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Capítulo 17 - La princesa perdida.


¿De que querría hablar? Su expresión le confundía. ¿Sería algo importante?

A pesar de que sabía que era imposible... ¿Podía haber descubierto algo relacionado con su verdadera identidad? ¿Era por eso que había esperado hasta que no quedase nadie, para hablar en privado?

Oh, mierda... Quizás he actuado demasiado extraño, y ha notado algo... Y ahora querrá confirmar lo que cree saber, y cuando ya esté seguro... Se lo dirá a todo el reino para que me encierren en un calabozo de por vida...

Las conspiraciones surgían sin parar. ¿Qué pasaría si su secreto, el que un simple campesino se haga pasar por la hija del duque y una de las candidatas a reina, se desvelase? ¿Lo tacharían de degenerado? Pero... ¿Cómo podrían saber con certeza que él no era el verdadero residente de ese cuerpo? Si existiese alguna manera de asegurarlo, ¿lo tratarían tan cruelmente como a la duquesa Drummond, como a una bruja satánica y salvaje? ¿O como a un hechicero malvado que le arrebató la vida a Vivienne Altaira Drummond y usurpó su cuerpo con fines perversos?

No había profundizado en la importancia de ocultar su secreto hasta entonces, acorralado por la situación inminente. El príncipe todavía no había soltado ni una sola palabra, pero estaba seguro de que lo que tenía que decir no sería bueno.

—Sé que no tenemos una relación tan cercana, y que puede ser descarado preguntar, pero...—comenzó Leonardo. Esa frase aceleró aún más los latidos impulsivos de Owen, esperando que las palabras que continuasen pusiesen fin a su libertad.

—...¿Le ha ocurrido algo últimamente? Es decir... Parece algo distinta. Creí notar que algo había cambiado la última vez que hablé con usted, en su fiesta... Había algo en su forma de hablar y de actuar que me resultaba... ajeno—el príncipe pronunciaba cada palabra con más dificultad. Daba la sensación de estar esforzándose en explicar lo que quería decir. Se alejó unos pasos, pensativo.

—No sé expresarlo correctamente, espero que haya podido entenderme. Puede que solo hubiera sido una sensación equívoca por mi parte... P-pero me gustaría confirmar que no le haya ocurrido nada desagradable, o que algo le esté afectando...—.

Owen suspiró aliviado, soltando todo el temor y la incertidumbre que había albergado en su pecho.

Ya veo, todavía no sabe nada... Pero tengo que eligir cuidadosamente mis palabras. Ha notado que hay algo distinto, pero tengo que convencerle de que todo ha sido producto de su imaginación.

—Oh, no tiene que preocuparse por esos asuntos, alteza. Nada me ha ocurrido. No hay nada ni nadie que trastorne mi corazón o descomponga la paz de mi consciencia. Me encuentro divinamente, fresca como una rosa de primavera. Soy la misma Vivienne Altaira Drummond de siempre—disimuló, combinando una risita convincente al final. Había procurado que su tono y palabras se asemejasen lo máximo posible a su concepto de señorita ricachona, hablando como si recitase un poema lleno de cursilerías. Definitivamente, habría convencido a cualquiera que dudase, pero el príncipe no era cualquiera. Todavía existía un ápice de preocupación en su mente, imperceptible para los ojos de Owen.

Finalmente, Leonardo cedió ante el insistente intento de sonrisa tranquilizadora de Owen, que inintencionalmente daba una sensación amenazante.

—De acuerdo. S-siento si le he incomodado al ser excesivamente persistente respecto a esto—se alejó algunos pasos más lejos, cabizbajo.

Owen se encontró a sí mismo indagando en la lamentable imagen, buscando otra expresión diferente a la áspera habitual de Leonardo. Se cercioró de que cada vez le producía más curiosidad y fascinación ser capaz de descubrir una nueva cara, ya sea su expresión de sorpresa, de arrepentimiento o de preocupación, todas las que había visto anteriormente.

Ahora, había descubierto una nueva faceta: su vergüenza. El príncipe, todavía cabizbajo, intentaba ocultar sus mejillas sonrojadas bajo su flequillo pelirrojo. Ya sea porque se avergonzaba de no haberse podido expresar correctamente, de trabarse constantemente, de hacer una pregunta inútil, o de la mirada fija, examinadora y silenciosa de Owen en su cara, estaba sonrojado hasta el punto de parecer un tomate.

