manga de su capa los restos de salsa aceitosa de las comisuras de sus labios.
—Oh, sí... Creo que deberíamos de tratar el tema a solas. Ven conmigo—. Aunque Owen parecía muy seguro de lo que quería hablar, la verdad era que su cabeza estaba hecha un caos. ¿Qué era lo que quería conseguir con todo esto? Él simplemente quería hablar con ella, eso era todo. No necesitaba más que la satisfacción de ver una cara conocida en un mundo que empezaba a conocer. ¿Por qué mierda se le había ocurrido implicarse tanto? Ahora no podía dar marcha atrás.
Las dos chicas de aspecto tan distinto se sentaron en un banco en medio de la calle, con algunas personas entrometidas mirándoles: ¿qué hacían una campesina y la tan conocida hija del duque allí? Fuera cuál fuese la respuesta, no era de su incumbencia.
—Verás, Lia... Puede parecer algo repentino, pero... Necesito confesarte algo, algo que todavía no le he dicho a nadie más. Podrías preguntarte: "¿por qué a mí?" Sí, nos conocemos desde hace solo un rato. Pero... Confío en ti. Sé que puedo confiar en ti—el viento sopló con fuerza, casi amenazando con llevarse con él las palabras que pronto iba a pronunciar.
—Pero... Señorita Vivienne, ¿es así como se llama, cierto? No sé qué clase de cosa debería de confesarme alguien con un nombre de ocho letras. Eso quiere decir que usted es un alto cargo de la nobleza... Y que, por alguna razón, ha decidido hablar con una sencilla campesina como yo. Me halaga que quiera confiar en mí, pero no le parece un poco... ¿extraño? ¿No tiene a otra persona más adecuada con la que hablar sobre esto?
—No. No hay nadie. Solo quedas tú. ...Bueno, eso suena como si fueras la que sobra, como un reemplazo, pero realmente confío en ti. Quiero que sepas eso. Mi secreto es...—Lia contuvo la respiración. A Owen le latía el pecho con fuerza. Era la primera vez desde que poseía ese cuerpo, desde hace más de un mes, que le iba a contar a alguien su secreto. ¿Cómo debería de decirlo? ¿"Soy Owen"? ¿ "No soy la verdadera Vivienne Drummond"? ¿ "Brujería de origen incierto me ha atrapado en este cuerpo"? ¿"Te conozco desde hace años"? Era complicado comenzar sin parecer un loco o un acosador. ¿Cómo podía conseguir que le creyese?
El viento sopló de nuevo, agitando con su brisa las hojas de los árboles cercanos, que parecían estremecerse por la tensión del momento. Hasta las aguas de la fuente cercana vibraban ante la expectación. Owen selló con fuerza sus pestañas blancas y rizadas, y de una sola bocanada, confesó:
—Lia... Sé que te picó una abeja en el trasero y que tuviste la marca durante dos años.
—¿¡Qué!? ¿Quién cojones te ha dicho eso?—gritó Lia, sintiéndose ofendida y sonrojada a la vez. Inevitablemente llevaba sus manos a su parte baja, como con la intención de cubrirla. Owen supo que su manera de comenzar no había sido la correcta cuando Lia flexionó sus dos manos en forma de puño—...¿Quién ha sido el pervertido que ha dicho eso?
—Oh, bueno... Me parece que he empezado con mal pie. No quería decir eso... Al menos ahora. Debería de utilizar otro ejemplo... ¡Ya sé! En tu rodilla tienes una cicatriz, ¿cierto?—señaló hacia la pierna desnuda de Lia, que exhibía una marca poco prominente—...Si no recuerdo mal, te hiciste esa herida cuando tenías nueve o diez años, ¿cierto? Y fue porque te caíste de un árbol.
—...¿Quién eres? ¿De qué me conoces?—se asustó Lia, frunciendo el ceño. La extraña chica albina de ocho letras que estaba sentada a su lado era sospechosa. ¿Cómo es que sabía tanto sobre ella? Y aún más extraño... ¿por qué recuerdos de su infancia? Una noble de tal importancia no había podido conocerla durante su niñez. ¿O es que no recordaba haberla conocido? Además, estaba lo de la herida de su rodilla... Nadie más que su familia lo sabía. Bueno, solo lo sabía una sola persona más...
—Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Aunque, si hablamos propiamente, Vivienne no te conoce. Pero yo sí te conozco, ¿entiendes?—Lia estaba completamente desconcertada. El chico suspiró frustrado— ...Esta es la última pista, ¿de acuerdo? Las indirectas son agotadoras—dijo Owen. Después de carraspear un poco, imitó la mejor de sus muecas, y con una voz aguda y estridente dijo:
—"¡Eres muy aburrido, niño del árbol! ¿Por qué no quieres jugar conmigo?"—.
Antes de que Owen terminase su interpretación, Lia había reconocido aquellas palabras. Sabía qué significaban. De hecho, parecían haber sido sus propias palabras hace mucho tiempo. ¿Hace cuánto? ¿Cuándo todavía era una mocosa, cuando vivía en aquel pueblo? Recordaba aquellos veranos calurosos en el sur de Goryan. ¿A quién iba dirigida esa frase? De repente, el rostro indiferente del niño que era su compañero de juegos resurgió entre la memoria.
Sí, esas palabras eran para Owen Field, el niño perezoso de cabello greñudo que no soportaba a los demás niños del pueblo. Siempre escalaba a las ramas más altas de los árboles para que nadie le encontrase; así de asocial era. Por supuesto, era imposible que Lia se olvidase de un sujeto tan peculiar como él. Sin embargo...
—...Esas palabras...—Lia se mostraba insegura, con nuevas preocupaciones revoloteando—...¿Dónde las ha oído, señorita? ...¿Es posible que tengamos a algún amigo en común?
