𝟑
𝐔𝐧 𝐠𝐫𝐚𝐧 𝐞 𝐢𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐞𝐧𝐢𝐛𝐥𝐞 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨
Alrededor de toda mi vida siempre nos habíamos mudado cada año, sin falta, aquello era una especie de tradición exclusiva de los Lennox. Mis padres solían decir que aquello era bueno para cambiar de aires y conocer diferentes lugares. Pero aquello dejó de tener sentido cuando los gastos parecieron aumentar y ya ser un médico de planta ni siquiera nos sostenía por completo. Mi padre nunca se especializó realmente, siendo así un poco decepcionante para la familia. Nunca comprendí por qué, le tocaban los peores turnos y recibir primero a las personas que venían desesperadas por una ayuda que él no les podía prestar por completo.
Fue hasta que un día me animé a preguntar que entendí por qué, aunque siendo ciertamente el menos exitoso de sus hermanos, era considerablemente el más feliz. A mi padre le encantaba hablar con sus pacientes, estar al pendiente, intentar dar una solución teniendo miles de posibilidades, guiarlos. Aquello no podría ser mucho para los demás, pero para él lo era todo. Por eso también empecé a comprender por qué hacía dos años había tomado la decisión de comprar aquella casa en un vecindario medianamente bueno. La razón, una ventana, la misma que mis ojos presenciaban en aquel instante. Estaba situada frente al comedor, donde todas las mañanas antes de cada uno partir a sus obligaciones, se podía presenciar el sol en su último momento del amanecer, por ello tal vez todo le parecía tan sencillo. Él encontraba pequeñas razones como estas.
—Está bien, te espero para el almuerzo. — Mi vista se dirige hacia mamá, quien ya está más que lista para irse —. Yo también te amo.
La llamada cuelga y es entonces cuando me mira nuevamente, pero no con el usual amor que toda madre siente por su hijo, sino con dolor, aunque no del todo significativo.
—Dios mío, hijo... Mírate la cara.
La fiesta de despedida de último año solía hacerse una semana antes de que acabara el año escolar y justo después de los exámenes, por lo que el lunes por la mañana estaba más que listo para asistir a clases. Desde que llegué el sábado en la madrugada, dos horas después de lo que se suponía que estaría, mi padre estaba más que contento pensando que lo había pasado tan bien que había ignorado la hora de llegada, pero al verme, toda esa alegría se le fue a los pies.
Aquella chica me había dejado como si cinco chicos del equipo de fútbol del último año me hubieran dado una paliza... Bueno, no tanto así, pero sí tenía un ojo morado, el labio reventado, las manos raspadas y varios morados en todo el pecho. Sí que golpea fuerte.
En todo el camino a casa me debatí sobre contar aquellos sucesos, pero una parte de mí sentía que no me correspondía hacerlo, lo que me llevó a guardar silencio e inventar una excusa. Mentí por primera vez y dije que me había peleado con un extraño en la fiesta. Obviamente, me creyeron. Eso es lo bueno de tener la plena confianza de tus padres.
—¿En serio no te acuerdas de quién era? ¿Alguna característica en específico? — mi madre pregunta como por décima vez; ella está convencida de que, si le digo el color de cabello de mi "agresor", logrará encontrarlo y hacer que pague las consecuencias.
—Mamá, ya te he dicho que no tiene caso; yo también lo he golpeado.
—Pues me imagino, hijo, pero peor que tú no debió haber quedado.
Sí, esa frase la ha dicho mi madre. Qué poca fe, de verdad.
—Ya voy tarde — anuncio en un intento de huir con mi dignidad aún intacta —. Te veo luego ma, te quiero; saluda a papá en el almuerzo — le recuerdo.
Como no era de extrañarse, el hombre cubrió el turno del domingo en la noche hasta hoy al mediodía, así que no lo he podido ver, y sinceramente siento que me estaría haciendo aún más preguntas sobre mi suceso del sábado. Supongo que, para ellos, que viniera en aquel estado era la cosa más inviable del mundo.
