Capítulo 19 - Pesadillas.
¡Baaaamm! ¡Baaaaam!
Una explosión tras otra atronaba en sus tímpanos. Cuando su mente dejó de zumbar y sus ojos pudieron distinguir una imagen estable, se encontró en el suelo, rodeado de hierba seca y alta. El cielo estaba cubierto por un gris lúgubre y turbulento.
[¿Otra de mis pesadillas? ...Aunque hay algo diferente.]
Pensó, incorporándose. El cielo y el paisaje apocalíptico era el mismo de siempre, pero a diferencia de todas sus otras pesadillas, él no estaba solo, ni la sangre se escapaba de su pierna. A su alrededor, no podía encontrar el silencio tenebroso, ni podía distinguir el silbido del viento.
Todo era un caos, un desastre; un gran estruendo ocasionado por los numerosos gritos de los soldados, el choque de espadas, las armas de fuego, y algunas explosiones. Hasta una parte del bosque había sido incendiada, y el humo intoxicaba aún más el ambiente. La luz de las llamas bañaba cruelmente los cuerpos sangrientos de los aliados, vencidos en batalla.
Sí, todo era un caos. Y en medio del caos, aturdido y confundido, Owen esperaba comprender la situación. ¿Por qué la pesadilla había cambiado radicalmente? Y, lo que era aún peor... No parecía una pesadilla. Era diferente, porque no sucedía nada raro como que el cielo cambiase de color, o que el enemigo brotase de un charco de sangre. Todo era terriblemente real. Demasiado real, puesto que ese mismo panorama de desolación y próxima derrota era parte de sus recuerdos.
Esa misma escena era igual a como recordaba la batalla de la frontera. Aunque resultase extraño, él seguía esperando que algo fantástico, algo propio de un producto de su imaginación, sucediese; porque lo que más le asustaba era que todo fuese tan similar a lo que de verdad sucedió.
Sin darle tiempo suficiente para espantarse, algunos soldados enemigos aprovecharon su aparente descuido. Los soldados de Ulwof, con sus espadas cubiertas de escarlata, se abalanzaron sobre él. Owen, en un movimiento reflejo, se apartó de la hierba y tanteó la funda de su espada con la mano. Cuando reparó en que la espada todavía estaba atada a su cintura, respiró aliviado, e inconscientemente adquirió una postura de defensa frente a los atacantes.
Eran dos hombres, de densa musculatura y movimiento rápido con la espada. Por lo menos, no poseían armas de fuego. Eso era bueno. El joven muchacho, preparado para recibir sus ataques en cualquier momento, alzó su arma afilada con decisión. Pero, justo en ese momento, encontró un detalle que le desconcertaba:
[¿Por qué tengo mi espada? Si esto es un recuerdo, no debería de tenerla, puesto que en medio de la batalla...]
Otra explosión cercana hizo temblar el suelo. Y justo después, otra más se desató... demasiado cerca. La onda expansiva mandó volando a Owen y a todos los soldados a su alrededor. En el aire, el tiempo se detuvo. Pudo verse a sí mismo, suspendido a varios metros del suelo, observando la combustión que se había desatado en la tierra. Algunos aliados y enemigos también habían sido arrojados por la onda, y cuando aquel instante volvió a unirse al flujo de tiempo, vio cómo todos se precipitaban con fuerza al suelo. De repente, él también sintió la fuerza del impacto: su espalda chocó drásticamente contra el terreno lleno de piedras punzantes, y su cabeza rebotó un par de veces hasta reposar inmóvil. Sin embargo, la peor parte se la había llevado su pierna derecha, que justo antes de aterrizar, había impactado violentamente contra una gran piedra afilada, para después recibir un segundo golpe por la caída.
Owen, aturdido por la contusión en su cabeza, no necesito mirar: ya sabía que su pierna estaría rota, y que pronto comenzaría a cubrirse en su propia sangre. Pero esta pesadilla no era como el resto: su única preocupación no era que alguien saliese de un charco para matarle. Sabía que, si no se movía de ahí pronto, vendrían a por él. La idea de morir, aunque no fuese real, seguía siendo aterradora.
Intentando no sucumbir ante el estrés, el cansancio, y su terrible dolor de cabeza, se arrastró desesperadamente en busca de una ruta de escape, o al menos, un sitio donde esconderse. Era inútil tratar de ver algo al ras del suelo, porque el humo y el polvo que había levantado la explosión hacían imposible ver a tu enemigo, y mucho menos a tus aliados. Podía escuchar los alaridos de dolor de los que habían sobrevivido, y en el humo se detectaba el olor a carne quemada y sangre de los que no lo habían hecho, de los que antes se encontraban en el epicentro de la catástrofe.
