Capítulo 15 - Hacia Palacio.
Revolviéndose entre las sábanas pegajosas por el sudor, observó desesperanzado como el sol se asomaba por el horizonte.
Después de la irreal charla a media noche en el lugar más apartado de la mansión, la señora Drummond le ordenó que se marchase, y volvió a su cuarto arrastrando los pies, aunque afortunado de encontrar el camino de vuelta.
Obviamente, le fue imposible dormirse de nuevo: había demasiadas cosas que asimilar. Mientras que las horas nocturnas transcurrían, las ojeras que colgaban debajo de sus ojos secos se hacían cada vez más notables.
Procesaba todo lo que había oído, incluida esa historia sobre los humanos y las brujas, algo que nunca hubiera imaginado. Su habitual desconfianza le empujaba a no creerse todo aquello.
Recordaba cada palabra de la conversación que había compartido con esa mujer, pero una en particular resonaba desde hace un rato: "...mueres".
Si quiero sobrevivir, solo hay dos opciones que puedo tomar: el "primer camino", en el que intento encontrar a ese extraño y lo mato para que la maldición de cambio de cuerpos se disuelva. Pero hay muchos huecos en blanco: no tengo ni idea de quién es ese tipo, por lo que no puedo encontrarlo, y aún así, no creo ser capaz de matarlo con mi capacidad actual. Si es tan peligroso y poderoso, ¿siquiera existe la posibilidad de que alguien pueda vencerlo?
Este camino es muy incierto. Quizás haya un porcentaje de veinte por ciento de posibilidad de que salga vivo y victorioso. O puede que incluso menos, un diez.
Sin embargo, el otro plan tiene un cero por ciento. Simplemente haría caso a lo que esa bruja me ha dicho, y esperaría mi muerte pacientemente. Si todo sucede como ella predijo, solo pasarían unos meses hasta que este cuerpo dejase de funcionar, y yo no podría hacer nada al respecto.
Entre un plan muy arriesgado en el que la bruja encerrada no coopera, y otro en el que no hago nada, muero, y la bruja está de acuerdo... Creo que está claro cuál elegiré, incluso si tengo que oponerme a esa señora que puede leer mi futuro.
Ella solo se conforma con el primer resultado, con lo que salga según está "predestinado". Pero, claro, yo no creo en algo como el "destino". Si creyese que todo está decidido desde que uno nace, no estaría aquí ahora mismo, en este cuerpo de una adolescente hormonal.
Haré las cosas a mi manera. Sobreviviré a mi manera. Haré todo lo que pueda con este débil cuerpo sometido a dos maldiciones distintas.
En su momento de determinación, alguien empujó la puerta de la habitación de golpe.
—¡Señorita! ¡Es tarde!—gritó una criada, atravesando la habitación acelerada. Sacó a Owen de la cama con brusquedad, y lo arrastró afuera.
—¿Eh? ¿Tarde para qué?
—¡Para la visita a palacio, por supuesto! El carruaje llegará en un rato. ¡Hay que darse prisa!—
Oh, mierda. Me había olvidado de esto. Ya es uno de agosto, el primer día de la temporada de elección de prometida real. Tengo tantas cosas de las que ocuparme...
Resopló agotado. En los próximos días (o meses), tenía que asistir a las reuniones, poner en marcha el plan que ideó para evadir parcialmente las molestias de socializar, intentar ganar la apuesta con la profesora y descubrir la identidad de aquel que mantenía la maldición de cambio de cuerpo activa.
—¡Vamos, señorita Vivienne! ¡Tenemos poco tiempo y muchas cosas que hacer!—apuró la criada, mientras que tiraba del brazo escuálido hacia el cuarto de aseo.
—Sí, eso ya lo sé...—bostezó—...Después de un mes de descanso, hoy no va a ser un día fácil, ¿no?
—Bueno, le hacía falta algo de acción luego de estar postrada en cama durante tanto tiempo, ¿no? Ahora que su tobillo está como nuevo, es hora de que todo vuelva a la normalidad.
