Capítulo 1 - Hogar.
—¡Owen! Despierta, hijo mío. Tu padre te espera afuera, bajo el sol, y tú aquí durmiendo.
—¿Mmm?
— ¡Vamos, ya es por la mañana! Es hora de trabajar.
—Mamá, déjame dormir más...
—Owen, por Dios, ¿no crees que ya es suficiente? Ayer te acostaste sin siquiera cenar, y te despiertas al mediodía del día siguiente. Dormir dieciséis horas diarias no es bueno. A este paso, vas a convertirte en un viejo débil con apenas diecinueve años.
—Zzzz...
—¡Oyee! ¡No te duermas (de nuevo) mientras te estoy hablando!—
Ella sacudió con fuerza a su joven hijo, que calló enrollado en su sábana al suelo. Perezosamente, él abrió los ojos para dirigirle a su madre una mirada desinteresada y volver a dormirse en el suelo.
—¡Ya me has enfadado!—
Levantó el cuerpo envuelto de su hijo y lo cargó sobre su hombro, con la fuerza bruta esperada de una persona que ha dedicado toda su vida al trabajo en el campo.
Mel, una mujer corpulenta de manos ásperas, cargó a su hijo como si nada hasta llegar afuera. Después de que la cabeza de Owen rebotara repetidamente contra la espalda de su madre al ritmo de sus acelerados pasos, chocó con el blando suelo de tierra.
—Aquí lo tienes, cariño.
—Emm... Gracias por traerlo, pero podrías haber sido un poco más... ¿suave?
—¡Por supuesto que no! Este perezoso sin mover ni un músculo dentro de su cuarto, y tú aquí arrancando malas hierbas bajo el sol de verano. ¡Me niego!
—Sí, pero tranquilízate, Mel. No hace falta tomarse esto con tanta...
—¡Estoy tranquila! Y ahora voy a ir a preparar la comida. Asegúrate de que "éste" se gane las horas de descanso.—
Se alejó lentamente murmurando para sí misma, mientras que su marido suspiraba agotado.
—Hahh...¿Te ayudo a levantarte?
—No, pero apaga la luuuzz...
—¿Te refieres al sol?— Agarró uno de los extremos de la sábana y tiró con esfuerzo. A diferencia de Mel, su marido no tenía un cuerpo muy resistente. Era bajito, de piel tostada y con escaso pelo en la cabeza.
Owen rodó por los suelos al arrancarle la sábana, y se quedó boca abajo en la tierra.
—Ah, lo siento. ¿Estás bien?—
Owen se dio la vuelta de nuevo y escupió la tierra que había tragado.
Su padre le tendió un par de guantes, y dijo: —¡A trabajar!—
—¿A trabajar?
—¡Sí! Hay que arrancar las malas hierbas que están saliendo antes de que se hagan más grandes. En esta época crecen muy rápido~
—¿Arrancar?
—Sí, sigues medio dormido. No pasa nada, el sol te despertará. Ah, por cierto, yo voy a arrancar las de esa zona, por lo que te dejo a ti esta. Cuando hayas terminado, avísame.
Owen, ya solo, tardó unos segundos en procesar lo que había dicho.
Qué pereza... ¿No puedo solo quedarme aquí tumbado, al sol?
La cara furiosa de su madre volvió a su cabeza, regañándole por nunca hacer nada. Además, Owen estaba empezando a quemarse la piel.
Supongo que solo me queda trabajar...
Se puso desganadamente los guantes viejos de su padre, se secó el sudor de la frente y buscó algún brote en el suelo.
Tiraba de él, pero no conseguía sacarlo. Después de tanto esfuerzo, se cayó de espaldas, pero volvió a intentarlo. Con un tirón más, pudo obtener la planta en sus manos, con las raíces incluidas.
Vaya, no es tan complicado como pensé que sería. A este ritmo terminaré rápido.
***
Para él habían sido horas, pero tan solo habían pasado veinte minutos desde que empezó.
Le dolían las manos y brazos tanto que no podía sentirlos, y pensaba que su espalda se iba a caer en pedazos. La cabeza le ardía ,al igual que los hombros, y necesitaba beber algo urgentemente.