Pues dijiste que experimentara, padre...
Llegar a la escuela también fue un poco extraño; pasar desapercibido era algo que realmente no me molestaba, pero hoy era objeto de cada una de las miradas de los estudiantes. ¿Tan mal estaba? No lo creo.
—Dios mío, Riley, ¿qué te pasó? ¿Te caíste en alguna alcantarilla o te arrolló un camión de carga? — cómo no, Roy Harley estaba presente con sus comentarios innecesarios, a este paso veía más fiable su debut en algún circo que de profesor, como tanto quería.
A pesar del suceso con la chica de la terraza, tampoco podía dejar de pensar en las palabras de aquel extrovertido payaso. Yo era un medio para un fin y sinceramente, aunque sí me dolió un poco, ahora que lo veo ahí tan emocionado no me importa en absoluto. Igual le seguiré pasando mis apuntes; no pierdo nada con hacerlo. De todas formas, este chico es lo único que me salva de ser un completo marginado social.
—Me tropecé. — explico con la simpleza y frialdad que me caracteriza.
—Sí, claro, con el puño de algún tipo de dos metros te has tenido que tropezar. — vuelve a burlarse, y no entiendo cómo todo el mundo piensa que fue un hombre.
—Me tropecé y punto. — zanjo el tema caminando hacia mi casillero para sacar un libro de texto con aquel pegajoso moreno siguiéndome.
Bueno, ya me arrepiento de tenerlo. Aunque ahora al menos sé que me usa, y si es así, entonces no me usa realmente, porque yo lo dejo, ¿verdad?
Claro que sí, Riley, eres un genio.
Mientras termino de cerrar mi casillero, alguien pasa bruscamente por nuestro lado, haciendo que se me caiga el libro que acabo de sacar, por ello me agacho rápidamente para tomarlo.
—Vaya, vaya, Riley Lennox, hoy vienes a juego con Eva. — en cuanto me levanto del suelo, el comentario de Roy me deja más que confundido, por lo que frunzo el ceño hacia él, a lo que se limita a señalar hacia el frente.
—¿Eva? — inquiero buscando a la persona y es entonces que veo aquellos horribles zapatos amarillentos y el corazón me da un vuelco inexplicable de repente.
—Pues la que va en nuestro curso...— comenta Roy con simpleza y al ver mi rostro de ceño fruncido, nariz arrugada y boca levemente abierta, se sorprende —¡Hombre! si lleva con nosotros desde primer año, ¿en serio no la ubicas?
Si la ubicaba, el problema es que en mi cerrada burbuja no me permitía siquiera entrar su nombre. Así que de cierta forma no fue hasta el sábado en la madrugada, donde tuve que salvarla de tirarse de un edificio de ocho pisos, o quizás ni siquiera pueda llamar a eso "salvar". Si fue una decisión suya, solo interferí con algo que ya tenía planeado. No puedo creer que hasta este momento repare en su nombre.
Aquel detalle me deja pensando más de lo que quisiera. Pasado un rato, la campana suena. Mis pies se mueven casi en automático y, a pesar del dolor de mis hazañas de fin de semana, llego al aula a tiempo. Por primera vez, no voy directo a mi pupitre. Al entrar, busco con la mirada aquel cabello negro que hasta este momento no había detallado y ahí la encuentro, en la última fila a la derecha, justo al lado de la ventana, la cual ella mira casi sin parpadear. ¿Siempre se ha sentado allí? ¿Siempre ha estado allí?
Me quedo pasmado mirándola con cierta curiosidad, no puedo creer todo lo que pasó y que ahora esté aquí como si nada. ¿No debería buscar ayuda? No estoy muy seguro de eso, de lo que sí estoy seguro es que cuando su mirada conecta con la mía, vuelvo a revivir lo de aquella madrugada, donde la apreté con toda la fuerza que tenía por el miedo tan vasto de que se hiciera daño. Tan rápido como me mira, deja de hacerlo, como si no fuera nada, como si yo no la hubiera "salvado". Como si no me conociera... Cosa que al pensarla termina siendo cierta, no la conozco. No nos conocemos.