—Eso de normalidad... Probablemente lo que está por llegar sea peor...—susurró para sí.
Recordó las últimas semanas: atendiendo visitas de invitados molestos en su tiempo libre, asistiendo a lecciones infernales durante todo el día, y descansando solo cinco horas diarias aún cuando casi siempre se encontraba en su cama.
Se estremeció intentando imaginar cómo sería algo aún más ajetreado que eso.
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Los vaivenes constantes del carro que pasaba por los caminos le arrullaba. El silencio interrumpido solo por el ruido constante de los cascos de caballo que conducían el vehículo contribuía a su necesidad de descansar.
—No se duerma... Por favor.—instó Elián, apartándole de su adormecimiento. El hombre, aún mejor vestido que de costumbre, era el único sirviente del ducado que iba a acompañar a Owen durante el tiempo que pasase en palacio. Fue complicado decidir quién sería adecuado para el cargo, puesto que Olga, la más distinguida de las criadas, estaba demasiado ocupada de nuevo, y Mae, la sirvienta más cercana a la señorita después de los "impactantes acontecimientos" para la alta sociedad, carecía de la capacidad o fortaleza mental suficiente para tratar con los nobles más reconocidos del reino. Por lo que, por descarte, Elián debía de ser el adecuado, puesto que su carácter poco hablador y serio no le haría resaltar, además de sus idóneos modales pulidos durante años.
—No aguanto hasta llegar al palacio, Elián... Esta noche no he dormido nada...—cabeceaba Owen contra el cristal del carruaje. Por la incapacidad de descansar aquella noche, las ojeras oscuras y alargadas se proyectaban horriblemente sobre la piel blanquecina de Vivienne. El trío de la calamidad, las trillizas maquilladoras, habían hecho todo lo posible durante la mañana para cubrirlas, pero el aspecto cadavérico y mustio de la señorita no se podía arreglar con solo un poco de colorete.
—Está bien. Puede descansar ahora, durante el viaje, pero asegúrese de despertar antes de...—ya se había dormido. El vestido azul de mangas largas que le habían obligado a ponerse para la ocasión ya estaba arrugado, y el peinado se deshizo con facilidad frente a los roces continuos de su cabeza contra el asiento. Aún con todos los problemas y asuntos sin resolver que acarreaba, reposaba tranquilamente, con alientos silenciosos y constantes.
Elián, desinteresado en el paisaje de mediodía que exhibían las ventanas, posó su mirada en la señorita. Aún con su aspecto descuidado, seguía pareciendo una futura reina. Se fijó en un detalle: cómo sus pestañas blancas y voluminosas proyectaban sombra en su rostro, como si fueran alas de paloma.
Una imagen se cruzó por su mente, confundiendo la realidad y el presente. Frente a él, una chica joven dormía sentada, de la misma manera. Su pelo blanco resplandeciente ondeaba al ritmo de las cortinas de la habitación, y sus manos delgadas descansaban sobre su regazo.
Ese recuerdo que encajaba tan bien con el presente se diferenciaba en algo; cuando la muchacha desplegó sus largas pestañas albinas, se rebelaron unos iris de color hueso que reflejaban la luz como un espejo, y sus pupilas casi transparentes le dirigían una sensación agradable y pacífica.
Sabía que ella dijo algo en ese momento. ¿Qué fue lo que dijo? ¿Qué palabras formaron sus labios?
No lo recordaba. Casi dos décadas después, era imposible para él recordar momentos cotidianos como esos. Aunque le tenía mucho aprecio al tiempo que había compartido con ella, le era imposible evitar que los años pasasen factura en su memoria. "¿Qué es lo que recuerdo de Gwendolyn?" se preguntó.
Apoyó la cabeza entre sus manos, y enumeró mentalmente: "A ella le gustaba coser y tejer, oler las flores, leer novelas, beber té... Y hablar. Hablar durante horas conmigo". La preocupación se asomó entre sus recuerdos. Desde hacía trece años, no sabía nada de ella. No sabía si se encontraba bien, si seguía escondida en alguna habitación oculta dentro de la casa, si se sentía sola; ni siquiera sabía si seguía viva o no... hasta hace unas semanas. Con los ojos cerrados, rememoró lo que había sucedido últimamente, que había agitado su mente hasta el extremo:
El día de la fiesta por la recuperación de la señorita, después del extraño encuentro con el príncipe, se marchó por los pasillos estrechos de la mansión. A esas horas de la noche, cuando todos los sirvientes y sirvientas se encontraban en sus respectivas alcobas, vio a un mayordomo de aspecto sospechoso subiendo por las escaleras. Era completamente desconocido para él, algo raro ya que servía a la familia Drummond desde hace veinte años, y conocía de vista a todos los residentes del ducado. El mayordomo llevaba una bandeja de comida en sus brazos. ¿A quién le llevaría comida a esas horas, y más a los pisos superiores? Ya había pasado de largo de la habitación del duque, y se dirigía hacia el piso más alto, hacia el desván. Según tenía entendido, no había nadie que viviese en el desván. Era utilizado como trastero, y ahí se guardaban todos los objetos viejos y rotos que no habían tirado a la basura todavía. Por supuesto, nadie pasaba a limpiar por allí. Era lógico que nadie se interesase por los cacharros inservibles.
Sabiendo eso, la actitud del mayordomo le infundió curiosidad, y lo siguió. El hombre, después de adentrarse en el oscuro desván, sorteando obstáculos como si lo hiciese todos los días, se detuvo en una esquina. Al apartar una sucia y larga tela que cubría la pared, reveló una puerta gruesa y redondeada de hierro. Podría haberse confundido con la entrada de una celda para un criminal. No tenía pomo o tirador, solo unos cerrojos y candados oxidados. La única cosa que lo convertía en una puerta y no en una pared era el pequeño acceso por el que el mayordomo pasó la bandeja, tirándola ruidosamente al suelo del otro lado. Sin preocuparse en cerrar la pequeña compuerta, se marchó por donde había venido, con los mismos aires de indiferencia.
Al asegurarse de que se había ido, Elián se aventuró en descubrir qué ocultaba esa puerta tan escondida dentro de la mansión. Si alguien se había molestado en traer comida hasta allí, debía de ser algún tipo de prisionero que querían mantener con vida.
Imaginó una posibilidad, algo muy descabellado: ¿Y si era Gwendolyn? Aunque no había sabido nada de ella por mucho que preguntase durante esos años, sabía que debía de estar en algún sitio. Sabía que no podía estar muerta. Si la extraña historia que una vez le contó sobre una civilización formada por brujas era cierta, los nobles no la dejarían ir tan fácilmente.
Se acercó sigiloso hacia la puerta. Agachado, elevó la chirriante y angosta puertecita, casi al ras del suelo. Su pecho latía con fuerza, sacudiendo con sus latidos la valiosa pipa que guardaba en el bolsillo interior de su chaqueta. ¿Podía ser cierto? ¿Era la que se ocultaba a pocos metros de él aquella que había esperado durante tanto tiempo? ¿Era la persona con la que había compartido tanta felicidad en sus años de juventud?
Nervioso por confirmarlo, acercó su boca hacia la apertura. Por lo que podía ver a través, todo estaba oscuro. Asustado, susurró:
—¿...Alguien? ¿Hay alguien ahí?—pasaron unos segundos en un súbito silencio. Cuando el veterano mayordomo abría la boca para preguntar de nuevo, una tos seca y ronca resonó desde el interior. Tosió durante varios minutos, hasta que se calmó.
—...Elián—. Aunque su voz era débil como si no la hubiese utilizado en mucho tiempo, la reconoció al instante. Armoniosa, firme y vibrante como siempre, pero un ápice de duda y confusión la asaltaba. Sin embargo, fue un sonido tan maravilloso que se le saltaron las lágrimas. Hacía mucho tiempo que no sentía una emoción tan fuerte.
—S-sí, soy yo—volvió a escudriñar ansiosamente por el agujero. Quería verla, a toda costa. Sentía un impulso tan fuerte de arrancar la puerta que sus uñas presionaban el hierro ennegrecido. Sabía que el aspecto que debía de tener Gwendolyn no iba a ser agradable, puesto que habría estado alejada de la sociedad por más de una década, además de que probablemente nadie le proveería de servicios básicos allí dentro. Sabía que su estado sería deplorable, pero no hacía más que estrechar los ojos para buscar mejor la ansiada figura en la oscuridad.
—Elián... No intentes encontrarme. Será mejor para ti así—la voz, mucho más cercana, parecía hablar directamente desde el otro lado de la puerta. De esa manera, se podía apreciar aún más la extraña juventud que su palabra exudaba.
Obedeciendo, apartó la cara de la apertura, y se sentó en el suelo.
—...No me refería a eso, Elián. No quería decir ahora, sino en el futuro. No lo sé con certeza, pero nada bueno te espera si te obsesionas con sacarme de aquí, o intentar cambiar algo. De hecho, lo mejor sería que te fueses ahora. No deberías de haber venido aquí, ni yo debería de haberte hablado... Vete—.
Aunque sus palabras eran duras, su tono era melancólico.
—¿Por qué? ¿Acaso el duque tiene tanto poder? ¿Es él a lo que le tienes miedo? Porque si es así, no es-...
—No es eso, claro que no. Es más abstracto, más intangible... "el futuro", eso es lo que temo. Y respecto al duque... No me importa quien me haya encerrado aquí, porque la única persona que me mantiene entre estas paredes soy yo. Eso es lo que decidí hace mucho tiempo. Quedarme aquí es la mejor opción, y preferentemente sin que nadie se interponga... Ni siquiera tú.
—...No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué quieres quedarte aquí? ¿No dijiste que venías de una ciudad de brujas? ¿Por qué no regresas allí si tienes el poder para ello? ...¿Es acaso por ese "futuro" del que hablas? No entiendo nada... Gwendolyn.—esperó una respuesta, pero la bruja cayó de nuevo en un ataque de tos, esta vez más fuerte. Era una tos enfermiza, preocupante.
Cuando consiguió hablar, la mujer extendió la mano a través de la apertura:
—Mira. Esta es la prueba de que... debo de quedarme aquí hasta mi final—.
Asustado, Elián tocó ligeramente la palma rugosa, cubierta de salpicaduras de sangre. Parecía que su tos era más seria de lo que pensaba.
—¿Q-qué? ¿Qué es lo que te ocurre? Dímelo claramente, por favor. No sigas con palabras confusas— agarró la mano esquelética y sucia, manchando las suyas de sangre en el proceso.
—...No me queda mucho tiempo. Puede que ya te hayas dado cuenta, puede que no, pero la verdad es que me estoy consumiendo poco a poco. Cada día que pasa, siento que me faltan fuerzas. Sé la razón detrás de esto: es la señal de que cumplo mi cometido, mantener con vida a mi hija.
—¿Ella es la razón de tu sufrimiento?
—No, no lo malinterpretes. Mi tiempo de vida se acorta porque entrego toda mi fuerza vital, la energía que mantiene a un ser vivo, a Vivienne. Si no lo hiciese, ella moriría.
—Pero, si es así, si esa energía es necesaria, tú también morirás...
—Acepté mi muerte hace mucho tiempo, Elián. El único que no la acepta todavía eres tú. No es algo que pueda evitar; solo queda asumirlo. Pero, después de mi muerte... Vivienne también moriría. O eso es lo que creo.
—¿De verdad no hay una forma de salvarte a ti o a ella?—preguntó, desesperado. Por fin sabía que Gwendolyn estaba viva... y ahora solo quedaba verla marchar. ¿Por qué no dejaba a su hija ir por su cuenta? Aunque muriese, al menos su madre sobreviviría. ¿Por qué Gwendolyn no podía ser egoísta?¿Por qué tenía que sacrificarse ella?
—...Vivienne tiene una oportunidad. Después de mi fallecimiento, ella se quedaría desamparada, pero la posibilidad de salvarse estaría en sus manos. O quizás en las de "otro"... Pero no puedo anticipar nada sobre eso. No puedo adivinar a ciegas lo que ocurrirá. De hecho, estoy cometiendo un gran riesgo ahora mismo, hablando... Quién sabe si lo que te he dicho cambia el futuro o no. Por eso, por si accidentalmente todo cambia... Vete, Elián. Vete, y no vuelvas aquí. Jamás. —deslizó su mano hacia el interior, y calló para siempre.
Frustrado, desesperanzado y triste, el mayordomo intentó hacerla hablar de nuevo, pero solo le esperaba el silencio sepulcral. Decidió marcharse, pero durante los días siguientes volvió una y otra vez, esperando delante de la puerta. Le era imposible dejar que todo acabase así, tan trágicamente, esperando el día en que su cuerpo fallase. No entendía el cambio de actitud de Gwendolyn. Cuando era joven, era decidida, valiente, testaruda; pero ahora solo era... una cáscara de condescendencia y sumisión. Ya no tenía voluntad propia, solo hacía lo que creía que "el futuro" le dictaba.
De vuelta en el carruaje, Elián volvió a observar detenidamente al cuerpo durmiente de Vivienne, descansando profundamente. Esta vez, en vez de recordarle a su madre, le dio una sensación extraña de... repugnancia.
Desde que habían apartado a la duquesa de la sociedad debido a que "inculcaba valores erróneos y maléficos en su hija", siempre había odiado a la joven señorita. Si ella no hubiese nacido, nunca habrían apartado a Gwendolyn del resto del mundo. Siempre le había guardado un resentimiento injusto por eso, aunque él sabía que Vivienne no tenía la culpa.
Aún así, algo cambió desde aquella conversación en el desván. Desde que sabía que su madre entregaría su vida a su hija, su odio hacia la heredera de los Drummond creció considerablemente. Es como si Vivienne la asesinara indirectamente. Era su culpa que la duquesa muriese.
Pero... si la señorita Vivienne muriese en ese instante, Gwendolyn no moriría pronto, ¿verdad?
Reprimió sus ganas de comprobarlo.
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Owen despertó de golpe, todavía en el carruaje. Acababa de volver del páramo donde solían desarrollarse sus pesadillas, y siempre se sentía algo desorientado.
Lo que lo despertó había sido la llamada del conductor del carruaje, que les avisaba de que ya se encontraban en su destino.
Extrañado acerca de que el mayordomo no le había despertado con anterioridad, volvió su mirada hacia Elián. Sorprendentemente, había caído dormido también.
—¡Elián, despierta! ¡Ya hemos llegado!—sacudió al mayordomo, que despertó como un resorte, sorprendido de sí mismo por haber sucumbido al sueño. Colocó hábilmente en su sitio dos mechones fuera de lugar de su cabellera azabache, agarró el escaso equipaje de la señorita, y la siguió presuroso hacia el exterior.
Owen, emocionado por ver algo que no fuesen las paredes de su habitación o su viejo escritorio, saltó fuera del carruaje entusiasmado. Cuando pudo observar el paisaje bullicioso de la capital, se olvidó del día tan ajetreado que iba a tener, y comenzó a caminar a zancadas por las calles llenas de gente ocupada. Era tal el mar de gente, que fue complicado distinguir a la señorita del resto de comerciantes, vendedores, turistas y nobles mirando escaparates de las tiendas de cada rincón de la plaza enorme.
Cuando por fin pudo alcanzarla, Elián estaba agotado. Aún con todo el mundo ahí presente, era difícil para ellos reconocer a la hija del duque, la que estaba de boca en boca por ser una de las cinco candidatas que ese día se presentarían en palacio. Aunque la presentación ante el público no iba a ser ese mismo día, todos estaban ansiosos por conocer a las distinguidas jóvenes elegidas de cada punta del país que podrían ser la futura reina del país. Se rumoreaba que los carruajes con cada una de ellas llegarían pronto a la zona central de la capital, para después ponerse en camino hacia palacio.
Owen recordó su última visita a la capital, cuando todavía tenía su verdadero cuerpo. Desde luego, la capital no se parecía nada al ambiente que había hace más de un mes. Ahora todo era mucho más deslumbrante, y la gente parecía expectante de algo. Incluso vio a algunas personas anudando cuerdas y papeles de colores, para crear guirnaldas de un tamaño descomunal.
—¿Por qué hay tanta gente aquí, Elián? ¿Sabes si se va a celebrar alguna clase de evento?
—Probablemente es por el Festival de Yrifwuel, que se celebrará dentro de un mes. Es un festival importante, por lo que hay que preparar todo con tiempo.
—Oh, ya veo—. Esta es una de esas ocasiones en las que tengo que fingir que sé lo que es, ¿cierto? Sería extraño que preguntase por algo que parece evidente para cualquiera que conozca la capital.
—Quizás no recuerde lo que es, puesto que usted era demasiado joven la última vez que se celebró. Este festival se celebra solo cada diez años, y la vez anterior fue suspendido por los crecientes conflictos entre el reino de Hovdorn, un reino pequeño y lejano del norte, y el nuestro. Después de todo, el conflicto se solucionó pronto, pero han tenido que esperar otra década para tener la oportunidad de celebrarlo de nuevo.
—¿Y qué se celebra exactamente?—preguntó Owen, mirando los extraños preparativos que fabricaban algunos.
—El origen se remonta hasta hace varios siglos, por lo que no es seguro. Parece estar basado en alguna leyenda sobre un dios llamado Yrifwuel, que cada diez años hacía crecer un bosque completo alrededor de esta ciudad, de la capital, Zeakya. Por eso se celebra cada diez años, a pesar de que la festividad haya perdido su significado casi por completo. Aunque a la mayoría de los ciudadanos solo les gusta la ocasión de celebrar algo y tener varios días libres, hay algunos que se esmeran en crear decoraciones con motivos de plantas u hojas, simbolizando al dios—.
En efecto, farolillos, guirnaldas y adornos artesanales tenían motivos de árboles y naturaleza.
—Estás hablador hoy, Elián~...—se burló—...¿Pero cómo sabes tanto de esto? ¿Cómo conoces tanto la capital?
—Durante mi infancia vivía por aquí—dijo con naturalidad mientras sorteaba las cestas de verduras de los vendedores.
—¿En serio? Nunca hablas sobre ti mismo, por lo que eres todo un misterio... Si lo hicieras más, estoy segura de que tendrías más amigos—sugirió, recordando el deseo de Hye de acercarse más a Elián. Era difícil conocer bien y ganarte la confianza de alguien que habla menos que una piedra. De hecho, Owen ni siquiera sabía su apellido.
—Señorita —anunció Elián—...hemos llegado—.
Un enorme castillo imposible de abarcar con la mirada se erguía lejos, ante ellos. Más ajetreado que normalmente, algunos carruajes entraban y salían del lujoso edificio, y criadas y mayordomos caminaban de aquí para allá, terminando de preparar todos los detalles para la llegada de las cinco seleccionadas.
Ahí, a decenas de metros de distancia de la espléndida entrada principal abierta de par en par, un único mayordomo y su ama con aspecto descuidado admiraban aturdidos el gran movimiento de masas con uniforme, y caminaban pasivamente hacia su destino.
Owen, estrechando sus labios en una sonrisa inexplicable, dijo en voz alta:
—No quiero imaginar lo que me espera en este lugar—.
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