Aterrado, oía a su alrededor los pasos pesados de algunos enemigos, todavía luchando. Owen rezaba porque no le viesen en el suelo, y porque no lo pisoteasen o le llegase una bala perdida. No tenía oportunidades de sobrevivir: su espada se había perdido en la travesía por el aire, no podía andar, y probablemente todos los de su escuadrón estarían muertos. De hecho, puede que casi toda la tropa ya hubiese sido derrotada. ¿Qué otro resultado se podía esperar si los de Ulwof les triplicaban en número? Si hubieran previsto el ataque sorpresa, podrían haberlos detenido antes de que entraran en el reino.
Owen estaba perdiendo la consciencia. No podía evitar las náuseas, además de que ni siquiera podía esforzarse en recordar lo que pasaría a continuación. Su mente le había abandonado. Su cabeza no podía mantener el ritmo. Aunque poco a poco el paisaje se tornaba negro y lo estridentes sonidos de la batalla perdían intensidad hasta desaparecer, su cuerpo no se había detenido. Sus codos le remolcaban a través de cualquier obstáculo, desgarrándose y desgastando la piel hasta que solo quedaba a rojo vivo.
Finalmente, sus brazos tantearon algo sólido a lo que agarrarse: una textura rugosa, un tronco ancho. Debía de ser un árbol. Con el último aliento, reposó su espalda sobre la superficie, desplomó sus manos rasguñadas sobre la hierba... y se desmayó.
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—[Señor Creador, ¿qué es eso?—] preguntó una voz infantil, dulce y aguda.
[¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? ...Me desmayé. ¿Esta es otra pesadilla?]
—[Es un arma de fuego extranjera. Otro invento inútil de los humanos]—pronunció la boca de Owen, con una voz ronca y áspera que nunca había escuchado. Sus piernas se movían solas, y delante de él caminaba una niña pequeña.
[Oh, no me digas... Es como aquella vez, cuando tuve un sueño con la infancia de Vivienne. Yo estaba en su cuerpo, y no podía controlarlo, pero ahora... Este no es su cuerpo, ni parece ser un recuerdo suyo.]
Owen, a través de los ojos del cuerpo que habitaba, intentaba identificar el paisaje que les rodeaba. No había nadie más que él y aquella niña, además de una neblina cubriendo el páramo desierto.
El cuerpo parecía ser un hombre joven, que vestía ropa sencilla de colores oscuros. La niña solo mostraba su espalda, con un vestido sucio y desgarrado, luciendo una melena muy larga y enmarañada que arrastraba por el suelo.
—[¡Mire, Señor Creador! Son cuerpos humanos]—señaló la niña, que se había sumergido entre la niebla. Cuando el cuerpo del hombre también lo hizo, reveló un paisaje horrible: un campo de batalla devastado, lleno de cenizas y cuerpos despezados. La niña se acercó a uno que había perdido una extremidad, y hundió su dedo fino en la herida sangrienta—[Mmm... Parece reciente. ¡Nos lo llevaremos!]—la niña, por fin, se dio la vuelta e hizo contacto visual con el hombre. La mente de Owen dio un vuelco cuando vio su cara... porque aquella niña con apariencia humana no lo era. Sus ojos, de un color tan opaco como los de un muerto, estaban adornados con largas pestañas negras. En sus mejillas polvorientas había varios agujeros del tamaño de una moneda, desde donde se podía ver el interior de su boca y sus dientes afilados, como los de una piraña. También parecía tener agujeros similares en sus manos, y por otras partes de su cuerpo.
Era aterrador ver cómo la niña le sonreía al cadáver, hundiendo aún más el dedo a través del profundo tajo.
—[No seas impertinente. Yo soy quien manda y decide. Y, además...]—Owen vio en silencio cómo su cuerpo se acercaba al cadáver. El cadáver vestía un uniforme... el uniforme militar de Goryan—[...Esto ya lleva demasiado tiempo aquí. Una horas son suficientes como para que se vuelva inútil]—.
El hombre tomó delantera, y empezó a merodear entre los múltiples cuerpos con sangre oxidada. Si uno se interponía en su camino, lo pisaba y seguía como si nada.
—[¡Señor Creador! ¡Engendro ha encontrado uno vivo!]—gritó la niña emocionada, señalando un cuerpo en medio de la hierba—[¡Y también esto!]
—[Oh. Buen trabajo, Engendro]—respondió la boca del cuerpo mientras que le daba unas palmaditas en la cabeza a la niña. Ésta le entregó un objeto alargado, que a penas podía sostener ella sola debido a su peso: era la hoja de una espada. No parecía destacar en nada: no era demasiado brillante o afilada, ni estaba cubierta de sangre. Simplemente era una espada común y corriente que en medio de la batalla había sido partida por la mitad.
—[¡Esto huele a Engendro! ¡Huele a creación de Engendro!]—declaró la niña, con su sonrisa de piraña y su cuerpo lleno de agujeros.