Por mucho que intentase ocultarlo, era inútil. Leonardo no podía esconder su reacción exagerada e impropia de alguien tan aparentemente inexpresivo como él, y Owen no podía ignorar el hecho de que consideraba al príncipe como un paquete de sorpresas que esperaba poder descubrir, como un reto o enigma que quería desvelar. Como una muñeca matrioska, que poco a poco iba revelando qué se escondía debajo de todas esa capas de seriedad y compostura.

Owen se rio por lo bajo, burlándose para sí mismo de la repentina y nerviosa reacción del príncipe.

De repente, unos ruidos cesaron al instante la atmósfera pacífica y silenciosa; eran unos pasos metálicos ruidosos que aporreaban el suelo del pasillo más cercano. A diferencia de la patrulla organizada y tranquila de los guardias de antes, estos corrían como si les fuese la vida en ello. Uno, sin presentarse ni tomarse las molestias que exigían los modales, interrumpió tenso y con cantidades sorprendentes de sudor resbalándose por sus mejillas:

—¡Su alteza! Siento interrumpir, pero...—jadeó, mientras dirigía una mirada apurada a Owen y la devolvía hacia al príncipe—...Tenemos un severo problema en el palacio Zhang II—. Se detuvo para recuperar el aliento después de la terrible maratón, y la cara de Leonardo era todo un poema. Se podía deducir que ya imaginaba qué tipo de problema era, pero aún así apuró al guardia a hablar. Éste, sin embargo, miraba de nuevo en la dirección de Owen, indeciso, como si no pudiese decirlo delante de él.

—No te preocupes, lady Drummond es de fiar. No pasa nada si se entera—. Convenció al guardia con su posición confiada, y el sudoroso hombre tomó un poco más de aire antes de revelar la noticia:

—Su alteza, es sobre la segunda princesa... Ella ha desaparecido.

********************************************************************************

En cuanto las noticias atravesaron sus oídos, Leonardo se marchó como un rayo junto a los guardias, tan fatigados que apenas podían seguir el ritmo. Owen, aún sin comprender qué era lo que tenía que hacer, siguió al grupo que esquivaba columnas de mármol y fuentes cristalinas en los patios.

¿Quién ha desaparecido? ¿Qué está pasando? En las situaciones tensas, me vuelvo aún más idiota. No entiendo nada. El guardia dijo que una princesa había desaparecido, la segunda princesa... ¿esa no era la de los rumores? ¿La que decían que cuya existencia era todo un misterio? Pero ¿cómo han podido perderla de vista? ¿Cómo ha podido desparecer dentro de palacio?

No era el único con esa pregunta. Los guardias, visiblemente alterados, parecían igual de confusos; ellos vigilaban la entrada del palacio Zhang II, pero no habían visto a nadie entrar o salir. ¿Cómo había conseguido escaparse la princesa Nur? ¿Y por qué justo en ese momento?

—¿Cuándo os habéis dado cuenta de que no estaba?—les preguntó el príncipe, sin desacelerar y sin sudar ni un poco. Parecía que su fortaleza muscular le proporcionaba mucha más resistencia.

—...Hace solo unos minutos. Unas criadas fueron a buscarla a su habitación, y no la encontraron. Han buscado por todo el edificio... sin resultado.

—De acuerdo. Seguid buscando por los alrededores, yo iré a la zona de entrenamiento y al jardín.

—¡Sí!—todos los soldados giraron por una esquina, y se dispersaron en el exterior. Leonardo tomó otra ruta, ahora caminando a un ritmo más tranquilo, pero vigoroso. Estaba tan concentrado en su tarea que no había oído pasos detrás suya.

—¿Es tan grave la situación?—preguntó de repente Owen, provocando que Leonardo diera un salto del susto, aterrorizado. No había reparado en la presencia de su acompañante hasta ese momento. Se puso una mano en el pecho, intentando detener el sobresalto de su corazón.

—Siento haberte asustado—sonrió maliciosamente, para nada lamentando lo que acababa de hacer. Al fin y al cabo, las sorpresas y los sustos eran su especialidad.

—N-no hay problema. Pero... respecto a la desaparición...—tartamudeó, intentando sosegarse mientras ralentizaba sus pasos para que su acompañante pudiera seguirle.

—¿Es la segunda princesa, verdad? He oído que todavía es muy joven. ¿Es tan grave que se haya escapado un rato? ¿Acaso no es una pequeña travesura de niños?