Con los ojos cerrados, se arrastró como un zombi hacia donde se había ido su padre, y al encontrarlo le dijo:
—Estoy muy cansado.... Necesito agua, por favor...
—¡Parece que has trabajado mucho! O, posiblemente, no estás en forma... Es una pena, hace cuatro años que volviste de la guerra y parece que no aprendiste nada allí... ¡Ah, lo siento mucho! ¡He dicho algo muy insensible, no quería decir eso!—
Él sabía que era un tema sensible para su hijo. Cuatro años atrás, su hijo fue reclutado como soldado en una guerra fronteriza, que parecía victoria segura, pero la situación se agravó. Les tendieron una trampa, y fueron involucrados varios escuadrones con mayoría de soldados novatos. Owen estaba entre ellos, pero solo volvió de la batalla con una pierna rota.
Los enemigos avanzaron ganando territorio, y el reino envió un ejército numeroso que comandaba el primer príncipe, el príncipe heredero de aquel entonces, Alexandre, y acabaron con los invasores. Desgraciadamente, el príncipe murió en batalla, pero no dudó en sacrificar su vida para concederle la victoria al reino.
Según sus padres, algo había cambiado en Owen desde que volvió. Él siempre había sido un niño bastante vago y distraído al que le gustaba dormir, pero pasó una temporada en la que prácticamente no salía de su cuarto excepto para comer y después dormía todo el día en su cuarto. Aunque sus padres se lo rogasen, no les decía que había ocurrido en el campo de batalla, o qué le trastornaba.
Un día de invierno, de repente, dejó los malos hábitos que había practicado durante dos meses, y simplemente volvió a su antiguo "yo" habitual. Era el niño vago, despistado y sencillo de siempre.
Sin embargo, cada vez que sus padres le recordaban accidentalmente algo sobre la guerra o su periodo de aislamiento, ponía una cara rara y se desplomaba en su cuarto durante dos o tres días de nuevo, hasta que se recuperaba y volvía a la normalidad.
Sin embargo, esta vez tan solo había ignorado el comentario inoportuno de su padre, como si no le importase o ni siquiera supiera a qué se refería. Él solo seguía respirando ruidosamente por el cansancio del trabajo. Aún así, su padre se sentía culpable de mencionar algo tan doloroso para su hijo. Aunque nunca se enteró muy bien de su historia allí, sabía que los horrores de la guerra eran difíciles de olvidar.
Intentó romper el silencio incómodo.
—Emm, Owen, supongo que no estás acostumbrado a este tipo de tareas... No pasa nada, dame tus guantes y ya podrás dar por terminado el trabajo de hoy. Si tu madre te dice algo, dile que yo te he dicho que no hicieras nada más.
—Vale.
—Ah, y no hay suficiente agua en casa. ¿Podrías traer dos cántaros del pozo?
—¿Del pueblo?
—¿Dónde más hay un pozo? Si lo que no quieres es ir al pueblo porque está muy lejos, tendrás que acostumbrarte. Porque si no vas a por agua ahora, tu madre tendrá que ir más tarde, y no creo que le haga gracia.
—Está biennn, iré.
Owen agarró dos cántaros de barro de su casa, y se dirigió por el estrecho camino entre la hierba que llevaba al pueblo. El pueblo no era del todo cercano, pues había que caminar un poco más de media hora hasta poder atisbar las primeras casas.
Su familia no tenía mucha conexión con la gente del pueblo, porque preferían vivir en su terreno, en un ambiente más privado; pero eso les había producido algunas dificultades económicas, ya que su tierra no siempre era fértil. El año pasado, en cambio, obtuvieron una muy buena cosecha, y esperaban que este año sucediera lo mismo.
Owen, perdido en sus lejanos pensamientos, atravesó las primeras calles de piedra del pueblo. El pozo se encontraba en la zona norte, al lado de los tendederos públicos. Allí, las mujeres jóvenes se entretenían charlando sobre los chismes de cada día.
Cansado de cruzar todo el pueblo llevando las cántaras a cuestas, dio en la cuenta de que el camino de vuelta sería aún más difícil con las cántaras llenas.
Mierda. No había caído en eso.
Al fin, veía el pequeño pozo de piedra que la gente del pueblo no solía utilizar. Ellos preferían el más grande, el del centro del pueblo, que era más accesible. La familia de Owen, los Field, utilizaban el menos concurrido para evitar problemas con los pueblerinos.
Y como siempre, cerca del pozo, las muchachas charlaban animadamente. Gracias a ellas, Mel siempre se enteraba de los cotilleos del pueblo y del país cuando iba a recoger agua.
Las chicas observaron un poco extrañadas a Owen, a quien no recordaban haber visto nunca, pero lo ignoraron en pocos segundos.
Vaya, no recuerdo la última vez que vine aquí. Siempre es mamá la que viene, y yo me encargo de las tareas de la casa. No me gusta venir por el pesado trayecto, además de que siempre se me hace de noche al volver y pierdo horas de sueño.
Se acercó al pozo, y ató el cántaro a la polea para bajarlo y llenarlo de agua. Al intentar mover la cuerda de la polea, se dio cuenta de que era complicado.
Hace tanto tiempo que la gente del pueblo no le presta atención a este pozo que el mecanismo de la polea está casi completamente oxidado. Mi madre no se habrá dado cuenta, porque para ella no hay que ejercer ningún tipo de fuerza añadida.
Owen tiraba con todas sus fuerzas, pero veía que el cántaro colgado apenas se había movido un centímetro. Iba a llevarle mucho tiempo.
Inconscientemente, escuchó la charla de las chicas mientras que cumplía su labor.
—...¿Sabéis que hace unos días un pintor muy reconocido hizo un retrato del príncipe Leonardo y de la princesa Valentine?
—¿En serio? Sería maravilloso poder ver ese cuadro. Algunas veces se filtran bocetos de los cuadros que le hacen a los miembros de la familia real, pero es una gran oportunidad ver un cuadro en el que aparezca el príncipe Leonard. Una amiga mía que vive en la capital me dijo que un día vio al príncipe... Y era tan guapo... Cabello de color fuego y ojos aguamarina... Un carácter tan serio y guay... Es maravilloso~
Mi madre me ha dicho alguna vez que las chicas de hoy en día tienen una obsesión con los príncipes de la familia real, pero no pensaba que fuera tanta. Si no recuerdo mal, el príncipe Leonardo es el segundo príncipe, el actual heredero al trono después de que el primer príncipe y heredero original, el príncipe Alexandre, dejase un vacío por su muerte. Y la primera princesa, Valentine, es la segunda hija, dos años mayor que Leonardo, el heredero actual.
...¿Por qué todo es tan complicado con esta familia?
—Chicas, no nos hagáis ilusiones. El príncipe Leonardo tiene fans por todo el país, además de una lista de prometidas de la nobleza.
—Ya lo sabemos, Amy, pero no está mal vivir de los sueños. Además, ¡el príncipe es demasiado guapo! Y es tan parecido a un príncipe de cuentos... Dicen que cuando estás a su lado, sientes que te protegerá desesperadamente de cualquier mal que te aceche con su brillante espada de plata. Él es un chico tan frío, de ese tipo que te gustaría que te susurrase "te amo" al oído...
—Eva, tranquilízate, ¿quieres? El príncipe es incluso más joven que tú, cinco años menos.
—¿En serio? ¿Tan solo tiene dieciocho años? ¡Me lo había imaginado como todo un hombre maduro!
—Dicen que no aparenta su edad, que parece mucho más mayor. ¡El príncipe Leonardo es insuperable!
—Por cierto, ¿nunca os habéis preguntado por qué su nombre tiene solo ocho letras?
—¡Es verdad! En la familia real es una tradición que todos tengan un nombre de nueve letras...
No sabía eso. Es verdad que, en este país, tu estatus rige el número de letras de tu nombre. Mientras más letras tenga tu nombre, tu posición económica es mayor. Por ejemplo, a los campesinos o plebeyos de la clase baja solo se les permite tener nombres de 3 letras.
En excepciones, como la mía, el gobierno le permite a algunas familias campesinas que hayan producido buenas cosechas ponerle un nombre de 4 letras a su hijo como recompensa u honor. Como soy hijo único, aprovecharon la oferta de inmediato. Y ahora, no dudan en mencionar "casualmente" el nombre de su hijo delante de desconocidos, para sentirse orgullosos o algo así.
—Tan solo los nobles más cercanos a la familia real pueden tener un nombre de ocho letras.
—¿Puede ser... que el príncipe Leonardo sea ilegítimo? ¿Que haya nacido de una concubina real?
—No, él se parece mucho al resto de sus hermanos y a los reyes, por lo que dicen.
—Yo escuché un rumor de que los reyes le discriminaron al nacer por alguna razón, y después le dieron el título de heredero al trono porque no había nadie más que pudiera poseerlo después de que el príncipe Alexandre falleciese. Es decir, lo utilizan como reemplazo.
—¿La princesa Valentine no puede obtener el título? Ella es mayor que el príncipe Leonardo.
—Por supuesto que no. En la familia real de este país no pueden haber herederas mujeres. Es una pena, pienso que la princesa sería una gran reina.
—A mí me parece que la princesa Valentine es un gran ejemplo a seguir. Es mi heroína. Todo el mundo sabe que la princesa desde que era pequeña hace actividades que solo eran consideradas para varones, pero ella las hacía incluso mejor que ellos. Tiene muchos premios de carreras a caballo, tiro con arco, cacería... E incluso hay algunos que dicen que su nivel de maestría con la espada podría igualar al del príncipe heredero.
—¡Imposible, nadie supera al príncipe Leonardo! Puede que la princesa sea alguien admirable, pero seguro que no es tan elegante y hermosa como debería de ser para poder considerarla semejante al príncipe.
—¡Estás equivocada! Además de que la princesa Valentine tiene todo tipo de habilidades y rompe los esquemas de princesa que se tenían hasta ahora, todo el mundo dice que es la princesa más guapa y distinguida que el reino jamás haya conocido. ¡Incluso más que la reina Jeannette! La princesa no renuncia a ser femenina y elegante, aunque haga cosas que se supone que eran de hombres.
—Vaya, me has convencido. Creo que ahora también soy fan de la princesa.
—Cambiando de tema, ayer fui a ver a mi amiga Ela y me contó algo increíble... Yo no me lo creí del todo.
—¡Dilo! ¡Sabes que nos encantan los cotilleos!
—Veréis... Ela me dijo que tenía ciertos contactos con algunos de los caballeros de palacio, y uno le reveló que la familia real escondía un secreto gordo.
—¡Vamos! ¡No nos dejes con la intriga!
—Resulta que en el castillo, desde hace poco... ¡esconden a una segunda princesa!
—¿¡Qué!? ¿Los reyes han tenido un cuarto bebé y no lo han hecho público? ¿No es el Rey un poco mayor para tener hijos? ¡Tiene sesenta y seis años!
—No te equivoques, la supuesta segunda princesa no es un bebé. Es una niña, de unos doce o trece años.
—¿En serio? ¿La han escondido todo ese tiempo?
—No. El caballero le dijo a Ela que había llegado recientemente, hace unas tres semanas.
—¿Y eso?
—No lo sé, el caballero no dijo mucho más. Pero le dio una pista: según los pocos que la han visto aunque esté todo el día encerrada en su habitación, tiene el pelo rubio y ondulado y los ojos oscuros.
—¿Eso significa... lo que creo que significa?
—¿¡Es una hija ilegítima!?
—No saltemos a conclusiones...
—¡Cállate, Amy! ¡Siempre eres una aguafiestas!
—Calmaos todas. Aún así, la teoría de que puede ser una hija ilegítima no es tan descabellada. Al fin y al cabo, todos los hijos del rey y la reina tienen las características físicas de sus padres: altos, pelirrojos, ojos azules o verdes...
—Y además, si está en el palacio real, será porque hace poco empezaron a considerarla como uno de ellos. Si no la han presentado formalmente todavía, será porque no parece ser hija suya ni mucho menos, y tienen miedo de que todo el reino sepa la verdad.
—Lo más sorprendente de todo es lo último que me sugirió Ela... El caballero dijo que no estaba seguro de esto, porque él no estaba tanto tiempo dentro de palacio y podría haberse confundido con el nombre de una sirvienta... Pero dice que el nombre de la segunda princesa es ¡Nur!
—¡¡Seguro que es mentira!! ¿Cómo podrían haberle puesto un nombre de campesina de tres letras a una princesa? ¡El caballero se habrá confundido!
—¿Y si es verdad? Si lo fuera, sería la confirmación a las teorías sobre si es una hija ilegítima. ¡Está confirmado!
—Yo no sé si creérmelo o no, es raro que Ela lo sepa y no nadie más en todo el reino.
—Quizás no se han esparcido suficiente los rumores.
—Quién sabe...
—Bueno, hasta luego chicas, tengo que irme ya a mi casa. Es tarde, deberíais de iros vosotras también.
—Espera Tea, voy contigo.
—Yo también me voy, hasta pronto.
Es verdad, se me ha hecho tarde. Ya tengo el primer cántaro listo, tan solo me queda subir un poco el segundo. ¡Aquí vamos!
Después de otros diez minutos tirando de la polea, Owen tuvo en sus manos el segundo cántaro. Había tardado cerca de una hora en llenar los dos desde que llegó, pero al menos lo había conseguido.
Al intentar llevar un cántaro lleno en cada brazo, sintió que todos los músculos de su cuerpo se desgarraban.
¡Joder! Pensé que mis brazos se iban a partir por la mitad. Es imposible que consiga llegar así a mi casa. Tengo que buscar otro método.
Owen encontró a poca distancia un niño de unos ocho o siete años, que llevaba las riendas de un mulo que cargaba dos cestas repletas de ropa mojada.
—¡Oye, niño! ¡Espera un momento!—
El niño miró asustado al joven con mala cara que corría hacia él, pero pensó que si huía el mulo no podría seguirle el ritmo.
—¿Cuánto peso puede soportar este mulo, niño?
—Lo siento, mi madre me ha dicho que no puedo hablar con extraños... y-y menos con los que tienen m-malas pintas...
—¡Vamos, niño! ¡No soy un extraño, vivo en este pueblo desde siempre! Quizás hayas conocido a alguno de mis tataratatarabuelos. Y además no tengo mala pinta, soy un señor amable que le cae bien a todo el mundo~.
—Emm, lo siento... Vamos, Manolo... —
El niño se alejó lentamente junto con su mulo.
—¡Vaya! ¿tu mulo se llama Manolo? Es un buen nombre~
—Gracias, y ahora, s-si me disculpa...
No me gusta acosar a niños pequeños, ni mucho menos, pero necesito a este mulo como sea.
—¡Espera! ¿Ves esas cántaras de ahí, al lado del pozo? La verdad es que necesito llevarlas a mi casa, y este señor de aquí está muy cansado... ¿Podrías prestarme tu mulo para llevarlas? Te devolveré a Manolo en una hora, vamos~
—Señor, ¿no es demasiado una hora cuando su casa está aquí, en el pueblo? A-además, debo volver pronto a casa, y mi madre se enfadará si se entera de que le he prestado a Manolo a un extraño...
—Vamos, no pasa nada. Tu madre no se enterará, y además yo te daré algo a cambio de hacerme el favor. Mira.—
Owen se sacó una piedra de su zapato que llevaba molestándolo desde hace un rato.
—Esta piedra, aunque parezca como otra cualquiera, te da el poder de ver cosas extrañas.
Mierda, parece que le estoy ofreciendo drogas. Espero que nadie nos esté escuchando.
—Verás, tengo esta piedra desde hace un par de días. Desde entonces, puedo ver cosas maravillosas, como dragones jodidamente geniales, ejem... digo, dragones muy guais, unicornios fornidos de color negro, duendes comerciantes mágicos... y mierdas como esas, ya sabes. El caso es que esta piedra te permitirá ver ese tipo de cosas, solo si crees en ellas.
—¿En serio? ¡Es genial!
—Puede que al principio no las veas porque te cuesta creer, pero en algún momento podrás. Bueno, y ahora, si te parece bien, me llevaré a Manolo con mis cántaras y lo tendrás de vuelta en una hora.
—Señor... Puede ser que usted viva tan lejos porque vive... ¡¿en una cueva de dragones?!
—¡Sí, exacto! Mierda, me has pillado. La verdad es que los dragones tienen mucha sed en verano y eso, por lo que tengo que llevarles mucha agua. Cuando vuelva a la cueva, es probable que llegue a ti un duende camuflado junto con el mulo. Es calvo y bajito, porque así son los duendes camuflados.
—¡Muchas gracias por la piedra, señor! ¡Usted es increíble! ¡Esperaré al duende!
—Em, sí, muchas gracias. Y ahora, lleva las cestas del mulo a otro sitio, y prepara también una silla de montar. Cuando me vaya, espera una hora en la puerta sur del pueblo hasta que llegue el duende camuflado junto con Manolo. Y recuerda, por tu propia seguridad, no le digas nada de esto a tu madre.
—¡De acuerdo!—
Me siento un poco mal por engañar a niños pequeños, pero se me pasará. Los remordimientos no me duran mucho tiempo.
El niño fue a soltar las cestas, y volvió con una esplendorosa silla de caballo, lista para montar a Manolo. Los tres fueron al lugar designado, y Manolo, cargado ya con los pesados cántaros y montado por Owen, empezó su trote lento y cansado por el camino de vuelta.
Owen, al volverse para vigilar que el niño no había comenzado a gritar por ayuda y para que linchasen al estafador, vio todo lo contrario. El pequeño niño, en la distancia, acariciaba feliz la piedra como si fuese el tesoro más preciado del mundo.
***
El trayecto, a lomos de Manolo, se hizo un poco más corto. Cuando llegó a su casa, Owen se aseguró de dejar a Manolo afuera un momento y llevar las cántaras al interior.
—¡Por fin llegas! ¡Llevas casi dos horas fuera! ¿No es eso demasiado para solo ir a recoger agua? De saberlo, hubiera ido yo.
—No pasa nada, mamá, no te preocupes. Tan solo he estado cerca de cinco veces de morirme por el camino, y casi me caigo y me ahogo en el pozo. Gracias por tu preocupación.
—Hijo, siempre eres tan exagerado (aunque así no me vas a dar pena).
—Creo que no sabes lo que es "el sarcasmo".
—No, no lo sé. ¿Qué significa esa palabreja?
—Da igual. ¿Sabes dónde está papá?
—Está en la cocina, comiendo.—
Owen fue en busca de su padre, y le susurró:
—Papá, ven un momento afuera. Rápido, pero termina de comer antes.
—¿Mhm? ¿Te ha dado demasiado el sol en la cabeza hoy, Owen?
—Hazme caso y ya está, sé lo qué digo.
El hombre se metió a presión en la boca todas las patatas cocidas que quedaban en su plato, y siguió afuera de la casa al muchacho. Ya estaba anocheciendo.
Su hijo le dirigió hacia el mulo, y su padre gritó de sorpresa.
—¡Shhhh! Si mamá se entera, lo mínimo que hará será castrarnos a los dos.
—¿Has robado este pobre animal del pueblo? ¡No me esperaba esto de ti! Siempre he pensado que eras un holgazán, pero no un criminal. ¡Mi hijo, un criminal!
—¡Papá, no grites!
—¡Estás gritando tú, ladrón!
—¡Te estoy intentando decir que no lo he robado! He hecho un trato (injusto), por supuesto. El dueño es un niño que te espera en la puerta sur. El mulo se llama Manolo. Si el niño te pregunta si eres un duende camuflado o algo así, dile que sí.
—Espera, ¿¡qué!? ¿Por qué el niño me puede preguntar si soy un duende? ¿Y por qué tengo que ir yo a devolver el mulo?
—Tranquilo, papá, todo saldrá bien. Y lo más importante, si te pregunta cómo están los dragones, diles que sanos como un roble. ¡Epaa!—
Owen le dio un buen azote en el culo a Manolo para que galopase con su padre encima.
Al ver alejarse a toda prisa al duende y al mulo, le dio un cansancio terrible. Bostezó varias veces.
Es verdad, a esta hora debería estar durmiendo. Ha sido un día muy largo. ¡A la cama!
Entró en la casa de nuevo, a toda prisa, y se tiró plácidamente sobre su colchón duro y viejo.
Es verdad. Este es el mejor momento del día. Es en el que no tengo que pensar en nada. Esta es mi única ambición en la vida, dormir. No necesito nada más.
En dos segundos, ya estaba roncando, y los tabiques de la estructura temblaban.
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