—[¿Te refieres a uno de tus marcados? Eso es interesante... pero primero debería de ver a ese humano vivo que has encontrado]—dijo el hombre, tirando la hoja de la espada al suelo tan ligeramente que parecía de papel.
La niña, cuyo nombre parecía ser "Engendro", guió al hombre hasta una gran roca. Junto a ella, alguien había reunido un par de espadas de corto alcance y un escudo. Allí, descansando al lado de la roca, se encontraba un hombre de complexión fuerte y músculos desarrollados, pero una cara pálida y una mueca de sufrimiento.
Aquel hombre, que sujetaba con fuerza un trapo empapado en sangre contra su herida profunda en el abdomen, que intentaba mantenerse consciente al borde de la muerte... mostraba una cicatriz inconfundible en su mano, y su pelo dorado aún relucía bajo la suciedad.
[¿¡Qué mierda!? Este hombre... ¡es el de mis pesadillas! El capullo que me estranguló... "Gio Stoddard". ¿Por qué esta aquí? Si asumiese que este campo de batalla es el mismo que el de la frontera, solo unas horas después de la batalla... ¿Cómo es que ha sobrevivido a La División de la Corona? Hace cuatro años... aseguraron que habían exterminado a todos los invasores de Ulwof.]
—[¿Está vivo, Señor Creador? No parece moverse...]—dijo Engendro, pinchando con un palo el cuerpo. De repente, el soldado herido reaccionó frente al estímulo exterior, y abrió ligeramente los ojos.
—[No parece que lo esté del todo. De todas formas, no durará más de unas horas más]—torció una expresión de indiferencia que hasta Owen notó.
—[¿No nos lo llevaremos, Señor Creador?]—preguntó la niña, visiblemente decepcionada. Parecía como si le hubiesen negado el recoger a una mascota callejera.
—[No, no merece la pena.]—declaró con un tono severo, y se dio la vuelta para volver a emprender su viaje, a donde quiera que fuese. Sin embargo, algo le interrumpió: las pesadas exhalaciones del soldado, que se convirtieron en una tos repentina.
—[N-no os vayáis]—suplicó el hombre herido con una voz seca y enfermiza—[...Necesito sobrevivir. Tengo que vengarme...]—volvió a romper en un ataque de tos, que esta vez expulsó sangre a través de su boca.
—[...Ya veo. Dime, miserable humano: ¿de quién necesitas vengarte con tanta urgencia? ¿Crees que es tan necesario que deberíamos de salvarte?]—preguntó el hombre, interesado en el convaleciente soldado de Ulwof.
—[Tengo que vengarme de la gente de aquí... de todo aquel que viva en este asqueroso reino, Goryan. Y... sobre todo, de su futuro rey.]
—[Interesante. Pues, en un acto de misericordia, te ofrezco una oportunidad: vivirás, y podrás cumplir con tu venganza. Responde, y serás juzgado: ]—Owen sintió que una sonrisa terrorífica se formaba en su cara, y que todo alrededor se congelaba ante la presión y el miedo que infundía el individuo.
— [...¿Quieres que te maldiga?]—
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Nada más despertar, sintió ganas de vomitar, que acompañaban a su sudor y a sus manos temblorosas. Había pasado mucho miedo. Su corazón latía con tanta fuerza como sus pensamientos. Sus emociones eran tan intensas y estaban tan revueltas que apenas podía recordar cómo hablar. Miraba sus manos blancas y delgadas y se preguntaba "¿Quién soy? ¿Cómo me llamo?". La confusión, el temor, la impotencia, y sobre todo, la mezcla de todo ello, hicieron que las lágrimas brotasen de sus ojos sin detenerse. No sabía qué hacer; se sentía demasiado lleno de emociones contradictorias, pero por la misma razón, se sentía vacío. Vacío de razones, vacío de recuerdos. El "¿Quién soy yo?" se convirtió en un inexplicable "¿Por qué soy yo?".
Sin saber si confiar en la realidad de sus sueños o en la actual, salió en busca de respuestas por el pasillo de su habitación. Vestido con un camisón blanco, y sus ojos rojos llenos de lágrimas, buscó algo que respondiese a sus preguntas. "¿Es esto otra pesadilla? ¿En qué cuerpo estoy ahora? ¿Cómo sé si esto es verdad o no? ¿Hay alguien que quiera matarme? ¿Cómo puedo huir de esto? ¿Cómo puedo escapar a la verdadera realidad? ¿Qué es una realidad?"
De repente, chocó de bruces con alguien. Contempló su rostro, pero ni siquiera podía recordar quién era. No sabía si conocía a esa persona o no, pero se lanzó hacia ella. Con lágrimas en los ojos y voz temblorosa, le inquirió:
—¿Quién soy ahora?
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