—Mmm, no creo... Ella no es así. Nunca ha pasado algo así antes.

—¿Nunca ha hecho una travesura? Vaya infancia tan aburrida...—murmuró para sí mismo Owen, mientras que cruzaba los brazos detrás de su cabeza, tomando una actitud relajada y confiada. Se quedó en silencio, recordando su propia infancia, e imaginando lo diferente que tenía que ser frente a la de un noble, o a la de un príncipe o princesa. Leonardo se quedó callado, también pensativo, hasta que cruzaron por un camino asfaltado que llevaba a una zona de arena rojiza y compacta. Se detuvo, con una expresión de culpabilidad.

—Em, Lady Drummond... No es necesario que me ayude a buscar a mi hermana. Aprecio su ayuda, por supuesto, pero me sentiría culpable al estar acaparando su tiempo... Además, no creo que quiera entrar a la zona de entrenamiento. Podría mancharse los zapatos con la arena, o-...

—¿Cuántas veces tendré que decir que eso no podría importarme menos?—suspiró abiertamente, mientras que retomaba el paso por el sendero, cubriendo de polvo rojo las suelas de sus zapatos. Leonardo se había quedado atrás, observando a la chica que había creído conocer desde que era un crío. ¿Vivienne Altaira Drummond siempre había sido así en el fondo, o su personalidad había dado un giro de ciento ochenta grados? No podía escoger una respuesta.

—¡Vamos, no te quedes atrás! Ah, y para que lo sepas... —Owen se dio la vuelta, permitiendo apreciar la mirada tan sincera como obsidiana de sus ojos, expresando su opinión sincera:

—No estoy aquí para ayudarte a ti o a tu hermana de forma altruista. Simplemente quiero satisfacer mi curiosidad; esa es mi recompensa. No todos los días hay una princesa perdida, ¿cierto? ¿No es emocionante?—volvió a caminar, algo más entusiasmado. Todo rastro de cansancio se había desvanecido de su cuerpo, sin ni siquiera acordarse de que hace unos minutos solo pensaba en dormir.

Leonardo, cuando asimiló sus palabras sinceras, esbozó una media sonrisa de confusión. A su mente volvió la pregunta de antes, sobre la Vivienne del pasado y la actual. "¿Cuál de las dos prefería?" se preguntó para sí. Sin duda, la actual le caía mucho mejor. La mayor parte del tiempo le desconcertaba, asustaba o asombraba, pero, de alguna manera, esas cosas eran divertidas. Pasar tiempo con ella y su extraña forma de hablar y actuar era divertido. Sí; por primera vez en muchos años, el segundo príncipe del reino, Leonardo Bythesea, sentía algo parecido a la diversión.

Sentía ganas de sonreír cada vez que observaba cómo la hija del duque más importante del reino trataba de mantener torpemente un equilibrio constante con sus tacones de aguja a través del terreno irregular del campo de entrenamiento.

—Oh, eso de ahí debe de ser la armería—supuso Owen, absorto en el espacio circular enorme que suponía el campo de entrenamiento, y en las extrañas casetas y almacenes que lo rodeaban. Una de ellas, con armaduras ligeras colgando de las paredes exteriores y el escudo de la familia real en la puerta, había llamado su atención.

—Sí. Aunque ahí solo guardamos el equipamiento estropeado o antiguo, como lanzas y espadas con muescas o escudos demasiado débiles para soportar varios golpes. Sin embargo, esas cosas también se pueden utilizar para el entrenamiento de soldados principiantes, o para vender los materiales como el cuero poco desgastado de las empuñaduras en el mercado...—cayó en la cuenta de que se había entusiasmado demasiado, y que una señorita no tendría verdadero interés en esos temas. ¿Qué hacía explicando sobre espadas y escudos a una señorita noble, que se sentiría horrorizada por la brutalidad de las armas? Seguro que le habría espantado.

—¿Mhm? ¿Por qué no continúas? Quería saber dónde se encontraban las verdaderas armas de entrenamiento. Ya sabes, las que utilizan los soldados de primera clase. Seguro que son una maravilla. ¿Tú entrenas con ese tipo de cosas? ¿Con una espada con hoja de plata y pomo de rubíes?

—¿Q-qué? No, claro que no. Entreno a diario, por lo que podría terminar rompiendo una espada como esa. Todos los que entrenamos aquí tenemos espadas comunes, de soldado común.

—Eso es algo decepcionante, pero tiene sentido. Y... ¿no te cansas de entrenar a diario? Debe de ser agotador. ¿Para que harías eso si no hay por qué luchar? No hay ninguna guerra ahora, ¿no?

—No, pero es una norma el entrenar a diario para los sucesores al trono. Lady Valentine también entrena a diario a pesar de no ser sucesora directa al trono. ....De hecho, entrena más que yo.

—¿Lady Valentine? ¿Quién era esa?

—(...)

—¡No me lo digas! ¡Lo tengo en la punta de la lengua!—dijo, estrujándose la cabeza con las manos y exhibiendo una mueca arrugada y pensativa, en un intento de recordar. Obviamente, había olvidado ya hace mucho tiempo que tenía que pretender ser una señorita delicada, elegante e inteligente— ...Valentine es la primera princesa, ¿correcto? He oído que tiene habilidad con la espada.

—No solo con la espada; es habilidosa con el arco, la lanza, carreras de caballo, combate cuerpo a cuerpo... Y además, después de todo eso, es capaz de mantener su deber como princesa en los eventos oficiales y ante los ciudadanos... Es increíble—miró al cielo, reflexionando con una mirada melancólica—...es todo a lo podría aspirar alguien com-...

—¡Mira eso de ahí!—interrumpió Owen. Mientras que Leonardo había estado divagando, él había encontrado marcas leves de huellas cerca de la puerta trasera de la zona de entrenamiento. Las huellas parecían dispersas, pero claramente pertenecían a alguien con un pie pequeño.

—¿Piensas que pueden pertenecer a la segunda princesa?—preguntó, buscando más huellas que hubiera dejado por el camino. Se sentía como un detective, aunque hasta ese momento el trayecto hubiera parecido más un paseo que una verdadera búsqueda. Después de todo, lo único que habían hecho era hablar en vez de dedicarse al verdadero objetivo, a encontrar a la princesa perdida. ¿Dónde podría estar una niña de doce o trece años dentro del recinto de palacio? Eso si no había conseguido salir de ahí, claro.

—Por el tamaño, deben de ser suyas. ...Pero parece que alguien ha borrado el resto de huellas.

—Habrá sido ella misma. No querrá que la encuentren, claro. Debe de ser inteligente para cuidar este tipo de detalles tan minuciosos—supuso Owen, mientras que intentaba abrir la cancela chirriante que conducía al espacio abierto y a los jardines de palacio. Al no poder empujarla con sus brazos flacuchos, el príncipe tuvo que prestarle su fuerza.

Tomando la delantera, se abrió paso entre el nuevo paisaje de césped cortado. Definitivamente, ese espacio inmenso no le trajo buenos recuerdos. Mucho menos el jardín que se veía a lo lejos, el laberinto de setos altos que imposibilitaban la orientación en su interior. 

Oh, mierda, tantos recuerdos amargos... ¿Por qué tuve que intentar dormir ahí dentro aquel día? Nunca más confiaré en mi instinto cuando tenga sueño. Por culpa de mi estúpida idea de último minuto, he terminado así... acarreando dos maldiciones sobre mis hombros.

—¿Cree que puede haberse escondido ahí? Quizás deberíamos de...—preguntó Leonardo, interrumpiendo el eterno suspiro de Owen.

—Por supuesto que no. ¿Por qué escaparía a un laberinto? No tendría sentido. ...Busquemos en otro sitio—negó rotundamente, caminando en la dirección contraria. Owen no quería avivar el trauma que suponía para él recorrer ese estrecho y confuso sitio. Seguro que miraría constantemente al cielo en busca de una luz oscura, o sentiría escalofríos al imaginar esa sensación electrizante que le paralizó en aquel entonces, arrojándolo al suelo de piedra como una cáscara vacía. Recordar eso le traía un mal sabor de boca, además de mal humor.

Por otro lado, Leonardo se sentía desconcertado por el repentino rechazo de su sugerencia: ¿a dónde había ido la actitud aventurera y optimista de la chica de hace unos momentos? ¿Por qué una reacción tan esquiva? Aún sin respuestas, siguió el paso acelerado de Owen, que se detuvo de golpe. Leonardo casi tropieza.

—...¿Ocurre algo?

—Creo que he visto una silueta extraña... por ahí, entre los árboles—señaló hacia la linde del bosque lejano, donde se hallaba el límite de la finca. Ya empezaba a atardecer, y las sombras convertían esa zona en una espesa negrura. —...Parecía una persona.

—¿En serio? Una persona... ¿en medio de la oscuridad? ¿Seguro...

—Sé lo que he visto. Se ha ido bosque adentro, y todo apunta a que es a quien buscamos... a la princesa perdida—. La emoción estaba clavada en su cara. ¡Por fin había algo interesante, distinto a huellas y señales! Ahora, probablemente iniciarían una persecución de la figura misteriosa entre los obstáculos de los árboles y la escasa luz. Owen ya estaba mentalmente preparado para esa posibilidad, tanto que se disponía a correr para comenzar la aventura, pero una mano le agarró de la muñeca.

—...Espera. Es peligroso—advirtió Leonardo, todavía sujetando con fuerza su brazo. Parecía dudoso, o más bien asustado. Sostuvo unos instantes más la mano, hasta que la dejó ir, sintiéndose culpable por la marca roja de fuerza que había dejado en el blanco brazo de Vivienne.

—Oh, vamos. Todo irá bien. Ese bosquecillo ni siquiera parece tan profundo. Seguro que volveremos antes de que anochezca del todo—. Con esas palabras, emprendió de nuevo su marcha hacia la oscuridad, con Leonardo siguiéndole a regañadientes.


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—Oh, mierda...—maldijo Owen, mientras que se apoyaba en el tronco retorcido de un árbol podrido. Frotó con las yemas de sus dedos los arañazos que había formado en sus piernas el constante roce de las ramas afiladas y las plantas secas.

Ha sido una mala idea venir sin la ropa adecuada. ¿Por qué entraría en este bosque húmedo y frondoso, lleno de obstáculos ocultos, con las piernas y los brazos desnudos? Parece que no me conozco lo suficiente a mí mismo como para no prever que mi maldita impulsividad me controlaría.

Aplastó a un mosquito en su brazo, mientras que también aplastaba su confianza en sí mismo; la oscuridad se había apoderado aún más del ambiente, imposibilitando el poder sortear los árboles o las molestas raíces en el suelo. Ya llevaban un rato caminando, pero no había ni rastro de la supuesta presencia de la princesa. ¿Dónde estaban sus huellas delatoras cuando las necesitaban?

Para colmo, el cansancio estaba pasando factura. ¿Cómo es que no habían encontrado nada todavía? ¿Es que estaban caminando en círculos? ¿Si quiera conseguirían salir del confuso bosque antes de que amaneciese?

Resopló agotado una vez más. La falta de respuestas le abrumaba. Desesperado, se agachó en el suelo. Después de unos momentos, escuchó a Leonardo acercarse, y detenerse a su lado. Él no había pronunciado palabra en todo el trayecto, quizás por consideración. Sin poder ver en las tinieblas de la noche, supuso que el príncipe, sin reparar en manchar su lujoso traje, se había sentado en el lecho de tierra fangosa con piedras puntiagudas.

El viento movía con facilidad las ramas de las copas altas, creando un sonido tenebroso. Algún grillo lejano cantaba con fuerza, acompañando la armonía de los ruidos nocturnos del bosque.

Allí, en ese sitio solitario y apagado, Owen escuchaba con claridad la respiración calmada de la única persona que le acompañaba, y la que debería de reprocharle sus impulsivas decisiones.

Sin embargo, cuando solo esperaba que esas quejas surgieran, lo único que le contestaba era el silencio, el eterno silencio.

—...Siento haberte traído aquí. No debería de haber insistido tanto. Puede que incluso aquella sombra que vi fuese un producto de mi imaginación, y por ello te arrastré a una búsqueda sin sentido en medio del bosque, resultando únicamente en perder el tiempo y no haber podido encontrar a tu hermana. Y ahora estamos perdidos, en medio de la noche, cubiertos de tierra y arañazos... Lo siento. Lo siento mucho. Debería de haberte hecho caso cuando me advertiste—.

Apoyó la cabeza sobre sus rodillas flexionadas, y su pelo largo y brillante rozó contra la suciedad de la tierra.

Justo como antes, parecía que su disculpa no había cambiado nada, parecía que nadie la había recibido. Incapaz de comprender por qué no le respondía, siguió llenando su cabeza de pensamientos innecesarios. Llegó al punto en el que los segundos eran eternos, y aguardaba cualquier tipo de señal de compañía humana; cualquier tipo de respuesta. Un gruñido de desagrado, un severo comentario de indignación, o una risa de burla. Aguardaba cualquier cosa, excepto lo que verdaderamente dijo Leonardo:

—...No estamos perdidos.