—Riley, muévete, no me dejas pasar.
Unas manos en mi espalda me empujan, haciendo que nuevamente esté en el presente. Rodeo mi pupitre y tomo asiento, dando vía libre a los demás. ¿Por qué la chica me da tanta curiosidad y por qué no había reparado en ella hasta ahora? O al menos no de manera significativa.
De repente, mi mirada barre todo el salón con disimulo; ya todos están allí, esperando la primera clase. Aquella aula de paredes blancas, manchadas por garabatos de los mismos irresponsables estudiantes, es un escenario cotidiano para todos allí. Algunos hablan y ríen entre ellos, otros duermen, otros parecen mirar a la nada o a sus celulares nuevos, y entonces reparo en que no sé el nombre de la mitad de ellos. ¿Por qué justo ahora me doy cuenta? Estando en primera fila, es muy difícil mirar hacia atrás, o, mejor dicho, es difícil que quiera voltear siquiera, es difícil que lo intente, porque toda la vida me he parado en el mismo lugar, sin intenciones de moverme hacia atrás, solo avanzar.
Hubiera querido que el existencialismo que nació en mí en ese momento se hubiera quedado allí, pero no lo hizo. En cuanto llegué a casa esa misma tarde, mi rutina dio un giro de ciento ochenta grados. En vez de quitarme el uniforme y ponerme ropa de casa, terminé lanzando la mochila azul a un rincón de mi habitación para echarme en mi cama con total desosiego, lo que me hizo observar el techo con escrutinio, como si aquellas vigas pudieran darme, aunque fuera una respuesta a todas mis preguntas.
¿Por qué me siento tan distante, tan... egoísta?
La duda empezó a distraerme y a llenarme de miles de "por qué" que intentaba tapar fallidamente estudiando o leyendo, pero, aunque pasaran las horas, parecía no querer irse. Y no todo giraba en torno a mi capacidad de entender el mundo; de repente, me encontré preguntándome: ¿Por qué aquella chica de calzado soleado intentó hacer aquello? También me cuestionaba si intentaría hacerlo de nuevo. Incluso empecé a preguntarme por qué no hacía sus deberes, aunque siendo la última semana de clases, no pedían mucho. Me parecía recordar que ella no cumplía en su mayoría con lo que la escuela exigía. ¿Acaso no tenía tiempo? No sé si a eso se le llama obsesión. No creo que lo sea, pero comencé a preguntarme muchas cosas acerca de una completa extraña.
De todas formas, mi curiosidad siempre ha sido un monstruo incontenible desde que tengo uso de razón y mucho acceso a libros y televisión. De hecho, por ello soy como soy, con mi sed de saber las cosas, darles un significado, un por qué y para qué, que con ella no tenía. Aquello casi parecía ser una necesidad de comprender las cosas antes de sentir que soy tragado por ellas de forma irascible.
El jueves por la mañana me levanté con un sentimiento de opresión en el pecho que no podía explicar. El monstruo de la curiosidad necesitaba saciarse cuanto antes o acabaría por volverme completamente loco, al menos en un sentido muy figurado. En los pocos días que me quedaban, intenté obtener información sin preguntar, pero no estaba satisfecho con lo poco que había encontrado, que eran, en su mayoría, chismes sin fundamento donde la llamaban fácil, rabiosa, temperamental, rarita, sociópata... Sinceramente, no sentía como si alguno de esos nombres le quedara. Así que hoy intentaría hacer algo de una vez por todas.
Apenas la campana de la última hora hace su aparición, condicionándonos a levantarnos y empezar a recoger nuestras cosas para irnos a casa. Como puedo, me deshago de Roy, quien usualmente me acompaña a la salida, y con mucho cuidado espero a que salga.
Permanezco en la entrada de la escuela un buen rato, hasta que comienzo a impacientarme porque después de media hora ella aún no aparece. Estoy a punto de tirar la toalla cuando la veo salir, solo que... veo algo diferente en ella. Recuerdo que su cabello es bastante largo hasta esta misma mañana, pero ahora parece corto y lo lleva recogido en una coleta que le llega un poco más abajo de los hombros, y su flequillo oscuro y desordenado prevalece en lo más alto de su rostro. Nuevamente, no lleva ninguna expresión significativa en su rostro, resultándome ciertamente inquietante. Simplemente sale y comienza a caminar a pasos calmados, como si no tuviera prisa alguna de volver a su casa o siquiera ganas.
Salgo de mi escondite, que era una absurda columna de concreto que lograba esconder mi figura. No soy el chico más alto del mundo ni el más formado, pero eso me viene de maravilla, ya que pude esconderme a la perfección. Mantengo una distancia bastante prudente entre la chica de la terraza y yo. No puedo evitar agarrarme con fuerza de la correa de mi mochila, esperando no ser descubierto. Después de un rato de seguirla, no voltea ni una sola vez; solo sigue caminando como si tuviera todo el tiempo del mundo de su lado. Cosa que no es mi caso; mis padres van a matarme a punta de preguntas cuando llegue a casa, ya llevo más de una hora de retraso.
No soy el maestro de la sutileza, pero ella no parece ser muy observadora. Me aprovecho de aquello y empiezo a acercarme un poco más. Después de un largo periodo de caminata, en el que me termino cansando de ver su corta coleta balancearse de un lado a otro sin siquiera cansarse, tengo que tomarme un pequeño descanso ante el dolor de mis piernas y el calor insoportable que siento al caminar tanto bajo el sol.
Necesito hacer más ejercicio.
Inhalo más aire del que mi cuerpo puede soportar, pero así logro recuperarme y volver mi cabeza al frente. Por un segundo, creo que la he perdido y me pongo algo colérico al pensar que todo esto ha sido por nada. Termino tropezando con el letrero de alguna tienda en un afán de encontrarla. Después de doblar algunas calles arriba, la veo nuevamente y todo el aire que tenía contenido sale de mi boca en una exhalación llena de alivio. Retomo mi caminata detrás de ella y de forma involuntaria termino grabándome aquella imagen de su falda de cuadros azul oscuro y verdosos más corta que la regla de la escuela, balanceándose junto con su coleta, al igual que sus medias disparejas, una más alta que la otra, aquel horrible calzado sucio y manchado de amarillo y su mochila negra carente de cualquier decoración o siquiera llavero.
¿Qué te atormenta tanto, Eva?
Cinco minutos después, empiezo a creer que me está jugando una mala broma, porque sigue caminando sin parar. Hasta que, después de un momento, me detengo de forma abrupta, observando el camino que la chica sigue. El pavimento desaparece, dejando paso a una zona terriza deprimente que ella surca sin problema, pasando por encima de los rieles de madera y metal que crujen al sentir el peso de la chica, no porque sea necesariamente muy pesada, sino porque sé que aquella estructura es demasiado antigua.
"Los barrios que cruzan los viejos rieles son los más peligrosos de la ciudad, no vayas nunca, Riley."
Lo que significa peligro, lo que son órdenes directas, lo que no se debe hacer; se graba en mi cabeza con fuego. Por lo que, a pesar de que aquel monstruo verde me susurra que siga, no lo hago, solo observo cómo se aleja por la calle hasta desaparecer. Y en todo el camino de vuelta a casa, no dejo de pensar en por qué hice aquello, como si fuera algún acosador lunático. No la conozco, me parece holgazana, corriente y una pérdida de tiempo... Pero al parecer también me parece el misterio más grande del planeta en este momento. Nuevamente me detengo cuando una conclusión descabellada llega a mi cabeza.
—¿Acaso me preocupa? — termino hablando conmigo mismo.
No, no puede ser. Sigo caminando sin poder encontrar una respuesta clara. Para que alguien te preocupe, debes tener cierto lazo con la persona, tener historia, sentimientos involucrados, y con ella no tengo nada parecido... Aunque aquella noche hice lo posible para que no hiciera lo que pretendía, en ese momento sí me preocupó que algo pasara. ¿Acaso no quería sentirme responsable de aquel suceso trágico? Y es que... ¿Qué me asegura que no lo haga de nuevo?
Debo decírselo a alguien... ¿O no?
Qué caótico es todo esto.
Mi casa me recibe con aquel olor hogareño a madera y el aromatizante de manzana que tanto ama mi padre en sus abrigos, los cuales están colgados detrás de la puerta de entrada. Me quito los zapatos para no ensuciar, y paso calzando solo dos pedazos blancos de tela, intentando no ser percibido por la ley. Pero en cuanto pongo un pie en la escalera, soy detenido.
—¿Qué son estas horas de llegar?
Volteo mi cabeza lentamente a la derecha y la veo. Sus manos una en cada lado de su cadera hace más serio su reclamo, sus cejas castañas arrugadas junto con las tres líneas de su frente, su boca apretada y su mandíbula tensa. Esta es la cara de mi madre enojada.
—¿Qué hora es? — como un tonto reviso mi reloj y es que en verdad no soy consciente del espacio tiempo y definitivamente han pasado tres horas desde la salida de la escuela. ¿En serio tanto me he tardado?
—Riley, ¿qué pasa? — la mujer se acerca finalmente a mí alzando sus cejas en son de reclamo —. Primero llegas golpeado en la madrugada y ahora llegas tarde sin avisar.
—Lo primero fue culpa de papá. — aunque voy completamente en serio, ella piensa que la vacilo, porque su boca se abre dejando escapar indignación.
—Riley, es en serio, ¿qué pasa? ¿Por qué...?
—Mamá, perdona. — me bajo del escalón para tomarla de las manos —. Roy me entretuvo demasiado, sabes lo mucho que habla y perdí la noción del tiempo.
A veces me asusta la facilidad con la que puedo mentir y ni siquiera sabía que era capaz.
Ella me mira a través de sus ojos marrones con cierta duda, así que le sonrío con sinceridad haciendo que sus facciones de madre se relajen y finalmente me suelte.
—Solo asegúrate de avisar la próxima. Por eso te compramos ese celular. — asiento efusivamente antes de darle un beso en la mejilla —¡Ya, mejor ve a tu cuarto! — aunque lo dice molesta, no puede ocultar la sonrisa que trata de disimular.
Estando en mi cuarto, vuelvo a cometer la misma barbaridad que llevo haciendo desde el lunes. Lanzo mi mochila en un rincón y me arrojo a la cama estirando mis manos y pies.
Nuevamente la imagen de aquella chica viene a mi mente. Tomo una de mis almohadas y me tapo el rostro con ella, soltando un gruñido ahogado digno de un primate del cual descendemos.
¿Qué me pasa? Todo mi autocontrol y disciplina se fue de vacaciones desde aquel suceso. Si ella quisiera volver a hacer eso, ya lo habría hecho. Además, esa noche pudo estar borracha o hasta bajo los efectos de alguna sustancia. Incluso pudo estar alucinando y yo aquí matándome la cabeza por nada.
¿En serio dejaré que todo lo que llevo se desmorone por este sobre pensamiento sin sentido?
Claro que no.
Suelto un suspiro cargado de decisión, apoyando ambas palmas de mis manos en el colchón, tomo impulso para levantarme y acomodar mi uniforme como se debe. Saco uno de mis libros de anatomía y de inmediato lo retomo donde mi cabeza inquieta lo había dejado.
Esto acaba aquí, es una desconocida y seguirá así, o al menos eso quise pensar. Ya que, al día siguiente, a la hora de la salida de la escuela, justo en el último día de clases antes de las vacaciones, la misma chica que había estado siguiendo como un perpetrador, se acercó a mí solo para hacerme una única pregunta.
—¿Quieres ir a mi casa?
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