—Parece que ya sabes por dónde va todo esto. Y con amigo, te refieres a... ¿Owen Field?—clavó sus pupilas negras como un pozo sin fondo en la chica. Lia sintió un escalofrío al escuchar el nombre que había retenido en su cabeza ser pronunciado por la voz de la señorita Vivienne. ¿Por qué la forma en la que las vocales salían de su boca era tan... familiar?
—Sí, le conozco.—prosiguió Owen—Le conozco muy bien. De hecho, él... soy yo—.
Por fin, el nudo en la garganta se había disipado. Expectante por su reacción, Owen mantenía la calma. ¿Lia se burlaría de él? O peor... ¿le delataría? Había esperado confiar en ella, pero los segundos transcurrían, y Lia seguían sin decir nada. ¿Y si revelar descuidadamente sus secreto ponía en peligro su futuro? Había llegado muy lejos. Había conseguido superar muchos obstáculos hasta ahora, y quedaban muchísimos más por delante. Hasta ahora, podía solucionar todo sin ayuda, pero probablemente no podría continuar así; necesitaba algún tipo de apoyo. ¿Cómo si no iba a superar su propia e inminente muerte? ¿Cómo podría hacer frente a las extrañas criaturas, las brujas, que estarían acechando como aves de presa? Él no tenía la habilidad de la señora Drummond. No podía ver el futuro, ni tampoco seguir su curso como ella desearía; lo único que un simple humano como él podía hacer era luchar, y conseguir aliados en su batalla contra el inevitable destino que la bruja veía en él.
Owen todavía esperaba la reacción de Lia, petrificada con una expresión de sorpresa. De un momento a otro, rompió el turbio silencio con un estallido de carcajadas. Se sujetó con una mano el abdomen en un intento de respirar adecuadamente entre las risas.
—...Hacía mucho tiempo que no escuchaba una broma tan buena, señorita—alagó Lia mientras frotaba sus mejillas adoloridas— No sé de qué conoce a Owen, pero puedo decir que tienen el mismo sentido del humor.
—Joder, no era una broma. Lo decía en serio—dijo algo desesperado. Se levantó del banco, y miró con seriedad a su incrédula amiga— Lia, piénsalo bien: ¿cómo podría conocer a Owen, un campesino de la otra parte del país? Si de verdad solo fuese una noble, nunca podría saber quién es ese amiguito tuyo. ¿No crees? Además, sé todo sobre ti; o por lo menos, lo sabía cuando éramos niños. Eras muy pesada, e intentabas inmiscuirte en mi vida a toda costa, obligándome a acostumbrarme a tu presencia constante. ¡Puedes hacerme cualquier tipo de pregunta a la que Owen supiera la respuesta! Sé que es extraño y que no tiene sentido, pero te pedía que confiases en mí; inténtalo al menos una vez.
Lia se debatía entre la sorpresa y la duda. Sus argumentos eran algo convincentes, pero su cabeza se negaba a reconocer algo tan inverosímil. Finalmente, fue derrotada por la curiosidad y la insistencia de la chica con mirada psicótica.
—Está bien... —suspiró— ...Algo que Owen pudiese responder, ¿cierto? ...¿Cuál es su comida favorita?
—Cualquier comida está bien. Me gustan todos los platos, excepto el huevo cocido.
—Buena respuesta, pero sigue sin aclarar nada. ¿Cuál es mi comida favorita?
—Cualquier cosa que no tenga zanahorias o tomate. Siempre has sido demasiado delicada con la comida, aunque eras capaz de comer cualquier tipo de sustancias no comestibles que encontraras por el bosque: desde setas silvestres, a piedras o corteza de los árboles. ¿No te he dicho más de una vez que parecías más una cabra que una niña?—se burló Owen, observando con satisfacción cómo se enrojecía el rostro de Lia por la irritación.
—Ja, ja. Qué gracioso—contestó con un tono irónico y una mueca inexpresiva—Siguiente pregunta, farsante: ¿Cuál es mi color favorito?
—El azul.
—¿Cuándo es mi cumpleaños y cuándo es el de Owen?
—El mío es el doce de febrero, y el tuyo... ¿de verdad crees que podría recordar tu cumpleaños? Has hecho una pregunta trampa. Ya deberías de saber que no puedo recordar fechas, hija de puta.
—¿Cómo se llama mi madre? ¿Y mis hermanos?
—¿Cómo piensas que puedo recordar el nombre de una mujer que solo vi un par de veces hace casi una década? ¿Acaso crees que tengo una memoria prodigiosa? Y, respecto a tus hermanos, ni siquiera sé cuántos tienes. ¿He de recordarte que cuando vivías en el pueblo solo habían nacido tres? Seguro que ahora tienes más de seis.
—Bueno, son ocho. Yo soy la mayor, y Edi es el cuarto—especificó, señalando con la mirada hacia el restaurante donde todavía esperaban las criadas—...Última pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que Owen y yo nos vimos?
—Eso fue hace más de un mes. Yo estaba en el mismo carruaje que tú, íbamos hacia la convención de agricultores de la zona sureste de Goryan, que se celebraba en "nosequé" palacio dentro del recinto de la familia real. Y, quizás te diste cuenta de que...—Owen se sentó de nuevo, algo más tranquilo—...nunca llegué a esa maldita reunión.
Lia estaba estupefacta. Se tapó la boca con las manos, tan confundida entre su razonamiento y su intuición que no sabía qué decir. Había respondido a todas las preguntas perfectamente, igual a lo que diría su amigo de la infancia. Hasta su manera de hablar, de bromear y las groserías que siempre decía apuntaban a una sola conclusión. A una conclusión ilógica.
—Oh, Dios mío... Puede que tengas razón. ...Sí que eres tú.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro