𝟔
𝐏𝐚𝐥𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚𝐧, 𝐦𝐢𝐫𝐚𝐝𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐜𝐨𝐫𝐭𝐚𝐧
El orden de las cosas, qué hacer primero y qué no hacer, siempre lo tuve presente. Por ello, me aferré tanto al plan que me costó mucho realizar a los catorce años sin ayuda de nadie, cuando decidí poner orden en mi vida. Para algunos puede parecer apresurado, pero sacrificar algo como la supuesta niñez y adolescencia por un futuro perfecto no me parece descabellado en absoluto. Aunque aún sigo pensando de esa manera, intenté crear una nueva rutina, una en la que pudiera pasar primero por la floristería de mamá y luego verlos a ellos; verlos en realidad. Al principio me agobié bastante, pero luego fue cuestión de costumbre.
El balón llega a mis pies con rapidez, haciendo que reaccione lo mejor que pueda, empezando a correr con la torpeza que a veces me caracteriza. El partido no es para nada justo, empezando por el hecho de que no soy muy bueno en los deportes que implican usar los pies, y siguiendo por el hecho de que somos tres jugadores y uno de ellos es un niño bastante competitivo que nos lleva ventaja a su hermana mayor y a mí. No tarda en arrebatarme la pelota como si se tratara de un juego real, casi estampando mi cuerpo mucho más alto que el suyo al suelo. Su hermana le reclama desde el otro lado de la cancha, pero he pasado suficiente tiempo con ellos para saber que a Simon no le importa. Mi cabeza se dirige hacia ella, que sigue gritándole a su hermano, manteniendo el ceño fruncido y sus manos delicadas a cada lado de su cadera; su boca apenas se abre para reprender al menor, pero es suficiente para que se oiga en esa desolada cancha. Había conocido muchas expresiones suyas a lo largo de las semanas, pero esa de cuando regañaba a su hermano me gustaba más secretamente; su cara se tornaba un poco roja y sus ojos azules casi querían salir de sus cuencas por la rabia que le daba la osadía de su menor, pero cuando el niño empezaba a reír, su rostro se relajaba de inmediato, dando paso a una sonrisa oculta que solo podías ver si eras lo suficientemente observador. Por eso, esa expresión es mi favorita.
De repente, cuando su comisura vuelve a ser neutra, su cabeza se voltea hacia mí, haciendo que su coleta se mueva junto con ella. Me observa mientras su pecho sube en cortos intervalos por el esfuerzo que requiere competir contra su hermano, su rostro blanquecino está algo colorado y su fleco se le pega un poco debido al sudor. Sus cejas suben un poco, haciendo que parpadee, ya que sigo quieto en el lugar donde me arrebataron la pelota.
—¡Oye, nos va a ganar un niño de doce años, espabila! — exclama hacia mí, bajando sus cejas nuevamente. No parece enojada, pero igual se siente extraño que me hable en un tono tan alto. Usualmente, cuando se trata de mí, parece que toda emoción se apaga, dejando aquella voz imparcial que comienzo a memorizar por costumbre.
—¡Es un tramposo! — me acerco trotando a ella. Puedo sentir las gotas de mi propio sudor resbalar por mi mandíbula y algo de mi cabello fijado en mi rostro. Ni quiero imaginar cómo me veo.
—¡Que ustedes no sepan correr y mover un balón a la vez no es mi problema! — como era de esperarse, el niño de inmediato reprocha mientras salta y baila frente al gran arco donde acaba de marcar su victoria. No demora en venir corriendo hacia nosotros con el balón en sus manos. —¿En serio tanto les cuesta? Ya parece un problema motriz, yo que ustedes voy al médico... ¡Auch! — su hermana lo calla con un golpe en el brazo. Estoy seguro de que ni siquiera fue fuerte, pero él lo exagera. —¡Me vas a dejar sin brazo, cabezona! ¿Qué acaso estás loca? Eres la mayor. ¡Auch! — otro golpe más.
Una risa silenciosa se forma en mis labios al ver aquella escena. Otro reproche, otro golpe suave que exagera. Esto durará un rato, por lo que solo me dedico a observar cómo el menor obliga a su hermana a perseguirlo por toda la cancha. Algo de viento llega a mi lugar haciéndome temblar, el invierno está cada vez más cerca y, aunque todos tengamos ropa abrigadora, el sudor se empieza a tornar frío y la hora de irnos se aproxima. La chica trae a su hermano agarrado de una oreja y es entonces que me permito reír abiertamente, sin esperar que el niño aproveche que pasa por mi lado para tomar mi oreja también y jalarme hacia abajo.
—¡Suelta Simon! — el descarado menor solo se ríe, mientras siento tornarse roja mi oreja. —¡Simon! — la mayor se ve obligada a soltarlo, y finalmente todos quedamos libres. — Eres un mocoso exasperante.
—Yo también te amo, hermanita. — El niño salta de forma exagerada, dando un beso en la mejilla a su hermana y sale corriendo lo más rápido que puede en cuanto ve la expresión de furia en ella.
Observamos cómo su hermano se aleja sin avanzar ni un poco. Es entonces que volvemos a mirarnos, pero ella mira mi oreja, que inconscientemente estoy acariciando debido al leve ardor que la acompaña. Aunque la mira, no dice nada. Por un momento, veo que sus pies avanzan un poco y su mano se alza ligeramente. Ante eso, me tenso, esperando lo que sea que hará, pero se aleja tan rápido que mis ojos la vuelven a buscar. Ella solo suelta un suspiro acompañado del leve hielo que sale de su boca. Su atuendo solo se compone de una sudadera y una camiseta que parece fina, ya que debido al sudor se ve un poco la camisa de tirantes que lleva debajo. Un impulso de darle mi abrigo me ataca, pero ya me lo había puesto hace un rato, sudándolo por completo. Silenciosamente, la invito a avanzar, por lo que terminamos caminando uno al lado del otro, con el sonido del helado viento y las hojas crujendo bajo nuestros pies.
Podría pensarse que es incómodo. Al principio lo fue; de hecho, la idea de que ella me quería lejos me atacaba constantemente, pero en realidad es que la compañía de Eva se siente así. Serena, callada, fría y cálida, divertida, inerte. Es lo más cercano a la paz que he sentido cuando me acerco a alguien de mi edad. Ella no te mira para juzgarte, solo te mira porque no sabe qué decir. Lo sé porque me lo dijo el día que la volví a contactar. Para nada esperaba mi llamada. Recuerdo escuchar cómo regañaba a su hermano mientras yo permanecía impaciente en mi cama, mordiéndome las uñas y esperando su saludo, el cual fue un silencio que intenté romper muchas veces. No fue hasta que le pedí perdón por haber obtenido su número de esa manera que me dijo: "No pidas perdón, no es que no quiera hablarte, solo no sé qué decir". Aunque yo llevé casi toda la conversación, que fue la más corta de mi vida, al final volvió a invitarme a su casa, donde también estaba su hermano, quien hacía las cosas mucho más llevaderas. Y así, luego de tres semanas, empecé a venir casi todos los días aquí y a irme apenas el sol amenazaba con esconderse.
Aquella nueva rutina donde mis padres pensaban que salía con aquel moreno charlatán todas las tardes enteras y volvía contándole todo lo que habíamos hecho, aunque era en parte mentira, no me sentía mal por hacerlo. El existencialismo seguía presente, pero era mucho más manejable ahora que me mantenía ocupado. Estudiaba en las mañanas y la veía en las tardes. También ayudaba a mamá y hacía algunas cosas en casa. Por el momento, todo estaba balanceado. Todo va según a mi plan y no me puedo quejar, solo es cuestión de ordenarse. Una sonrisa complaciente se me forma en el rostro, no puedo evitar sentirme feliz al poder encontrar un equilibrio en todo esto que ni siquiera estaba esperando.
—¿De qué te ríes?
El corazón me da un salto en cuanto escucho su voz a mi lado. Claramente, aún caminamos y ciertamente nos falta bastante. Aquella cancha queda alejada de su barrio y ya de por sí me estoy familiarizando con él. Ella da pasos firmes, aunque su cabeza se gira constantemente hacia mí. Esto es nuevo, lo de hablar mientras caminamos, por lo que me cuesta salir un poco del desconcierto.
—No es nada... Solo me acordé de algo. — Ni loco le diré que me río porque encontré la manera de verla a ella y a su hermano sin que interfiera en mi obsesivo plan del futuro. No todo el mundo entiende estas cosas. No soy tan tonto.
—Ah... — Su cabeza finalmente deja de intercalarse entre mi persona y el frente y se queda fija en el camino. En cambio, yo soy el que la observo ahora. — ¿Y no quieres contarme? — insiste y nuevamente me quedo algo desconcertado.
—¿En serio quieres saber? — Aun incrédulo, pero disimulándolo, le pregunto. A lo que ella se encoge de hombros restando importancia.
—Sí.
La chica se detiene. De inmediato hago lo mismo, quedando frente a frente con ella. No puedo evitar tensarme de repente cuando sus inquisitivos ojos grandes y azulados me interceptan sin ningún tipo de intención, solamente es su forma de ver. Parece aburrida, pero a la vez tensa. Intento no conectar con aquella mirada para poder pensar en lo que diré. No le cuento a nadie de mis planes, a nadie con el que no tenga confianza. Una vez se lo mencioné a Roy, el chico se soltó a reír pensando que era broma. La vergüenza del momento me llevó a decirle que sí, que era broma todo aquello del cronograma, pero aquella punzada cuando alguien me pregunta aún queda. Por lo que dudoso, aprieto mis comisuras intentando no verla.
—¿Tan malo es? ¿Te da vergüenza? — Extrañado por su intervención, me siento atacado. Doy unos pequeños pasos atrás. — Si no... Si no quieres contarlo, está bien. Solo quería preguntarte. — Al alzar la cabeza con rapidez, observo cómo una de sus comisuras se alza en una sonrisa incómoda que me hace golpearme mentalmente. Ella comienza a caminar nuevamente, pero la detengo tomando su brazo. Ella mira el agarre y luego va hacia mi rostro. Sus cejas se alzan levemente, pidiendo explicaciones. Termino soltándola, pero no me alejo.
Siento mi rostro tornándose rojizo. Cabeceo un poco indeciso, hasta terminar mordiéndome el labio ante la idea de que ella pueda burlarse. Pero cuando la vuelvo a ver, nuevamente esa expresión inerte me hace detener los movimientos intrusivos de mí. De todas formas, si se termina riendo, la veré por primera vez de esa forma, entonces no sería perder del todo.
—Es que reorganicé un poco mi cronograma. — Confieso al fin, y dicho en voz alta suena tan simple y tonto que yo mismo arrugo mis cejas con fastidio.
—¿Cronograma? — Voz baja, plana. Su voz. Nada de risas.
—Pues, ya sabes... — Ella niega de inmediato, yo suelto un suspiro vergonzoso. — Tengo un cronograma que diseñé hace mucho, de los pasos a seguir para poder ser exitoso en un futuro, cumplir mis sueños y todo eso... — Termino de decir de forma atropellada.
—O sea que tienes como una lista que cumples.
—Sí.
—¿Y nada se te pasa?
—Exactamente. — De repente me encuentro asustado. Es la conversación más larga que hemos tenido y en la que más asiente con comprensión.
—¿Y sonreías porque tienes ese... cronograma? — Lo último lo pronuncia con cierto énfasis. Intento ver señales de diversión, pero solo veo sus cejas levemente elevadas y su cabeza ladeada mientras me observa, al parecer con extrañeza.
—No, sonreía porque les encontré un lugar a ti y a tu hermano. — Nuevamente me arrepiento de abrir la boca. Aquello sonó más lógico en mi cabeza. La chica endereza su cabeza al abrir los ojos con impresión y se cruza de brazos con una muy diminuta sonrisa.
—¿O sea que nos encontraste un lugar en tu muy apretada agenda? — Reconozco de inmediato el sarcasmo en su tono, además de que alza una de sus perfiladas cejas ante su sugerente pregunta, y aquella sonrisa sigue sin abandonar su ser.
—No... — Respondo, pero luego lo pienso un poco. — ¿Sí...?
Aunque mis oídos lo perciben, a mi cerebro le cuesta procesarlo, pero efectivamente mis ojos no mienten. Su boca se abre para soltar una pequeña carcajada que a duras penas se oye. La chica suelta sus brazos y empieza a caminar, haciendo que yo haga lo mismo con ella, aunque de forma insegura.
—Wow... — Después de unos segundos musita, y yo la veo con fijeza nerviosa. — Eres increíble, ya quisiera yo tener así de organizada mi vida. Eres en serio único en tu clase, Riley. — Me ve de reojo, pero espero que no vuelva a hacerlo, porque mi rostro se vuelve del rojo de las hojas que pisamos.
Es extraño cómo, llevamos siendo compañeros por tanto tiempo y que hasta este momento escuche mi nombre salir de sus labios. Se siente diferente, pero al mismo tiempo es simple, algo simple que es capaz de hacerme formar una sonrisa mientras camino con seguridad. De repente siento la necesidad de hablar.
—Tú también eres increíble... Eva. — Finalmente lo digo y es como decir una palabra prohibida, y está pudiera llegar a quemar mis labios por solo pronunciarla.