—¿Qué?—Owen levantó la cabeza de golpe, tratando de encontrar su mirada en la oscuridad.

—No estamos del todo perdidos... Mira hacia delante. ¿Ve ese árbol tan alto? Tiene una marca en forma de cruz en su corteza. ...Es un punto de referencia que utilizaba cuando era pequeño, al jugaba aquí al escondite.

—...¿Por qué mierda no lo has dicho antes? ¿Eres idiota?—intentó fulminarle con la mirada Owen, frustrado y enfadado.

—Ah, pero acabo de fijarme, lo siento... No lo había visto hasta ahora.

—...Da igual. Sin embargo, ese "punto de referencia"... ¿significa que todavía hay una oportunidad para salir de aquí?—se emocionó, casi llegando a golpear a Leonardo en la oscuridad al estirar los brazos.

—Sí, pero no es tan fácil. Sé en qué zona estamos, pero no recuerdo exactamente el camino... O algo así. Aunque, afortunadamente, recuerdo dónde está el siguiente punto de referencia—dijo, mientras que sacudía la suciedad de su traje, y se incorporaba—...Si no me equivoco, debería de estar en el centro del bosque. Estamos cerca, tardaremos poco si...—interrumpió sus palabras. Algo había llamado la atención de los dos: un delgado rayo de luz cálida que escapaba entre las ramas cubiertas de hojas. Desapareció nada más llegar, escabulléndose de nuevo entre la negrura. Como si se hubiese tratado de un haz revelador, buscaron la mirada del otro, contagiando la esperanza sin ni siquiera poder verse.

—Eso... no era para nada la luz de la luna—susurró Leonardo, todavía con la mirada fija donde la señal había desaparecido.

—¡Por supuesto que no lo era! Debía de ser la luz de algún tipo de farolillo, linterna... Fuese lo que fuese, es una pista que no vamos a ignorar—se levantó del suelo rápidamente, se apartó el pelo de la cara, y se preparó para una larga carrera—...¡Vamos!—instó, mientras acertaba a agarrar la mano del príncipe a ciegas, y comenzaba a arrastrarlo con él durante la persecución de la luz, o en la dirección en la que se había esfumado, a gran velocidad. Tomó tan por sorpresa al pobre muchacho, que estuvo a punto de tropezar debido a las grandes zancadas de Owen. Aunque Leonardo pudo alcanzar el ritmo con facilidad y correr al mismo tiempo, el otro siguió tirando de su mano, intentando ir aún más deprisa. Era todo un riesgo correr así, despreocupadamente, mirando solo hacia el horizonte e ignorando la oscuridad completa, la proximidad de los árboles y los obstáculos del terreno.

—Vaya... ¿tu competitividad y liderazgo han vuelto?—preguntó el príncipe, observando extasiado cómo la chica débil y delicada le arrastraba con todas sus fuerzas a a través de un paisaje tan irregular, logrando esquivar por muy poco los troncos robustos.

—...¿Quién sino iba a poder manejar la situación? ¿Crees que te veo capaz?—se burló Owen, sin disimular sus risas entre los jadeos del esfuerzo. Continuaron corriendo unos momentos más. Poco a poco, fue desacelerando el paso, hasta que Leonardo tiró de su mano desde atrás. Parecía que ya habían llegado al sitio que buscaban.

Entre el círculo de árboles se filtraban algunos rayos de la luz débil y parpadeante desde el interior. Sin decir ni una sola palabra, los dos se acercaron silenciosamente, midiendo sus pasos. Apartaron lentamente algunas ramas cargadas de hojas, y se adentraron entre los árboles, recibiendo la bienvenida de un claro espacioso.

Allí, en medio del bosque, había un pequeño lago, o lo que quedaba de él. Solo era un charco, unas pocas gotas de agua comparadas con la superficie vacía del hueco que antes debían de haber ocupado por completo las aguas cristalinas. Allí, en la orilla del lago seco, una figura pequeña aguardaba al lado de un farolillo portátil. La figura, una niña de pelo largo y ondulado, giró la cabeza con parsimonia, recibiendo a los visitantes. A juzgar por su reacción inexpresiva, parecía no sorprenderle la visita de aquellos dos. De hecho, solo parecía juzgarles con la mirada de sus redondos y enormes ojos oscuros, tan inquietantes como los de un búho silencioso en plena noche, acechando a su presa.

—¡Nur!—

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