La chica vuelve a reír abiertamente, pero esta vez se siente diferente. No es genuina, es sarcástica, por lo que mis comisuras bajan con algo de incomodidad. Le dije la verdad y se ríe. En serio, las mujeres son complicadas. Después de eso, parece que sus palabras se agotan. El camino vuelve a ser silencioso y todo se torna relativamente normal. No llevo mucho tiempo con los hermanos, pero es fácil acostumbrarse a su presencia, tan caótica por el lado del niño y tan serena por el lado de ella. Nunca deseé tener hermanos. Realmente me bastaba con tener a mis primos en las festividades, pero después de aquella separación tampoco los volví a ver, y en la familia de mamá no hay ningún primo con el cual convivir. Aunque siempre me incliné más por tener un puesto en la mesa de los adultos, a veces no era del todo caótico convivir con la familia, aunque sí se llegara a sentir mal la mayoría de las veces. Ser hijo único se supone que te vuelve egoísta, pero es lo que menos quiero ser.
—Me alegra haberte encontrado esa noche... — Aunque estamos a poco de llegar, Eva se detiene, sin mirar hacia atrás.
De esto no hemos hablado, pero a veces, cuando veo tristeza en su mirada, la veo sumida en su mundo y tan quieta como si fuera parte de una pintura, me hace recordar aquel momento que pudo haber sido su último. Antes me sentía ansioso por aquella incertidumbre de si lo haría otra vez o si debía decírselo a alguien, pero ahora cada vez que la veo con aquella aura decaída, solo pienso en un por qué. Tiene a su hermano, su hogar, una escuela y toda la vida por delante. Imaginar que aquella noche pude haber convencido a mi papá de dejarme quedar en casa o que papá no hubiera escogido las palabras correctas para persuadirme. Imaginaba el hecho de si mi padre me hubiera puesto aquel toque de queda una hora antes o una después. Era imposible no mirarla con tanta delicadeza, sabiendo lo que aquella noche pudo haber significado. Cada vez que lo hago, me ataca un ligero vacío inexplicable en el pecho, de aquellos que sientes cuando extrañas a alguien, pero es inútil, porque al fin y al cabo ella está a mi lado.
—¿Qué te llevó a hacer eso? — Aunque no dice nada con mi anterior comentario, en cuanto comienza a caminar más rápido que antes, la sigo.
Tal vez esta vez sí quiera hablar. Pero por la forma en la que parece apresurarse a llegar a su casa me hace pensar que tal vez no esté en lo correcto. A unas pocas cuadras de su casa aparece el niño que se nos adelantó hace bastante, aunque no puedo dejar de mirarla en intervalos por su obvia omisión a mi pregunta. A ella parece que no le afecta en nada.
—¡Por fin, pensé que se los había llevado un perro en el hocico! — Su comentario es gracioso, pero su gesto es serio —. Ya se está escondiendo el sol ceniciento.
Aquella broma es dirigida explícitamente para mí, con mi manía de irme antes de que el sol se oculte por completo. No puedo evitar rodar los ojos divertido, pero también me siento incómodo por la repentina aura que presiento de la chica que sigue pasmada a mi derecha y que parece sumida nuevamente en aquella triste mirada que pone cuando está en su propia cabeza. El niño también la observa y yo me veo obligado a decir algo, pero mi boca no alcanza a emitir algún sonido más que una triste vocal que inicia su nombre.
—¡Por fin los encuentro, niños! — La voz de una mujer madura interviene en la escena. Ambos hermanos parecen de repente coordinados, volteando como un rayo la cabeza hacia la proveniente voz. La figura de aquella mujer fundida en su abrigo de cuero marrón me hace saber de quién se trata.
De repente, la expresión de Simon se torna cansada, casi fastidiada, y la de Eva pasa de completa profundidad mental a estar con aquel ceño fruncido y mirada inquieta. La mujer rubia, que al estar más cerca puedo cerciorar que aquello es cabello teñido y le hace falta un retoque, lleva una sonrisa gigante con aquellos labios pintados de rojo vivo de manera perfecta, marcando su arco de cupido. Tiene su belleza, siento que debajo de todo eso, podría ver los rasgos del pequeño Simon, pero parecen opacados tras aquellos accesorios y estampados que lleva encima. "Mi madre es pretensiosa y odiosa", eso había dicho el menor aquella tarde que buscaba a Eva.
—Ya íbamos a casa. — La voz baja de Eva toma escena, toma la mano de su hermano y avanza hacia la mujer con firmeza, haciendo que ya no pueda observarla más, pero veo cómo la cabeza rubia se asoma por un costado de sus hijos.
—Pero espera, hija. ¿No vas a presentarme al muchacho? — La mujer intenta avanzar, pero Eva se lo impide, Simon se une a la tarea casi reteniéndola. En un momento, la mujer termina soltando un grito casi de frustración que los deja quietos en su lugar —¡Niños, por favor, respeto! Hay personas presentes. — Su tono es suave y cariñoso, supongo que, a pesar de todo, son sus hijos. Por mucho que Simon piense eso de ella, no cambia el hecho del cariño que una madre puede tenerle a sus hijos.
—Él ya se iba, mamá — Eva interfiere, jalando el brazo de su madre, impidiendo que me vea con detalle, ya que la voltea hacia ella. La mirada de la chica se torna filosa, casi como advirtiéndole a su madre.
—Hija, por Dios, pero al menos dime quién es. No entiendo por qué te pones así. — Nuevamente, su tono meloso, acompañado de una caricia en la mejilla de su hija. Eva se encarga de cortar el contacto, alejándola con su mano libre.
—Él no es nadie. Ya se iba. — Sus ojos pasan fugaces por los míos y me lastima un poco que aquel filo en su mirada llega a cortarme.
—¿Cómo no va a ser nadie si venía con ustedes? Solo déjame... ¡Oye! — Intenta volver a voltearse, pero Eva la vuelve a retener y Simon también empieza a jalarla.
—Ya se iba.
—Eva... — Pronuncio su nombre por segunda vez. Desconcertado, su mirada vuelve a caer en mí y un nuevo corte nace.
—Vete. — Voz clara y fuerte. Por unos segundos busco la mirada del niño, pero este solo niega con su cabeza. No entiendo nada.
Aunque no entiendo muy bien qué acaba de pasar, me marcho a pasos apresurados, ignorando los gritos que comparten en cuanto estoy alejado. No he tenido muchos amigos de mi edad, por lo que la idea de que algo hice mal cruza por mi cabeza en cada paso que doy hacia mi casa. Toda la alegría que he sentido estas semanas de repente decae y, de repente, no quiero hacer otra cosa que llegar a mi casa y fundirme en mi propio colchón hasta olvidar aquel odio que cargaba la mirada de la chica y que se dirigió a mí sin piedad alguna, como si yo fuera la mayor molestia del mundo. Ni siquiera saludo en cuanto entro a mi hogar, escucho a mi madre llamar mi nombre pero no me detengo. Al llegar a mi alcoba suelto un suspiro largo y de bajo ánimo mientras me deshago de toda la ropa que porto menos mi ropa interior. Hace frío, pero con mis mantas es suficiente.
El pensamiento de mi error me persigue mientras aquel olor a manzana artificial de las sábanas me marea. Tal vez fue porque fui un mal compañero en la cancha, o por mi extraña charla del cronograma o... por aquella pregunta precipitada a la que tal vez ni ella tenga respuesta. ¿La habría hecho sentir presionada? ¿La habría ofendido? ¿Cómo corrijo algo así si no sé cuál fue exactamente mi error? Es frustrante, no lo comprendo, me hace sentir perdido. Una persona perdida. ¿Soy uno más?
Mis manos pasan por mi rostro masajeándolo con fiereza que se debe a aquel sentimiento de autorreproche que me invade. Estoy agotado, pero mis ojos no se cierran, tengo hambre, pero pensar en dar un bocado ni siquiera es suficiente para que me levante. ¿Cuánto poder tiene sobre mi ánimo? ¿Cuándo poder tengo yo? A pesar de lo que ha pasado, ella sigue siendo un misterio, no encuentro razón alguna para hacer lo que hago, no la necesito, pero ahora solo quiero volver allá y disculparme por lo que sea que haya hecho para que me echara de esa manera. Para que me mirara como si yo la hubiera lastimado. Y tal vez así era y ni siquiera lo había notado.
Las palabras son tantas, son enredadoras, entran en tu cabeza a la espera de tu propia interpretación nociva, donde se les da un significado que solo tú entiendes, privando el verdadero mensaje de la otra persona. Tal vez aquello fue la razón de su tristeza, un mal entendimiento de perspectivas. Pero de todas formas aquel vacío en mi pecho me ataca cada vez que intento dormir. No existe mucho que pueda hacer para estos casos, pero al final, soy un ser humano, mi cuerpo termina cediendo y termino dormido con aquella duda que me carcome, a la espera de poder arreglar todo esto algún día.
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